En una escena por demás cotidiana, de las que suceden en todo momento, en cualquier lugar, cuatro personas anónimas cambiaron el destino de esta joven de 25 años que hoy tiene 5,5 millones de seguidores en YouTube. Y lo hicieron sin darse cuenta, solo por ocupar su lugar, por aguardar su turno. Sin ellas, puede que hoy Angie Velasco también fuera exitosa, desde ya. Pero como fabricante textil.
En definitiva por eso había llegado a ese negocio de su Rosario natal, donde sigue residiendo: “Me voy a comprar una estampadora para hacer remeras y así me hago mi propia plata”, se dijo aquella estudiante de Diseño Digital, que ya no quería depender económicamente de sus padres, en esa familia de clase media. Los 10 mil pesos que había ganado en un sorteo –otra casualidad- parecían una salida posible.
Y entonces, con esas cuatro personas delante suyo en la fila, que demoraban su atención, Angie tuvo tiempo para pensar y modificar el rumbo de su vida: “Pero… ¡con esta plata me puedo comprar una cámara para grabar videos!”. Y se fue. El resto es historia. O más bien, ahí mismo empezó a escribirla.
Angina –como la apodaron cariñosamente en su fándom- es un suceso en redes: a esa contundente cifra de YouTube (en esa plataforma comenzó su popularidad), hay que sumarle unos 3,8 millones de TikTok y otros dos millones de Instagram. Esta creadora de videos, como se define, es una de las más originales al momento de generar contenido, con una inventiva única. Y siempre con autogestión, como sucede desde un principio: todo depende de ella, y de nadie más.
“¡Gracias a Dios tenía a esas cuatro personas adelante mío haciendo fila!”, reflexiona, divertida, Angie, que está de novia desde hace cuatro años con su colega Bri Domínguez. “Nos aconsejamos todo el tiempo”, confía, en este encuentro con Infobae.
—¿Cuán enloquecedor puede ser el algoritmo de YouTube?
—Es muy raro el algoritmo. Es una montaña rusa: en un momento te va bien, en otro mal. Al principio me recostaba acostumbrarme a esa subida y bajada. Ahí es cuando muchos dejan las redes, porque no se acostumbran a caer. Pero es cuestión de seguir y seguir.
—¿Cuándo dijiste: “Voy a probar haciendo videos”?
—Tenía 11, 12 años, y me acuerdo que había visto al youtuber Alfredito, el primero que vi en mi vida. Y dije: “No puedo creer que esto se pueda hacer. Subir videos, que la gente los vea y se rían de lo que hacés”. Ahí, caí: “Quiero hacer eso”. Pero yo tenía un trauma: no tener amigos de la primaria. Como pasaba al secundario, decía: “Si hago videos, menos voy a tener amigos”. Eran todas cosas que yo pensaba.
—¿Por qué no tenías amigos?
—Me costaba socializar, hasta el día de hoy. Confiar en la gente. Pero eso fue en la primaria; en la secundaria, cambió.
—¿Sufrías por no tener amigos?
—Sí. ¿Qué es lo peor que te puede pasar a esa edad? Para mí, eso era lo peor que me podía pasar. Soñaba todos los días con tener un amigo. Por lo menos uno... Y cuando terminé la primaria, dije: “Bueno, en la secundaria voy a tener amigos. Pero no me puedo ser youtuber porque me van a descansar (hacer bullying). ¡¿Qué voy a subir?!”. Siempre estuvieron las ganas de hacer videos.
—¿O sea que no te animaste a hacer videos en toda la secundaria por miedo?
—Por prejuicio, claro.
—Y cuando vos la pasabas así de mal en la primaria, sin amigos, ¿cómo se sentían tus papás con eso?
—Mal. Yo no lo decía tampoco. Por ahí, me juntaba con la compañera a la que aislaban para que no estemos las dos solas. Y después dije: “Me quiero cambiar de escuela”, para aprender idiomas, otra cosa. Mis papás dijeron: “Ok, dale”, y me cambiaron. Ellos siempre me apoyaron muchísimo, en todas las decisiones. Mi hermana mayor también.
—¿La secundaria se disfrutó un poco más?
—Sí, sí, se disfrutó bastante. Me hice mi grupo de amigas. En la secundaria yo tenía una obsesión con YouTube: todos los días miraba videos. Era lo único que miraba. Y era como: “No quiero solamente mirar, quiero hacerlos”. Después, arranqué la universidad: Diseño Digital. Me costó pensar qué podía seguir, y aunque me estaba gustando, también me sentía un poco vacía. Como: “No sé si es a lo que me quiero dedicar toda la vida”, algo que le pasa a un montón de personas. Y siempre estaba eso que me llenaba la cabeza: “Quiero hacer videos, quiero hacer videos, quiero hacer videos…”.
—¿Y qué te frenaba?
—La costumbre de ya no hacer. También pensaba: “Ya estoy grande para hacer videos, ya estoy en la facultad. Tengo que pensar en mi futuro. ¿Qué voy a estar subiendo videos? ¿De qué?”. Pero con esos 10 mil pesos del concurso de una marca de café, me compré la cámara. La tuve seis meses en el armario, sin sacarla, porque no me animaba a grabar nada.
—¿Cuál fue el primer video que hiciste?
—Me fui a Bariloche cuando terminé la secundaria, hice un video para tener de recuerdo con mis amigas y lo subí para que lo miremos todas, no con la intención de que la gente lo mirara. Después me fui a Disney con mi familia y también grabé eso, pero no en plan youtuber; puse los videos en privado. Hasta que me animé a subir mi primer video en serio, como youtuber.
—¿Cómo fue ese primer video en serio?
—Se llamaba “Mi primer video”: era yo, presentándome, porque tenía ganas de subir videos pero estaba ese problema de que no sabía qué iba a grabar. Me gustaba lo que hacían los youtubers de otros países, y ese formato no existía acá. Quise traerlo y hacerlo yo.
—¿Cuál era ese formato?
—Acá se hacían actuaciones, sketches, con un guion, y admiro eso, pero yo no me veía actuando en ese momento. Y el otro formato era desprolijo. En Argentina todos tenían cámaras muy profesionales, micrófonos, y yo no tenía nada de eso. Pero nada. Y en Estados Unidos hacían cosas más simples, los vlogs (videos grabados en primera persona, narrando una experiencia). Era principios de 2018. Y pensé: “Voy a hacer esto: voy con mi cámara, pongo Rec, hablo y grabo lo que hago. Si tengo un mal día, digo que tengo un mal día. Tengo ganas de cocinar un postre y me grabo haciendo el postre. Tengo ganas y lo subo”.
—Híper auténtica.
—Era eso. Era contarle a la gente, sentir que la otra persona era mi amiga. Como yo estuve sola también, si estás solo y estás mirando, “seamos amigos”. Eso era lo que yo pensaba.
—¿En ese momento era un hobby o vos entendías que esto podía convertirse en un trabajo?
—Cero. Era un hobby. Eran las ganas de que la gente me mirara y se sintiera acompañada conmigo, y yo, con ellos. Que me comenten los videos. Que digan: “Este video estuvo bueno”, “Este video no me gustó”.
—¿Cuál fue el primer video que la rompió?
—Fue como el quinto o sexto que subí. Era un video en el que seguía un tutorial de Art Attack. ¿Viste que hacían algo y les quedaba increíble? Yo lo seguí y me quedó… nada que ver. Ese video tuvo 100 mil visitas en una semana, algo así. Después subí otro video y también le fue bien. Y dije: “Huy, acá algo está pasando”.
—Ahí todavía no monetizabas.
—No. Si monetizaba, era muy poco. No me daba. No se podía retirar eso: tenés que llegar a 100 dólares para poder empezar a retirar.
—Tu jefe es YouTube.
—Mi jefe soy como… yo. Porque de mí depende: si yo no subo videos, no hago nada.
—Pero las reglas las pone YouTube.
—Obvio.
—Y el algoritmo, es de YouTube.
—Hago algo mal y chau.
—Cuando viste que empezabas a tener repercusión, ¿qué pasó con vos?
—En el momento en que me fue bien, me agarró como una ambición: “Ahora no puedo parar. Tengo que seguir, tengo que seguir”. Estaba en parciales y haciendo videos, me empecé a replantear. Tenía unos 40 mil suscriptores y dije: “No puedo con las dos cosas”. Mientras estudiaba, estaba pensando en qué video subir mañana.
—Todo lo hacías vos.
—Todo. Hasta el día de hoy, hago todo yo.
—¿Cuántos videos hacías en ese momento?
—Subía dos por semana. Pero no eran videos tan producidos o pensando una idea. Era como más: “Hoy quiero cocinar, cocino. Hoy hago esto y hay gente que le gusta y lo mira”. Y subía eso.
—¿Qué edad tenían tus seguidores?
—Entre 12 y 16 años. Después fueron creciendo: hoy en día encuentro que me saludan mujeres con hijos, también nenitos chiquitos, y gente de 18, 19. Súper amplio.
—En algún momento aparece esta Angie de “hago cosas raras y me pongo a limpiar un baño público en Rosario”. ¿Cómo se te ocurren esas cosas?
—Al principio me costaba mucho pensar ideas. Y ahora no paro: todo el tiempo se me ocurre algo nuevo. Igual, lo del baño fue un asco. Es que, por ejemplo, voy al baño y veo que está todo sucio: “Hago un video”. Pasa eso. Es lo único que pienso. Y lo único que hago todo el día: pensar qué puedo llegar a grabar.
—Un día fuiste a una cadena muy famosa y mezclaste todas las variedades de café para hacer solo uno. ¿Cómo se te ocurre eso?
—Primero lo hice con chocolate: mezclé de todas las marcas para hacer solo uno porque me intriga mucho el sabor, el color. Después lo hice con gaseosas. Y voy a seguir con otras cosas, pero no sé qué.
—¿Esto es real: “Vi todas las películas navideñas en 72 horas”?
—Me vi 24 películas, no todas. Pero son un montón. Me recostó encontrar 24. Pero… sí.
—¿Estabas pagando alguna condena?
—(Risas) No, no. Es que me gusta hacer cosas que no haría si no fuera youtuber. Y nunca había visto todas las películas navideñas. Lo quise hacer.
—¿En el medio, dormiste?
—Me hice como una habitación, me puse la cama al lado para no hacer otra cosa que ver las películas. Porque si no, me iba a la compu a hacer otra cosa. Me puse la cama ahí para comer, ver las películas, dormir.
—¿Qué video no funcionó? ¿Cuál quisiste hacer y salió mal?
—Hay un montón. Hablando de mezclar, agarré un montón de jabones, los mezclé a todos y me quería tirar por una rampa: nunca deslizó. Gasté un montón en jabón. Pero como no quería tirar ese video a la basura, lo aproveché para hacer otro, creo que se llama “La verdad de mis videos”, porque a veces me salen mal.
—¿En qué momento empezás a ganar plata?
—2019. Ahí fue cuando me empezó a ir muy bien. En 2020 también.
—¿Ahí empezaste a ganar plata en serio?
—Sí, sí. En ese momento.
—¿En YouTube, la plata viene de la plataforma o de las marcas?
—No, no, viene de la plataforma. Y también podés tener sponsors; por ahí también entra plata. Y esa plata se invierte en hacer videos. Ponele, eso de los cafés no me salió barato: tuve que comprar todos los cafés… Me gusta invertir.
—Cuando apareció la primera plata importante, ¿qué hiciste con eso?
—Me compré otra cámara para mejorar la calidad de mis videos, porque la que me había comprado con el premio era buena, pero no podía seguir grabando con eso.
—¿Cómo es hoy la dinámica de trabajo?
—Como al principio, como cuando arranqué (risas). Igual. Y tengo una lista de ideas: “Bueno, hoy grabo esta”, digo. Porque tengo tantas ideas que las anoto. Estoy todo el tiempo pensando ideas.
—Las ideas son tuyas, al igual que la grabación del material y la edición. ¿El diseño de las miniaturas, que es esa foto que aparece como portada del video, también es tuyo?
—También.
—¿Y la locura de mirar el algoritmo y ver qué no funcionó, también?
—Sí, sí. También. Yo.
—¿En algún momento se sufre con el algoritmo?
—Sí. Pero ya aprendí. Lo sufrí cuando borraba los videos, cuando sabía que si le iba mal a ese video, era porque era malo. Cuando no me estaba gustando. Y era una frustración: “¿Qué estoy haciendo mal? Yo puedo dar más. ¿Por qué sigo subiendo esta mierda?”. Hoy en día sigue siendo así, pero se me pasa si estoy conforme con lo que subí. Puede no gustarle a la gente, pero a mí me gusta.
—¿Qué no se puede hacer con el algoritmo?
—Mentir en el título: poner cualquier cosa y que sea otra. La retención: si el video dura diez minutos y a los dos minutos la gente no se entretiene, se va. Y después, ese video no te lo recomiendan. Entonces, lo que más hay que pensar al hacer contenidos es la retención: cuánto se queda mirando la gente. Se gana plata según la retención: un video puede tener 10 millones de visitas, pero si la gente al minuto se va, no ganás nada. Tenés que pensar cómo hacer para que la gente se quede hasta el final.
—¿YouTube detecta un video que funciona, lo ofrece directamente en su plataforma, y eso lo potencia?
—Sí, obvio. Pero es difícil de entender (el algoritmo); al día de hoy, hay cosas que yo tampoco entiendo. El algoritmo va cambiando mucho: el de ahora no es el mismo que cuando empecé. Antes era: “Subí videos todos los días, tenés que ser constante”. Y hoy, YouTube premia más la calidad: “Esta idea está buena, a la gente le gustó, se quedó hasta el final, vamos a recomendarlo”.
—¿Y quién mira eso?
—No sé. Alguien que está atrás (risas). Será una inteligencia artificial.
—¿Cómo entendés cuando cambia el algoritmo?
—Te vas dando cuenta. YouTube nunca te avisa de nada.
—Te manda de vez en cuando la plaquita de la cantidad de suscriptores y paremos de contar.
—Nada más, claro. O si tenés un problema con algún video.
—¿Tenés la plaquita?
—Sí. A los 100 mil te dan una. Al millón, otra. A los 10 millones, otra.
—Con cinco millones y medio de suscriptores, ¿tenés interacción con quienes te escriben comentarios todo el tiempo?
—Hasta el día de hoy, subo un video y estoy leyendo un comentario tras otro, los más recientes, no los más populares. También me gusta mucho hacer videos con ellos, interactuar todo el tiempo. Me encanta.
—¿Este era un lugar que quería esa nena, que en la primaria no tenía?
—Era lo que soñaba. Sí, sí.
—¿Seguís consumiendo videos de YouTube como antes?
—Todos los días. Soy muy fan de youtubers. Me gusta mucho MrBeast, el típico. Lo conocí: fue una locura, viajé a Los Ángeles para verlo. O sea, soy fan. En realidad, era un evento para aprender sobre YouTube: me servía también para aprender un poco más de todo.
—Y lo choluleaste.
—Sí. Estaba pensando en el video que iba a hacer y le había puesto un tuit (a MrBeast): “Estoy afuera”, algo así. Cuando me vio, me dijo: “Vos tuiteaste algo, ¿no?”. Y yo le dije: “Sí”. Vio que estaba la cámara y se habrá dado cuenta que estaba grabando un video. Después me siguió en Twitter, así que capaz lo vio cuando lo subí.
—Estamos hablando de uno de los millonarios más millonarios de YouTube, ¿no?
—Es el número uno de YouTube. Nadie es tan grande como él. Está más loco que cualquier youtuber en el mundo. Es muy capo, muy inteligente. Cuando un youtuber hace una publicidad la gente lo saltea, pero él hace algo muy interesante justo cuando está haciendo la publicidad, para que no se salteen ni siquiera el segundo de publicidad.
—En estas últimas semanas a Lali Espósito la criticaron mucho por haber opinado, y a Emilia Mernes la criticaron por no opinar. Otros, las apoyaron por lo mismo.
—Es que piensan que Lali o Emilia nunca van a leer nada de lo que ponen sobre ellas, y están todo el tiempo leyendo, seguramente. Eso puede afectar. Hay gente que trabaja en redes se ha matado por los comentarios. Es muy fuerte. Hubo un tiempo en que yo la pasé muy mal por los comentarios, hasta que aprendí que es parte de esto.
—¿Qué te ponían?
—Una vez hice una canción por llegar a tres millones de suscriptores. Te dabas cuenta de que era una canción en broma, pero la gente flasheó que yo quería ser cantante, que quería ser María Becerra, capaz, porque ella era youtuber y después se hizo cantante. Y se reían de cómo yo cantaba y todo eso. Fui tendencia un montón de tiempo.
—¿Te dolió?
—Al principio sí porque lo hice con otra intención y no se entendió. Y después, te dije: aprendí de eso. Son muy fuertes los comentarios, saber que están todo el tiempo opinando de vos. Pueden decir cualquier cosa. Y es horrible decirlo, pero me acostumbré. Y en un momento me cuidaba mucho con lo que decía: “¿Está bien que diga esto? ¿O se lo pueden tomar a mal?”. Ahora estoy súper relajada con eso porque te afecta mucho. Muchísimo.
—Qué duro que las reglas sean esas: para poder triunfar te tenés que bancar esto.
—¿Pero cómo manejas a la gente que te dice algo? No se puede. Hay muchas opiniones. Hay mucha gente opinando de todo, todo el tiempo. A mi papá en su momento también le hablaban por WhatsApp: “Vamos a matar a tu hija”. Un padre no entiende que son pibitos boludeando, ¿entendés?
—¿Cuántos videos estás subiendo por semana?
—Este año me propuse subir uno por semana. Antes grababa un video cocinando y lo subía, maquillándome y lo subía, pero ahora se me ocurren videos que me llevan una semana de grabación. Es imposible.
—¿Qué estás grabando ahora?
—Estoy haciendo todas las recetas del libro de Damián Betular. ¡Es un libro así! (Hace un gesto, destacando el tamaño). Me quiero morir… Voy por la mitad.
—¿Betular sabe que estás haciendo eso?
—No. Pero al final yo quiero llevarle lo que mejor me salió, y llevar lo que él cocina, y que adivine cuál es el de él y cuál es el mío.
—Angie, ¿qué tenés ganas que pase a futuro?
—Mi próxima meta es llegar a los 10 millones de suscriptores. Y también me gustaría viajar más haciendo contenido, porque siempre todo lo grabo acá. Hay un montón de cosas para hacer en cualquier lado, en cualquier parte del mundo. Y hay más ideas.
—Suerte, talento y trabajo: ¿cómo los distribuís?
—Talento… no sé. Suerte: la mitad. Y dedicación, un poco más de la mitad. Yo estoy todo el tiempo estudiando qué funciona, hasta los colores.