Agostina Spinelli (34) todavía conserva el uniforme de la fuerza que vistió por una década, el mismo que guardó en el placard antes de probar suerte en Gran Hermano. Estuvo 84 días adentro de la Casa; se fue envuelta en una crisis, tras un duro enfrentamiento con Furia. “Estoy muy feliz, disfrutando de todo esto que estoy viviendo”, le dice a Infobae, y se sincera: “Me cuesta verme en las situaciones de pelea... Cuando encuentro los reels en las redes sociales, no puedo verlos. Me pasa eso: no poder verme”.
—¿No te identificás?
—No. Para nada.
—¿Con qué?
—Con las peleas. Con un ataque de pánico: me quería ir, no había forma de que me quedara. No puedo verme en la desesperación que tenía en ese momento… Nunca en la vida me pasó algo así. El canal me siguió con un psicólogo todo el tiempo, atrás mío. Mi problema era estar ahí adentro. Llegué a un límite. Yo no supe jugar el juego. Me ganó eso: no saber jugar.
En esas semanas de exposición constante frente a las cámaras, Spinelli dejó una gran polémica por un repudiable comentario sobre la AMIA. “Siento vergüenza… Hablé desde la ignorancia: no fue con ningún fin. Sé que fue un atentado. Y no tengo más que palabras de perdón a la gente que perdió un ser querido ahí. Estuve tres días sin dormir pensando en lo mismo, en la burrada que había dicho”.
Una vez afuera de la Casa, Agostina no solo se reencontró con su papá y el resto de su familia, sino también con su hija adolescente. Y entonces, la historia familiar que se repite: si algo desea para More es que no salga policía, como ella.
—¿Puedo ir un poquito para atrás, antes de la Casa?
—Dale.
—¿Cómo fue tu infancia?
—Nací en Federación (Entre Ríos), pero con mis dos hermanos menores nos criamos en zona norte (de Buenos Aires), siempre con mi mamá, ama de casa, y mi papá, policía. Clase media: no sobraba, pero tampoco faltaba. Una infancia linda: no tengo malos recuerdos de nada.
—Familia de policías.
—Familia de policías: papá, abuelos, tíos, primos; todos. Mis hermanos, no. Pero es como que viene una cadena larga de familia policía.
—¿Cuándo entendiste que ibas a ser policía?
—Siempre quise ser policía, desde chica. Como fui mamá muy joven, a los 18 años, había dejado el colegio y por eso no podía: tenés que tener el secundario. Cuando More era muy bebé, termino el secundario y me meto. Y yo, feliz de la vida.
—¿Te gustaba que tu papá fuera policía?
—Sí, me gustaba. Me daba como esa… ¿Cómo te puedo explicar?
—¿Orgullo?
—¡Sí! Sí, sí, totalmente.
—¿Y no te daba miedo?
—No. Siempre se escucharon cosas: que hubo una persecución, que estuvo en un tiroteo... Y era como: “¡Guau, mi papá se enfrentó a eso!”. Era un héroe.
—¿Qué le pasó a tu papá cuando supo que su hija mayor tenía ganas de ser policía?
—Él no quería. Prefería que estudiara otra cosa. Cuando le dije que entraba a Gran Hermano para mi papá fue una felicidad porque yo dejaba la policía. Pero por cómo está la calle, ¿entendés? Está muy jodida, muy complicada. Y más para una mujer.
—Cuando te recibís, ¿cómo empezás?
—Voy a patrullar, directamente.
—¿Qué fue lo primero que te impactó en la calle?
—Y… la clase de gente con la que te cruzás. Si bien yo lo veía en la tele, no es lo mismo ser vos la protagonista, tener que poner autoridad.
—¿Qué viste? ¿Con qué te encontraste?
—Generalmente lo primero que hacés es identificar a la gente: ves las caras, ves cuando la gente está nerviosa. Vamos siempre por lugares donde hay villas, se suele rodear esa parte. Y los ves saliendo de la villa: “¿De dónde sos?”. Se empieza así. Por ahí no tienen documento, o son de otra zona: “¿Y qué hacés acá?”. Y bueno, se le hace una requisa. Si tienen documento se coteja para ver si tienen pedido de captura o si están bien. Así se arranca. Pero después de eso podés encontrar un montón de cosas que llevan a esto último que pasó con mi compañero, al que mataron.
—En los 10 años que estuviste en la calle, patrullando, ¿qué fue lo más duro que te tocó ver?
—¡Uff! Me he cruzado con gente que se suicidó, porque lo primero que hacen es llamar al 911. Gente que se tiró debajo de un tren. O ver un compañero herido. Es terrible...
—¿Se puede dormir bien después de observar esas situaciones?
—No. Bien bien, no quedás… Me ha pasado ver chicos muy chicos golpeados por sus padres. O en situación de calle, muy triste. Y una, como mamá, se va con esa angustia de no poder ayudarlos… Los ayudamos, sí, pero no de la manera como lo haría una mamá.
—Hablás de chicos, y hoy se discute mucho la edad de imputabilidad.
—No quiero meterme en ese tema porque sé que es complicado.
—Te saco de la discusión. Pero algo me angustia: previo a que un chico de 14 años esté armado, algo se rompió. ¿En qué momento empezamos a perder a los pibes de 11, 12 años, y a que los ganen los malos?
—Mirá, te voy a contar una situación que me marcó. Había un nenito de seis años con una navaja, queriéndole robar la cartera a una mujer. Cuando llegamos nosotros, lo vemos: era un nene en situación de calle, de seis años; un bebé era... Creo que no sabía ni escribir. No sabés cómo lloró esa criatura… Claro, uno lo reta, porque más de eso no podés: “¿Qué hacés?”, le decís, y yo, te juro, tenía unas ganas de abrazarlo… Me pasaba eso. Si bien mi trabajo me hizo fuerte, me hizo como una coraza, había situaciones que me superaban. Entiendo que esto, obviamente, viene de casa: están mal enseñados, no tienen un colegio. Pero es terrible, terrible. Y cuando ves de 10, 14 años, te da mucha impotencia.
—Un chico de 12, 13, 14 años que está armado, ¿sabe lo que está yendo a hacer?
—Sí, sabe.
—¿Tiene conciencia de la situación?
—Sí, sí. Totalmente. Sí, sabe lo que hace.
—¿Y cómo lo manejás? ¿Como un adulto?
—Como un adulto, sí. O sea: está armado. Y la realidad es que son los más peligrosos porque no tienen noción.
—En una época decíamos: “Bueno, antes te robaban, pero tenían códigos”.
—No… Hoy te matan por un celular. Y ni hablar si ven a un policía.
—¿Hay más saña con los policías?
—Sí, totalmente. Sí, sí.
—Y esos chicos, ¿suelen estar explotados por alguien mayor de edad que los usa, sabiendo que ellos tendrán una pena menor?
—No. Yo lo veo más por la situación de tener las cosas fácil.
—¿La Policía tiene los recursos que necesita para cuidarnos?
—No, no tiene. Muchas veces los móviles están rotos. Durante un tiempo largo tuvimos los chalecos (antibalas) vencidos. Y además, nos los prestábamos: terminaba mi turno y el chaleco te lo ponías vos, y se lo ponía el otro. Y era algo que vos decís: “No, no…”. El talle era gigante. Igual los usábamos porque no había en el Ministerio.
—¿A un policía, le pagan lo que deberían pagarle?
—No, es un desastre. Pero… desastre, literal. La Policía no está valorada. Uno está arriesgando su vida en la calle para nada. Y es por vocación: el que entra a la Policía no lo hace porque es un trabajo y quiere salir adelante. No. Es vocación: te tiene que gustar lo que vas a hacer. Lo mío fue así. Pero bueno, lamentablemente, el país, la vida... No podés vivir solamente de vocación.
—¿Cuál era el sueldo de un policía cuando entraste a la Casa?
—Si no me equivoco, era de 230.000 pesos. Nosotros hacemos 12 horas de servicio por 36 de descanso. Y lógicamente, hacemos adicionales, que es un extra, trabajando, cuidando algún lugar, un restaurante, por ejemplo. Pero imaginate: yo alquilo, los alquileres estaban por las nubes, no había forma de que yo pudiera guardar 10 centavos. Es tan poco lo que pagan...
—Mientras estuviste en la calle, ¿estabas dispuesta a dar la vida por otra persona?
—Sí, totalmente. Sí.
—Pero vos sos mamá, tenés una hija…
—Sí, una hija de 16 años. Pero es así. Cuando estamos en una persecución vamos a… no sé, por decirte, 150 o 200 (kilómetros por hora): queremos agarrarlo. Es tanta la bronca que te da que robaron o que hirieron, que vos lo querés agarrar… Querés que se termine. Sabemos que hay un millón de gente que hace las cosas mal, pero por lo menos es uno que agarrás, y es como decir: “Bueno, uno menos”. Y en eso, lógicamente, arriesgás tu vida.
—¿Le da miedo a un policía defenderse en la calle? Muchas veces hemos escuchado: “Si me estoy defendiendo y lo mato yo, voy preso; pero él, no”.
—Mínimo: perdés el trabajo. Y en segunda: vas preso. O sea: lo pensás... Tenés que ser muy pensante: no podés actuar porque sí. Imaginate que las leyes dicen que primero tiene que disparar el ladrón, y recién después podés hacerlo vos, por más que tenga un arma. Ha pasado que (los delincuentes) han tenido armas y eran de mentira, y te dicen que vos, como funcionario, tenés que saber. Pero de lejos, son iguales… Es increíble. Y sí, como mínimo perdés el trabajo; y si no, te matan.
—Es decir, da miedo estar en la calle.
—Sí. Mucho, mucho…
—Existen también los casos de gatillo fácil
—No, ya no. Los he escuchado cuando era chica, pero ya no. Por este tema de que se cuidan muchísimo.
—Recién mencionabas que te tocó enfrentar algo dificilísimo: la pérdida de un compañero.
—Sí…
—¿Cómo fue?
—Estaba patrullando en la zona de Beccar y fue a identificar a dos personas. Siempre tenemos más o menos las mismas zonas, los conocemos, sabemos: miramos las caras cuando están nerviosos, nos damos cuenta de que no son de la zona. Este chico baja a identificarlos; les pregunta de dónde son. Y de la nada, le sacan un arma y le pegan dos tiros. De la nada... Él llega a tirarle, pero (la bala) le pega en un pie. Y a mi compañero, le pega en el ojo. La trasladan con vida. Llega al hospital y fallece.
—¿Cuántos años tenía?
—23 años. Recién arrancaba. Terrible…
—¿Están detenidos?
—Uno sí, pero el otro no. El que estaba herido, el que disparó, sí; lo encontraron por la sangre. Del otro, no tengo idea. Como me metí a la Casa ya no supe nada más. Pero fue terrible, fue terrible...
—En ese momento, ¿cómo te enteraste de lo que había pasado?
—Yo estaba trabajando adentro, en las oficinas, y escucho que por la radio piden apoyo: “¡Apoyo, apoyo!”. Quedamos todos impactados. “Tenemos un compañero herido”. Y chau. Te agarra un escalofrío…
—¿Qué hacés si viene tu hija y te dice que quiere ser policía?
—Ay, no, no... Mirá, a mí me pasa que me preguntan: “¿Extrañás?”. Sí, extraño mucho, porque me hacía bien saber que podía ayudar a alguien. Eso me llenaba. Pero si mi hija me dice que quiere ser policía, no.
—¿Por qué?
—Porque no. Porque no está valorado. Está muy difícil la calle: es arriesgar tu vida, sos un número, sos la nada misma. La realidad es esa. Es triste. Cuando yo entré, en el 2015, estaba tan emocionada, tan feliz de que lo había logrado. Había hecho ocho meses de cursada, y se hablaba de eso: por qué tan poco, que no les enseñan nada en ocho meses. Pero se necesitaba mucho personal. Policía se aprende en la calle, en el día a día.
—¿Te tocó usar el arma?
—No. Nunca. Por suerte. Sí tuve situaciones en que debí sacarla y correr por arriba de unos techos en una villa, porque había un transa, como se dice a los que venden (droga), que le había tirado un tiro a un vecino y fueron a apedrearle la casa. El olor a pólvora; la gente, alrededor de cien personas; las piedras, que eran adoquines así: lo iban a matar. O sea, nosotros teníamos que sacar a ese tipo de alguna manera, por otro lado. Fuimos con unos veinte móviles. Lo sacamos y lo llevamos a comisaría. Eso fue lo más heavy que viví.
—¿Por qué si los vecinos denuncian dónde están los kioscos de droga muchas veces no se hace nada?
—Es complicado llegar a eso, a agarrarlo en el momento. Porque sí, te pueden venir a decir: “Che, allá”. O los ves salir. Pero en el momento del allanamiento, a veces encontramos y a veces, no.
—Otra de las cuestiones de la que se habla mucho es “la portación de cara”. ¿Se piden documentos a determinados perfiles en particular?
—No es tan así. Hemos agarrado gente que estaba de traje y eran terribles chorros. Terribles. Sí miramos mucho las actitudes: si están nerviosos. El lenguaje corporal.
Agostina, de civil
Ser policía es su vocación, buena parte de su vida, una manera de sentir, de proceder. Pero Agos es mucho más que eso, aun cuando advierta que, luego de la experiencia en Gran Hermano, ahora sea otra mujer.
—Ahora estás soltera.
—Sí, sí.
—¿Y para qué estás? ¿Para conocer gente?
—Conocer gente, sí. Hoy no quiero estar en pareja.
—¿Tuviste relaciones sexuales desde que saliste de la Casa?
—No. Nada.
—No sé si te creo, Agostina…
—Estoy asexuada. Como que estoy disfrutando. Y vengo tan cansada de los días de programa que lo menos que se me pasa por la cabeza, es eso.
—¿Qué tenés ganas de que pase? ¿Qué te ves haciendo?
—Ahora está el streaming y me gusta mucho. Tipo panelista.
—¿Qué te dice tu hija?
—Ella está contenta: “Mi mamá estuvo en la Casa de Gran Hermano”.
—Tiene 16 años, y en la adolescencia, las hijas se enojan un poco con las madres. ¿Te tocó pasar por eso?
—Mirá, hubo una nota: decían que More no vivía conmigo. La realidad es que está compartido. Como va a un colegio que está enfrente de la casa del padre, llegamos a un arreglo: “¡Listo! Vos, de lunes a jueves; yo, de jueves a domingo”. Y nos manejamos más o menos así. Pero se dijo: “No vive con la hija”. Y cuando me preguntaron por qué me había anotado (en el casting), dije: “Porque quiero tener mi casa”. Y me criticaron en ese sentido. Le hicieron una nota a More: “A veces me llevo mal con mi mamá”, dijo. Y sí, lógicamente que a veces tenemos ese cruce, que es difícil, de mamá-hija adolescente. Soy mamá joven.
—Muy joven.
—Y una mamá policía. O sea: “Vos no salís sola, vos me avisás”, “Vos no te subís a un Uber, te voy a buscar yo”. Soy muy estricta y claro, tenemos esos cruces: “A veces te confundís -le digo-, yo soy tu mamá, no soy tu amiga”. Es complicado.
—Y vos, como hija, ¿cómo fue cuando le contaste a tu mamá que estabas enamorada de una mujer?
—Uh… fue heavy. En ese momento no la pasé bien porque mi mamá era súper cerrada.
—Y More, ¿qué te dijo?
—A ella se lo conté primero. “More, mirá, te tengo que contar algo. Viste…”. “¡Ay, ya sé, mamá! Ya sé que no son amigas, que son pareja”. Si bien yo no me mostraba, ya la tenía reclara. Complicado fue con mi mamá...
—¿Más que con tu papá?
—Sí. Mi papá dijo: “Es lo que ella elige, está bien”. Con mi mamá somos muy unidas, y en el momento me dice: “No es la muerte de nadie. Si vos sos feliz…”. “Bueno, bien. Increíble”, pensé. Pero a los días, miro: me había bloqueado. No podía ser lo que me estaba pasando, no entraba en la cabeza de ella. Fue terrible.
—¿Y cómo aflojó?
—Ocho meses después. No, no… La pasé mal.
—¿Te dolió?
—Uff. Fue lo peor que me pasó en la vida. Lo peor. Me acuerdo y me angustio…
—¿Qué se te jugaba en eso? ¿El vínculo con tu mamá? ¿El vínculo con tu propia identidad?
—Era todo. Que yo había dejado a mi familia por lo que me había pasado. Me había ido de mi casa, no tenía dónde vivir. Tenía mi trabajo, nada más. Yo estaba juntada, y había dejado mi vida. Y claro, no tenía dónde vivir; More se quedó con el papá hasta que yo encontrara algo, mi mamá no me daba bola, no tenía esa contención que necesitaba. Fue el peor momento de mi vida.
—¿Tu papá, bancó?
—Sí. Igual, mi papá es una persona que no se mete en la discusión. Yo sí sabía que él trataba de aflojarla a mi mamá, como diciendo: “Es normal”. Muy abierto mi papá.
—¿Y cómo aflojó tu mamá?
—Cuando mi expareja la fue a buscar. Era tanto lo que a mí me dolía, lo que yo la necesitaba, que fue, se sentó y le explicó. Y creo que ahí, entendió.
—Después, todo se fue ordenando.
—Sí, gracias a Dios.
—¿Y hoy?
—Y hoy… Bueno, nada: estaba en pareja cuando entré a la Casa, pero estaba medio quebrado todo. Me había dicho que iba a estar todo bien, que me apoyaba, me aguantaba, que me iba a esperar. Salí, vi cosas que no me gustaron y dije: “No, hasta acá”. También entiendo que la Casa me cambió la cabeza.
—Gran Hermano, la baja de la Policía, la separación, con todas esas cosas que pasaron, ¿el último año de tu vida fue mejor o peor que los anteriores? ¿Fue un año de crecimiento?
—Sí, yo creo que sí. Y de muchos cambios. Soy una persona muy de mi casa: no salgo a bailar, soy muy casera. Yo, mi hija, mi mamá; y creo que tengo cinco amigas como mucho: no soy una mina que sale todo el tiempo, que se hace amigos. Y soy muy de mi zona de confort: no me saques de acá porque se me desconfigura todo. Y estos fueron muchos cambios. Creo que son para bien. Me costó muchísimo dejar la Policía. Estaba dejando lo poco que tenía o lo que tenía por un… no sé. Y me arriesgué. No sabría decirte si es el mejor año, pero sí es un cambio en mí: soy otra Agostina.