Argentinos por la Educación, con el respaldo de 180 ONGs en todo el país, relanzó en estos días una campaña de alfabetización bajo una premisa clara: “Que entiendan lo que lean”. La iniciativa, a la que adhirieron también muchos famosos y personalidades de diversos ámbitos, procura revertir una estadística alarmante: uno de cada dos chicos de tercer grado no logra comprender lo que está leyendo.
“La mitad... Es un montón, es muchísimo”, dice la docente Adriana González, perpleja. Y es que pese a sus 17 años dando clases, apenas si puede escapar de su asombro. Cada día esta profesora de Matemáticas de La Plata, en esa trinchera que es el aula –y armada con una tiza y un pizarrón, con su vocación y todos sus conocimientos–, no solo enfrenta esta situación que pone en jaque el futuro de los niños y los adolescentes argentinos. También hace lo imposible –y más– por modificarlo. “Aunque la escuela no puede hacer todo”, advierte.
Uno de cada dos chicos. Lo dicho: la cifra impacta. Detrás de cada número hay una historia. De necesidades insatisfechas, de marginalidad. De desesperanza. De abusos y de violencia. De delincuencia y de adicciones. De familias con carencias; también con desinterés. Y de maestros y profesores que están allí, al lado de esos chicos que, sin reparar en estadísticas, buscan cambiar un dificil presente que no han provocado: les fue dado.
—Adriana, si no acompañamos a los chicos, si no los apoyamos, ¿qué nos queda?
—Es terrible. Con el chico que en tercer grado no termina de aprender a leer bien, fluidamente, o a comprender lo que lee, se produce un quiebre: va perdiendo parte de su trayectoria a partir de ese momento.
—Cuando algo se rompió en tercer grado, ¿cómo llega a secundaria, que es donde los recibís vos?
—El año pasado teníamos un caso ya casi límite: una nena de segundo año que todavía no leía. Ya no era que no entendía lo que leía; no podía leer.
—¿Y cómo llega a segundo año sin saber leer? Es decir, ¿qué pasó en todas las instancias anteriores, qué pasó en la casa?
—Y… todos nos vamos preguntando lo mismo. La secundaria va tomando las herramientas que tiene para poder devolver a esta chica a una trayectoria aceptable, porque ya no es la esperable. Y se hace cargo: entre todos los profesores, vemos cómo hacemos. Toda la escuela, la bibliotecaria. Y su casa. Pero no es la única: todos los años llegan chicos a la secundaria sin saber leer. A veces se los recupera mucho más rápido en primero para que arranquen a leer. Bueno, con esta nena, la familia además la mandó a una maestra particular para que también la ayude a alfabetizarse.
—¿Es una familia humilde?
—Sí. Y que hace todo el esfuerzo para enviarla a una maestra particular, porque tiene que intervenir una cierta cantidad de dinero
—Antes de llegar a toda esta problemática, quiero ir un poquito para atrás. ¿Cómo decidiste dedicarte a la docencia?
—Hice un largo recorrido. Empecé estudiando Ingeniería Química. Cuando llegué a cuarto año me di cuenta de que no era lo que me gustaba. Mi mamá me decía: “Terminá, y después te dedicás a otra cosa. Pero terminá”. “No. No es lo que me gusta”, le dije. Empecé haciendo decoración de interiores; terminé. Hice arte decorativo; terminé. Entré en el Profesorado de Artes Plásticas y me di cuenta de que me seguía gustando la Matemáticas. Me fui al Profesorado de Matemáticas y ahí entré en este mundo de la enseñanza.
—¿Te puedo preguntar cuánto ganas hoy como docente?
—Y… Trabajando casi 40 horas semanales, llego al millón de pesos. Yo trabajo en escuelas que tienen desfavorabilidad (escuelas rurales), y antes, trabajar así hacía una diferencia porque cobrabas un plus. Ahora el plus no te paga la nafta; la pagás vos de tu bolsillo para poder ir a enseñar.
—¿Cuántos chicos tenés hoy?
—Tengo aulas de 23. Y tengo un aula de 41 chicos: ahí no se puede dar clases, es imposible. Hagas lo que hagas, nunca alcanzás a hacer ni lo mínimo de lo que querés. Cuando decís contenidos mínimos; ni eso.
—¿A los chicos les interesa aprender?
—A una parte de los chicos les interesa, y a otra parte no les interesa en absoluto.
—¿Con qué tiene que ver ese desinterés?
—Qué difícil, ¿no? En un adolescente, es un poco de todo: la sociedad, la casa, la escuela. Hay días que no podés dar clases porque están gritando y riéndose adentro del aula como si estuviesen en la plaza o en el club. Pero por suerte, porque si no bajaríamos los brazos, me parece que hay un grupo grande de chicos que todavía piensan, tanto ellos como sus papás, que con la educación se puede. Que educándose, se puede. Y cuanto más desfavorable es la posición de donde vienen, es cuando más creen que todavía se puede. Por ahí, el que está en una clase más media es el que se cree el piola: “Ah, la tengo atada”.
—El colegio en el que estás, ¿es de una clase media trabajadora, clase media baja?
—Hay clase media trabajadora, y hay bastante clase baja.
—¿Qué es lo más duro que te tocó ver en un aula?
—Historias de jóvenes que jamás se te pasa por la cabeza que puedan existir. Algunas son impensables, por lo menos en la realidad que vivimos. Y te quedás como diciendo: “¡Guau, qué fuerte! No puedo creer que estas cosas les pasen a chicos que están tan cerca nuestro…”.
—¿Qué tipo de historias?
—Abusos de todo tipo, ya sean golpes, abusos sexuales; falta de alimentos. O que en una familia todos, ocho personas, vivan, duerman, convivan en una misma habitación.
—¿Un alumno o alumna se acercó y te contó que fue abusado?
—Una alumna me contó que fue abusada. No lo había podido contar en su núcleo familiar. Un día reaccionó: se quedó dura dentro de la escuela, y ahí fue donde pudo hablar, pudo contar. La escuela se hizo cargo de la situación y entre todos, escuela y familia, hicieron la denuncia; la persona terminó presa. Los chicos todavía reconocen a la escuela como el lugar donde las cosas se pueden contar, donde pueden reclamar. Hay chicos que en la escuela se portan súper, súper, súper mal, y cuando empezás a indagar, a indagar, a indagar, surgen miles de problemas que hay en sus casas. Como el nenito que se tira al piso a patalear; bueno, la escuela es el lugar donde todavía pueden patalear.
—¿Qué pensaste cuando esa nena se acercó a contarte el abuso?
—Y… empezás con piel de gallina. Pasó esta situación tan terrible y lo contaba con una naturalidad que yo me quedaba helada. Estaban dos o tres compañeras suyas, éramos poquitos, y yo pensaba: “¿Por qué será que se anima a contarlo delante mío, que no me conoce, que son las primeras clases?”. Ella me contaba: “Lo que me pasa es que hay días que me quedo como tildada y mi cabeza queda en otro lugar”. “Es una situación muy traumática”, le dije, y le pregunté si seguía con terapia. Me dijo que sí. “Bueno, las terapias en torno a esto te ayudarán a que eso que vos decís, ‘Me quedo tildada’, y a sobrepasar este tipo de cosas”.
—¿Cómo puede estudiar un chico si no puede comer?
—Y… es duro. En algunas escuelas secundarias donde voy, hay comedor. En uno de los comedores, comen todos; y en otra de las escuelas comen algunos porque no hay cupos para todos. Hay días que diluvia y los chicos van igual, y después están todo el día mojados: “¿Por qué no te quedás en casa?”, les decís. “No, no, prefiero venir a la escuela”. Después te explicás que van a la escuela ese día porque hay comedor. Y en estos casos donde vive mucha gente en una casa, capaz que la escuela es un entorno donde están más tranquilos. No importa si hace frío, si llueve, si es súper tormenta, están en la escuela igual.
—¿Tenés alumnos que si no van al colegio, no comen?
—Supongo que sí. También tengo alumnos que si no van a la escuela, (sus padres) los ponen a trabajar. Trabajo en una escuela donde hay quintas de producción frutihortícola, y muchos chicos se levantan a las cuatro de la mañana, van a trabajar a la quinta, se dan una ducha con agua fría, porque la mayoría no tiene agua caliente, y después van a la escuela. Vuelven a casa y a la tarde trabajan en la quinta. Culturalmente, en su familia no está mal que el chico trabaje: es parte de la familia, está en edad de ir a la quinta y trabajar.
—¿Chicos de qué edad?
—Secundaria. Pero los hermanitos que están en primaria también trabajan. Chicos desde 11, 12 años, a 18.
—Hay que decir que el trabajo infantil está prohibido. Y entiendo la necesidad de esa familia, pero que un chico se levante a las cuatro de la mañana para ir a trabajar… Ahí existe una responsabilidad desde la sociedad y desde el Estado.
—Sí, sí. Es preocupante.
—Tenemos que hablar mucho del compromiso de las familias en acompañar.
—En secundaria, para muchas familias es como que “el chico ya es grande”. A veces llamás a los padres y te dicen: “Se tiene que arreglar solo. Cuando iba a la primaria, bueno…”. Y les decimos: “No. Hasta que no tenga 18 y deje de estar bajo su cuidado y su responsabilidad, no es grande. Cuando llega a casa hay que abrirle la carpeta, aunque no entendamos nada de lo que haya escrito, y ver si tiene algo para hacer”. Hace unos días llamamos a la mamá de un chico que había repetido, y que este año estaba en la misma postura de no hacer nada. “Yo mucho no entiendo”, nos decía la mamá. “No importa. Ábrale la carpeta y vea si esa carpeta va aumentando con cosas. Si no aumenta, es que no está haciendo nada”.
—A muchos de tus alumnos no podrán ayudarlos en sus casas porque sus padres no alcanzaron el nivel educativo al que están llegando ellos.
—Sí, sí.
—¿Qué haces con eso?
—Se hace difícil. A veces llamás a la mamá, y digo la mamá porque la mayoría de las veces viene la mamá: “Yo no pude estudiar, quiero que él termine”, te dice. “Bueno, tratá de acompañarlo en todo lo que puedas”. Y a veces te dice: “Yo no puedo leer” o “Yo no entiendo”. Entonces le decimos: “No importa que vos te sientes a explicarle algo. Si querés le pasamos un video de YouTube con algo para que miren juntos, pero fijate que por lo menos lo mire. Que esté, que haga”.
—Además del aula, te pusiste a dar clases en streaming. ¿Cómo se te ocurrió?
—Con esta preocupación de ver que en el aula hay chicos a los que no les interesa nada, ni Matemáticas, ni Educación Física, ni Historia. Ni Música. “¿No te interesa nada?”. “Nada”. “Pero algo te tiene que interesar…”. “Nada”. Y entonces pensé: “No puede ser que no haya chicos que quieran aprender Matemáticas”. Empecé a mirar Twitch. “Para hacer vivos tenés que tener un contenido”, decían. “Bueno, contenido tengo”, dije, y empecé a hacer las clases en vivo. Las primeras veces había poca gente, pero cada vez fue ingresando más. Y de distintos niveles: por ahí entra un nene de primaria y también un papá de secundaria que quiere ayudar a su hija a estudiar función lineal.
—Es por vocación absoluta: no estás monetizando esas clases virtuales; no hay marcas atrás, sponsoreando.
—No, en absoluto. Intenté escribirle varias veces a la marca de fibrones… ¡pero ni los fibrones! (Risas). Me pago la tinta yo. Un día pasó un chico por la puerta de la escuela y les dijo: “Ojo, pórtense bien porque la profesora es streamer”. Entonces me empezaron a preguntar: “¿Cómo? ¿Qué haces?”. “Tengo un canal de Twitch, doy clases”. Entonces me buscaron en Instagram: “Tenés foto con tal, tenés foto con tal. ¡Ah, vos sos famosa! ¿Y por qué venís a dar clases a esta escuela? ¿Por qué no te vas a una escuela mejor?”. Ahí sí me quedé helada. “¿Y por qué no en esta escuela? ¿Cuál sería la diferencia? Esta es la escuela que yo elijo. A mí nadie me obliga y nadie me manda: yo elegí dar clases acá. Y cuando doy clases en Twitch, también lo estoy eligiendo. No lo hago para conocer a Coscu o a Marquitos Navaja. ¿Y por qué ustedes creen que no merecerían tener una profesora que dé clases en Twitch y que conozca a toda esta gente?” Porque, digo, hacerte famoso no te hace… No sé qué pensarán.
—Es tristísimo que sientan que no se merecen una maestra, o un montón de otras cosas.
—Sí, sí. Por eso yo les preguntaba: “¿Por qué creen que ustedes no?”. Aparte, después me decían: “¿Nos podemos sacar una foto?”. “Chicos, ¿cómo no nos vamos a poder sacar una foto?”. Compartí la foto y me decían: “¡Te amamos, profe! ¡Te amamos!”. Porque había compartido una foto… “Chicos, soy yo. Por más que me haya sacado fotos con gente, soy yo, la misma de siempre”, les decía. Si no hubiesen sabido esto mío, no sé qué opinaban.
—A mí me angustia que no se sientan merecedores de un futuro mejor.
—Es terrible.
—¿Cómo les devolvemos la posibilidad de soñar y de que sepan que tienen derecho a un futuro mejor?
—Todos los profes tenemos que insistir en que la educación es un derecho social, para todos. No importa el nivel socioeconómico donde estés. Y es una obligación, porque no podés faltar; tenés que ir. Porque a ese derecho no lo pueden vulnerar los demás, pero mucho menos, vos, como alumno.
—¿Qué sueñan hoy los chicos cuando les preguntás qué imaginan para el futuro?
—Tienen un sueño limitado en cuanto al futuro. No piensan un futuro a largo plazo, a 20 años. A veces les digo: “Huy, chicos, cuando sus hijos vengan a la escuela yo voy a seguir siendo la profesora y les voy a contar lo que ustedes hacían en la escuela…”. “Y dicen: “¿Mis hijos?”. No se imaginan. No se ven como padres en un futuro. Cuando ya terminan, están en un quinto o sexto año, y les preguntás qué quieren seguir estudiando, muchas veces hasta ni lo pensaron.
—Además de esa idea de futuro, también me angustia que la docente que siempre tuvieron pase a ser “¡Profe, te amamos!”, por una foto con Coscu. ¿Dónde estamos poniendo los valores?
—Ahí entendés un montón de cuestiones. A veces a los chicos no les interesa aprender porque, como sociedad, los valores están puestos en otro lado. Por ahí tiene más valor el que te viene a vender que se hizo millonario: “Dejen de estudiar, porque yo me hice millonario”, dice. No. (Debería decir) “Seguí estudiando y capaz que te hacés millonario como yo, aunque yo haya dejado de estudiar”.
—Un gran problema que estamos atravesando también tiene que ver con la adicción al juego en adolescentes. Desde que en el 2019 se legalizó el juego online, los chicos tienen una casa de apuestas en la mano constantemente, con el celular. ¿Te tocó lidiar en el colegio con un caso así?
—El año pasado, a muchos chicos de sexto año los he enganchado con el teléfono en las clases. “Dámelo”; “No, no te lo doy”. Y mirás qué está haciendo, y estaba jugando con las maquinitas, las cartas o no sé qué, porque mucho no sé. Pero sí, hasta a la escuela ha llegado. Y son menores; no sé cómo pueden entrar a jugar, si usan la cuenta de otro.
—Hablaste de situaciones de violencia. ¿Qué hacés cuando en la escuela se dan cuenta de que algún niño está siendo violentado en su casa?
—La escuela tiene un equipo de orientación: si algún niño te manifiesta, o vos te das cuenta, tenés que denunciar enseguida. Y la escuela se encarga de hacer todo. Hay un protocolo.
—¿Lo tuvieron que activar alguna vez?
—Con mis alumnos directamente no, pero sí sé que se han activado varias veces los protocolos tanto por golpes como por salud y demás.
—¿Por salud?
—Pasa cuando algún estudiante tiene una condición de salud que en la casa no le están tratando, y la escuela a veces se hace cargo hasta de sacar un turno y que la familia después lo lleve a atender. A veces son condiciones visuales: no ven bien. La escuela hasta busca la manera de que el chico vaya a hacerse atender porque necesita lentes.
—¿No le estamos pidiendo muchísimo a la escuela?
—Más que muchísimo: le estamos pidiendo todo. La escuela se encarga de todo lo social del chico. Hace muchos años tuvimos un chico con adicciones y lo acompañamos en la escuela, hasta sacando turnos para ir a hablar con gente de prevención de adicciones, porque desde la casa no había demasiado apoyo.
—¿Pudieron ayudarlo? ¿Logró estar mejor?
—Estuvo mejor hasta que terminó la escuela. Después, le perdimos el rastro.
—¿Tuviste alumnos que terminaron involucrados en situaciones delictivas?
—Sí, también. En un momento le tenía que tomar examen previo a un alumno. Toda la semana anterior le había estado mandando trabajos para que fuera practicando. Le mandaba audios y videos para que supiera qué era lo que tenía que hacer en tal situación. Bueno, lo espero en la mesa para rendir; con todo lo que habíamos hecho, tenía que aprobar. A las 8, no viene. A las 10 tampoco. Le digo a la preceptora: “Este chico no vino”. Y me dice: “No va a venir”. “¿Cómo? Si estuvimos preparando para que viniera a rendir hoy”. “No va a venir porque ayer a la tarde pasó esta situación y está preso”. Yo no lo podía creer. Habían ido a robar a una heladería. Habían disparado, no sé si él u otro. Y habían salido corriendo en moto. Los persiguieron. Y a él, lo habían agarrado. Tenía 18 años.
—¿Qué hacés cuando sabés que un alumno está mezclado en situaciones muy complicadas?
—Si ocurren dentro de la escuela se toman medidas. Si ocurren fuera de la escuela no, porque habitualmente no te enterás. Hace muchos años tuve un alumno que una vez me dice: “Profe, ¿no me querés comprar una máquina de coser?”. “¿De dónde sacaste una máquina de coser?”. “Una viejita buenita me la regaló”. Y los otros decían: “¡Qué viejita buenita!”. Otra vez había venido uno golpeado y me dijo: “Anoche la policía nos bajó de un portón”. “¿Cómo que la policía te bajó de un portón?”. Estaba queriendo ingresar a algún lado. Tenía 17 años, como mucho.
—¿Con qué incentivas a un pibe hoy para que estudie? Estás compitiendo con el ChatGPT: que no lo usen para hacer la tarea. O tal vez tenemos que hacer al revés: incorporarlo.
—No neguemos lo que ya está, sino que aprendamos a usarlo. “A ver, te da este resultado y te da estos pasos. ¿Entendés todos los pasos que te da? ¿O necesitaríamos pasos intermedios para poder entender a este Photomath?”.
—Entonces, tenemos que incorporar la tecnología y no pelearnos con ella.
—Para nada. Es como cuando en mi época apareció la calculadora.
—A esa alumna que se animó a contar que fue abusada, ¿la ayudó la ESI? Te lo consulto porque en este momento está muy cuestionada la ESI, que permitió que muchos chicos entiendan lo que les estaba pasando.
—Sí, no solo en el tema de la sexualidad y demás, sino por otras cuestiones, como la salud mental. A partir de poder hablar, a partir de la ESI. Me parece que la salud mental es más tabú que el sexo. Y es súper importante que se hable en la secundaria porque estamos en momentos críticos. En una escuela de La Plata se suicidaron tres nenas, una detrás de la otra. 15 años... Y eran compañeras del mismo curso. Es terrible.
—Vuelvo a esto, la escuela es todo. Y le estamos pidiendo a la escuela una enormidad de cosas. Y qué difícil también para esos papás, que están en una situación de extrema marginalidad, poder acompañarlos a leer.
—La escuela hace todo lo que puede y más. Pero a veces, más no podés. A veces se escapa de las manos de la escuela el poder acompañar en más cuestiones de las que ya se está acompañando. Todos los años me pasa que los chicos de sexto año, cuando van a completar la planilla de inscripción a alguna de las facultades, me dicen: “Profe, ¿qué pongo acá?”. Digo: “Vamos a leer qué hay que poner. Si dice ‘Apellido y nombre del solicitante’, ¿quién está solicitando inscribirse? Vos; va tu nombre y tu apellido”. No puede ser que un chico de sexto año… Estamos fallando como escuela. Gravemente. Es una estafa total si un chico no puede completar la planilla para inscribirse para el nivel superior.
—Y estamos fallando como sociedad.
—Bueno, como sociedad.. ni hablemos.
—Si estamos diciendo que casi el 50% de los chicos no entiende lo que lee, ¿cuánto tiempo necesitamos para subsanar eso? No lo vamos a cambiar en dos años.
—No sé cuánto tiempo demandará. Pero si no arrancamos alguna vez, nunca lo vamos a solucionar. Así se necesiten 20 años y no lo vayamos a ver nosotros.
Agradecimiento: Escuela Coronel Brandsen Nº 4 del Distrito Escolar 10