Mariano Magnifico, el artista que es furor enseñando cómo hablar bien: el elogio a Moria, su corrección a Lali y el lenguaje inclusivo

Es actor, cantante, bailarín, escritor y comunicador. Graduado en Letras en la UBA, también estudió Sociología y Filosofía. Sus videos mostrando cómo expresarse de manera correcta son divertidos y virales

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Mariano Magnifico, el artista que es furor enseñando cómo hablar bien: el elogio a Moria, su corrección a Lali y el lenguaje inclusivo

¿Cómo presentar a Mariano Magnifico? Actor, cantante, bailarín, escritor, investigador y comunicador, entre “otras delicias”, se define. Y es que en este escorpiano nacido en Ramos Mejía, hijo y hermano de docentes, miembro de una “hermosa familia típica clase media, con la cola debajo del brazo” –como cuenta–, sobran las aristas.

Graduado en Letras en la UBA, también estudió Sociología y Filosofía. “Soy artista: vengo de la tradición teatral”, advierte Mariano, que cursó la tecnicatura en música con orientación en canto en el Conservatorio Manuel de Falla. Y que además integra el elenco de Benito de la Boca, del Complejo Teatral de Buenos Aires. Y que tiempo atrás fue jurado del Canta Conmigo Ahora, de Marcelo Tinelli. Y coach de Charlotte Caniggia: “¡Ay, la amo! Fue mi doctorado porque después de ella, yo era un experto”, sonríe.

El currículum de Magnifico se expande en los roles que interpretó en distintos eventos en los que ha sido convocado. “Fui estatua viviente, cantante de cumbia. Conejo de Pascua. Una vez llegué y me dijeron: ‘Vas a hacer de conejo’. Y yo me imaginé un maquillaje con bigotes, medio Cats. Y no. Vienen con una cabeza (de conejo). Y yo dije: ‘Meta, nomás’. Cual verdugo, pongo la cabeza en el cepo. No pasa nada”.

Y entonces se explaya. “Hay dos componentes. Uno es el juego: yo tengo el juego como mi escudo. Vos me decís: ‘Mañana hay que dar un congreso iberoamericano de literatura contemporánea’. Voy perfectamente, hablamos de lo que haya que hablar frente a todos los disertantes. ‘Mañana te toca ser coach de Charlotte’. Y vamos con Charlotte para todos lados, armamos Barbie Girl y todo. Así también soy tío, soy hijo, soy amigo, soy docente. También me pongo en pedo, como todos. Y el otro componente es mi personalidad, que me ha costado mucho construir y, al día de hoy, me da muchísimo orgullo. Adonde yo vaya iré a jugar. Pero nunca seré otro que no sea yo”.

Mariano Magnifico es todo aquello. Y más. “Hoy me dicen que soy influencer. Me causa mucha gracia ese concepto”, desliza, a mitad de camino entre el lamento y la aceptación. Sus 430 mil seguidores en Instagram y casi 329 mil en TikTok le dan sustento al concepto. Es un fenómeno en redes. Pero ¿qué hace allí? Nos ayuda a hablar mejor. Nada menos.

“Soy simplemente un comunicador que quiere transmitir un mensaje. Los humanos gozamos de algo que no gozan las otras especies, la lengua. Y hay que usarla con cierta conciencia porque es un elemento que nos va a unir siempre como individuos, en un contexto donde parece que estamos cada vez más desunidos”, dice el autor del libro La divina lengua, que derivó en su propio unipersonal.

—”Hablen bien, forros”. ¿Es así?

—Sí. “Hablen bien, no sean forros”: esa es la idea. ¡Pará! Hay gente que no me conoce; capaz se va a asustar.

Pensar que todo nació de una frustración que terminaría siendo bienvenida. “Fui a una audición, orgulloso con mi 1.61 metros, y eran todos chicos ShowMatch, bailarines altos con musculosas –recuerda Mariano–. Y también tenía musculosa, pero tenía el brazo raquítico. Veía y decía: ‘No es lo mismo’. Por supuesto, me dijeron: ‘No quedaste’. Lloraba y lloraba, no entendía cómo se manejaba. ‘No puede ser. ¿Por qué? Si yo bailo lindo, si yo voy a la escuela y me formo’, decía. Hasta que una persona talentosísima, Gustavo Wons, talentosísimo, me agarró un día y me dijo: ‘Porque vos tenés que hacer las cosas para las cuales viniste. Tenés que encontrar tu perfil, y ahí te va a ir bien’. Y cuando me comprometí con mi perfil surgió La divina lengua”.

—Hubo que construir un personaje, de alguna manera.

—Sí. Que soy yo, en su máximo esplendor.

—Y que enseñás a hablar bien desde tu Instagram, sentado en el inodoro.

—Total.

—Hay una construcción en cómo comunicar.

—Hay una decisión política: yo quiero acercarle la lengua a la gente. Cuando uno habla sobre el idioma lo ve como algo muy alejado, que nos enseñó una vieja profesora de la primaria: nos enseñaba las reglas y las teníamos que repetir, y después las olvidamos. A veces las docentes me dicen: “Ay, no puedo darles a mis alumnos tus videos porque decís malas palabras”. Yo les digo: “Quédense tranquilas que los nenes también las dicen”.

El vido en el que Mariano Magnifico corrige la carta de Lali Espósito al Presidente Javier Milei

—¿Quién es el famoso argentino que peor habla?

—Te diría la que mejor habla: la famosa lengua karateca de Moria (Casán), porque no se puede creer cómo puede pensar y hablar tanto a la vez. Usa bien la lengua. Y si no la usa bien, vuelve para atrás y te lo vuelve a decir bien. Y es una experta de la metáfora: tiene frases inolvidables. ¿Y el que peor habla? No sé. Lo podemos pensar, lo podemos pensar… Pero tampoco quiero criticar a nadie. Ya le di a Lali, pobre.

—¿Qué le dijiste a Lali?

—La amo. Yo fui bailarín de ella en (la ficción) Esperanza Mía. Cuando tuvo este altercado con el presidente Milei, le escribió una carta defendiendo la cultura, lo que ella hace, que a mí me parece muy bueno. Pero ni una coma le tiró, ni un punto. Hay una frase que dice: “Lamento que su plan de la espalda a mucha gente”. Y yo lo leía: “Me falta algo. ¿Cómo ‘El plan de la espalda’? ¡Ah no! ‘Que el plan dé la espalda’. Le falta el tilde en dé'. Bueno, hice un video donde dije esto y le corregí la carta. De hecho, Lali, si estás viendo esto: antes de mandarle algo te lo corrijo gratarola.

Mariano Magnífico: "A mí no me molesta que la gente cometa errores. Entre más se cometan los errores, esos errores se vuelven norma; entonces, dejan de ser errores"
Mariano Magnífico: "A mí no me molesta que la gente cometa errores. Entre más se cometan los errores, esos errores se vuelven norma; entonces, dejan de ser errores"

—¿Cómo hablamos los argentinos?

—Hay una falencia en el concepto porque un argentino habla de tantas maneras… El problema de la Argentina es su extensión. Y hay tantos dialectos y tantas formas de hablar: no solamente es el español, también están las lenguas originarias. El problema es que adoptamos al español de Buenos Aires como el español argentino. El turista entiende que como hablan los de Buenos Aires, habla todo el país. El otro día un amigo venezolano me dice: “Este es el único lugar en el mundo en el que a la fresa le dicen frutilla. ¿Me explicás por qué dicen frutilla?”. “Y… porque tenemos una forma muy distinta de hablar”.

—Cuando vos me decís fresa, automáticamente pienso en los dibujos animados que ven en mi casa los chicos, en un español neutro.

El español neutro es un invento de laboratorio. No existe un español neutro. Tanto el español de España con todas sus variedades, como el español de Perú, de Chile, de Colombia, de Bolivia, tienen su forma específica de hablarse. El neutro es algo bien televisivo que no se parece a nada, o se acerca un poco más al español de México. Me encanta el español de Buenos Aires porque nos cagamos en todo y lo hacemos a la nuestra. No se parece a nada. Decimos “tenés”, “podés”, en vez de “tienes”, “puedes”. Decimos “ayudenmé” en vez de “ayudenme” o “ayúdenme”. Más allá que tenemos el sonido de la “y”, el yeismo, que otros lugares no lo tienen. Y después, tenemos palabras muy propias que vienen del lunfardo italiano, que se produjo después de esa mezcla tan rara que hubo alguna vez. Decimos “bondi”, “laburo”, un montón de cosas. Damos vuelta las palabras en el famoso verre: “la lleca”, “el talonpa”, “el chegusán”.

—Hay algunos errores que están tan instalados que parece que fueran correctos. Más no, mi cielo.

—Más no, mi ciela. Te voy a decir una cosa: a mí no me molesta que la gente cometa errores. Entre más se cometan los errores, esos errores se vuelven norma; entonces, dejan de ser errores. Antiguamente se diferenciaba la palabra solo: cuando era sinónimo de solamente se le ponía una tilde; cuando se ponía sin tilde, significa sin nadie. Esa regla ya caducó y hoy se escribe sin tilde. Por naturaleza, la lengua tiende a economizarse, a reducir su complejidad para que sea más fácil para el uso. En español, en las palabras que terminan en “dad”, como bondad, autoridad, la “d” se va yendo. Así como el dedo meñique dentro de miles y miles de años, esa “d” final puede llegar a caer. Porque es complicado, porque es una traba, porque la lengua tiene que hacer un movimiento.

—O sea que, tal vez, los que hoy veo que cometen errores gramaticales pueden ser unos visionarios del futuro.

—Claro.

—Vos decís que cuando yo escucho a profesionales de la comunicación decir “la primer”…

—No. Hoy la norma es otra. “La primer vez”, “la tercer vez”. No sé qué les pasa. No. Es “la primera vez”, “la tercera vez”.

—¿Qué otros casos de ese estilo uno encuentra a diario?

—Bueno, tenemos el famoso “si tendría” o “si podría”. Y en realidad, no gente, no mi ciela: es “si tuviera” o “si pudiera”. También se puede decir “si pudiese” o “si tuviese”; es lo mismo. Me encanta cuando me dicen: “¿Es hubiera o hubiese?”. Es lo mismo.

—¿Qué pasa con el “de que”?

—(Risas) Ay, es hermoso el “de que”. Me encanta cuando me dicen: “Me dijo de que”. Es un error común. El famoso queísmo y dequeísmo. Es un error, por ejemplo, decir: “Me di cuenta que…”. Y en realidad es “me di cuenta de que…”.

—¿Cuántos errores encontrás en los medios?

—Bueno, hay mucho, hay mucho. Número uno, creo que tiene que ver con poca formación en corrección de estilo por parte de los profesionales. Después tiene que ver con la prisa, que es el gran factor que nos pasa a todos. Ahí está la diferencia entre la oralidad y la escritura: es normal que en la oralidad uno cometa errores de sintaxis, hasta es sano. El problema es cuando la gente escribe, se toma su tiempo, y tiene errores garrafales que vos decís: “Che, dale. Media pila, Lali. Dale, la coma.

—A ese nene que eras de chiquito, que buscaba su singularidad y construir su personalidad, ¿se le hubiera ocurrido que se iba a convertir en un influencer de la lengua, que iba a sacar un libro, que iba a hacer un unipersonal?

—Jamás. De hecho me dediqué a la literatura y a la ficción en mi carrera de grado. Y cuando me llaman de Editorial Galerna, me dicen: “Queremos publicar un libro tuyo”. “¡Qué bueno!, porque tengo dos libros de cuentos escritos”. “No, mi cielo… Estamos buscando otra cosa: hacer algo en relación a lo que hacés en Instagram”. Y para mí fue muy gracioso cómo surgió mi faceta de influencer porque yo quería ser un actor serio que, en redes, mostrara sus capacidades.

Otello.

Otello, sí. Al telo terminó; otra cosa. Estaba laburando con (Aníbal) Pachano, que es mi gran maestro, y tenía mucho laburo. “Ya fue, renuncio a la docencia, al linaje materno-paterno”, dije. En una reunión de amigos empiezan estas cosas: “Che, Marian, ¿cómo se dice esto?”. Y me ponía a explicar: “Yo digo ‘el equipo de jugadores ganó’, no ‘el equipo de jugadores ganaron’, porque el núcleo del sujeto…”. Y me decían: “¡Hacete un video de esto!”. “No, no voy a hacer un video de esto, yo soy un actor serio”. “Hacete uno para joder”. “No, porque los productores van a ver mis redes y tienen que ver que yo puedo cantar y puedo…”. Bueno, me hice uno: la diferencia entre “sino” y “si no”. Y fue viral. Ahí sentí un compromiso, mucha más conexión con un mensaje que, para mí, era como estar dando clases. Cuando doy clases en escuelas, en universidades o donde sea, las doy igual que en Instagram. Es así.

—Empezaron a aparecer pedidos, seguramente: “Hablá de tal cosa”.

—Sí, están todo el tiempo. Y lo agradezco.

Mariano Magnifico con Tatiana Schapiro en infobae
Mariano Magnifico con Tatiana Schapiro en infobae

—¿Qué fue lo más pedido?

—El “hubiera/hubiese” está arriba de todo. El otro día me mandaron: “Mariano, estoy leyendo un cuento de Borges y me parece que en esta parte él hizo una construcción sustantiva verboidal derivada modal, pero en realidad debería haber sido una construcción…”. Ya empezamos con eso.

—¡Qué tupé corregir a Borges!

—Me encanta. Digo: “Sí, puede ser”. Era una coma el problema. Y hay un montón de pedidos sobre las diferencias entre el español de Chile y de Argentina. Por suerte tengo mucho público de toda Latinoamérica, y siempre fue como un miedo porque yo hago algo muy anclado a la lengua, y mi lengua es porteña, es bonaerense.

—En otros países hay determinadas palabras que, para nosotros serían, más tiradas al insulto. Bueno, coger, ¿no?

—Que la gente no sabe si va con “g” o con “j”.

—¿Y cómo va?

—Se los digo acá, chicos. Si es “ge” o “gi”, va con “g”; y si es “ja” o “jo”, va con “j”, en los verbos terminados en “ger”; digamos, “proteger”. Entonces es “yo cogeré”, con “g”, y con la voluntad de Dios, también (risas). ¿A qué hora va esto?

—Todo el día.

—Todo el día… Ya fue. Es el idioma español, no dije nada malo.

—O sea, no tiene que ver con el significado, con el uso que le estamos dando a la palabra. Siempre se escribe igual: siempre con “G”.

—Siempre. Y si lo haces muy fuerte también. Bueno, basta. Cambiemos de tema.

—¿Esto está en el show?

—No, pero podría. Y hay todo un segmento de las malas palabras. En el libro y en la obra digo que hay un mito que yo retomo, el del génesis bíblico, esta historia de Adán y Eva, que cuando cometieron el error los castigaron con la vergüenza. Comieron la manzana prohibida, faltaron a la norma, digamos, y Dios les dijo: “Ahora los castigo con la vergüenza”. Y ellos se dieron cuenta de que estaban desnudos frente a otro y eso era algo malo, y se taparon la tetita y la pocholita. Entonces, yo lo que digo es que usar la lengua es hacer algo lo mejor posible, cometer errores. Pero por favor: no sintamos vergüenza por eso.

—Absolutamente.

—De eso se trata. Quiero relajar un poco este tema porque la gente me dice: “Me da vergüenza hablar enfrente tuyo”. No. No tiene que dar vergüenza porque yo no tengo ningún problema con nadie ni ando juzgando ni controlando a nadie. Pero a lo que sí quiero llamar la atención es decir: qué loco que nos cuesta tanto hacer consciente algo que es propio del humano, y que nadie más tiene.

Mariano Magnifico publicó "La divina lengua", el libro lleva el mismo nombre que su unipersonal
Mariano Magnifico publicó "La divina lengua", el libro lleva el mismo nombre que su unipersonal

—¿Qué pasa con la puntuación? ¿Cuáles son los grandes errores que cometemos?

—La lengua escrita es un privilegio. Hay que decirlo. El gran problema es que le tenemos mucho respeto a la lengua escrita, entonces creemos que si hacemos oraciones de seis renglones, somos más cultos. Y en realidad eso es una mentira porque entre más larga sea tu oración, quiere decir que menos puntuación usaste. En la vida real no harías oraciones tan largas porque, seguramente, respirarías en el medio para no morir. Hay que usar oraciones cortas. Ya está; fue una oración lo que acabo de hacer. Fin, punto, otra cosa. El problema de la puntuación es que es muy intuitivo. La escritura es la moneda contraria de la lengua oral y viceversa. Por eso uno cuando escribe tiene que pensar cómo lo diría oralmente, cómo hablaría. Y ahí está la respuesta de la puntuación.

—¿Cuándo hiciste ese primer video?

—Marzo, abril del 2021.

—Y dijiste: “De acá no me saca nadie”.

—Dije: “Bueno. ¡Vamos ahora, influencer!”.

—¿Y hoy, cuando viajás, en profesión completás: “Influencer”?

—Ay, sí, me quiero morir (risas). Quiero ser comunicador. Primero que la palabra influencia me da como una cosa hitleriana que no me gusta. Y después que el concepto de influencer… Hay cada cosa con nombre de influencer que no sé si quiero estar en esa bolsa.

—¿Andás noviando?

—No.

—¿Estás en chats de citas?

—A veces. ¡Qué tema ese!

—¿Qué pasa en esos chats con la falta de ortografía?

—Qué tema cuando, por ejemplo, te dicen hermoso sin “h”. Bueno, ya es un tema que uno dice: “¡Opa! Red flag”. Pero después tenemos otros casos del chat, por ejemplo: “¿Estás ocupado/ocupada?”. Y te ponen: “No estoy acá”. Entonces, vos abandonás el chat. Después te dicen: “No me respondiste más”. “¿Cómo? Si me dijiste que no estabas…”. “No. Te dije: ‘No, estoy acá’”.

—Pone una coma.

—Sutilezas… Se te pudo haber ido el amor de la vida ahí. Dificilísimo. Cuando están chateando por Tinder, Happn o por la aplicación que sea, ante un hola sin “h”, corran, ¡huyan! Salgan de ahí.

—¿“Holis”?

—Es interesante eso porque ya no habla de la ortografía, habla del usuario de la lengua. Si un tipo de 50 te tira un “Holis”, alert.

—¿Lenguaje inclusivo?

Sí, obvio. Me preguntan mucho por esto; permitime un segundo hablar al respecto. No tiene que ver con la evolución necesaria de la lengua. De hecho, no creo que el lenguaje inclusivo sea una instancia de la lengua a futuro, pero sí me parece que es un caso donde la lengua se usa a conciencia, ¿no? Cierto grupo está exigiendo derechos y posicionándose políticamente, atacando algo muy, muy sólido, como el género gramatical. Entonces, me parece que hay que tener huevos para atacar el género. Tienen que dejar que la gente use el inclusivo cuando se le canta porque si lo usa, por algo es. Y nadie se puede meter en la lucha que está haciendo el otro. O el otre.

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