Eligieron uno de los árboles del jardín y a la sombra se sentaron a charlar. “La mamadera no le gusta caliente, le gusta apenas tibia –arrancó Laura–. Y siempre te deja un dedito, pero se lo vuelve a tomar a los diez minutos”. Andrea asentía, tomando nota de cada indicación.
Laura le contó que ese bebé de un año dormía de corrido y también que cuando lo llevaba al moisés, lo acostaba apenas de costado, dejándole un trapito para que le tocara la carita. Así lo hizo cada noche desde el día que Juan llegó a su casa, con apenas tres días de vida.
Hoy, ese bebote hermoso ya tiene cuatro años. Y cuando Andrea, su mamá adoptiva, entra a su habitación cada noche para ver cómo está, lo encuentra durmiendo apenas de costado, con la carita apoyada en el trapito.
Laura Tobar, su marido, Martín Auad, y sus hijos conforman una familia de tránsito. De manera temporal, reciben en su hogar a niños que debieron ser alejados de sus padres biológicos por circunstancias extremas y su situación, a la espera de su adopción –o con la posibilidad de regresar con su familia de origen–, está judicializada. La cifra es alarmante: se estima que en la Argentina hay entre 9.000 y 10.000 chicos en esa instancia.
Hasta que se resuelva su futuro, Laura aloja en su casa a uno de esos bebés. “Se hace lo que se puede, lo que sale”, dice esta maestra jardinera, integrante de la fundación Juguemos y Caminemos Juntos, que tiene en su resguardo a 73 chicos.
Estos últimos días de mayo, el Mes Mundial del Acogimiento, desde la fundación y junto con la Red argentina por la adopción impulsan una campaña para contar cómo funciona y de qué se trata. Ese contexto da pie –en esta charla con Infobae– visibilizar aquellas historias que no suelen contarse. Las de los niños vulnerables. Y las de las familias que los amparan. “Sabés que lo mejor que le puede pasar es que se vaya –explica Laura–. O sea que su lugar no es con vos, sino que formás parte del proceso: su destino final, y lo mejor que le puede pasar a ese chico, es que termine con sus padres”.
―¿Cómo empezó? ¿Quién tuvo la idea en la familia?
Laura: ―Yo. Hace 15 años, en el club donde ellos (por Franco y Lucio) juegan al rugby, me crucé a una adolescente con un bebé, que claramente no era de ella. Y me contó cómo era: que esa beba era de una fundación a la que ella pertenecía. A los tres días estaba yo, ahí adentro. Y a los tres meses llegó Nicolás.
―En algún momento hablaste con Martín, tu esposo. ¿Qué dijo?
Martín: ―Dijo: “Sí, querida”.
Laura: ―Lo llamé por teléfono desde el hogar. Estaba muy nerviosa porque me tomó por sorpresa el pedido por parte de la fundación. Y él, que es muy mandado, me dijo: “Obvio, ¡traelo ya!”.
―Chicos, ¿ustedes qué edad tenían en ese momento?
Lucio: ―Yo tenía diez.
Franco: ―Y yo, 12 años.
―¿Y ya sabían que su familia se había anotado como voluntaria para esto?
Lucio: ―Sí, sí. Lo habíamos hablado. Mamá nos contó que tenía ganas de ir, y cuando surgió la idea de Nicolás lo charlamos, como hacemos previamente con cada chico.
―¿Qué edad tenía Nicolás en ese momento?
Laura: ―Seis meses. Ahora va a cumplir 15 años.
―¿Qué pasaba con Nicolás? ¿Por qué no podía estar con su familia de origen?
Laura: ―Su mamá no podía ocuparse, eran muchos hermanos. En el hogar tampoco te cuentan mucho la historia… En todos estos años entendí que de lo único que me quiero ocupar es de ese niño con nosotros, y esperar que del otro lado se haga el trabajo pertinente para que (su situación) se pueda resolver lo más rápido posible.
Martín: —La idea de no saber la historia es también para evitar prejuzgar, y brindar todo desde un lugar donde no existe ningún prejuicio.
―Nicolás llega con seis meses y ustedes, de repente, se encuentran con un bebé en casa. ¿Y qué les pasó?
Franco: ―Fue una alegría total, algo muy lindo. Y era la incertidumbre de ver cómo iba a ser un bebé en casa. Los fines de semana, cuando íbamos al club, Nico venía con nosotros, y todos nuestros amigos teniéndolo a upa: ya era como uno más. Se hizo parte muy rápido.
―Y te vas encariñando…
Franco: ―Sí, totalmente.
―¿Cuánto tiempo estuvo Nico en casa?
Lucio: Menos de un año. A mí me pasó que yo, al ser el más chico, pasé a tener una responsabilidad: de golpe me tenía que ocupar de cambiar un pañal, por ejemplo. Y está bueno.
―¿Ustedes siempre entendieron que Nico no se iba a quedar con ustedes, que lo podían querer tal vez como un hermano, pero que se iba a ir?
Lucio: ―Sí. Una de las primeras charlas que tuvimos fue esa.
Franco: ―Que venía por un tiempo.
Laura: ―El tiempo es clave: nunca superamos el año con estos niños. No solo es hermoso tener a ese bebé en casa, sino también lo que ese bebé genera en mi familia, en mis hijos, que los hizo crecer de manera exponencial. Siempre digo que llega a casa y a los dos días siento: ¿Cómo fue mi vida sin esto, sin este amor, sin esta ternura que genera en todos? son mis hijos, igual que ellos, pero que se fueron más rápido de casa...
―¿Nico volvió con su familia de origen o fue adoptado?
Laura: ―Lo adoptaron junto con su hermano, que también estaba en el hogar. Se fueron los dos juntos.
―¿Por qué Nico fue con ustedes y el hermanito no?
Laura: ―Bueno, primero, porque no teníamos capacidad. Y después, fue una decisión de la fundación del hogar. Cuando me llamaron era por Nico, puntualmente. Su hermano era más grande, iba al colegio, y en esos casos, cuando están en el hogar, es como que ya tienen su régimen de vida ahí adentro.
―¿Cómo fue la adopción de Nico?
Laura: ―Hermosa. Tiene unos padres increíbles. Nico es un niño alegre. Cuando cumplió tres años, fuimos todos a su cumpleaños. Y fue increíble, porque esos papás, con un agradecimiento, una ternura y un amor tremendo...
―Cuando llegan sus padres adoptivos, ¿cuál es el rol de la familia de tránsito, que acompañó esos primeros años del niño?
Laura: ―¿Quieren contar?
Lucio: ―Cuando llegan los padres, vos tenés mucha mucha información, muchas cosas, vivencias. Tengo el recuerdo de mamá diciéndole (a la madre adoptiva): “Vení”, y se sentaron abajo de un árbol en casa. Charlaron una hora y media: “Cuando se duerme le gusta esto, cuando se levanta fijate que esto”, le decía mamá. Es acompañarlos en este nuevo proceso de empezar a conocer a su nuevo hijo. Darles el apoyo en lo que necesiten.
Martín: ―Y respecto a los chicos, se adaptan muy fácil. Cuanto más chiquitos son más se adaptan a estos cambios de una familia de tránsito a ir con sus padres adoptantes. Funciona.
―Con los años, ¿siguieron siendo parte de la vida de Nico?
Lucio: ―Tenemos el contacto, pero capaz ya no lo vemos tan seguido.
Laura: ―Me acuerdo que ellos tenían la PlayStation 2 y cuando pasaron a la Play 4, decidieron regalársela a Nico. Primero les pedí permiso a los padres, porque meter una Play en una casa es tremendo. Nos autorizaron, y entonces nos fuimos todos a la casa de Nico. Fue muy muy revelador porque, cuando volvíamos, Franco me dijo: “Ya puedo no verlo más”. O sea, ir a la casa, conocer, saber dónde está, verlo también con su perra Carola, divina, es como que te da paz. Decís: “Está todo bien. Para esto lo hicimos”.
―¿Ahí lo entendiste?
Franco: ―Sí, porque yo soy el más cariñoso de los tres (hermamos), el que más se apega, y al principio me costó mucho asimilar que Nico ya no estaba. Era el que más extrañaba después… Y entrar a la casa y verlo con su mamá, con su papá, con su perra, fue como decir: “Ya está”. Fue lindísimo.
―Franco habló de tres hermanos. ¿Hay un hijo más? ¿Quién me está faltando?
Franco: ―Fausto, el más grande, que se independizó: ya no vive con nosotros
Laura: ―Cada vez que yo llegaba a casa con la pregunta: “¿Estamos para volver?”, Fausto decía: “No”.
―¿Por qué?
Laura: ―Porque él se cuida. No quiere pasarla mal, no quiere sufrir. Le cuesta.
―¿Con alguno de los bebés te encariñaste más?
Franco: ―Sí. Juan estuvo toda la pandemia con nosotros, con pleno virus, que no salíamos de casa. Llegó en junio de 2020, a tres días de haber nacido. Y estuvo buenísimo, nos quedó muy marcado. Ya a fines de ese año, cuando mamá y papá empezaron a salir a trabajar de vuelta, nos quedábamos cursando en casa, y era estar todo el día con el bebé. Lo cuidábamos nosotros y se fue generando un vínculo muy lindo.
―A Juan lo separaron muy chiquito. ¿Qué pasó?
Laura: ―Fue una madre que decidió entregarlo al momento de nacer. Estando embarazada, tomó la decisión de que no lo iba a tener. La clínica ya estaba avisada que nacería un niño y que no iba a salir con su mamá, con lo cual, el proceso fue muy rápido: de la clínica ya salió a la fundación, y al tercer día estaba en casa. Fue una niña madre, y sus abuelos se lo querían quedar. Esa mamá insistía con que no, pero sus abuelos, sí. Entonces la jueza decidió que no era bueno para esa niña convivir con su hijo, cuando había decidido que no lo quería.
― Estamos hablando de una menor de edad, con lo cual también estamos hablando de una situación de abuso, no es el tema del que estamos hablando hoy, pero es importante aclararlo. Como familia, ¿se toman un descanso entre bebé y bebé?
Laura: ―Entre Nico y Milagros pasaron cuatro años; un montón. Y entre Milagros y Juan, otros cuatro, cinco años.
Franco: ―Entre un chico y el otro, casi una vez por semana le preguntaba: “Mamá, ¿cuándo viene el próximo?”. Lo disfruto mucho, lo vivo al máximo. Me gusta mucho.
―¿Y qué te pasó cuando se fue Juan?
Franco: ―Yo ya lo venía masticando. Sabíamos que su adoptabilidad iba a salir rápido. Y al final, era como que quería que se fuera. En el fondo, siempre querés que se vaya, que su historia con nosotros, ese puente, termine. Y que llegue adonde tiene que llegar. Al principio es duro, uno siempre extraña. Con Juan, estuve bajón una o dos semanas, pero feliz en el fondo. Y la vinculación con sus papás, que son dos genios, fue muy linda, muy cálida, muy humana.
Lucio: ―Eso también te ayuda un montón a cerrar el ciclo: conocer con quién se va a quedar, ver que son buenas personas, que el bebé está cómodo con ellos. Eso a vos también te da tranquilidad. Ahí decís: “Listo, mi trabajo llegó hasta acá”.
―¿Con la mamá adoptiva de Juan te sentaste a hablar debajo del árbol?
Laura: ―Sí. Con Andrea.
―¿Y qué le dijiste?
Laura: Le conté todo, todo. Mirá, hace unos meses Andre me cuenta que sale mucho por el barrio a caminar y que Juan le pide detenerse cuando hay un árbol grande, para pararse abajo. Nosotros tenemos un parque en casa y tenemos árboles. Y nos pasaba que a veces Juan lloraba o estaba inquieto, y Martín lo envolvía, salía al parque y se ponía abajo de los árboles. Y Andre me dice: “Tiene fascinación con los árboles. Eso es gracias a ustedes. Está bajo un árbol y pienso en ustedes. Duerme con el trapito y pienso en ustedes”.
―Martín, ¿qué le pasó al papá de esta familia, con tres varones, cuando vino Milagros, la nena?
Martín: ―Una maravilla Milagros, una maravilla...
Laura: ―Con Martín tenía un amor increíble. “Nunca una mujer me miró con tanto amor como me mira ella”, me dijo él una vez. Mili fue muy fuerte. Y fue muy duro cuando se fue.
―¿Te costó que se fuera?
Martín: ―Sí, porque no hubo una vinculación, no hubo ese proceso que suele haber, como decía Franco, que uno dice: “Ya está, está bien, veo dónde está”. De golpe no la vimos más. Supimos que la habían adoptado y no supimos más nada.
Laura: ―Logramos volver a verla a los siete meses. Hoy tenemos una relación hermosa con esos padres.
―¿Qué edad tiene Mili hoy?
Laura: ―Va a cumplir diez años. Mili llegó a casa con 20 días y se fue a los 11 meses.
―¿Y entiende que vivió con ustedes un año?
Laura: ―Te cuento algo que nos pasó, muy hermoso. Un día estábamos sentadas en un restaurante las tres, con Mili y su mamá, y viene la chica a atendernos. Ya la conocía: “Mili, llegó tu tía”, le dice. “Ella no es mi tía”, le responde Mili, porque es tremenda, es brava, brava... “Cuando yo nací no me pude quedar con mi mamá, así que ella me cuidó. Y después llegó ella y me adoptó”. O sea, está todo claro.
―Es un montón... Tiene diez años.
Laura: ―La madre, la chica y yo llorábamos. Y Mili, muerta de risa. Yo creo que cuando estos niños tienen toda la información, son tan libres y van tan livianos por la vida... Mili me llamó durante la pandemia. Quiso hacer una videollamada. “Ya aprendí a leer. Y ahora puedo leer el cuaderno que vos me escribiste”, me contó. Porque yo les escribo y les pongo la foto.
―¿Qué les escribís? ¿Un diario con lo que va pasando?
Laura: ―Todo: el diente, el rulo, el gateo… El todo. Yo soy maestra jardinera, entonces les escribo un cuentito, les hago mucho chirimbolo y mucha cosita.
―¿Y cada chico se va de tu casa con ese diario?
Laura: ―Sí. Y nunca me voy a olvidar. En esa videollamada, Mili me dice: “¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?”. “Sí”. “¿Y por qué?”. Era muy fuerte lo que me estaba pasando... Era algo que yo había escrito hacía ocho años. Y redobló la apuesta: “Ahora lo que quiero es que vos vengas a casa y me lo leas”, me dijo. Y cumplí. Fui a la casa, me sentó en su sillita bajita y me puso acá, con ella, la mamá y el papá. Y yo, leyendo el libro. Te imaginarás que poco y nada pude leer porque lloraba mucho…
―¿Por qué costó esa vinculación?
Laura: ―Es que no hubo vinculación. Era otra fundación y manejaron las cosas de una manera horrible, escudados con que el juzgado había dado la directiva de que eso fuera así. Y bueno, nosotros acatamos. Pero la vida siempre te da revancha y tuvimos la suerte de poder volver a verla. Y esos padres son hermosos.
Lucio: ―Lo de Milagros fue duro, de un momento al otro...
―¿Alguno de los chicos que estuvo con ustedes pudo volver con su familia de origen?
Laura: ―Sí. Belén. Estaba en el hogar con su hermana mayor y llegó a casa con dos años y dos meses. A poco más de un año de estar con nosotros volvió con su familia ampliada, no con su mamá, que tenía un problema de adicción. Fue una experiencia hermosa: la primera vez que teníamos un caminante en casa. Quedamos como apoyo de esa familia biológica.
―Cuando les dijeron que la Justicia había determinado que Belén volviera con su familia ampliada, ¿qué les generó?
Laura: ―A mí me dio mucho miedo, mucha tristeza. Angustia. Primero, porque no conocía a esa familia; la tenía de vista. Sabíamos que existía porque fue una familia que nunca la había dejado.
―Estaban peleando por ella; eso es un montón, hay que decirlo.
Laura: ―Es un montón. Cuando Belén se fue me acuerdo que mi hermana me dijo: “Pensá que hay alguien del otro lado que la quiere”.
―¿Belén se fue con los abuelos?
Laura: ―No, con primas hermanas de ella. De entre 20 y 30 años. Que tienen hijos propios, chiquitos de la edad de Belén, y en su momento no pudieron cuidarla porque eran chiquitos recién nacidos. Por eso fue que se judicializa.
―¿Y qué pasó con la hermana de Belén?
Laura: ―También volvió. Volvieron las dos juntas.
―Y estas primas aceptaron que ustedes fueran la familia de apoyo. ¿Cuál es ese rol?
Laura: ―Fuimos a la casa de ellas, primero con la fundación, después con Martín, a ayudar con camas, con colchones, para que tuvieran su dormitorio y su ropa. Llevamos sus juguetes, todo. Y les dijimos que íbamos a estar siempre: la idea es que todos los niños que estuvieron en casa son bienvenidos cuando quieran, eternamente. Mi casa es la casa de ellos, y estamos a disposición. Estas primas son un amor, entendieron que a Belén la queremos bien, sanamente, y se dejan ayudar. Siempre que podemos la vamos a buscar. De hecho Belén vino de vacaciones tres años con nosotros. Y ella tiene muy claro quiénes somos, y tiene muy claro que su familia es esa.
―Existe otra modalidad de familia de acogimiento: cuando acompaña a niños los fines de semana o en vacaciones. ¿Cómo se llama esa figura?
Laura: ―Referente afectivo de fin de semana.
―Y esos chicos, ¿en qué situación se encuentran?
Laura: ―Viven en el hogar, y los fines de semana están con una familia. Al menos los que están en nuestra fundación tienen entre dos y nueve años.
―Y no es “un fin de semana sí, te saco a pasear, y los próximos, no”.
Laura: ―No, no. Es un compromiso a morir. Los chicos están en el hogar y esperan el viernes que llegues vos. Y no da lo mismo si pudiste o no pudiste: es un compromiso que tenés que asumir, cueste lo que cueste.
―¿Hasta qué edad los chicos se quedan en el hogar?
Laura: ―Nuestro convenio es hasta los nueve años.
―¿Y qué le pasa a un chico de siete, ocho, nueve años cuando ve que otros chiquitos están siendo adoptados y él, no?
Laura: ―Preguntan: “¿Cuándo me toca a mí?”. No todos terminan de entender. Tratamos de que sepan qué es lo que puede venir, qué es lo que les puede esperar. Y que empiecen a pensar en qué es lo que quieren para ellos. Así es como muchos te dicen que quieren volver con su familia, sin importar el contexto en el que estaban antes de salir de ahí. Y otros tienen reclaro qué quieren, y te dicen: “Yo quiero una mamá, un papá, una casa de dos pisos y tener hermanos más grandes”. U otro te dice: “Quiero ser hijo único”, cuando ya tiene hermanos.
―¿Los chicos son escuchados por el sistema?
Laura: ―Nosotras queremos creer que sí. Pero en la práctica nos damos cuenta de que a veces, no.
―¿Les tocó vivir situaciones de chicos que fueron devueltos?
Laura: ―Sí.
―¿Por qué motivo?
Laura: ―Variados. En un caso, un matrimonio ya tenía un hijo, y no hubo onda entre los nuevos hermanos: peleaban mucho, había mucha discordia en la casa y tenían que preservar la salud de ese hijo. Entonces lo devolvieron. Entendíamos desde el día uno que la elección había sido pésima. Muy mal hecha.
―En la fundación, las familias de acogimiento tienen mucho vínculo entre ellas. Se conocen.
Laura: ―Sí, somos un club. Hacemos reuniones cada dos o tres meses, y entre nosotras nos conocemos mucho. Estamos muy conectadas.
―¿Conociste alguna familia de tránsito que se haya confundido con cuál es el fin del acogimiento y que haya querido quedarse con los chicos?
M―No en la fundación y nosotros, como familia, no superamos nunca el año. La familia que conozco superó los tres años. Y si bien la ley no ampara que uno aspire a quedarse con esos niños. La verdad es que yo lo entendí. Me pareció lógico. Lo que yo siento es que ese niño ya tiene su casa, ya tiene su familia, tiene mamá, tiene papá, tiene hermanos, tíos, abuelos, tiene todo. Cuando vos venís y le decís: “Bueno, ahora va a llegar tu familia” Siempre pienso si pudiera decirlo, diría: “Yo ya tengo mi familia”. Lo único que nos tenemos que acatar es a que la ley no ampara eso. Es tremendo lo que sufrió esa familia y lo que tiene que haber sufrido esa nena.
―Desde este espacio trato de decir siempre que lo más importante tiene que ver con devolverle los derechos a los niños a crecer siendo amados, siendo cuidados con una familia. Después está el deseo de los adultos de adoptar bebés o el deseo de los adultos de revincular. La ley establece que son seis meses que se puede extender un poco. Quienes se anotan para para ser familia de tránsito saben que no los van a poder adoptar, la ley es clara en ese sentido. Pero me preocupa enormemente ese bebé que a los tres años, imposible que no piense que sos su mamá. Hay un bache ahí con la ley o con cómo se está ejecutando por lo menos. ¿Ustedes están mirando cómo están las familias para que nada de esto pueda sorprenderlos?.
Laura: ―Sí. Mi trabajo es acompañar a las familias que tienen niños en casa. De hecho, anoche estuve con una familia porque es inminente la partida de ese niño de su casa. Y están con dudas de ser buenos a la hora de colaborar en que la vinculación funcione. Porque nuestro rol, como familia de tránsito, es hacer que todo funcione cuando se genere ese vínculo con los padres adoptivos.
―Y cuando eso sale bien...
Laura: ―Es maravilloso.
―¿Quién está con ustedes hoy?
Laura: ―Es un varón, de un año y 10 meses. Nos tiene muertos. Está los fines de semana. En este caso somos referentes afectivos de fin de semana.
―¿Cuáles son los requisitos para ser una familia de tránsito? ¿Hay que tener mucha plata, porque es costoso mantener a un niño?
Laura: ―No. En la fundación recibimos muchas donaciones, de todo tipo y color, y tenemos acopio de cuna, de huevito, de cochecito, de leche, de todo. Entonces, la familia que no puede tiene nuestro apoyo.
―¿Hay que tener un dormitorio destinado exclusivo para el bebé?
Laura: ―No, no.
―¿Hay que tener mucha disponibilidad de tiempo?
Laura: ―Sí. O ser muchos.
―Como familia de acogida, ¿se cobra del Estado un aporte? ¿Alcanza para algo?
Laura: ―En Provincia de Buenos Aires, hasta donde yo entiendo, no existe esa figura. En CABA, sí. No tengo el monto actualizado, pero es un dinero que, entendemos, no alcanza para nada. Y en la fundación recibimos una beca por cada niño: creo que no llega a los 200 mil pesos por niño. El tema es que nosotras estamos excedidas muchísimo en la cantidad de niños que tenemos: por decir algo, recibimos becas por 35 niños, pero tenemos 73.
―O sea, recibís beca por niño hasta un tope. Y aunque ya lo alcanzaste, seguís aceptando niños.
Laura: ―Sí. Esto es por amor.
―¿Y ustedes, se imaginan continuar con algo de todo esto el día de mañana?
Franco: ―Yo sí. Obviamente, depende de mi futura familia. Pero a mí me encantaría. Es algo muy lindo.
Lucio: ―Y yo también.