Por primera vez en tres años, Nadie dice nada -el programa insignia de Luzu TV- hizo un parate que arrancó en febrero, después de haber salido al aire desde la Costa, y que concluye mañana. Y al igual que Nico Occhiato y el resto del equipo -Flor Jazmín Peña, Momi Giardina y Santi Talledo-, Nacho Elizalde debió adoptar otra rutina. “Estoy aprovechando mis mañanas. Estoy entrenando, me estoy levantando temprano. ¡Siento que tengo más día!”, dice, sonriente, disfrutando de un presente pleno que ya arrastra desde hace un tiempo.
Al fin, este descanso es apenas eventual: pareciera que Ignacio -”así me dice mi mamá cuando se enoja”- o Igna –”como me llaman los que me quieren”- jamás se detiene. Y todo el tiempo, busca diversificarse. A su rol de coconductor le suma su propio ciclo: Algo de música. Además, están las distintas ediciones de Fiesta Polenta. Su propia marca de ropa. ¡Y hasta de sandwiches de miga gourmet! También su rol en las redes –aunque aclare que no es un influencer-, con 450 mil seguidores en Instagram. Y una definición en el perfil de su cuenta que lo describe por completo: “Hago cosas”. Podría agregarse “muchas”...
—¿Cómo era tu familia de chiquito?
—Padre, madre. Yo soy el hermano más grande; hermano del medio y hermana más chica. Mis papás se separaron cuando yo tenía 21.
—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus papás cuando eras adolescente?
—No. En el colegio me iba bien, y era quilombero pero normal: nunca me mandaba cagadones, nunca me encontraron borracho en algún lugar. Siempre muy cuidadito. Nunca en mi vida me agarré a piñas. A veces me dan ganas, de sentirlo, por lo menos. El otro día estaba viendo El Club de la Pelea: ellos hablan como de una liberación, y cuando te das cuenta de que no sos de cristal, porque yo siento que me pegan una piña y muero. Como a mí me gusta vivir las experiencias, ir tachando, en un momento me gustaría sentirlo. Pero claramente no va con mi personalidad, porque si ya no pasó hasta ahora...
—¿Fuiste tachando varias experiencias?
—Fui tachando varias este último año. Y estos últimos dos años, muchas más.
—¿Con qué tuvieron que ver?
—Con la exposición. Hacer teatro. Que la Fiesta Polenta esté dando vueltas por el mundo. Todas esas cosas que quise vivir y que en un momento pensé que no iban a ser posibles, hasta que sí.
—¿Cómo empieza todo? El sueño pasaba más por la actuación.
—Sí. Estudié teatro siete años con Nora Moseinco, después con Paula Grinszpan. Estaba en un colegio medio cheto en San Isidro, con doble escolaridad, de un solo sexo, de ir a misa. Pero yo no era muy de esa onda, ni el rugby.
—¿No había un cheto ahí, de chico, que hoy llamaríamos un tincho?
—No, no. Mi colegio era el más jipón, más artista, más ese palo. Salieron muchos artistas, muchos músicos, profesores. Y nosotros éramos más fuma porros: nos tomábamos el 60 y nos íbamos a la Bond Street a comprarnos la mochilita de la banda que nos gustaba y los parches. Éramos como los rebeldones de la chetada. Los hippies, nos decían.
—Y había un actor que empezaba a aparecer.
—Había un actor. Y había un músico: tocaba la batería, el bajo. Hasta hace dos años tenía una banda de boleros: tocaba en un hotel todos los domingos. Había miles de inquietudes, y traté de ir cumpliendo lo que quería. Era un conflicto, porque en el colegio cuando decían: “¿Qué querés ser? ¿Arquitecto, diseñador gráfico?”; “Quiero ser todo”; “No se puede”. Pero mi personalidad no me permite: necesito estar en movimiento. Cuando ya tengo todo armado, quiero hacer otra cosa y seguir.
—¿La exposición abrió puertas?
—Sí, obvio. Muchísimas, como Instagram, que es un currito hermoso: te hace ganar plata por subir cosas que antes las hacía gratis. Y esa plata la destino a comprar telas, a probar qué onda, a ponerla acá… Todo eso.
—Decís que no sos un influencer.
—Digo que no soy un influencer. En consecuencia de lo que hago, soy influencer. Yo no creo contenido, no me pongo en mi casa a ver qué idea puedo hacer para filmar y vivo de eso. En los papeles soy un influencer, sí, pero yo no me siento así, no me identifico con el influencer tipo.
—Otra cosa que te escuché decir en algún momento: no te gusta el medio.
—No sé si es que no me gusta el medio… Siento que hay cosas que nunca me cerraron, de afuera. El “me llevo bien con todos”, el “me encanta todo”, el “¡qué lindo esto!”, cuando no te gusta.
—O nos saludamos aunque no nos conocemos, no nos vimos nunca.
—El saludo ese, sí. “¡Ay lo amo, me encanta, qué divino!”. Si no me conocés, ¿a quién amás? Eso: el caretaje. Y no me sale tampoco. Eso es lo que no me gusta. Después hay un montón de cosas que me encantan del medio, obviamente: amo que sea lunes porque los lunes arrancan las posibilidades, te llegan mensajes, propuestas. Me encanta. Y eso me lo da estar acá, en el medio.
—Qué enorme privilegio en este momento estar trabajando de lo que a uno le gusta. ¿Podés parar la pelota y valorar eso?
—Siempre. Y lo agradezco. Yo tengo 36, y esto me agarró a los 32, 33, ya más grande; no es que me agarra a los 20, todo loquito. Siempre quise ser actor y me costaba, hacía castings y no quedaba porque no era el más hermoso. Tampoco sé si era un tremendo actor. Y que me agarre ahora, de grande, más plantado, y entendiendo un poco qué es lo que quiero y qué es lo que no está bueno, también me hace agradecer todo el recorrido que hice. Antes, yo laburaba en Falabella, por ejemplo, y a los 21 años me habían ofrecido un puesto de comprador que era bárbaro, que me permitía viajar. Yo sabía que si lo agarraba iba a tener un buen sueldo, viajes, contactos. Pero yo no quería hacer eso. Y entonces conseguí laburo en MTV. O me fui a laburos que no me daban tanta guita cuando mis amigos del colegio, laburando en administración de empresas, se iban comprando su auto y estaban viviendo solos. Y yo no podía, no me alcanzaba. Todo me llegó después. Siempre digo que soy una persona a la que todo le llegó después.
—Pero fuiste muy fiel a tus ganas, a escuchar tu deseo.
—Sí. Eso es algo que me valoro mucho.
—¿Qué hacías en MTV?
—Estaba en producción. Laburaba de 9 a 18 y después me iba a filmar hasta las dos de la mañana unos videos para YouTube que hacía con mis mejores amigos: se llamaba Fat Funny Brown y hacíamos sketches. Y como quería priorizarlo, renuncié a MTV para laburar en una agencia de publicidad part time y poder dedicarle más tiempo a los videos. Mis padres me decían: “¿Estás seguro que querés dejar Falabella? ¿Estás seguro que querés dejar MTV? Sueldo en multinacional, laburo estable, quedate”. Y había algo en mí que me decía que no.
—¿Cómo llega Luzu?
—Me armé una agencia de publicidad que se llama Hacemos Stories, donde lo único que hacíamos eran historias para marcas. Ahí lo conocí a Nico Occhiato, que era embajador de una marca a la que le hacíamos contenido. Pegamos buena onda. En la pandemia, me escribe: “Quiero hacer algo disruptivo en YouTube, algo que nunca se hizo, para hablarle a nuestro público”. Y mi mensaje fue: “Hagamos”. Él se juntó con la agencia en la que yo estaba y ahí nació Nadie dice nada, que no era ni Luzu: era un programa. Y yo era productor, ni había pensado estar enfrente de una cámara. Me encantaba ese desafío: pensar ideas para hacerlas con la exposición que tenía Nico. Con esto de Fat Funny Brown no nos veía nadie, teníamos 10.000 visitas, y digo: “Tengo un chabón que tiene recursos y 2 millones de seguidores, entonces las ideas que yo pueda pensar las van a ver 2 millones de personas”. Esa era mi motivación, no estar adelante de cámara.
—Pero en algún momento pasás al aire.
—Sí. Siempre participaba un poquito y se ve que a Nico le gustaban los comentarios que yo iba metiendo. Hasta que en un momento él se va de vacaciones y me dice: “Iba a buscar un reemplazo, pero siento que podés estar vos, con las chicas”. Y yo: “¡Obvio!”. Ahí entré y bueno, no me fui más.
—Empieza a nacer un Nacho personaje más allá del Nacho productor. ¿Cómo te llevaste con eso?
—En un momento me empezó a agarrar ansiedad cuando veía que las historias, que antes me las miraban 70 personas, ahora me las miraban 3000. Entonces decía: “No sé si quiero mostrar tanto de mi vida privada, o que tanta gente vea mis historias”. Aparecieron un montón de ansiedades de la exposición, a la que no estaba acostumbrado. Flor, Nico y Nati (Jota) vienen desde hace años con eso, pero para mí era todo nuevo. Algo me quería guardar: “No voy a mostrar más a mis amigos, ni a mi familia”. Al principio me afectaba un montón. Después, ya aprendí.
—¿Y te bancaste las críticas, cuando aparecieron?
—Al principio me frustraba y me angustiaba mal. Nunca había hecho terapia y dije: “Siento que este proyecto va a crecer. Mejor empiezo a hacer terapia desde ahora”. Como que fui pillo, precavido: en vez de arrancar terapia cuando estuviera golpeado, abrí el paracaídas de antemano. Arranqué terapia y eso estuvo bien.
—Empiezan a nacer otros proyectos. Y un día decidís hacer sandwiches de miga.
—Me contacta una empresa canadiense que hace dark kitchen (venta de comida solo por delivery): querían que fuera el influencer de una marca de hamburguesas. Así como me ves, multifacético, yo estudié en el IAG: me encanta la cocina. Cuando hablo con esta gente, les digo: “No quiero ser influencer de una marca de hamburguesas porque no me representa”; “¿Sushi?”; “Menos; yo tengo la idea de hacer sanguchitos de miga. Todo el mundo los come. ¡Más argentino que sanguchitos de miga, no hay!”. Y además, les dije: “No quiero ser un influencer, subir historias y nada más. Si la marca va a tener mi cara, me quiero meter, decidir el nombre, qué fotos se van a postear, qué estética va a tener, qué gustos de sandwiches vamos a armar”.
—¿Cuál es tu preferido?
—El clásico: de jamón y queso. Tiene una manteca de limón que es buenísima. Quería hacer los sandwiches de miga que yo pido cuando voy a una panadería. Que sean lindos, hermosos, riquísimos y de calidad. Me junté con mis socios y los cocineros, y me dijeron: “Che, armamos estos, queremos que los pruebes”. Los probé. Y no me gustó ninguno.
—¡Qué momento!
—Me querían matar. “Perdón, pero si algo va a tener mi cara, mi nombre, si lo van a relacionar a mí, quiero que sea increíble. Esto no me gusta”.
—¿Y qué pasó ahí?
—Se fueron medio conflictuados. Al mes tuvimos otra prueba y me gustaron. Y me confesaron: “Queremos que sepas que estábamos cagados porque la primera vez nos dijiste que no”. “Perdón, yo prefiero ser muy sincero porque esto me lo quiero poner en serio, al hombro. Me encanta el proyecto, quiero hacerlo bien”, les dije.
—¿Sos así de sincero con todo?
—Trato de ser sincero. Con buenos modos, pero sí.
—¿Y esa sinceridad te trajo problemas al aire? ¿Con Nati Jota por ejemplo?
—Al aire, en el programa, sí. Con Nati, muchas veces. Pero con Nati nos amamos, y esto de decirnos todo en la cara era bárbaro porque no había nada que ocultarnos.
—Y con Flor alguna vez, me acuerdo.
—Con Flor. Bueno, pero como le pasa a cualquiera con su grupo de amigos. Es que yo siento que estoy hablando con mis amigos y de repente me miran 70.000 personas, pero yo no me doy cuenta, entonces, si tengo que discutir mano a mano, discuto. Después está todo bien, porque con tus amigos discutís, te peleás, y al rato hablás y está todo bien. Pero acá te miran 80.000, 100.000 personas, te sacan de contexto y se arma un revuelo. Eso lo estoy aprendiendo.
—¿Y la Fiesta Polenta?
—Arrancó en 2019. Yo tocaba la batería en una banda y Maru, mi socia, la Polaca, era DJ. Tocábamos en lugarcitos pero no nos llamaban tanto. Y ella me dice: “Che, tengo una fecha en el Matienzo donde voy a tocar como DJ. ¿Querés tocar con tu banda?”; “¡Obvio!”; “¿Y estás para organizarla conmigo?”; “Estoy”. Ahí arrancamos. Era un ciclo que tocaban tres bandas y después, DJ. A lo largo de las fiestas nos dimos cuenta de que la gente no quería ver las bandas: quería la fiesta. Y fuimos aprendiendo: sacamos las bandas, enalteciendo los DJ, la música. Y se fue armando. Hicimos en el Matienzo, en La Tangente, en Espacio Simona, en el Centro Cultural Recoleta, en Beat Flow. Y todo a pulmón: no ganamos ni un peso. Lo hacíamos porque quería tener mi fiesta, que mis amigos vinieran a mi fiesta y bailaran las canciones que yo quería que pusieran. Después apareció Luzu, y al tener yo más exposición, la fiesta se llenaba: había fila, se agotaban las entradas.
—Y de repente se empezó a exportar: tenés fechas de la Fiesta Polenta en Nueva York.
—Locura. Y una fecha en un festival en México. En Madrid ahora. En Miami. La idea es hacer este año todos los meses en Uruguay. Recorrer el país. También hicimos en Israel un día antes de que fuera el atentado. Un día antes…
—¿Vos estabas?
—Yo no estaba; fue mi socia. Tres horas después de que se fueran con el avión, cayó la primera bomba. Siempre quise hacer una fiesta en Israel, hay un público increíble. Se agotó: vendimos 800 entradas. Me encantaría contarlo con alegría, pero justo el día después… Fue muy tremendo. Yo estaba acá, mi socia estaba allá, y a las 3 de la mañana enterándome, tratando de hablar, con ella en el avión… Fue terrible.
—Y con todo lo que se empezó a saber después, sobre lo que estaba pasando en Israel.
—No, no. Terrible.
—Saliendo de este paréntesis, que es tremendo… ¿Es más rentable hacer la Fiesta Polenta en el exterior que en Argentina?
—Depende. Afuera no hay sponsors todavía porque no nos conoce nadie. Acá, por suerte, hay marcas que ya nos bancan y nos conocen, entonces ahí está la diferencia: afuera, la sostenés con las entradas. Igual, afuera estoy dispuesto a perder al principio para instalar la fiesta. Y también es un capricho. Todos los proyectos que yo hago, primero fueron caprichos. Hacer una fiesta en Miami es un capricho. Hacer una fiesta en Europa es simplemente porque quiero ir tachando cositas del mapa.
—También dijiste: “El país está tranquilo, está todo bien, vamos a lanzar una línea de ropa con un local en Palermo, que total los costos son baratos, los alquileres están súper accesibles”.
—En pesos, ¿no?
—¿Y cómo va?
—La verdad que no tengo ni idea: soy un kamikaze. Siempre me gustó vestirme a mi manera, y un amigo de mi hermano tiene una marca de ropa, le dije: “Che, ¿probamos hacer una cápsula? Poquita ropa, 30 remeras, 20 buzos”. La hice. Y con esto de la exposición del programa, los vendí todos. Otra cápsula más, otra cápsula más… y abrimos un local en Palermo, con todo lo que eso conlleva.
—¿Es rentable?
—No lo sé todavía. O sea, invertí mucha plata en el local, en la ropa: todavía no la recuperé, y en el corto plazo no la voy a recuperar. Pero creo que en el futuro, sí. Quiero instalar Tranca como una marca importante.
—Son un montón de frentes distintos: una fiesta, un local de ropa, sandwiches, el conductor, el de las redes. El que administra tu economía y dice: “En esto puedo invertir, en esto pongo la cara, en esto no”, ¿sos vos?
—Soy yo. Un poco inconsciente y un poco también pensando en el Nacho del pasado, el que no podía hacer un montón de cosas porque no tenía los recursos ni la visibilidad, y diciendo: “Si no lo hago ahora, ¿cuándo lo hago?”. Por eso digo: son caprichos. No sé creo que ahora alguien me diría: “Ponete un local de ropa, es espectacular el momento”.
—¿Hay un Nacho que cuida su economía, que tiene un resto?
—No, no. Por eso te digo esto del currito de Instagram, porque la verdad que es absurdo lo que se cobra por subir historias, no tiene sentido. Hasta me da un poco de vergüenza por momentos… El país está en la B, hay gente que no tiene para comer, y uno sube una historia y gana plata. Entonces, todo eso trato de invertirlo, porque es guita que, para mí, es un extra. Darle laburo a gente: en Polenta que hay 60, en Tranca seremos 10 personas trabajando, en Jueves, que son los sanguchitos, más personas. Y a mí me encanta. ¿Me decís si tengo un resto? Sí, tengo un resto. Sé que no me voy a morir de hambre. Por suerte tuve una vida en la que nunca me faltó nada. Y si puedo poner plata en proyectos que, en un futuro, me van a dar más proyectos, yo, feliz.
—¿Cuál es el canje más bizarro que te ofrecieron?
—No me paran de ofrecer casinos online. Pero ahí no transé, aunque me ofrezcan guita: no me parece ético. La gente que ve las historias por ahí no tiene tanta guita, y vos estás incentivando a que apueste. Igual, banco al que lo quiere hacer, pero yo, no. Ahora, si yo no tuviese trabajo, y tengo los 450.000 seguidores de ahora, por ahí sí los acepto porque sería mi única fuente de ingreso. Pero ahora, por suerte no.
—Hoy podés elegir qué no.
—Hoy puedo elegir. Y cosas así, no. Trato de no vender algo que no consuma, que no me representa. Me han ofrecido tratamientos de skin care, buena plata, y no lo hago. No me sale orgánicamente mostrar un skin care.
—¿Qué te pasó con el momento que estamos viviendo y todo lo vinculado a con Lali Espósito, por ejemplo?
—Tremendo. Me pasan muchas cosas. Primero, que un presidente hostigue a un artista… ese tiempo que le estás dedicando a Lali, dedicalo a otra cosa. De base. Hay un montón de cosas para hacer antes que estar contra Lali o contra la cultura. Personificado en Lali, ¿qué tiene que ver ella en este caso? Hay miles de Lalis, ¿por qué Lali? Más allá de eso, la gente te pide que opines: “No, sos un tibio porque no opinás”. Y yo siento que no todos tienen ni deberían opinar. Una tiktoker que hace un challenge bailando y tiene 5 millones de seguidores en Instagram, ¿por qué le vas a pedir que opine de política si la piba hace bailes de TikTok? ¿Le tenemos que pedir a Messi que opine de todo? Messi juega al fútbol. ¿A un bailarín, que opine? Si el bailarín, baila. Que opinen los que saben. Yo a veces no opino porque no tengo ni idea.
—También pasa que nos bancamos poco decir “no sé”.
—Sí. Yo amo el “no sé” porque genera un aprendizaje. Y los que no quieren opinar, también está bien, porque al fin y al cabo la gente nunca va a estar contenta con tu respuesta en todo. Siempre va a tener que decir un pero. Pero las redes son así, opinás de un lado. Yo puse en Twitter “Lali te banco” y mucha gente me bancó, y mucha gente me dejó de seguir. Como que sos de un lado o sos del otro. Y me parece que no es tan así. En Luzu nos dicen: “Eh, son libertarios”, o “son peronchos”, o “son progres”. Cada uno va a interpretar y ver desde su perspectiva lo que quiere ver, y te cataloga en un lugar.
—¿Vos sentís que sos de un lado o sos del otro?
—Yo no me siento así. No. Nunca fui muy fanático de nada: de ningún partido, de ningún artista. Trato de no ver algo como un todo, y enceguecido. Tomo cosas buenas de algunas cosas, cosas que no me gustan. Me gusta poder entender que hay cosas que hacen bien y cosas que hacen mal. Y todos tienen dos caras.
—En las redes sociales, las métricas y los algoritmos pueden ser muy enloquecedores. ¿Vos, cómo lo llevás?
—No te voy a mentir: cuando me bajan los números me preocupo y me angustio. Está mal, pero me pasa. Ayer veía en TikTok a una chica haciendo un vivo: tenía 30, 40 personas bardeándola. Una chica de 15 años… Yo, en mi casa, cuando tenía 15, a mí nadie me bardeaba: solo me juntaba con la gente que me quería. Y si nos bardeaban, era una peleíta. Pero ahora, que te bardeen extraños, te tiren hate... Esta chica de 15 años, ¿cómo hace para soportar que 30 personas la estén bardeando por nada, por cómo tenía el pelo, por qué ropa tenía, por lo que decía? Me parece terrible. No sé cómo yo hubiera soportado eso a esa edad. Por eso entiendo que ahora haya tanta ansiedad, angustia, depresión. Lógico: si estamos todo el tiempo con información de gente vomitando opiniones sin ni siquiera profundizar. Eso te afecta.
—Parece que valemos más o menos en función a cuántos likes y cuántas visualizaciones tenemos.
—Sí, sí. Pareciera funcionar así: tu estatus en la sociedad depende de cuántos seguidores tenés. Es rarísimo. Porque encima es cuantitativo, no cualitativo. También entiendo que ahora tengo buenos números porque estoy en Luzu; el día que no esté más esos números van a bajar, y yo no sé cómo me va a afectar. Espero que ahora, que estoy más grande, sea más tranqui.
—Y llamaste a la psicóloga con tiempo.
—Y llamé a la psicóloga con tiempo. Es bárbaro Instagram y la Internet porque cualquiera con un celular puede hacer un programa de streaming. Así como arrancamos nosotros, con cuatro computadoras e Internet. Pero bueno, si los números después no te acompañan, hay un grado de frustración muy grande.
—Hay que estar muy sólido para poder bancársela.
—Sí. Y nadie está tan sólido.
AGENDA Las próximas fechas de la Fiesta Polenta son: 21 de marzo Polenta Madrid, 23 de marzo Polenta reggaeton, 27 de marzo Polenta electrónica, 26 de abril Polenta en NYC.