Juan Minujín: “El Estado está para otras cosas, no para atacar artistas, cantantes y periodistas”

El actor, que se puso en la piel de Guillermo Coppola para la serie recién estrenada, dice que no concuerda “con esta idea de enfrentar a la gente con la cultura”. Y agrega: “El mundo sería otro si los políticos no tuvieran tantas redes sociales”

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Entrevista de Tatiana Schapiro con Juan Minujin

Dos horas y media, antes de cada jornada de filmación. Convertirse en Guillermo Coppola le demandaba “un rato largo, todos los días”, entre las pelucas, el vestuario y el make up. Pero no se trataba solo de parecerse: Juan Minujín quería ir más allá del solo hecho de recrear a una de las figuras más emblemáticas de los 90. Su intención era descubrir “lo que hay detrás del personaje de Guillermo, el que todos conocemos, que está en la tele, que es el anfitrión, que es gracioso, que cuenta las anécdotas”.

El resultado –Coppola, el representante, con seis capítulos ya pueden verse en Star+- lo dejó más que satisfecho. “Fue uno de los trabajos más lúdicos que hice en mucho tiempo”, dice, y se lo intuye hasta orgulloso, aunque sabe que -en cierta medida- ya no le pertenece. “A partir del estreno se termina de cerrar un ciclo y (la serie) empieza a estar en la circulación cultural: con el público, uno entiende lo que hizo; ni siquiera yo, viendo los capítulos solo en mi casa”, describe Minujín, en este encuentro con Infobae.

En la mirada de Juan, la misión comandada por el director Ariel Winograd consigue un propósito impensado en un principio: “Parece tan distante y tan extravagante, y tan loco y tan la fiesta, pero hay algo que encontramos: logramos que cada uno pueda verse muy reflejado en Coppola, que vea algo de uno mismo. Eso ya es un triunfo”.

—Mantuviste un vínculo con Guillermo para componer este personaje. Es el hombre de las mil anécdotas.

—Sí, sí. Más allá de que es un personaje fascinante, tampoco es que fue un sí automático (de mi parte) porque quería entender si teníamos la chance de ir a lo que estaba por detrás de las anécdotas. Porque sus anécdotas ya las conocemos: las vimos en la televisión, las venimos escuchando hace un montón y él las cuenta como nadie. Por eso digo: si lo que íbamos a hacer era eso, la verdad que era mejor verlo a él.

—¿Qué años están narrando?

—Desde mediados de los 80 hasta el 2000 y pico, cuando él se separa de Maradona. Y hay un capítulo que tiene un flashback: va al Coppola muy joven, cuando arranca en el banco. Ese no soy yo, es otro actor.

—Es muy interesante cómo logran contar la historia de Coppola: si bien tenía a Maradona como único cliente, por exigencia suya, Diego no está físicamente representado en la serie con un actor. El eje es 100% Guillermo.

—Sí. Creo que esa es una de las virtudes de la serie: Maradona está permanentemente, pero está todo el tiempo afuera, digamos. Está por teléfono, está el archivo; Coppola está permanentemente viendo dónde está, arreglando los asuntos, estando pendiente. Pero a la vez, hay como una especie de presencia. Eso quedó muy divertido en la serie.

—¿Cómo se encara la época de Coppola preso, con el jarrón y todo ese episodio?

—Hay un capítulo entero dedicado a eso. Lo interesante de Coppola son los altos y los bajos que tuvo, muy pronunciados. De ser el hombre que manejaba al tipo más exitoso, y todos queriendo estar con ellos, a caer, perder todo, estar preso. Y después volver, resurgir; después, Cuba. Tiene muchas, muchas, muchas facetas. Y tratamos en cada una, incluso cuando está preso, de ir a fondo y ser lo más precisos posibles con la historia.

Juan Minujin y Ariel Winograd
Juan Minujin y Ariel Winograd durante el rodaje de Coppola, el representante (Gentileza: EFE/Star+)

—Uno piensa en Coppola y es imposible no pensar en los 90. ¿Cómo fueron tus 90?

—Viajando bastante. Viviendo un tiempo en Londres. Yo soy del 75, o sea que tenía entre 15 y 25 años. Fue una época muy disparatada los 90, que tuvo cosas muy buenas y otras que, cuando las vemos desde acá, cuando las vemos en la serie, decimos: “Bueno, han cambiado muchas cosas…”.

—Como estabas viajando por el mundo, en los 90 no te iba a encontrar en El Cielo bailando arriba de un parlante, con Poli Armentano allá de fondo.

—No, no. No era ese mi perfil. Yo era un estudiante de teatro: imaginate… (Risas). Estaba en otro lado, recorrí otros espacios. Para mí todo esto fue una investigación nueva, con lo de Coppola.

—Tuviste que meterte un poco en cómo eran esos años y el menemismo.

—Sí. Fue una época de mucha ostentación, mucha fiesta, mucho despilfarro. Algunos los recorrieron así; otros no los recorrieron así: los 90 tuvieron un poco de todo también, tuvo cosas también muy ruines acá, en Argentina, y en otros lugares.

—Falta ficción en la televisión abierta, pero con las plataformas está la posibilidad de llegar a todo el mundo.

—Se estrena acá, en Argentina, en Star+; en Europa, en Disney+; en Estados Unidos en Hulu, y en otros territorios. Eso es lo que tienen las plataformas, que es algo muy positivo: nuestro trabajo de pronto se expande muchísimo. También es cierto que acá hay mucha gente que no tiene plataformas; entonces, que haya un espacio de la ficción de aire también sería bueno.

—Hay un punto pendiente con las plataformas: los derechos de los actores.

—Sí. Se está regularizando eso a partir de SAGAI; en otros lugares del mundo también: en Europa se está regularizando con diferentes plataformas. Es de a poco, son negociaciones largas, pero me parece que todo tiende a que sea así. Todas las partes entendemos que es lo que corresponde.

—Estamos hablando de cultura, y no quiero dejar de mencionarla sin preguntarte cómo vivís lo que está pasando en Argentina.

—Lo veo y me entristece. Me entristece mucho. Más allá de que venimos de una situación muy complicada, no creo que sea el camino correcto. No me resulta promisorio hacia dónde se está yendo.

Juan Minujin con Tatiana Schapiro
Juan Minujin con Tatiana Schapiro en Infobae

—Cuando el Presidente ataca directamente a Lali Espósito, por ejemplo, ¿qué te genera como artista?

—Me parece que, sin importar el Gobierno que esté, el Estado no tiene que ocupar ese rol. Primero porque hay una asimetría gigantesca entre un artista y un rol como el de un Presidente. Y segundo, porque el Estado está para otras cosas: no está para atacar puntualmente ni artistas, ni cantantes, ni periodistas. No es ese el lugar que tiene que transitar. Me solidarizo puntualmente con Lali, y con otro montón de artistas que también han pasado por lo mismo. Me parece que nos empobrecemos todos porque a través de Lali atacan a un montón de otras personas. Es una manera de cortar el diálogo de la manera más pobre posible. Es un disgusto enorme, la verdad. Pero es eso, dentro de un montón de cosas.

—Hablaste de periodistas y hace muy poquito anunciaron el cierre de Télam: unas 700 personas se quedan sin trabajo. Y mucha gente lo festeja. Podemos discutir cómo funcionaba la agencia, pero impacta que se celebre que haya gente que pierda su trabajo.

—Sí. Yo creo que hay algo, esta idea de encuadrar las cosas, de simplificarlas: “Cierro esto, y esta plata va a ir para que la gente coma”. Y todos sabemos que no es así. Hay cierto cinismo en la gente que dice eso. Pasa lo mismo con el INCAA, con un montón de otros lugares que están amenazados con eso. No estoy de acuerdo con esta idea de enfrentar a la gente con la cultura o con las cosas que sí apoya o apoyaba el Estado. La cultura es algo que nos nutre a todos. O sea: yo no me voy a poner contento de que haya generaciones que no tengan películas argentinas, teatro argentino, literatura argentina…

Juan Minujin como Guillermo Coppola
Juan Minujin como Guillermo Coppola (Star+)

—¿Qué tiene que pasar para que los argentinos nos amiguemos?

—Es una buena pregunta. Hay mucho negocio en tirarle nafta a las cosas, en generar mucha pelea y mucho enfrentamiento. Si todos bajamos los decibeles y escuchamos un poco más, me parece que todos, o una gran mayoría, más o menos queremos lo mismo: un país que funcione, que tenga menos desigualdad y más oportunidades para todos, más armonía, más orden. Que uno pueda transitar. Pero cuando se polarizan tanto las cosas, se arman estas especies de falsas ideas: “Si hay esto, no puede haber esto otro”, y me parece que no.

—En un momento de tanta irritación social, en esta situación de enfrentamiento que viene desde hace muchos años, ¿nunca te dio miedo poner el cuerpo y decir lo que pensás?

—Mirá, siempre lo hago con mucho respeto. Y lo que más hago es tratar de entender la posición del otro. En parte también porque soy actor: mi trabajo es entender la cabeza de otra persona que no piensa como yo. Tengo un montón de amigos que votaron cosas muy distintas y que piensan muy diferente a mí.

—¿Tenés amigos que votaron a Milei?

—Sí, un montón, un montón. Muy cercanos. Lo vemos distinto, podemos estar en desacuerdo, pero no tenemos por qué ser enemigos. Y ojo, a mí me parece que hay que revisar un montón de cosas, eh. Lo que yo digo es que se puede hacer todo dialogando. Es un gobierno nuevo y está genial que haga diferentes cosas con sus planteos, pero tenemos que apuntar al consenso. Uno podría aprovechar lo que sí está bien, mejorarlo, y el que viene después, aprovechar lo que ya está hecho bien, etcétera, etcétera, en vez de estar girando 180 cada vez. Pero esta especie de polarización tan fuerte yo la veo en muchos países, en muchos lugares.

Detrás de la máscara

Una vez que pasan esas dos horas y media de make up, vestuario y peinado, aparece el Minujín actor, ese que pretende –como menciona- apoderarse de los pensamientos, los sentimientos y las emociones de un otro. A ese Minujín lo conocemos muy bien: lo avalan años de trayectoria y papeles notables, como en El Marginal.

Pero antes de que empiece ese trabajo minucioso para convertirse en un personaje, está Juan, el ciudadano de a pie. Y ahí ya es más difuso: no lo conocemos tanto. A lo largo de estos años en el medio intentó preservar -y preservarse-, optando por el bajo perfil. Casi como una muestra gratis, abre una ventana de ese mundo propio tan rico. Y nos permite asomarnos, aunque más no sea por un instante. Por unas preguntas, por unas respuestas.

—Juan, ¿la peor mentira que dijiste en tu vida?

—No la puedo revelar acá…

—Bueno, la peor que se pueda contar.

—Y… no sé. Debo haber felicitado mucho a alguien por alguna cosa que no me gustó, e igual lo dije. Pero en realidad, son todas mentiras piadosas.

—¿El actor va a ver a un amigo al teatro y le puede decir: “Che, no…”?

—Si ese amigo es solo actor puede ser, pero si el amigo además es director, productor, escritor, no, porque ahí lo estás matando. A mí me gusta mucho ir a ver ensayos porque todavía es una instancia donde uno puede decir algo constructivo y cambiar.

—¿El mayor fracaso que hayas atravesado?

—Fracaso profesional, un montón. Pero no lo digo en términos comerciales: he hecho cosas que después las vi y dije “no lo tendría que haber hecho”, porque no me relataba a mí. Entré ya sabiendo que lo hacía por especulación.

—No me vas a decir qué producto era…

—No, no, no. Jamás. Imaginate: sería horrible para la gente que estuvo involucrada.

—Estamos hablando de tele, teatro o cine…

—Creo que en cada rubro tengo más de uno (risas). Sí, sí, de tele. De teatro, ni hablar.

—¿Le has dicho alguna vez a amigos cercanos: “No me vayan a ver en esto”?

—Sí, sí. “Ahórrense esto porque es un desastre”. Yo también soy bastante neurótico, sobre todo con el teatro; o sea, prefiero que la gente venga cuando ya pasó un mes. Hay estrenos en los que no invito a nadie: no me gusta saber quién vino, lo padezco.

—Para los actores, ¿la función de prensa es un horror?

—Para mí sí, porque hay mucha gente que va con muy mala leche. Colegas, eh. “Che, no estuvo tan bueno, pensé que iba a estar mejor”. Hay mucho de eso, hay un poco de todo. En el periodismo también pasa. ¿O son todos los colegas bárbaros?

—En ningún rubro todos los colegas son bárbaros, pero no sé si importa tanto la mirada del otro.

—El periodismo y la actuación son dimensiones públicas; nadie está viendo, no sé, lo que hace un arquitecto, un farmacéutico.

—De hecho, es el periodista el que hace la crítica de la obra de teatro.

—Sí, sí, es verdad eso. La función de prensa es como un examen. Y además uno en el teatro sabe que cuanto más recorre, mejor sale, a diferencia de las películas: la película se estrena y ya está.

—¿Qué te pasa con que tu hija mayor, Amanda, sea actriz?

—Trato de estar presente si me necesita, pero que haga su propio recorrido, como actriz o como lo que quiera hacer, en lo que quiera estudiar. Tanto Amanda como Carmela.

—¿Y Carmela, de qué tiene ganas?

—No, no sé, no dice. Y además, no quieren que yo diga nada de ellas, en ningún lado (risas).

—¿Laura, tu esposa, es igual?

—Sí, también. Somos de bajo perfil. No me resulta interesante mi vida personal para los medios.

—¿Si pudieras revivir a alguien, a quién sería?

—A Spinetta, que se fue tan joven. Fui muy fan. Después lo dejé. Pero ahora, un poco también con mis hijas, lo volvimos a escuchar mucho. Como que hubo un revisionismo de todo eso. Y también a partir de la serie de Fito, entró un poco el rock nacional; lo veo en la generación de adolescentes. Y me parece que Spinetta es un artista que tenía la mezcla hermosa de lo popular y lo poético. Siempre fue alguien muy inspirador.

—¿Y qué te parece la nueva generación musical?

—Me encanta. Tienen una capacidad de elaborar, de poner en letras lo que les está pasando a nivel generacional… Me parece hermoso.

—A veces se los minimiza mucho al comparar sus letras con las del florecer del rock nacional, post dictadura.

—No lo veo así. Me parece injusto comparar: “Mirá lo que dice este y mirá lo que decía Spinetta”. También en esa época, en el rock post dictadura, había unos grupos a mi juicio malísimos. Hay un montón de artistas jóvenes que me parecen increíbles: Catriel, Wos, Nicki Nicole... No quiero nombrar, porque los que no nombro…

—Así como para los actores el negocio cambió con las plataformas, y ahora está la posibilidad de llegar al mundo, en la música también pasó. Y las redes sociales son una puerta de entrada.

—Ahí no sé si coincido del todo porque todavía hay muchos actores que salen del teatro independiente. Y hay muchos grupos de rock, bandas independientes, que salen también de recorrer lugares. Cuando hablo con actores y actrices jóvenes también los aliento mucho a desescalar un poco la fantasía de que entonces, porque tenés más seguidores, ¿qué? Hay un enorme camino para recorrer, formándose, estudiando, haciendo obras de teatro independientes, haciendo castings. Existe eso.

—Hay algo de la cantidad de seguidores y los likes que nos convalida, y que es peligroso, sobre todo para los chicos.

—A mí me parece que las redes sociales, en general, tienen un saldo negativo, en todo sentido. Ni hablar en la política: el mundo sería otro si los políticos no tuvieran tantas redes sociales.

—¿Lo seguís a Milei en las redes?

—No, pero porque además ahora me saqué Instagram del teléfono. Estoy en un camino de desescalarme tecnológicamente. Perdemos mucha intimidad con las redes sociales y a mí me parece un valor importante. Quiero preservar mi intimidad para estar en contacto con lo que voy sintiendo, porque sino, uno está como que ya no sabe ni qué pasa.

—Cuando no trabajás, ¿te bancás? ¿La pasás bien cuando estás afuera de los trabajos?

Cada vez mejor. Hace unos años tenía mucha ansiedad. Ahora disfruto bastante de los momentos de no trabajar. Tengo la suerte de, en general, tener un horizonte con trabajo, y eso calma mucho. Porque si no tengo nada por delante es otra ansiedad, sí.

—¿Le explicaste a tu hija esa inestabilidad en el trabajo del artista?

—Sí (risas). La vivió.

—¿Y qué se hace en las buenas para después manejar esa angustia? ¿Se guarda un cachito, se invierte, se reza en las malas? ¿Cómo aprendiste a manejarla?

—Se guarda, sí. Yo también tengo una vida bastante tranqui: no es que voy y me compro… Te diría no solamente en lo económico, digo en lo anímico, algo de decir son olas: a veces uno está arriba; después eso se tranquiliza. Y tratar de que no sea el medio el que te autoriza a que sigas haciendo cosas, sino que sea uno mismo. Porque si no, de verdad: te tira. Parte del trabajo del actor, aparte de todo lo que hacemos para actuar, es ecualizar un poco el ego y la autoestima. Todo eso lleva un trabajo.

—Alguien acá me dijo alguna vez que, para quienes están en el medio, el trabajo es constantemente buscar trabajo. Y eso puede ser muy agotador, muy enloquecedor.

—Es muy importante generar tu propio trabajo: para los actores y las actrices, eso me parece central. Sino, es un trabajo que orbita mucho alrededor de la decisión de dos o tres personas que si te quieren, que si sí, que si no, que si ahora son los seguidores y antes era el rating, antes era no sé qué, y antes, que la pegaste. O sea, si tu intimidad y tu ánimo dependen de esas decisiones es muy difícil el día a día con eso. Y es muy fácil caer en eso. Estoy escribiendo algo chiquitito, ya veré qué pasa. Pero ese lugar de resguardo, a mí por lo menos me sirve mucho.

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