La búsqueda de Zoe Hochbaum pareciera estar relacionada con perseguir la verdad. Su verdad. Ya sea en el cine —donde amplió su horizonte, llevando sus intereses artísticos más allá de la actriz– como en el amor, la amistad y hasta el placer. Al fin, replantearse las doctrinas, revelarse ante los dogmas. Sonríe al recordar aquella vez que se detuvo ante su abuelo y le dijo que no quería ser judía. “¡Que pesada! Ella, todo en contra”, ríe, y descubre el trasfondo de aquel planteo: “¿Sabés lo que a mí me molestaba? Que me impongan una religión, una sexualidad, un título... Dejame, que yo voy a elegir”.
Su atención también alcanza las redes sociales: “Hace un mes me borré TikTok. Me hacía mucho daño –confía–. Primero, porque es uno atrás de otro: se vuelve una adicción a lo instantáneo. Y además, todo es estético: se pierde la profundidad y solo es algo para el afuera. Hay una aplicación que te cambia la cara; o sea, podés tener otra cara. Y decís, ¿dónde quedó la verdad? De pronto además ves que las personas son todas iguales: las mismas caras, los mismos pelos. ¿Y dónde está uno, lo auténtico de uno? Las redes sociales no son la realidad, pero también hay que entender que son un juego: uno puede divertirse”.
—¿De Instagram también te fuiste?
—No, todavía no. Me miento que lo necesito para mi trabajo. ¿Y hasta qué punto? Pienso en todos los trabajos que hice como actriz y ninguno me lo dio Instagram.
Zoe no lo dice pero se le nota: está orgullosa. Este jueves 28 se estrenó en las salas porteñas Como el mar, la película que no solo la tiene como protagonista –compartiendo escenas con Sofía Gala y nada menos que la española Carmen Maura– y productora; además, el guion lleva su firma, junto a Gustavo Gersberg. “El común denominador en todos los espectadores, más allá de que a uno le puede gustar más o menos, es que todos perciben el mismo corazón: es una película que tiene verdad”, destaca.
Dirigida por Nicolás Gil Lavedra, la coproducción entre Argentina y Uruguay aborda la relación de Azul (Hochbaum), de 17 años, con Paula (Castiglione), su hermana mayor, de 34. Cuando muere su mamá, Teresa, ambas se enfrentarán a las consecuencias de un secreto familiar que sale a la luz, en una trama en la que también se verá involucrada su tía Mecha (Maura).
“Lo interesante de la película no es el secreto sino el vínculo entre ellas –advierte Zoe en este encuentro con Infobae– y hacia dónde van: un camino de aceptación mucho más que de transformación. Será un viaje de grises, porque fuimos educados blanco o negro, mamá o papá, mamá buena, mamá mala, con un modo de maternar, un modo de ser pareja. Todo es un modo, todo es una etiqueta”.
—En la película se habla de maternidades, deseadas y no deseadas. También de las maternidades posibles, porque a veces está bastante idealizado o hay una mirada muy romántica sobre la maternidad.
—La gente hace lo que puede, y hay que empezar a ser un poco más pacientes con el otro: con las posibilidades de cada uno, con los contextos, con las realidades. Con la maternidad, ni hablar. Habiendo escrito una película sin ser madre, siempre me interesó este concepto de lo deseado y lo no deseado. De las elecciones, en todos los vínculos. En esta película me interesaba contar cómo, con las posibilidades que tuvo Paula de ser madre, con que hizo lo que pudo, igual la elegía a Azul, e igual Azul la elegía a ella. A mi mamá siempre le digo que la amo no porque sea mi mamá, sino porque la amo a ella y la elijo como persona.
—¿Te bancás una mentira si sentís que fue por amor?
—Es difícil. El perdón me sale muy fácil, pero la espinita... Perdono pero no olvido. Sí, hay algo que me queda.
—No soltás del todo.
—No, no. Me encantaría, lo trabajo. De hecho con mi personaje, con Azul, aprendí un montón a soltar, a la no reacción.
—¿Alguna vez descubriste un secreto dentro de tu familia?
—Nada que haya dicho “¡Uff, tengo que tomar decisiones!”. Pero típica que cuando se muere un abuelo, aparecen amantes o cositas, tonterías, fotos que decís: “Y esto, ¿qué onda?”. Detalles así. Me pasó más en la adolescencia: descubrir que una amiga me había mentido, típicas cosas de adolescentes que no sabés cómo manejarte, y para mí, era el antes y el después. O sea: “¿Me mentiste? Desaparecés de mi vida”. La adolescencia es una etapa muy difícil, muy apasionante, en la que todo es como muy terrible. Pero a la vez está muy subestimada porque todo eso que sentimos es real.
—¿Te sentiste subestimada en algún momento?
—Muchísimo. Empecé a trabajar muy chica, y no solo como actriz sino como escritora. Soy una productora muy joven; tengo 24 años.
—También escribiste columnas en Infobae sobre temas muy profundos.
—Y desde muy chica. Siempre tuve la suerte y el privilegio de que me dieran voz, pero estaba el comentario: “Es muy chica para hacer esto”. Y me sigue pasando. Sí, obvio que soy muy chica, pero eso significa que tengo muchísimo para aprender y estoy preparadísima para ese camino largo. A todas las edades uno tiene mucho para aprender.
—Y en todas las edades uno tiene mucho para aportar. A vos te toca el “es muy chica”, y a un montón de actrices les toca el “es muy grande”, que es más injusto con las mujeres.
—Ni que hablar.
—El hombre es galán y protagonista hasta los 70, y una actriz de 70 es la tía de la novia de 20 del protagonista. Pareciera que siempre nos falta un poquito para conformar.
—Siempre. Nunca alcanza. Es como algo dividido, y en realidad lo interesante es lo intergeneracional. En esta película estamos Sofía, Carmen Maura y yo, tres generaciones diferentes.
—Hay una búsqueda en eso de las tres generaciones, ¿no?
—Por supuesto. Me nutro de otras generaciones, de gente más grande y de gente más chica.
—¿Cómo fue trabajar con Carmen?
—Un sueño que se hizo realidad.
—¿La convocaste vos?
—La convoqué yo. Con Carmen compartimos representante, Ramón Pilacés, y la conocí en España, en un cocktail. Cuando la saludo, ya al toque nos caímos bien las dos; fue algo mutuo. Y mientras ella me hablaba, que de hecho se lo confesé el otro día, yo la escuchaba y decía: “Es Mecha, es Mecha…”. Y estaba toda nerviosa: “¿Cómo le digo que ella tiene que estar en mi película?”. Le gustó el guion y me dijo que sí. Lo que para mí era un miedo a que fuera una desventaja, mi edad, en realidad fue la ventaja. Fue lo que hizo que Carmen y Sofi dijeran que sí: no podían creer que una mujer tan joven hubiera escrito una película.
—Estás viviendo en Uruguay.
—Estoy viviendo en Uruguay. Cipaya, me dicen ahora (risas).
—¿Cómo lo estás llevando?
—Bueno, es difícil dejar el país de uno, sobre todo cuando no lo querés dejar. O sea, amaba vivir en Buenos Aires, pero había algo de mi dinámica acá que… Necesito el mar. ¿Me podría haber ido a la Costa? Sí. Pero en su momento decidí irme a Uruguay por amor, y también por mis amigos de allá. Terminé de filmar Como el mar y dije: “Che, me parece que me quedo”. Y no volví. Primero me quedé como un año en Punta del Este hasta conseguir departamento en Montevideo. Hace unos meses me mudé a Montevideo.
—¿Y ese amor por el que un poquito te fuiste…?
—Quedó en el pasado.
—¿Y cómo andas hoy?
—Muy bien. Yo no funciono sin amor. Funciono sin pareja, pero necesito sentir amor. Con mis amistades igual. Incluso en el trabajo: me gusta trabajar con gente que quiero, que llego a set y me sale una sonrisa.
—¿Hay un papá celoso, cuida?
—No, cero. Nunca. En mi casa siempre fue: “Traé a quien quieras, hacé lo que quieras tranquila”. O sea, han conocido a no novios también.
—Casi algo.
—Casi algo. Sí, los han conocido sin problemas.
—Qué término actual este de casi algo.
—Es que no existe lo casi. ¿Qué es lo casi?
—Cómo cuesta decir que alguien es una pareja, aunque sea por un ratito.
—Cuesta un montón. Ya la palabra etiqueta es fea, es como un nombramiento que se pone a veces para una cuestión de orden. Los títulos… Pero para mí, lo que hay que ordenar no es el título: no importa si sos mi novio, novia; el tema es el código que uno tiene con esa pareja. Si el código está claro para las dos partes, podés llamarte Mongo Aurelio que me da lo mismo.
—¿Tuviste relaciones abiertas?
—Sí, tuve relaciones abiertas.
—¿Y las llevaste bien?
—Las llevé bien, sí. De hecho una de las columnas que había hecho para Infobae era sobre eso: no me gusta el nombre que le pusimos, la relación abierta.
—¿Cómo le pondrías?
—No sé qué nombre le pondría… Es un buen ejercicio para pensar. En realidad, lo abierto tiene que ser la mente: ¿cuánta gente tiene una relación abierta y sufre de celos, de inseguridad? Abren la pareja en pos de otra cosa. Pase lo que pase, si vos vas y tenés sexo con otra persona, ¿qué importa? Obviamente, si a uno le hace mal hay que charlarlo con el otro. Pero lo que realmente importa en un vínculo es quererse, entenderse, ser sincero con el otro.
—Otra de las columnas que escribiste tenía que ver con juguetes sexuales.
—Sí. Fue un día muy gracioso porque, claro, los juguetes sexuales te los mandan medio escondidos. Mi mamá llegó a mi casa y se puso a abrir los paquetes, porque estaba esperando algo. Lo abrió, lo vio, y fue buenísimo porque a ella le aparecieron dudas. De pronto era la generación de los dildos contra una generación que… cero. Y yo dije: “Hay que hablar de esto”. Todas las mujeres de todas las edades tienen que saber esto, animarse a probar, a preguntar, a saber qué son. A saber que, hay tantos dildos como personas en el mundo. Es una locura. Para mujeres, varones, para todos.
—¿Cuántos tenés?
—Tengo tres. Y tengo un favorito. El dildo te permite investigar con vos misma, conocerte a vos misma. ¿Cuántas mujeres o cuántas personas tienen sexo pero no se conocen? Una chica me ha llegado a decir: “Me da vergüenza hacerme la paja, tocarme”. Y yo no lo puedo creer. ¿Cómo te va a dar vergüenza tu propio cuerpo, con vos misma?
—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus papás en la adolescencia?
—¡Puff! Muchísimos. Mis padres se llevan la medalla de oro. Es tan difícil ser padre…
—¿Eras peor que tu hermano?
—Sí. Mi hermano, siempre lo correcto: mejor promedio en el secundario, abanderado, no sé qué. Y yo, siempre todo quilombo. Nunca nada ilegal, jamás. Pero siempre llevaba las cosas al límite. Cuando las chicas jóvenes salían con alguien de su edad, yo salía con…
—Tuviste un novio 20 años más grande.
—Sí. Siempre así, ¿viste? Corridita del eje.
—¿Cómo fue decir en casa que salías con alguien 20 años mayor?
—Fue difícil, fue difícil…
—Vos estabas enamoradísima.
—Enamoradísima. Total. Pero no entendía muy bien cómo podían haber tantas reglas, ¿entendés? ¿Cómo hay reglas para el amor, reglas para vincularse? Todo hablando desde cuando uno es más o menos sano, obviamente. Siempre quería ir en contra del mandato, de lo preestablecido. En ese momento se veía como rebeldía, pero yo creo que era mi militancia. Ahora me relajo más hasta con los chistes: si a mi viejo se le escapa un chiste, ya está. No entro más en esta.
—¿Se le escapa o te lo hace a propósito, para picarte un poquito?
—Se le reescapan. Y se olvida: “Ah, cierto que estás vos acá”. Pasa que también había que atravesar ese momento. Yo siempre lo digo: toda revolución necesita los extremos porque eso es lo que hizo que le peguemos una cachetada. Lo que dice Luciana Peker de la revolución de las hijas.
—No me dijiste de qué situación tuvieron que rescatarte tus padres. ¿Alguna vez llegaste a tu casa en muy mal estado?
—No, nunca fui desbordada, nunca llegué borracha. Eso, jamás. No me pasa ni hoy. Sí llegaba desbordada de emociones. Yo era desbordada con las emociones: me rompían el corazón, o una amiga tenía una actitud fea, y entonces era el fin del mundo. Y todo era terrible.
—¿Se lloraba frente al espejo?
—¡Muchísimo! Me encantaba cómo me quedaba el color de los ojos cuando lloraba. El acto de llorar era un acto que también disfrutaba (risas). Después leí “Instrucciones para llorar”, de Cortázar, y dije: “¡Claro! Esta es la poética del llanto”. Por eso a mí me gusta tanto, porque hay toda una poética, una romantización; hay algo que uno está depurando ahí.
—Cuando charlamos la última vez vos usabas mucho el lenguaje inclusivo, con naturalidad.
—Sí. No lo uso más.
—¿Por qué?
—Porque ahora, ya más grande, entiendo la militancia desde otro lado. Creo que no está tanto en los detalles, como lo creía cuando era adolescente y con los primeros movimientos de Ni Una Menos, que estaban en el último detalle... Era como un tejido muy a mano. Y ahora es como: “El detalle, no; vamos a lo macro”.
—Pero tampoco te molesta el que lo usa.
—No, no me molesta nada de nada, ni de nadie.
—Te lo consulto porque estamos en un momento en el que en algunas instituciones, sobre todo gubernamentales, se está prohibiendo.
—Y… pero pasa que ahora les molesta a todos todo, y se prohíbe todo. Ahora pareciera como que todo se va a cerrar, todo va a terminar, todo está mal. Entonces creo que a nosotros, los mortales, nos queda seguir defendiendo eso. Lo mismo con el cine.
—¿Qué te pasa con todo lo que está sucediendo con la cultura en la Argentina?
—Estoy muy asustada porque no todos tienen el privilegio de seguir haciendo cultura, de seguir haciendo cine. Por eso ahora, como productora, me siento con tanta responsabilidad de seguir haciendo cine. Soy un granito de arena, diminuto, pero creo que los que tenemos la posibilidad de ejecutar el cine, no de soñarlo sino de hacerlo realidad. Ahora es el momento en el que más tenemos que hacerlo. Tenemos que cuidar los festivales: el Festival de Mar del Plata es espectacular, de clase A, valoradísimo en todo el mundo, y no lo estamos cuidando. Pareciera que para todo el mundo el cine argentino es increíble, y en nuestro país, ¿dónde está el cuidado al cine argentino? ¿Dónde está el cuidado a todos los realizadores de cine? No solo a los actores; siempre se pone a los actores en un lugar y somos todos lo mismo, todos valemos por igual. Si no lo cuidamos nosotros, desde nuestra casa también, yendo al cine… La gente no va más al cine. Pero las plataformas cooperan en eso porque te dejan estrenar, te dan tu tiempo para que estrenes.
—Hay algo del discurso actual que plantea que es esto o lo otro. Por decir algo: es el INCAA o son los colegios en Formosa. Y eso genera mucho enojo porque hay mucha gente pensando que por el cine, un montón de chicos no están comiendo.
—Sí, es un error garrafal. El error inicial está en pensar que es lo uno o lo otro. La cultura no es comida, por supuesto, pero es casi como comida en algún punto. La cultura nos sostiene, nos une. Con la cultura aprendemos, es educación. Ahora está retrillado porque de pronto la gente mira mucho más cualquier basura, mero entretenimiento, que no está para nada mal, pero la cultura es mucho más que ver una película y comer pochoclos. Del cine, del teatro, de escuchar música, salís transformado. La cultura es una experiencia psicomágica. Es importantísimo leer, escribir, tener acceso a la cultura, porque de pronto pareciera que el círculo es cada vez más chiquitito, más chiquitito, más chiquitito…
—¿Qué crees que viene?
—Uff… Creo que se viene una mega fuerte, medio heavy, y que tenemos que estar preparadísimos. Y por preparadísimos me refiero a seguir haciendo: ver cine y hacer cine, ver teatro y hacer teatro. O sea, ver y hacerlo.
—Hay una convocatoria también ahí al público, a ser parte en esta defensa de la producción nacional.
—Es que no podemos sostenerla solo los realizadores: necesitamos también a la gente que lo consume. No sean hipócritas: la pandemia también se pudo mantener gracias a la cultura. ¿Cuántas series nos devoramos en pandemia? ¿Cuántos libros nos devoramos en pandemia?
—¿Cómo sigue tu año?
—Sigue muy hermoso, por suerte. Estoy muy entusiasmada con lo que se viene. En noviembre vamos a estar produciendo la ópera prima de Morena Fernández Quinteros, una de mis íntimas amigas, escrita por otro de mis grandes amigos, Juan Cavoti. Así que va a ser un año que le tengo mucha expectativa a eso. Y se viene mi segundo libro: “Mi último tercer uruguayo”.
—¿Cuándo cumplís años?
—13 de mayo.
—Ya, en breve. Y en las velitas, en los tres deseos que vas a pedir, ¿cuántos tendrán que ver con que algo cambie y cuántos con que las cosas continúen como están?
—Mirá qué buena pregunta… Todos son para que algo cambie, porque incluso lo que se sostiene va a cambiar. Los vínculos que quiero sostener ojalá cambien, porque eso significa que crecen. De hoy a mañana, no quiero ser la misma persona. No es grandilocuente el cambio; a veces son detalles. Que siga creciendo, que siga mejorando, que el disfrute sea cada vez mejor. Pero no es una ambición de insatisfacción, porque si no pareciera que todos los días querés que algo sea mejor. No. Quiero todos los días poder sorprenderme o decir: “¡Ay, mirá qué linda la persona que tengo al lado!”. Que con mis amigos me pasa todo el tiempo, yo no lo puedo creer.