Oscar Martínez: “La decadencia argentina es muy evidente para cualquiera ya, es muy triste”

El experimentado actor, que acaba de estrenar la serie “Bellas Artes”, asegura: “Una parte de la población me estigmatizó los últimos 20 años por expresar mi punto de vista”. Su vida en España y por qué allí “no pueden entender que la Argentina esté como está”

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Oscar Martínez: “La decadencia argentina es muy evidente para cualquiera ya, es muy triste”

“Cualquier actor te lo puede decir: las series son muy duras de hacer”, advierte Oscar Martínez sobre una circunstancia que el espectador suele desconocer. “Son cinco, seis días por semana, con unas 10, 11 horas diarias. Y si estás en personajes protagónicos, como en este caso, de cien jornadas de grabación yo tenía 99″.

Como Antonio Dumas en la exquisita Bellas Artes, recién estrenada en Star+, grabó dos temporadas en una. “Fueron cinco meses y medio de rodaje, y yo venía de dos meses y medio de un rodaje durísimo, de otra serie. Es como hacer cinco películas seguidas. Es muy pero muy, muy, muy agotador... El cansancio me lo noto en el rostro. Pero qué suerte que en el trabajo propiamente dicho de interpretar, no se nota lo esmerilado que estaba”, ríe Martínez, quien a los 74 años debió aprender a andar en monopatín, demanda clave de su personaje. Y es que el actor más premiado de la Argentina le sigue poniendo el cuerpo a su oficio.

—¿Por qué lo seguís eligiendo, Oscar?

—Porque es mi pasión. Lo tengo claro desde hace bastantes años: (actuar) es a lo que vine a este mundo. No es un medio de vida sino un modo de vida.

Además de su compromiso artístico, durante mucho tiempo también le puso el cuerpo a su postura política. Y como dirá más adelante, debió pagar un costo. “Yo había expresado mi punto de vista”, dice, y lejos de quitarle relevancia a su accionar, desliza: “Quiero vivir en un país plural donde todo el mundo, piense lo que piense, pueda decirlo sin tener consecuencias”.

Cuando le otorgaron la nacionalidad española de manera honorífica, el camino se allanó: con su esposa, Marina Borensztein, decidieron radicarse en Madrid, no sin antes haberlo meditado durante un tiempo largo. Ya para entonces, Argentina era más que un desencanto.

En España filmó Bellas Artes, la ficción de Gastón Duprat y Mariano Cohn sobre la que se siente “muy orgulloso”. Y en este encuentro con Infobae en Buenos Aires, se explaya: “Superó lo mejor que yo podía haber imaginado antes de hacerla y durante el rodaje. Y si la primera temporada es óptima, la segunda es muy superior”.

Oscar Martínez presenta Bellas Artes, la nueva serie de Star+
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—Vamos a spoilear un poquito sobre Antonio, este hombre dedicado a la cultura que se convertirá en el director de un museo de arte. En el primer capítulo, tu personaje se describe.

—”Soy viejo. Soy hombre. Soy de ascendencia europea”. ¿Y qué más dice?

—”Blanco y heterosexual”.

—”Blanco y heterosexual”. Como diciendo: “No cumplo con ninguno de los requisitos que hoy son políticamente correctos” (risas).

—”Al final, soy una minoría”, dice Antonio. ¿Vos te sentís parte de una minoría?

—Bueno, a ver. Es un hombre de mi edad, o sea que ha vivido lo suficiente. Dice que se postula (para el cargo) con la ilusión de que sería una especie de “bala de plata”: poner al servicio de su gestión más de medio siglo en el mundo del arte. Y en ese medio siglo el mundo se ha transformado muchísimo, varias veces. Él se refiere a eso: hoy el mundo es otro del cual él ha participado en su época de esplendor.

—¿Vos cómo te sentís con este mundo en el que estamos hoy?

—Bueno… Más o menos, como Antonio Dumas.

—Al final, Antonio y Oscar no están tan lejos....

—Él es muy fóbico, un hombre que vive solo, con un gato. Tiene un hijo con el que tiene una relación mala: lo acusa de haber sido un padre ausente. Y tiene un nieto con el que no sabe cómo relacionarse. En esos aspectos no se parece nada a mí (risas). Y después, como buen gestor cultural, es un funcionario político: depende de un gobierno que lo nombre. Depende de una ministra de Cultura, que es su jefa, su superior. Y en general los gestores culturales, sobre todo los que siempre terminan cayendo en establecimientos estatales, son funcionarios políticos. Nosotros tenemos ejemplos vernáculos de gente que ha estado con la dictadura, con el alfonsinismo, con el menemismo, con la Alianza, con el kirchnerismo, y que ahora también están, ¿no?

—¿Quiénes?

—No, no voy a dar nombres. Pero han estado siempre. Y uno se pregunta cómo hace este señor para quedar parado.

—No te referís al organismo, sino al gestor.

—Bueno, Kive Staiff, que murió hace unos años, estuvo con la dictadura y después siguió en el Teatro Municipal San Martín. Entonces, desarrollan una capacidad de adaptación, llamémosle. Pueden llegar a ser cínicos, hipócritas: es casi inherente a la necesidad de permanecer en esos puestos. Y de tratar con distintos tipos de intereses: por un lado los artistas; por otro lado, los superiores políticos.

—¿La pasaste bien haciéndola?

—Fue duro. La pasé bien trabajando con Gastón y Mariano: lo hicimos con El ciudadano ilustre y con Competencia oficial, la película que hicimos en Madrid con Penélope (Cruz) y Antonio (Banderas). Ya somos un equipo de trabajo: tenemos complicidades, gustos parecidos. Me encanta trabajar con ellos y lo que hacen: esa mirada que tienen, cáustica, corrosiva, cítrica. Cómo se meten con todo, cómo desacralizan lo que está innecesariamente sacralizado. Afortunadamente, a ellos también les gusta lo que yo hago: dicen que soy medio el actor fetiche de ellos, y para mí es un honor y un placer enorme.

—Oscar, ¿sos feliz hoy?

—Sí, moderadamente sí. Razonablemente.

—¿Por qué moderadamente?

—Bueno, porque se habla mucho… A ver, tengo una vida dichosa, pero la dicha incluye el dolor también de la vida. No se vive en una burbuja de felicidad todo el tiempo. Hay días y días. Hay episodios de distinto orden en tu vida, épocas en las que lo has pasado mejor, épocas en las que… Yo estoy feliz de haber llegado a esta edad que tengo, y estar en plenitud para trabajar. De mantener el deseo de trabajar, de tener proyectos que me entusiasmen. Y de tener la ilusión de que lo mejor todavía no lo hice. Me gusta pensar eso.

Antonio Banderas va a producir la nueva obra teatral de Oscar Martínez en España
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—¿Te llevaste todos tus premios a España, o en parte de esa mudanza, que quedó a cargo de Marina, ella dijo: “No, basta”?

—El 95% de las cosas quedaron aquí; las regalamos. Los premios me los llevé pero no los tengo todos exhibidos porque, bueno, la casa (de Madrid) es más chica. Y son muchos, la verdad; más de cien. Los premios internacionales los tengo en una habitación, algunos de los premios de aquí están en un estudio que tengo, pequeño. Pero la mayoría los tengo en la baulera.

—Marina también debe decir: “Sacame todo esto de acá, que hay que limpiarlos todos los días”.

—Por supuesto. Me dijo: “Ni sueñes con que vas a poner los premios”. Entonces negociamos cuántos podía tener. Lo mismo la biblioteca: no me la llevé…

—Tenías una biblioteca majestuosa.

—No sé si majestuosa, pero era una biblioteca importante. Cuando vendí la casa, la que pudo venir aquí a hacer esa tarea dolorosísima y difícil fue Marina porque yo estaba rodando Galgos, otra serie. Y me llamaba 15 veces por día llorando o sobrepasada, estresada: “¿Qué hago con esto, qué hago con aquello?”. Un día me dice: “Los libros”. Le dije que me traiga ocho, diez títulos, no más. “¿Y lo demás?”, me dice. “Los que leí, ya los leí, y los que no leí que tengo ahí hace años, no los voy a leer, así que no los traigas”.

—¿Por qué decidiste vender la casa?

—Marina también vendió un piso que ella tenía antes de conocerme a mí. Y con eso, comprar en Madrid es muy complicado porque los precios suben y suben y suben... Va mucha gente extranjera a comprar pisos. Un piso como el que yo vivo en Madrid, que alquilo, está en dos millones o más de euros. Y ojo: deben ser 150 metros, no estás hablando de mi casa de acá, que eran 300. Lo que nos permitió la venta fue comprar a un precio razonable una casa que amamos en Marbella, muy cerquita del Mediterráneo, maravillosa, y a la que vamos muy seguido. Parece mentira, viste, que tenés una casa a dos cuadras del Mediterráneo, en un sitio precioso. Y aparte, mantener aquí (en Buenos Aires) una casa como la que yo tenía… Solamente el costo de las expensas, sabiendo que no vas a volver a vivir ahí, es una locura.

—Es la primera vez que charlo con vos ya siendo residente en España, porque antes, siempre ibas y venías.

—Fue una decisión gradual. Fui en el 2016, que empecé Toc Toc, la primera película. Fui en el 2017, 2018, 2019, 2020… Iba todos los años: entre el 2016 y el 2020 hice cuatro películas, una por año. Estaba previo al rodaje, durante el rodaje; después me quedaba un poco para descansar, pasear. Y después tenía que volver para el estreno, para hacer la promoción. Entonces, me pasaba tres, cuatro meses del año en Madrid. La idea original fue: “¿Y si invertimos los tantos y estamos al revés, ocho o nueve meses en Madrid y tres o cuatro acá?”.

—¿La política y el clima social de la Argentina también tuvieron que ver, Oscar?

—Sí, claro, por supuesto. Sobre todo, la decadencia. Me da mucha tristeza pero es muy obvia, muy ostensible, muy evidente ya, para cualquiera. Y sí, la crispación. La inseguridad. Me cruzo con argentinos; muchos se han ido ahí y muchos van a pasear. Me ven por la calle caminando y lo primero que me dicen es: “¡Qué diferencia!”. ¿Por qué? Porque van con el móvil por la calle, porque pueden comer en una terraza con la cartera, porque pueden salir cuatro mujeres de noche y no les pasa nada. Te sacás una mochila, digamos, una cantidad de cortisol de vivir en estado de alerta, que lo notás en cuanto bajás del avión. Después, el ánimo social es alegre, despreocupado. No se habla de política, y aquí no se habla de otra cosa que de política. Eso hace una calidad de vida, amén de que es un país que funciona. Hay crédito, por ejemplo. La primera vez que me ofrecieron un crédito le dije al oficial del banco: “En mi vida tomé un crédito de un banco”. Hasta que me explicó que me podían dar una cantidad de dinero importante al 3%, por tres años. “¡¿Cómo?! ¿Y cuánto pagó por mes?”; “50 euros”; “Ah…”. Otra galaxia para nosotros. Todo eso hace a una calidad de vida. Si además tenés trabajo, te tratan bien, te valoran... Bueno, yo iba y me sentía a gusto. Después volvía aquí y pasaba del enojo a la depresión. Esta es la verdad.

Oscar Martínez junto a Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna)
Oscar Martínez junto a Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna)

—¿Y desde allá, cómo ves a Milei acá?

—Estoy lejos para opinar de eso.

—¿Te gusta?

—Mirá, hace tres años y medio que no estoy y me parece que es delicado que yo hable, porque a mucha gente la puede… Yo sé cómo está la gente. Más allá de hablar de la actual gestión, la decadencia argentina es muy evidente. Yo me crié y me formé en otro país. Un país con movilidad social ascendente, con una escuela y una salud pública modelo mundial. Un país que hasta el 70 estaba entre los cinco países de mayor ingreso per cápita del mundo. Cuando termina la horrorosa dictadura militar y asume Alfonsín, el índice de pobreza era del 5%; antes había sido de 2%, 3%, y no era indigencia ni era marginalidad, era una pobreza digna, digamos. Cuarenta años después de democracia, tenemos casi el 60 por ciento. Algo hemos venido haciendo muy mal. Ni que hablar de la clase política: no veo que ninguno se haga cargo porque todos los que están son los que estuvieron con éste o con aquel. Y veo que hablan desde un lugar de supremacía y además, virulento, muy belicoso de los oponentes, como si ellos no tuvieran ninguna responsabilidad en un proceso de 40 años que nos llevó a esto. Y es muy triste. Es decir, yo no me fui alegremente: fue una decisión que tomé, sí, pero nadie quiere irse de su patria, de su lugar, donde tiene sus afectos.

—También le habías puesto mucho el cuerpo.

—Bueno, yo había expresado mi punto de vista… Por supuesto que hubo una parte de la población que me lo agradeció, y me lo manifestó. Pero también, hubo otra parte que me estigmatizó durante los últimos 20 años.

—¿Te dolió eso?

—Sí, claro. Me dolió porque yo no lo hice nunca desde un lugar que no fuera moderado y razonable.

—Respetuoso.

—Respetuoso. Quiero vivir en un país plural donde todo el mundo, piense lo que piense, pueda decirlo sin tener consecuencias más que hacerse cargo de decir lo que dice y pensar como piensa. Lamentablemente, eso no es posible en Argentina: todo lo que digas se puede volver en tu contra. Entonces a mí lo que no me gusta, y veo que está ocurriendo mucho, tanto de un lado como del otro, y hablo ahora sí específicamente de la clase política y del fanatismo de cierta gente, es cómo echan leña al fuego. Cómo abonan el fanatismo, la belicosidad, el enfrentamiento, de un lado y del otro. Eso nos conduce a un fracaso todavía más grande que el que ya tenemos. Argentina es como un barco que está escorado desde hace bastante, que tiene dañado el casco y está entrando agua por todos lados, y nosotros estamos arriba, matándonos.

—Nadie pareciera estar calmando las aguas, ni de un lado ni del otro.

—No. Y es perentorio hacerlo. Solo la mediocridad y la ceguera de la clase política es la responsable de que esto no ocurra. Hay que ponerse de acuerdo sobre cinco cuestiones básicas que cualquier nación considera innegociables. En nuestro caso sería, por supuesto, la salud, la educación, la vivienda, la distribución de la riqueza y un modelo de país. Bueno, ni que hablar pensar que en este país hay hambre: que millones de niños pasen hambre es indignante, es inconcebible, una vergüenza. Y que se estén peleando y tirando de un lado y del otro con munición gruesa, mientras está ocurriendo eso… ¿Cómo es que no deponemos las armas, deponemos el fanatismo, y buscamos un acuerdo sobre cuatro o cinco políticas de Estado? Después discutimos los detalles.

—Estamos hablando de un 60% de los niños y adolescentes por debajo de la línea de pobreza.

—Es terrible, es terrible. Con el potencial natural que tiene la Argentina, más los recursos humanos que llegó a generar. Me acuerdo de cuando uno viajaba por ciertos países hermanos de Latinoamérica y volvía horrorizado por cosas que hoy nos ocurren a nosotros, todos los días.

—Hoy están en debate ciertos organismos como el INCAA o el Instituto del Teatro. Sos un hombre de la cultura en nuestro país, ¿Cómo ves todo esto?

—Había cosas que había que hacer. Por empezar, había que hacer auditorías. Se presume que hubo mucha corrupción en el INCAA. Y bueno, hacer una auditoría, y si se comprobaba eso, aplicar el Código Penal a la gente que hubiera estado implicada en eso. Y otra cosa que también me parece razonable es revisar la cantidad de empleados que tenía. Yo estoy de acuerdo con eso. El INCAA tiene que seguir existiendo pero como existía antes: sin policía política adentro y sin favorecer a los amigos. El INCAA, funcionando bien, no le cuesta nada al Estado.

—Es importante aclarar eso.

—Hay gente que cree que paga impuestos para que sea así. No. En cada entrada de cine hay una parte que va al Instituto, y durante muchísimos años funcionó muy bien. Luego se ideologizó y se politizó excesivamente. Entonces, de golpe, se han hecho 250 películas por año cuando un país como Alemania, el más poderoso de Europa, subvenciona su cine pero produce 50 películas por año. ¿Cómo vamos nosotros a hacer 250? Mal distribuido el dinero, que se va en 1200 empleados cuando es un sitio que con 100 personas podría estar perfectamente. Todos sabemos cómo fueron las cosas. Y todos sabemos que en muchos lugares hay gente que cobra sueldos y nunca fueron a ese sitio a trabajar o no cumplen ninguna función específica. Todos los días salen nuevos descubrimientos de este tipo. Eso lo veo bien, lo haga el gobierno que lo haga: sanear las cuentas públicas. Después, hay procedimientos y procedimientos. Demonizar a todo el colectivo cultural, crear una campaña de adoctrinamiento en contra de la producción de cine o del Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo, no solo me parece una aberración: me parece un error político de principiantes, sinceramente. Porque es mucha la gente que apoyaría.

—Absolutamente.

—Por ejemplo, del mundo del cine: yo creo que el 90%, como mínimo, hubiera apoyado una política de auditoría y de revisión de la cantidad de personal. Si se hacen las cosas con menos torpeza los resultados son mejores. Ganarte a todo un colectivo en contra gratuitamente, de gente que está en los medios, gente que escribe, que piensa, que hace cine, es un tiro en los pies, pensando en la conveniencia del que gestiona.

—Oscar, esperamos la segunda temporada de Bellas Artes. Y espero volver a charlar con vos, que siempre es un lujo.

—Gracias. Yo lo que espero es que ocurra el milagro de que se produzca la moderación. Que prime la razonabilidad, la buena fe. No pensar que el otro es mi enemigo porque piensa distinto. Porque el otro, si tiene buena fe, quiere lo mismo que vos: lo mejor para el país. Quiere que la Argentina empiece a recuperar, que va a costar muchísimo, lo que fue hacia atrás: la movilidad social ascendente, la educación, recuperar todo lo que hemos perdido. Los españoles no pueden entender que un país potencialmente tan rico esté como está. No de ahora, eh; no estoy hablando específicamente de la gestión de Milei. No lo pueden entender. Y le piden a uno que se los explique, y uno no puede explicarlo. Realmente, ¿cómo explicás esta catástrofe?

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