La muerte de un hijo: la conmovedora historia de resiliencia y amor de Flor y Bauti

El duro testimonio de una mamá que perdió a su pequeño hijo debido a un cáncer. “Aprendió a caminar con un catéter que iba directo al corazón, con una bomba metiéndole veneno, así aprendió a caminar”, cuenta

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La muerte de un hijo: la historia de resiliencia y amor de Flor y Bauti...

—Contás que sos creyente. ¿En algún momento te enojaste con Dios?

—No, nunca. Sí me pareció irónico. Me preguntaba: “¿Para qué me hiciste pasar por…?”. Pero enseguida, en la fe también encontraba la respuesta: tenía que ser yo quien lo acompañe. Y él tenía que ser mi hijo.

Florencia Marzol es una instagramer destacada: como personal trainer, enfoca su disciplina a la maternidad; elabora entrenamientos para embarazadas. Tiene 36 años, está casada y es mamá de cinco chicos. “Pero las nuevas, las que recién empiezan a seguirme, me preguntan dónde está el quinto, porque en las fotos que subo siempre hay cuatro”, cuenta.

—¿Y qué pasó?

—Mi primer hijo, Bauti, murió de cáncer.

El testimonio -desgarrador, visceral, íntimo- que Florencia comparte en este encuentro con Infobae no es fácil de seguir. Cada palabra suya es clara, sí. Y su relato, preciso: no hay que unir piezas sueltas ni completar entramado alguno. Lo que cuesta entender es… todo. Todo aquello que quizás nunca podrá comprenderse. Para lo que sobran preguntas, y escasean respuestas.

Florencia tenía 22 años cuando nació Bautista, el 17 de junio de 2011. “Había sido un embarazo súper deseado: quise ser madre desde siempre, toda la vida. Así que para mí, el día del positivo fue: ‘¡Al fin llegó!’. Todo lo que siempre había querido estaba a punto de suceder. Y por supuesto, no me imaginé, nadie se imagina… que te pueda pasar algo así”.

Flor Marzol: "No sabía que una criatura podía tener cáncer"
Flor Marzol: "No sabía que una criatura podía tener cáncer"

—¿El parto cómo fue?

—Parto vaginal. Detalles que no vienen al caso sobre la obstetricia: no fue todo tan soñado como los demás.

—¿Hubo una situación de violencia obstétrica?

—Sí, sí, sí. Me di cuenta después de que había sido violentada. En ese momento fue: “¡Guau! Esto es una locura. ¡Qué extraño todo!”.

—¿Algo de todo eso tuvo que ver con la enfermedad de Bauti?

—No. En realidad, los oncólogos no te saben decir por qué sucede. No hay nada a qué atribuírselo. Siempre dije: “Con todo lo que lo protegí…”. Nació en invierno, no lo quise sacar hasta que pase el frío. Esas cosas que vos decís qué pavada... Me preguntan cómo ahora soy tan relajada: fui tan obsesiva que al final, fue al cohete, porque lo que le pasó fue de adentro para afuera, no fue lo del exterior.

—¿Cómo empezaste a darte cuenta de que algo estaba pasando?

—En cosas súper normales, y espero que ninguna mamá del otro lado se paranoiquee con lo que pueda llegar a decir: fiebre, pasar de una laringitis a una… Y a nada le daban en la tecla. El pediatra no me daba mucha bolilla. Bauti tenía siete meses y ya intentaba pararse: iba arrastrando sillas, la típica. Pero de repente se sentaba y no tenía esa intención que había tenido un mes atrás. “No se quiere parar más”, le contaba al pediatra. “Está bien, está cansado”, me decía. Después, le costaba ir de cuerpo. Eran cosas que no me hacían ver que podía llegar a tener algo grave, y se ve que al pediatra tampoco. Lo que más me hacía ruido a mí era su actitud: esta cosa de apatía; pasó de ser súper feliz, súper activo y reírse, a nada. En mi casa no comía, pero en los controles del pediatra aumentaba de peso. “No come”, decía yo. “Sí, pero aumenta de peso”, me respondía. “¿Cómo aumentó un kilo de un mes para el otro si te estoy diciendo que comió tres cucharadas de papilla?”. “Bueno, pero aumenta, aumenta…”. Claro, lo que aumentaba de peso era el tumor que le estaba creciendo en la panza y que nadie se daba cuenta. Y yo, confiada en ese pediatra. Decís: “No se va a equivocar”. Pero bueno, también es humano, y se equivocó. En la misma guardia de donde él era jefe, no me daban ni bola: me decían que le diera ibuprofeno, nada más. No le hacían un estudio. Hasta que un día lo miré (a Bauti) y dije: “No, basta. Algo tiene”.

Una vez que tuvo el diagnostico el principal objetivo de Florencia fue que su hijo tenga una infancia feliz pese a su enfermedad
Una vez que tuvo el diagnostico el principal objetivo de Florencia fue que su hijo tenga una infancia feliz pese a su enfermedad

—¿Cuánto tenía Bauti en ese momento?

—Nueve meses. Busqué en la cartilla otra pediatra. Cuando le vi la cara a la pediatra dije: “¡Ay, menos mal que vine!”. Viste, ya la cara de la doctora... Estaba medio deshidratado, al no comer tanto. Me dio las órdenes para hacerle con urgencia las ecografías y análisis de sangre, y en dos horas me dicen que mi hijo tiene cáncer. Así.

—¿Quién te dio el diagnóstico?

—Una enfermera en el CEMIC. Y yo, que no sabía que una criatura podía tener cáncer… No sé, no estaba… no me imaginé… Le digo: “¿Cómo? No. Tiene que ser otra cosa. ¿Cómo cáncer? ¿Se puede?”. Le habían hecho un análisis de sangre, se había visto una masa en el abdomen, no teníamos la biopsia, pero ella me lo tiró así… “Sí, se puede”, me dice. Ahí, por supuesto, caemos internados.

—Otra situación de mucha violencia. ¿Te pidió disculpas ese pediatra por no haberte escuchado?

—No, no.

—Es importante aclarar para quienes estén leyendo, que las mamás y los papás tienen derecho de exigirles a los pediatras lo que necesiten y que si creemos que pasa algo con nuestros hijos nos tienen que escuchar.

—Sí, coincido. El pediatra me decía que no comía porque mi comida era fea, que era verdura al vapor. ¿Qué le vas a dar a una criatura de 9 meses? Me decía que la papilla era fea. No sé qué quería que le pusiera...

—Volvamos a Bauti. En ese mismo momento queda internado.

—Sí. Y estuvimos tres meses sin alta porque, al habérselo encontrado tarde, estaba muy mal clínicamente: no podía hacerse una quimio. Por eso es tan importante la detección temprana. A los 11 días de la internación en terapia intensiva, sin todavía un resultado final, porque sabíamos que tenía neuroblastoma pero podía ser con un gen Myc amplificado o no, que uno es un poco más grave y otro más leve, y son protocolos distintos de tratamiento, a los 11 días viene el oncólogo. “Mirá, habría que empezar a hacer una quimio ya. No tenemos los resultados, pero yo me la juego a hacerle tal protocolo. Si vos te la jugás conmigo, arrancamos”. Y bueno, le dije que sí. En el medio de la primera quimio nos enteramos que estábamos haciendo la correcta.

—Y a vos, como mamá, ¿qué te pasaba con todo esto?

—Tengo que ser sincera: me puse como en automático. Me había pasado algo. A los dos días de nacer Bauti quedó 24 horas internado porque yo tenía leche pero no había enganchado bien la lactancia. Y yo estaba totalmente descontrolada: llanto, drama. Me acuerdo que mi papá estaba en el pasillo mientras atendían al bebé, lo ponían en la incubadora, y me abraza, me mira a la cara y me dice: “¿Te acomodás? Porque el que está internado es tu bebé. Así que vos llorá, te acomodás, te ponés fuerte para él y te vas a cuidarlo”. Al final eso fue súper leve, pero me dejó una enseñanza para lo que vino después: era Bauti el que tenía cáncer, el que estaba internado, el que estaba solo, al que en ese momento lo estaban pinchando, y a mí no me estaba pasando nada. Entonces me puse en ese rol: ahora, para él, todo. Y yo, acompañarlo al 100%.

Bauti junto a su papá Fermín Lucas Knudsen
Bauti junto a su papá Fermín Lucas Knudsen

—¿Cuánto tiempo estuvo internado?

—Tres meses. Caímos internados en abril, en Semana Santa, y me dieron el alta dos o tres días antes del primer cumpleaños, en junio.

—¿Y cuántas quimios tuvo?

—Esa primera vez, nueve o diez. Y la segunda, porque la historia sigue, llegó a hacer una, nada más.

—Cuando llega el resultado de la biopsia, ¿qué les dicen?

—Fue como en dos partes. La primera nos dijo que era neuroblastoma. Y (el médico) nos habló de posibilidades: 60% de que sobreviva, 40% que no. Nos explicó cómo era el proceso que iba a pasar Bauti, que el protocolo es de Estados Unidos, que entonces estemos tranquilos: dentro de lo que se pueda, no iba a haber algo mejor. Teníamos que achicar el tumor, después hacerle la cirugía para sacarle un tumor más pequeño, porque al niño no se le saca un tumor grande sino que se espera que reduzca. Y después estudios, estudios, hasta que nos dijeran que estaba sano, que no había células cancerígenas en su cuerpo. 60 por ciento... Y lo logramos. Llegamos. Bauti muere después. Nosotros llegamos al alta.

—O sea, llegan a esa operación.

—Llegamos a esa operación, dificilísima, de cinco horas. Sucede casi al final. El tumor era muy grande: de nueve centímetros por ocho, por cuatro, y tenía que llegar a un centímetro y medio, o dos, una cosa así. Por eso tuvo que hacer muchísimas quimios.

—Y en cada estudio, en cada ecografía, ustedes esperaban las mediciones.

—Sí, que se redujera. No sabés lo que era... “A ver ahora: un centímetro menos, bien”; “¿Ahora? Un milímetro menos, bien”. El festejo era que cada vez fuera más chico. Y ya sabíamos que iba a perder un riñón porque el tumor estaba en la glándula suprarrenal derecha, y lo había como absorbido.

—En el medio de todo esto, ¿Bauti podía ser bebé?

—Bueno, esa era mi prioridad. sabía que toda la parte oncológica no dependía de mí, pero que sí dependía de mí que tuviera una infancia. Eso es lo que más me importa decir: más allá de que era un paciente oncológico, era una criatura… Mi hijo aprendió a caminar con un catéter acá, que iba directo al corazón, con una bomba metiéndole veneno… él aprendió a caminar. Y caían los enfermeros y yo estaba persiguiéndolo al chico, que iba con la bomba. Bauti hizo todo lo que hace una criatura normal, entre comillas, porque no me gusta esa palabra. Pero él siguió con todas esas cosas.

—Esa era tu misión: que él sea bebé.

—Esa era mi misión. Y él se mataba de risa: tenía 40 de fiebre y uno estaba agotado, y querías que se duerma, descansar, pero no; él quería jugar. Y entraban los enfermeros y no entendía, era como un mundo aparte, la habitación para adentro y la habitación para afuera. Nosotros… Era todo un lío. La quimio te mata lo malo y también lo bueno, te saca, entonces los primeros días yo le ponía la inyección para las defensas: pedí que me enseñaran a ponerlas para no tener que ir al hospital. Quería irme a mi casa, estar en mi casa. Así que yo le ponía las inyecciones en las piernas, en los brazos. Pero no se daba casi nunca estar tres semanas de corrido en casa. A mí me importaba hacerle una comida nutritiva, que en esas tres semanas subiera de peso, esté fuerte, coma bien, porque la semana de la quimio prácticamente no comía. Y estaba súper atrás de todo lo demás: en una internación tenés que aprenderte todo, los horarios, “se te pasó media hora”, llamaba yo, porque si no, el remedio que te toca a las tres te lo dan a las ocho de la noche. Una está muy pendiente. Pero como mamá, mi prioridad era otra.

Flor Marzol: "Odio la frase que puedan decirle a una madre 'Te va a hacer bien separarte de tu hijo'"
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—¿Tenías miedo de que muriera o no cabía esa idea en tu cabeza?

—En la primera charla con el oncólogo, ahí sentí… Dije: “¿Se puede morir? Lo acabo de conocer, acabo de tenerlo, lo pedí toda la vida. No puede ser. ¿Se puede llegar a morir?”. Me parecía como… No sé, uno no piensa que los chicos se mueren. Se pueden morir mis viejos, mis abuelos, la gente más grande; no pensás que una criatura se va a morir. Pero después, no lo pensaba. Es más: yo quería que su infancia fuera feliz porque quería que el día de mañana, cuando sea grande, tuviera recuerdos lindos de su infancia. Y en algún punto decía: “Bueno, y si solo va a vivir dos años de su vida, por lo menos que estén buenos”. Eran mis dos pensamientos. Pero no pensaba en la muerte.

—Y estabas en ese automático.

—Sí. No hacía terapia, no iba a tomar un café, no hacía nada.

—¿En algún momento bajabas y entendías lo que te estaba pasando?

—No. Bajé cuando nos dieron el alta, cuando nos dicen que se sanó. Me acuerdo que el oncólogo me dijo: “Bueno, él tiene que empezar el jardín y vos, volver a la facultad”. Yo estaba estudiando Derecho. Ahí me agarró ansiedad y una imposibilidad de salir a la calle, porque yo había pasado un año encerrada. O sea, si Bauti no veía a nadie, porque no podía tener contacto con la gente, yo tampoco.

—Eso fue después de la operación.

—Sí, después de la operación, que salió todo fantástico: el médico hizo magia, tuvo que rasquetear arterias ínfimas. Después le hicimos dos quimios más. Zafamos de rayos, que ahora no sé si estuvo bien o estuvo mal. Pero dijimos, o dijeron los especialistas, que no le íbamos a hacer rayos. Y ahí entramos en remisión.

—Y te empiezan a aparecer todos los miedos que antes no habían estado.

—Y todo lo que no había llorado... Todo lo que no había hablado, empieza a salir. Recién ahí busco ayuda psicológica, empiezo terapia. Me acuerdo patente que cuando termino de vomitarle toda la historia, la psicóloga me felicitó: me hizo ver todo lo que yo había logrado, que no lo estaba viendo, porque como estaba en esta de ir para adelante, de que el chico esté contento, cuando pasa toda esa situación, me costaba volver a la normalidad. De a poco lo fui logrando. Y volvimos: yo a la Facultad y él, al jardín.

—¿Cómo fue el jardín?

—Horrible. Y me arrepiento. Creo que de mi maternidad, lo único que me arrepiento es ese mes y medio de jardín.

—¿Por qué?

—Fue hermoso, él la pasó divino: se hizo amigas, amigos. ¿Pero sabés lo que me pasa? Dije: “¿Para qué hice caso?”. Hubiera tenido un mes y medio más de siesta, no sé… Siento que me perdí tres, cuatro horas de la vida del nene durante un mes y medio, que podría haberlo disfrutado más. Está bien: yo no sabía lo que iba a pasar, pero bueno…

—¿Fue un mes y medio, nada más?

—Nada más. A fin de año entró en remisión y ya en marzo teníamos el alta. Y el consejo del oncólogo, el consejo de todos los que me conocían, fue que lo mandara al jardín. Porque nos iba a hacer bien separarnos… Por eso odio la frase que puedan decirle a una madre: “Te va a hacer bien separarte de tu hijo”. No hay nada que me moleste más. Bauti la pasó muy bien en ese mes y medio, pero a mí me quedan esas horas que perdí. Pero bueno, ya está.

Flor Marzol: "Mi hijo aprendió a caminar con un catéter acá, que iba directo al corazón, con una bomba metiéndole veneno"
Flor Marzol: "Mi hijo aprendió a caminar con un catéter acá, que iba directo al corazón, con una bomba metiéndole veneno"

—En marzo estaba bien.

—Estaba bien. Sí, estaba bien.

—¿Y qué pasó?

—Control de rutina cada dos meses. Y otra vez en abril, para Semana Santa, las dos fechas la misma, 2012, 2014, estábamos en un control los tres. Imaginate que, con la cantidad de ecografías que yo ya había visto, se te genera un ojo: las interpretaba. Y empiezo a ver cosas que en ese abdomen antes no había. Del otro lado le habían vuelto varios tumores pequeños. Me di cuenta antes de que la chica me lo dijera: “1, 2, 3…”, contaba cosas que no tenían nada que ver con su cuerpo. Ahí lo llamo al oncólogo: “Mirá, le encontraron de nuevo”. Me dice: “Bueno, andá tranquila a tu casa, acomodá todo y volvé al CEMIC”. Así que nos duró nada... Nos duró, ahí, un poco… Mes y medio, dos meses como mucho. Hizo una quimio, no llegamos a hacer la segunda.

—Bauti ya no volvió a casa.

—Una sola vez. Que fue horrible, porque él ya era más grande, ya había dejado los pañales y de repente volvíamos para atrás con eso. Porque una cosa es un bebé, y acá era distinto porque ya entendía. Y al mismo tiempo, no entendía. Él no manifestaba nada.

—¿Qué te dijo el oncólogo?

—Me dio vuelta los porcentajes: 40% de sobrevida, 60% de que muera. Y me acuerdo que le dijimos: “Decime si se va a morir porque nos vamos de viaje. O sea, no lo voy a hacer pasar…”. Yo sabía todo lo que había sufrido. Las quimios son un montón para un cuerpo: 42 de fiebre, vómitos. Bauti fue lactante en todo su tratamiento oncológico, entonces estábamos todo el tiempo a upa, todo el tiempo la teta, y yo sentía dolor de mandíbula, descomposturas… Fijate lo fuerte que era la droga. Y yo no quería... O sea: si se iba a morir, ¿cuál era el sentido de hacerle todo? El oncólogo nos dio ese dejo de esperanza y lo hicimos. Pero no le hizo nada.

Flor Marzol: "Bauti me salvó la vida"
Flor Marzol: "Bauti me salvó la vida"

—¿Cuándo entendiste que se iba a morir?

Cuando no levantó fiebre en la quimioterapia. Cuando vi que él era más fuerte que la quimioterapia y era como si le estuvieran pasando agua. “No la está sintiendo”, pensé. Sentí que era más fuerte que la droga y que no le iba a hacer efecto. Y bueno, fue un poco lo que sucedió.

—¿Y qué te pasó? ¿Cómo es ver a un bebé que no tiene tres años, que es tu bebé, que lo esperaste toda la vida, del que te empezas a despedir…?

Agradecía ser yo la que lo estuviera acompañando. “Qué bueno que de todas las personas y de todas las mujeres del mundo, te toqué yo”; pensé eso. Suena como un poco agrandada, pero es que yo había hecho que la pase tan bien y que realmente tenga una vida tan feliz que dije: “Bueno, por lo menos te tocó una madre que te acompañó, que lo dio todo, real”. Y hasta ese día, era un nene muy feliz. Yo me quedaba con eso entendés, yo sentía eso: “Realmente tuvo una buena vida. Hasta acá llevó una buena vida”. Y no quería que sufriera. Yo rezaba para que, si se iba a morir, que fuera rápido. Que no pase por cuatro quimios para después morirse. Eso me parecía peor…

—¿Y fue rápido?

—Sí. Fue rápido. Sí…

Fue una noche que Florencia define como “eterna”: la del 23 de mayo de 2014, a semanas de que Bauti cumpliera tres años. “Eran las ocho, nueve, y nos dicen que ya estaba. Un día antes le habían hecho una tomografía para ver si tenía metástasis, si se le había esparcido, porque ahí, a lo último, él ya estaba clínicamente muy mal. Pero no quise que me dieran el resultado. Le dije a mi hermana: ‘Si los médicos abren esa puerta, los sacás. Deciles que a mí no me interesa saber el resultado. Que te lo den a vos. Y cuando yo esté lista, te lo pregunto’. No quería saber porque… ya te das cuenta. ¿Para qué? ¿En qué me iba a cambiar? En nada”.

—¿Te pudiste despedir?

—Sí. Se murió arriba mío. Me habían ofrecido llevarlo a terapia intensiva y dijimos que no porque en la habitación donde estábamos, podíamos estar todos. Estaba mi papá, mi hermana, la madrina, un primo. Estábamos nosotros dos; Bauti arriba mío, a upa. Estaba mi marido, agarrándome la mano. Esa parte se hizo larga porque era el silencio, y escuchar la respiración, que cada vez se espaciaba más. Entonces… Es ahora. No… volvía a tomar otra bocanada de aire…

—En esas horas, cuando te estabas despidiendo de él, ¿qué se le dice a un hijo?

—Mi hermana me dijo: “Dejalo ir, porque no se estaría pudiendo ir…”. Y tenía razón, porque yo no le estaba diciendo nada, yo no me estaba despidiendo. Yo lo tenía abrazado, y obvio que no quería… Y cuando me dijo eso, que no había mucho más que esperar, le dije: “Bueno, este cuerpo no te sirve, necesito que lo dejes porque ya le hicimos de todo. No hay forma de que este cuerpo quede bien ni te sirva para algo. Necesito que lo dejes y que te vayas a buscar otro que te sirva, que sea fuerte y que puedas disfrutar la vida con otro cuerpo. Si te acordás, vení a buscarme y haceme ver que sos vos. Pero dejá esto, porque ya es como un montón. Yo voy a estar bien, no te preocupes. Todos vamos a estar bien. El abuelo va a estar bien. No te preocupes por nosotros. Andá”. Terminé de decir eso… y se murió.

Bauti, Florencia y Fermín
Bauti, Florencia y Fermín

Mi vida sin ti

Florencia cuenta que con la partida de su hijo buscó “sentir el dolor en cada célula del cuerpo”, suponiendo –como aún lo cree hoy- que esa era “la única forma de liberarlo”. “Cuando él muere yo estuve en cama, literal. Estaba mal y, para mí, tenía que vivir ese momento intensamente. Tenía que sentirlo”.

—¿Qué le decís a las personas que ven sufriendo así a alguien, a una amiga que se le muere el hijo y no sabe qué hacer, qué decir, si llorar con ella, si hablar del tema…?

—Sí, para el otro es muy incómodo. Yo lo notaba: no sabían qué decirme. Pero es que, en realidad, no hay nada que vos le puedas decir a una madre o a un padre que perdió un hijo. Nada. Pero… nada es nada. Lo único que te queda es, directamente, no decir nada y estar. La clave es la compañía. El querer arengar a la otra persona a que se levante, a que sea feliz, a que esté positiva, yo les aseguro que no les va a funcionar. Es más, no te voy a querer seguir llamando porque venís con tanta… Y estoy mal. Lo más importante cuando una persona está tirada en el piso no es tratar de levantarlo, es tirarte en el piso con esa persona hasta que se pueda levantar. Es lo que hicieron conmigo, sobre todo mi marido. Cada uno tiene adentro las herramientas para levantarse.

—¿Agradecés hoy ser la mamá de Bauti?

—Sí. Sí, total. Sí. Para mí fue lo mejor. Me salvó la vida. Es algo que yo había querido desde siempre, y a pesar de que no fue de la manera que yo soñaba, no lo cambiaría. No, no lo cambio. Fue muy fuerte estar ahí, para él.

—¿Por qué decís que te salvó la vida?

—Porque empecé a ser feliz cuando nació. Toda la vida había sido una persona que siempre estaba con algún mambo, con algún problema, angustiada por cosas que no tenían mucho sentido. No disfrutaba tanto la vida. Y ahora me cuesta hacerme problema por varias cosas. Fue una gran enseñanza.

—Le pediste señales

—Sí, y aparecieron muchas. Nos pasaban un montón de cosas en la casa, sobre todo en la primera semana: si no se apagaba la luz, se nos cortaba la tele, se nos cortaba la caldera, todo. En ese momento mi sobrina tenía un año y medio, vivían en Italia, y cuando Bauti muere, vinieron. Y hasta que hicimos la misa mi sobrina andaba por todo el departamento corriendo y jugando con Bauti. Y le hablaba en ese balbuceo de un año y medio: “Bau…”, y corría para acá, y para allá. Y la escuchabas en la habitación jugar con sus juguetes, cagándose de risa. Después de la misa se calmó todo. Ya ahí se normalizó.

Florencia junto a Guadalupe, Ana María, Fermín y Teresa
Florencia junto a Guadalupe, Ana María, Fermín y Teresa

—Y vos pudiste estar triste.

—Sí. A los 15 o 20 días que yo estaba tirada en la cama muy descompuesta, muy mal, empezamos a pensar que quizás podía estar embarazada. Me había sacado el DIU seis, siete meses antes, y habíamos estado buscando un segundo hijo que no se dio. La posibilidad estaba pero al mismo tiempo no, porque en los últimos dos meses habíamos estado en otra sintonía total. Decidimos hacer ese test y fue un positivo rotundo. Ahí fue el primer planteo que le hice a Dios: “¿Con qué necesidad me sacás uno y me das otro? Me hubieses dejado el que ya tenía…”. Era demasiado. Yo no tenía ganas de nada, no quería ni ir al médico; mi marido me llevaba prácticamente obligada al obstetra. Hacerme una ecografía era lo peor que me podía pasar. Me hacía un hemograma, el análisis típico de embarazo, un estudio normal, y volvía.

—¿Imaginabas que ibas a poder querer a otro bebé?

—Ese embarazo fue muy difícil. Me costaba conectar. La quería mucho y sabía que era mi hija, pero pasé los nueve meses y… esto es horrible, y algún día mi hija que ya tiene 9 lo va a saber, y estoy segura de que lo va a entender, pero yo rezaba todas las noches para el día del parto, morir.

—¿Querías morir?

—Sí. Yo me quería morir. Pero había hecho una promesa y entonces, tenía que seguir viviendo. Cuando Bauti recae, mi marido me dice: “Jurame que no te vas a matar si se muere”. Porque él sabía todo lo que me había pasado en el primer cáncer. Y él, para mí, era y es la persona más importante en el mundo. Yo tenía una promesa que debía cumplir, y no lo iba a traicionar. No podía hacerle eso a él, ni tampoco a mis viejos, que habían perdido un nieto, también una hija me parecía un montón. Pero era la única escapatoria que veía.

—O sea que morir en el parto, era una salida.

—Era una salida en la que yo no iba a tener la culpa. Pedí cesárea, porque me daba miedo hacer algo en el parto que le fuera a hacer un mal a la criatura, pero entre mi marido y el obstetra me fueron llevando amorosamente a un parto vaginal que terminó siendo súper sanador. Me acuerdo que Guadi estaba mitad afuera y mitad adentro, y me mira sin llorar, sin nada, y yo ahí dije: “¡Ay, Dios! Todo lo que te dije en estos meses, por favor, no lo cumplas. Espero no lo hayas escuchado. ¡No puede ser! La amo con todo mi corazón y quiero estar con ella toda la vida”. Y me arrepentí de todo lo que había pensado en ese embarazo. Nace, me la ponen en el pecho y lloramos los tres. Y después tuve un proceso súper difícil porque habían pasado justo nueve meses de la muerte de Bauti y, obviamente, no es que nace un hijo nuevo y a vos se te acomodan todas las ideas. Pero sí me aferré a la vida desde otro lugar. Dije: “No, quiero vivir. Y quiero ser feliz”.

Flor Marzol:  "No hay nada que vos le puedas decir a una madre o a un padre que perdió un hijo"
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—Vino Guadi. ¿Y después?

—Cuando cumple un año me entero de que estoy embarazada de Ana. Cuando Ana tiene un año, me entero de que estoy embarazada de Fer. Y así, sucesivamente, nacieron los cuatro; Tere es la última.

—¿Cuándo supieron los chicos que tenían otro hermano?

—Desde siempre, desde siempre. Está súper presente. Y lo dibujan. Cuando en el colegio o en el jardín lo tienen que dibujar a Bauti, lo dibujan como volando en el cielo.

—Siempre lo supieron: siempre estuvo ahí, siempre fueron cinco.

—Sí. Y sus fotos siguen estando. Y está Bauti, en casa, porque lo cremamos. Tenemos la urna. Hasta hace poco lo teníamos en el living con sus velas y las virgencitas y las estampitas que tenía, todo, en su momento. Algunos juguetes de él. Ahora lo corrimos y lo llevé a mi escritorio, pero ahí están sus juguetes y tengo cosas puntuales. Me cuesta regalar sus cosas, así que algunas, las más importantes, me las quedo.

—¿Le hablás, de vez en cuando?

—Sí, siempre. Sí. Yo creo que me consiente en todo lo que necesito. No sé si en lo que quiero; en lo que necesito. Yo creo que sí, que está. De hecho, con mis hijos me fui enterando que estaba embarazada o sus nacimientos fueron en fechas en que yo necesitaba esa noticia. O que se venía el aniversario. Tere, que es la última, nace el día de la fecha de parto de Bauti. Todos ellos, los otros cuatro, tienen algo que me lo trae.

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