Ya todos saben cómo piensa Nancy Dupláa. Cuáles son sus ideas y convicciones. Jamás las ocultó. Optó -con absoluto derecho- por hacerlas públicas casi desde su propia aparición en la televisión. En cambio, pocos conocen qué siente. De qué manera desarrolló esas ideas, en qué se apoyan esas convicciones. Y además, cómo se siente con todo eso.
Aquí, hablará por primera vez de una hipersensibilidad: “De niña no la pasé muy bien. La vida siempre me costó”, dirá. Y hablará también de un medio “nocivo” al que aún hoy, con más de tres décadas de permanencia y éxitos, hasta le teme. Contará que no elegiría de nuevo ser actriz porque le resulta “incómodo”. Explicará la situación que debió enfrentar al salir de la pandemia. Y reparará en las críticas infundadas, en los haters, en las “operaciones mediáticas”.
Como nunca antes, Dupláa hablará de Nancy. Y lo hará quitándose una máscara que jamás usó: brindará una respuesta detrás de otra, de manera descarnada y sincera. Hasta visceral. Más que un reportaje, es una propuesta: se invitará a conocerla un poco más.
Por estos días, su nombre y apellido está otra vez en la cartelera de la Calle Corrientes. Protagoniza la comedia Exit, secundada por Fernanda Metilli y Juan Pablo Geretto, y bajó la dirección de Corina Fiorillo, en el Multiteatro. “La obra está a la altura de la expectativa: la gente se divierte mucho –advierte Nancy–. Y mis compañeros son fuera de serie, dos energías muy distintas pero muy complementarias y necesarias para mí. Ella es una tromba”.
—¿Cómo la estás pasando?
—Bien. La estoy pasando… No. No la estoy pasando bien: la estoy pasando mal. Es mucha adrenalina para lo que mi cuerpo tiene ganas de resistir, a esta altura de la vida. Pero vino: apareció el teatro, con todo lo que eso trae. Y en un momento de la vida donde ya no puedo decir que no, porque si tengo muchos “no”...
—Me contaron que cuando leíste la obra, te encantó. Pero dijiste: “No estoy para hacer teatro”.
—No quería saber nada porque el teatro propone una dinámica estructural que a mí me incomoda un poco. Las noches en invierno con ellos: me gusta estar ahí, en la cena (familiar), ser parte de esa ceremonia, aunque por ahí miremos la tele. Y como Pablo (Echarri) ya hace dos, tres años que está haciendo teatro, hay toda una parte que nos perdemos. Pero yo soy muy dramática. No es tan dramático, es un regalo del cielo.
—Pablo es productor de la obra. ¿Negociaste la plata con él?
—No. Él me la negoció a mí. Estuvimos de acuerdo.
—¿Cuántas veces te quisiste escapar en la previa al primer día?
—Me quiero escapar ahora…
—¿Por qué?
—Porque soy muy especial. Esa hora antes de la función, estoy muy desesperada. Con los años fui adquiriendo algunas herramientas para poder combatirlo. Hay algo personal también. Después de la pandemia, algunas cosas me empezaron a costar un poco más. La exposición, que siempre me costó. La llevé con pesar. Trabajé mucho para poder sostener eso: la exposición política, la agresión de la gente. O sea, tuve que luchar con una muy pesada. Si vos supieras que mi intención no es armar un quilombo, ni siquiera entrar en debate, todo se entendería un poco mejor. Pero bueno, las reglas del juego no las pongo yo. Cada vez menos.
—Siempre estuviste muy comprometida con decir lo que pensás.
—Siempre. Mi bandera principal es pasarla bien, porque yo de niña no la pasé muy bien. La vida siempre me costó. Era muy melancólica, muy para adentro. Tuve una niñez así, como sobresaltada. Y en la época militar, ¿viste? Todo era mucho para alguien con la hipersensibilidad que yo tenía. Por suerte, ahora hay muchos diagnósticos, y uno puede entender las individualidades.
—¿Buscaste algún diagnóstico o te ubicaste directamente en esto de la hipersensibilidad?
—Con el tiempo me di cuenta de la hipersensibilidad, de la melancolía extrema. También de la resiliencia: haber podido transformar eso una vez que me sentí estable emocionalmente, que fue cuando armé la familia. Cuando tuve a Luca, yo ya respiraba y me sentía de otra manera. Estaba más enraizada, más contenta. Quería ser mamá.
—¿Algo de esa hipersensibilidad tiene que ver con esta empatía?
—Sí. Eso me hace pasar malos tragos porque sufro mucho hasta por una hormiga. Sufro mucho por el otro. Mucho… Y es una carga medio pesada, porque ya todo, todo, todo... Pero esa hipersensibilidad me ayuda para ser actriz.
—Hablaste de la maternidad. ¿El peor papelón que les hiciste pasar a tus hijos?
—El que más me sufrió fue Luca. Tenía mucha euforia, por la inexperiencia y la desesperación de haber sido mamá. Era una pesada. Y él, era el mejor bebé del mundo: copado, simpático, lindo.
—¿Alguna vez escuchaste: “No, mamá, es un papelón”?
—Sí, sí. Igual, tengo oído para esas cosas: sé hasta dónde y dónde parar. Mi hija mujer fue la que más me enseñó. En un momento se puso: “¡Dale, modernizate! Vení para acá. No digas eso de fulana”. Fue muy a los cachetazos. Me dio un revés. Y estuve dispuesta a que me los dé. No me enojé.
—Hace poco estuviste con Matías Martin y con Luca en la radio.
—Fue un acontecimiento emocional hermoso.
—¿Te generó el mismo nervio que el teatro?
—Distinto. Él (por Matías) estaba más atravesado. Yo estaba muy plena ahí, estaba contenta. Fue una cosa muy sincera. A Matu lo veo hace 23 años. Si para algo nos unimos fue para tener una conexión de por vida. Yo lo adoro. Y es un padre súper presente.
—¿Se llevaron bien en la paternidad-maternidad de Luca en todos estos años?
—Hay momentos. Somos muy distintos, y fuimos evolucionando los dos, por suerte. Por ahí, con diferentes velocidades. Soy mujer, tengo mucha capacidad para analizar las situaciones; quizás demasiado.
—Escribió un posteo relindo después de ese momento.
—Sí. Es un encanto, súper expresivo. No tiene vergüenza, no tiene pudor.
—¿Y Pablo qué dijo?
—Pablo a Luca lo adora. Siempre tuvieron una relación híper genuina, de mucho respeto, sobre todo de Pablo para con él y el espacio de su papá. Son redistintos, pero con los años te das cuenta de que hay cosas muy fuertes en común: ciertos gustos, elecciones, formas de mirar la vida.
—¿Cómo te encontrás con un hijo camino a ser adulto, a quién ves en este medio?
—Con mis hijos no soy celosa, ni siquiera posesiva, insegura. No tengo eso. Conozco el medio y, si bien con el tiempo aprendí a llevarlo, siempre me dio mucho miedo. Es nocivo. Fue con lo primero que yo me encontré en Montaña Rusa: ese desequilibrio entre lo que uno ve dentro del medio y todo lo que se genera alrededor y la manipulación social. “Ay, yo no soy eso que están escribiendo acá”, decía. Tuve que aprender a lidiar con eso. Pero Luca lo maneja bien, va a tener los recursos para hacerlo. Y yo ya no puedo hacer mucho. (A tus hijos) un poco los largás al mundo y a ver qué onda. Sí sabe que estoy para todo, para lo que sea.
—¿Te enojaste fuerte con alguien por alguno de tus hijos?
—Sí, sí... Eso es un papelón.
—¿Qué hiciste? ¿Fuiste una mamá que se peleó con una profesora, con otra mamá del colegio?
—No. Algo peor: “Quiero ver la cara del niño que le hace eso a mi hijo”. Es tremendo cuando a un hijo tuyo lo lastima, y por ahí lo conocés desde que tiene tres años. Es raro porque decís: “¿Por qué?”. Me encontré en esa situación, y salí de esa.
—¿Qué pasaba? ¿Alguien lo molestaba en el colegio?
—No, no a Luca. Pero se resolvió. Y fuimos los dos: Matías también es bastante así. “A ver qué pasa acá…”. Ir a la puerta del colegio, a que vean que mi hijo se viene conmigo. Esas cosas, de barrio, que ya no se hacen…
—¿Le hablaste al niño en cuestión?
—No. Gracias a Dios, no.
—¿Y a sus padres?
—No, no, tampoco. A la maestra, sí. Sin ser peyorativos: los jóvenes fueron cambiando. Ahora hay una cosa de falta de compañerismo, de individualismo, de cancelación si no pertenecés, muy fuerte. En mi época pasaban cosas feas, por supuesto, pero ahora es muy elocuente.
—Hoy sabés que salís a decir algo y hay mucho hate. ¿A tus hijos les duele cuando dicen algo de sus padres?
—Yo creo que sí. Es inevitable esta misma visceralidad que yo tengo, de querer ahorcar a alguien que le diga algo a mi hijo. Mirá, nuestro ejemplo no es cegarse con algo, sino poder sostener lo que uno dice desde la creencia más profunda. Y sostener eso a pesar de los embates: a nosotros (por Pablo) nos han atacado en lugares, con ellos (por sus hijos). Un día nos agredieron y los perdí a los dos, no los encontraba. Me acuerdo y es fuerte… Es como que te peguen un cachetazo por la espalda y vos estás con los pibes. O agredirnos con los celulares prendidos, con un discurso que vos ves en ciertos comunicadores. Entonces ya decís: “Esta persona es una víctima de lo que le metieron en la cabeza, cual zombie. ¿Qué hago? ¿Peleo por la lucha de la verdad o me voy a dormir tranquila con mi verdad a cuestas? Me voy a dormir tranquila con mi verdad a cuestas..”. Y mientras tanto me hago fuerte por dentro para poder soportar eso que yo no voy a poder cambiar. Ya está. ¿Voy a explicarle uno por uno que yo no robé?
—¿Cuándo entendiste que no ibas a poder cambiarlo?
—Con el tiempo.
—Debe haber sido un trabajo. Porque al principio debe doler, y uno querrá salir a decir: “Está mal lo que estás diciendo”.
—Yo, Nancy, cuando empecé en Montaña Rusa, te pateaba una puerta: “¿Qué estás diciendo?”. Era como un gato enojado. Y eso me sublevaba. Con el tiempo, después de pelear mucho, me di cuenta de que yo no lo podía cambiar. Al contrario: fui carne de cañón por no ser condescendiente. Entonces, ¿qué hacés? Un día Pablo, hace 15 años, me dijo: “Depurate. Por un tiempo, no veas ni escuches nada más”. Y lo hice. No miraba nada, como programas de chimentos. No me enteraba de nada. Ahí vino cierta pasividad. Nació mi hijo, esperé dos años para volver a la tele; vino Graduados. Cuando hacés el esfuerzo para sacarse las cosas feas que nos hacen mal, después la vida te recompensa.
—¿Nunca fue una opción bajar el tono?
—Sí. Bajar el tono es esencial. La forma en que uno comunica, es todo. Uno puede decir la barbaridad más grande con este tono. Y te odian porque sos vehemente.
—¿Y nunca fue una opción decir: “No quiero hablar más”? Lo hemos visto en otros artistas y es válido.
—Yo lo recontra entiendo porque la estocada es muy fuerte. No cualquiera se lo banca. Bueno, yo no estuve bien un tiempo: estuve mal, mal, después de la pandemia. Nunca supe qué era. Era como un cierto miedo, una cosa de mucha resistencia al salir. Y digo: “Obvio…”. Pero bueno, mal que me pese, tengo una posición y un lugar en los medios donde lo que yo digo, puede impactar mucho.
—¿Te arrepentís de lo que dijiste de Francella?
—No. Es lo que pienso. Pero no era para ponerlo en debate: es mi opinión. Yo lo respeto, trabajé con él: fue un compañero espectacular, la pasamos bárbaro, nos cagamos de risa. Entonces, no fue desde ese lugar. Di mi opinión. Después, uno se sigue sorprendiendo con la réplica indiscriminada. Vos ponés mi comentario en la plataforma y dejás el hueso para que vayan todos: “¡Hija de puta, ladrona, chorra, pa pa pa!”. Siempre como el mismo relato, muy de manual: “¡Ahora vas a tener que ir a trabajar!”. Ese es el juego. ¿Lo puedo parar yo? No. ¿Lo quiero parar? No, ya está… Mátense. Qué sé yo.
—¿Hay algo bueno que le hayas encontrado a este gobierno? ¿Algo que que digas: “Esta estuvo bien”?
—No, no, no. Aunque no tengas mi ideología, esto es sanguinario, es un claro desguace para cierta clase social. Está claro, ¿no? ¿O lo tengo que explicar yo?
—Qué te pasa cuando se genera indignación a la gente con la cultura planteando: “son las películas o los chicos no comen”.
—Es un claro ejemplo de hacia dónde van. ¿Qué les pasa con la cultura? Que con la cultura empezás a aprender cosas, tu mirada de la vida se vuelve cuestionadora, empezás a tener consciencia. Eso es lo que te genera una película, una obra de teatro: crecer por dentro, tener crítica. Mirá, si hay algo bueno de este gobierno es que, de repente, nos unimos personalidades con tanta diferencia en nuestros pensamientos. Mirá Adrián (Suar) cómo salió. Y sabemos que Adrián no comulga con el peronismo, ni nada, y salió a bancar la parada.
—Ahora, ¿no acordás con repensar algunas cuestiones vinculadas al INCAA, Télam, a los medios públicos?
—Pero siempre se revée ahí, no más arriba. Nadie revée las corporaciones y esas cosas. No quiero ser extrema, pero para mí es el verdadero problema, no lo del INCAA. Está bien, hay que limpiar; ¿pero siempre tienen que limpiar lo de más abajo? ¿No hay posibilidad de que alguna vez alguien empiece a cuestionar… no sé, a los jueces, a cosas que siempre están de la mano de los gobiernos más conservadores? ¿Nadie vio cuando estuvieron reunidos en el sur? Bah, qué sé yo… no sé… Imaginate que si vos desfinanciás la UBA, está claro cuáles son tus objetivos. Es terrorífico, es una pesadilla. No sé quién puede defender esto. Sí, lo sabemos.
—¿Quién esperás que surja como referente de la oposición?
—Alguien con ganas, con capacidad de servicio, con amor.
—¿Alguien nuevo?
—El lema del peronismo es “Unidos y organizados”, y no estamos ni unidos ni organizados. Hay referentes que son muy muy buenos y que tienen mucha vocación de servicio.
—Los argentinos estamos cada vez más enojados entre nosotros.
—Pero claro, si todo lo que recibimos es agresión, violencia desde la imagen presidencial. (Milei) es extremadamente violento. Lo fue siendo candidato y lo es ahora. Violento desde lo verbal, desde cómo expone y desde lo que dice. Imaginate que de ahí para abajo estamos todos condenados a estar irritados, nerviosos, a estar locos, a querer matar al otro. Es un horror lo que está pasando, pero es un caldo de cultivo que ya viene en los medios. ¿Cuánto hace que no importa que alguien arme una operación periodística, con todo falso?
—¿Fuiste víctima de situaciones así?
—¿De operaciones? Sí, sí. Es cualquier cosa lo que dicen de mí. Que alguien pruebe que yo vivía del Estado, y que ahora tengo que trabajar porque no trabajé nunca. O que a mí me pasaba un sobre, que a la productora de mi marido la bancaba Cristina. Cualquier cosa. Pero bueno, no nos queda otra que aprender a llevarla. Lo dicen algunos conductores, en debates donde hay paneles. En las radios se dicen cosas así, como muy al pasar.
—¿Nunca cobraron nada de parte de Cristina?
—No, no. Nunca cobramos nada de parte de Cristina. No, no. Pero ya no me importa aclararlo. Ya está.
—¿Jugamos a algo?
—A ver…
—Dame nombres: tres actores y tres actrices con los que trabajaste. Por lo que sea: que te gusten, que no te gusten. Vamos a tener que hacer cosas con ellos. Así que pensá.
—La Negra (Andrea) Pietra, porque es mi amiga. Carlita Peterson. Y Paola Krum, que la quiero mucho.
—¿Hombres?
—Fernán (Mirás), Dani Hendler y Gastón Pauls.
—¡Perfecto! Nos tenemos que acordar de estos seis.
—Sí. Cualquier cosa, recordame.
—¿A cuál de estas seis personas no le dejás a tus hijos a cargo para que los cuiden?
—Que no se los deje… Ay, pero no. Bueno, estoy entre Paola y Carla, pero por cuelgue. ¿Entendés?
—Elija una.
—Ay, no, no puedo. ¡A Dani Hendler!
—¿A quién de estas seis personas no le contás un secreto?
—A Gastón.
—¿Y a quién le contás tu secreto más oscuro?
—Y… a la Negra. Andrea.
—¿A quién de estos seis le pedirías que te pague la prepaga?
—A Carlucci.
—¿Quiere explicar? ¿Es la que está mejor económicamente?
—No, no. ¡Qué mala! Es terrible esto que estás haciendo… (risas).
—Tengo peores. ¿A quién de estos seis no le prestás plata?
—¡Ay, Dios, qué guacha que sos! No sé. A Gastón. Pobre Gas, lo adoro, mi vida. Pero qué sé yo, a mi exnovio no sé si le voy a prestar plata.
—¿Cuál preferirías que sea el permitido de Pablo?
—La Negrita. Pietra.
—¿A quién no le comprás un auto usado?
—A Fernán. No le compro ni en pedo. Ya lo conozco. Tenía un auto de Verano del 98, o sea…
—¿Se lo guardo de esa época?
—Te lo juro.
—Vivo, diría Susana. ¿A quién le pedís un consejo de pareja?
—A Dani Hendler. Porque es un tipo muy teórico, muy preciso. Te puede dar un buen consejo de pareja.
—¿A quién sumás a una noche apasionada en tu casa? Hagan lo que quieran, chicos; yo no les voy a preguntar cómo van a pasar la noche.
—Sos de terror…
—Soy una chota, lo sé.
—¡Ay, Dios, por favor! A Dani Hendler.
—Te voy a rescatar de esto.
—Sos una basura (risas).
—Vamos a pasar las cartas. Y voy a ser más buena gente, porque te voy a dar un comodín. Vas a sacar tres o cuatro cartas con preguntas, y el comodín lo vas a poder usar una sola vez, anulando esa carta. Por favor, sacá una.
— “¿Cuál fue la crítica que más te dolió o insultó en redes?” Muchas. Huy, me han dicho barbaridades extremas, pero hubo una muy heavy. Alguien puso en Twitter la dirección de mi casa con una foto mía que decía, con comillas: “Por mí, los 44 tripulantes del ARA San Juan se pueden morir por macristas”. Puso la dirección para que me vayan a escrachar. Así me quedé…
—¿Como que vos habías dicho semejante cosa?
—Sí. Al toque lo sacó. Fuimos a una fiscalía, todo largo y qué sé yo. No se pudo hacer nada.
—¿Y alguien fue a tu casa?
—No. Gracias a Diosito...
—Es un montón.
—Sí. Es un montón.
—Otra carta.
—”¿Cuál fue la mejor mentira que dijiste?”. ¿Pero cómo te la voy a contar, Tati? ¡Ah! Uso el comodín.
—Lo perdiste. Ya está, no lo vas a usar más. ¿Otra carta?
—”¿A quién le dijiste por primera vez ‘te amo’?”. A mi primer novio. Tenía 19. Sí, era grande.
—Una carta más...
—”Sos presidente por un día. ¿Qué tres decretos firmás?”. Los problemas coyunturales más urgentes para resolver son de las personas que la están pasando mal. Dar un rescate a los jubilados, hacer algo con los remedios oncológicos. Cosas muy profundas, muy sensibles y muy dolorosas que está padeciendo un montón de gente. Ahí, me parece.
—Te salió una pregunta seria al final. Mirá que yo tenía cosas más livianas.
—A ver, ¿cuáles?
—”Si pudieras cambiar por un día tu cuerpo y vida con otra persona, ¿quién serías?”.
—Un día... (Piensa). Iba a decir una actriz así, súper linda. cualquiera. Pero no, no. Yo no soy así. ¡Por un perro! ¿Ves que soy muy fiaca? Soy muy simple. Quiero descansar y que nadie me joda y me rasquen la cabeza.
—¿Estamos bien en casa?
—Gracias a Dios.
—¿Pasaron muchas crisis con Pablo?
—Pasamos alguna, sí.
—¿Se separaron alguna vez, en tantos años?
—No. Nunca, nunca, nunca…
—¿Quisiste?
—Nunca fueron crisis tan estructurales. En las crisis más profundas hubo siempre un salvataje: “Hablemos, hablemos, hablemos, hablemos…”. Siempre hubo ganas de arreglar las cosas. Por eso te digo: no sé si me quise separar alguna vez. Y en esas ganas, hubo una refundación. Y veremos hasta dónde da. Por ahí no da por mucho, no lo sé.
—Callate.
—Ay, pero qué sé yo…
—¿Perdonarías una infidelidad?
—No. No perdonaría una mentira.
—Una traición.
—Sí, eso. Uno puede ser infiel en otras cosas más profundas por ahí que la sexualidad. La infidelidad tiene demasiado peso.
—¿Nunca revisaste un celular?
—No, no. Al principio era todo re loco: yo no entendía un carajo quién era Pablo, de verdad.
—¿Por lo que pasaba con Pablo afuera o por los códigos que él iba a tener hacia vos?
—Las dos cosas. Digamos, me pude bancar lo que pasaba afuera por los códigos que Pablo tiene adentro, que son muy claros. Y también sabía que si yo no aprendía eso, se iba todo al carajo, porque él tiene conceptos muy claros. Pablo me hizo crecer como mujer, como persona. También está bueno ser un poco más flojo, y eso lo traigo yo.
—¿Volverías a elegir ser actriz?
—No, no, no.
—¿Por qué?
—Porque me pesa. Porque cuando lo hago, lo hago muy muy compenetrada. Y por todo, por lo que hay que llevar extra. Siempre me resultó incómodo. Y con los años fui aseverando esa afirmación: no me resulta fácil.
—¿Y por qué seguís?
—Porque tengo una estrella muy grande que se me presenta y no puedo descartar cosas tan dulces, tan fuertes. Yo no quería hacer teatro, pero cuando llegó esto, lo leí en una hora y dije: “¡Ay, pero es teatro, la puta madre!”. Es que te vas haciendo grande y, en mi caso, ya empiezan a prevalecer otras cosas: pasarla bien, estar más en pausa, más en calma, más tranquila, sin dar tanta explicación. No tengo esa aspiración de estar en ese movimiento. Me encanta cuando veo compañeras, compañeros que son así: cómo traccionan, ¡qué maravilla! Yo no tengo esa energía.