“Yo de política no sé. Sí sé que hay una carrera que uno estudia para, de alguna forma, entender de qué se trata”. A la aclaración inicial le sucede de inmediato una broma que -se sospecha- fue estrenada hace tiempo: “Yo, de política lo único que tengo es Politti… Ca, no: Politti-ca, no”, sonríe, jugando con el apellido que se ha visto en decenas de marquesinas teatrales pero también en los anuncios de muchos programas televisivos. Andrea Politti es una marca registrada como actriz y conductora.
Si bien no miente, como suelen hacerlo algunos políticos, esas palabras no son del todo ciertas. Porque Andrea sí hace política. Desde el vamos, la respira cuando sube al escenario en Porteñas, la obra dirigida por Manuel González Gil -escrita junto a Daniel Botti- en la que un grupo de mujeres va transitando, cada una desde su propia mirada y estatus social, distintas etapas esenciales de la historia argentina del siglo XX.
“Porteñas se estrenó por primera vez hace 20 años y no pierde vigencia -destaca, con cierto orgullo por ser parte-. Estamos hablando de momentos políticos muy difíciles y complicados, para variar, de la Argentina. Empezamos alrededor del 1900. Yo soy Juana, la mujer de un anarquista, y entro con mi marido ensangrentado a la casa de una de las señoras más copetudas de Buenos Aires. A partir de ahí nos vamos juntando oníricamente en cada década; es decir, nunca envejecemos. Lo que van cambiando son los vínculos entre estas mujeres. Por ejemplo, en el caso de Juana, tengo mucha, mucha, mucha contradicción y bronca con Emilia, que es la mujer de un militar”.
Sobre las tablas del ASTRAL, a Politti la acompañan Julia Calvo, Cecilia Milone, Romina Richi y Mica Riera. Ellas la ven emocionarse en las funciones: la escena que corresponde al Proceso y la Dictadura la atraviesa por completo. Y no solo como actriz.
—¿Qué te pasa a vos cuando en la obra transcurren los 70, con todo lo que se vivió en tu casa?
—Hay un monólogo. Lo hablé con Manuel: “Mirá, no sé si voy a poder decirlo…”. “Bueno, te estoy eligiendo por eso, porque nadie más que vos lo puede pasar por el cuerpo y transmitirlo de la forma en que vos lo sentís”, me respondió. Y no se equivocó. Al principio, en los ensayos, prácticamente me quedaba muda. Me costó. Me costó bastante. Porque es muy emocionante.
—¿Ahí te encontrás un poco con tu papá?
—Siempre en el teatro me encuentro con mi papá. Él viene conmigo. Y si no está físicamente, está en mi corazón, en mi sangre. Está en mi genética.
—Tu papá es Luis Politti, gran actor, que fue secuestrado y torturado, y que termina muriendo en el exilio. Pero vos pudiste verlo antes: en un momento viajaste y le contaste que soñabas con ser actriz. Lo digo para ponerlo en contexto. Y para no forzarte a contar de nuevo esa historia, que es dolorosa.
—Sí, sí, es dolorosa. Esa tragedia de la cual fuimos protagonistas quebró totalmente a la familia. Para mí fue un esfuerzo personal muy importante poder seguir adelante. Como dice el texto en los 80, cuando viene Alfonsín: yo me sentía como perdida. Mi personaje se va al exilio, vuelve, y hay euforia, hay tristeza, pero también me siento perdida. Cuando el teatro toca la realidad y a la vez se puede ficcionar y mostrar desde la emoción, desde el alma, uno no se puede perder hacerlo en un escenario.
—¿Qué te pasa con este revisionismo de los 70 que estamos viviendo en estos últimos meses?
—Bueno, me imaginaba esta pregunta. Y me imaginé esta respuesta. Son momentos de mucha sensibilidad social, donde hay que tener mucho cuidado con lo que uno dice, meditar cada palabra: qué transmite, qué comunica. Estamos en una situación complicada que viene desde hace muchos años. La gente está en un estado donde realmente necesita un montón de cosas, y no hay que opinar livianamente, sino ver qué es lo que está pasando y qué es lo que va a pasar. Y desde el lugar de cada uno, dar algo, si puede, con lo que tenga a mano. Más allá de los gobiernos y de las políticas. Fijarse de qué manera ayudar al otro, porque mucha gente está necesitando ayuda. Por ejemplo, uno es famoso y a veces te piden cosas, desde la solidaridad. Y el famoso puede poner en Instagram: “Ayuden a tal”, pero yo no lo siento como una ayuda real. Sí siento como una ayuda acercar a esa persona a alguien. Crear esa red de contención. Me parece que la sociedad tiene que ir por ahí.
Y es que Andrea hace política. Con su emoción en el escenario. Con sus declaraciones en esta entrevista. Con su postura cotidiana. Con su manera de sentir. Y hacer.
—Sos una mujer muy querida, y me imagino que te llegarán pedidos de gente que la está pasando mal. ¿Cómo te quedás con eso? Porque hay realidades que duelen.
—Siento que lo que hago es poco. Que no alcanza. Que a veces es más importante escuchar al otro, abrazarlo, besarlo y decirle: “Che, voy a llamar a tal a ver si podemos tal o cual cosa”. Es muy importante escuchar al otro.
—Mirarlo, ¿no?
—Sí. Es fundamental. No estar mirando tanto los aparatos, el celular. Paremos un poco. Es demasiado. Es mucha distracción.
—¿Si te olvidás el celular en tu casa, volvés a buscarlo?
—No, para nada. Internamente, siento una liberación. Viví una época donde no teníamos ni siquiera un teléfono de línea porque era caro. Me acuerdo que alquilaba en un lugar y la vecina de arriba tenía teléfono, entonces me llamaba y me decía: “¡Eh, Andrea!”. Yo subía y hablaba. Nadie está exento: la adicción que genera este aparato es muy peligrosa. La adicción de las redes. Yo no soy muy afín, no tengo mucha química con subir cosas porque me miro y digo: “Ay, ¿qué hago?”. Ahora son todos protagonistas, todos tienen sus canales en YouTube, sus programas internos; se muestran divinos. Pero la vida es otra cosa.
—Tu hijo, Galo Hagelström, también es actor.
—Mi hijo es una persona muy inteligente, muy pensante, muy artista. Hizo su primer trabajo actoral en la obra Tijeras salvajes y para mí fue una emoción muy grande porque linkeando con papá, yo quería trabajar con mi papá, y trabajar con mi hijo de alguna forma sanó y acarició ese aspecto. Es como entregar el legado. Le dije: “Mirá que esta profesión es complicada. Vos la ves, no te estoy diciendo nada que no sepas”. Y me respondió: “Sí, sí, pero el problema es la vocación”.
—Es esta inestabilidad en la carrera del actor, y también del conductor, ¿cómo te pega en la economía hoy?
—Y bueno, mirá, por la Argentina que yo he vivido, sabía perfectamente que esto iba a pasar. Tenés épocas muy buenas y épocas muy malas. La sensación es que las malas duran un montón y las buenas poquito, pero no es así: está bastante equilibrado. Lo que nunca me imaginé es que iba a vivir una pandemia, que fue como un plus. Realmente, no se llegó a imaginar lo que era… La pandemia atravesó a mucha gente. Fue devastadora. Bastante jodida.
—En este conocer de las crisis argentinas, los altibajos, ¿cómo te manejás? ¿Tenés un resto para las malas?
—Tengo un resto para las malas.
—Porque en el imaginario colectivo, el actor es millonario y está resuelto.
—No, eso es mentira. A veces te ven bien vestido, pero por ahí te prestaron la ropa y se la tenés que devolver a la marca. O estás haciendo una publicidad linda porque por ahí te dieron una crema. Este es un oficio como cualquiera. Y uno es una persona como cualquiera.
—¿Y la realidad se hace difícil, impacta como a todos?
—Sin dudas. Sin dudas. Después, hay gente que tiene más espalda porque hace otro tipo de negocios fuera del espectáculo. Y hay gente que le ha tocado vivir una época dorada donde se han creado esas figuras que yo no sé si se van a volver a repetir. Hay un montón de casos.
—Y de todos esos casos, ¿cuál es el tuyo?
—Yo me siento muy trabajadora. Entonces, cuando a vos te gusta trabajar, de alguna forma siempre te las ingeniás. Tengo dos manos, dos pies; salgo adelante.
—Pero no invertiste por fuera de la profesión.
—No invertí porque no sabría cómo hacerlo, sinceramente. O sea, tendría que buscar asesorarme. Este es un país muy difícil como para decir, con lo poco que tenés: “Bueno, me juego a esto”. No sé, bitcoin, criptomonedas, qué sé yo. Hay gente que es mucho más arriesgada y la felicito. No es mi caso: soy bastante conservadora.
—La conductora, ¿cómo anda?
—Divina, espléndida. En la casa (risas). Así como la actriz está presente todo el tiempo, a mí me sale la conductora. Es genial porque, por ejemplo, estoy en una reunión, de golpe siento que la charla está como aburrida, y yo no me doy cuenta pero empiezo a conducir: “Y vos, ¿por qué no nos contás tal cosa?”. Es algo natural que descubrí de grande.
—¿Estás con ganas de conducir?
—Sí, sí.
—Si llaman, estás.
—Siempre. Hay que ver qué, porque también la crisis lleva a que se hagan ciertos temas que por ahí uno no tiene ganas de hacer. Pero una vez alguien me dijo: “Vos agarrás los programas, después les ponés tu sello”. Pero en el medio, hay una lucha interna que hay que saber llevar adelante.
—Cumpliste años hace poco.
—El 4 de enero. Con mi hijo.
—Comparten el día.
—Sí. Y como digo en broma: también compartimos la edad (risas).
—A la hora de soplar las velitas, ¿cuántos deseos para que las cosas se queden como están y cuántos para que cambien?
—Mirá, cuando soplo las velitas primero celebro estar viva, tener la oportunidad de cada día ser un poquito mejor. Siempre me fijo en eso: qué cosas puedo mejorar de mí. Tener muy en claro que la cabeza a veces es una gran impostora porque la mente te lleva al pasado o al futuro, y te olvidás de lo que estás viviendo en el momento. Tener, de alguna forma, un poquito más controlado este aspecto del estrés, que lleva a enfermarte, a preocuparte de más. Cuando vos sos muy pensante podés pasarte de rosca. Entonces, ahora que estoy más grande, decir cómo quiero vivir este presente.
—¿Te sale ese aquí y ahora?
—Sí, me sale, pero porque me propuse como gimnasia cada tanto pensar qué estoy sintiendo, dónde estoy y qué está pasando. Esas preguntas son importantes para la salud mental, que estaría escaseando en muchas personas, lamentablemente. Se habla mucho de la salud física, del deporte, de la dieta, de los alimentos que están buenos, y eso está bárbaro. Pero se habla poco de la salud mental, no sé por qué. Hay que apuntar ahí también. En un punto, estamos todos locos: todos tenemos ciertas neurosis, obsesiones, rayes, TOC. Siento que la psicología en un momento hizo un boom. ¿Viste que todos íbamos a terapia? Y después, como que quedó ahí un poco, no sé si por los costos. La psicología se tiene que modernizar un poquito, actualizarse.
—Hay nuevas terapias que van apareciendo.
—Raras (risas). Hay de todo. Pero hay cosas con las que hay que tener cuidado. Uno tiene que fijarse adónde va, qué profesional, si estudió, si está matriculado.
—Así que a mí me gusta mucho que podamos hablar de salud mental porque hay un prejuicio cuando alguien tiene, no sé, ataques de pánico. Como si lo eligiera, ¿no? Como si fuera: “Bueno, ponele voluntad, si está todo bien”.
—El que está deprimido, no puede. No puede. Me parece que es importante porque hay mucha gente en estas condiciones, más de lo que uno cree. Te doy un ejemplo. En la época de mi vieja, ir a terapia era estar loco, entonces mi vieja no iba a terapia porque “no, yo no estoy loca, ¿no es cierto?”. Entonces, ciertas conductas que ella empezó a tener por sufrimientos de su vida se fueron marcando, de alguna forma, en su cerebro. Esto me lo dijo un médico que la atendió: “Mirá, tu mamá tiene esto, esto y esto. Se ve acá, se ve en el mapa cerebral”. O sea, queda en el cerebro todo lo que uno vive o cómo absorbe lo que le está pasando.
—¿Hiciste terapia?
—Sí, 10 años. Divina.
—¿Cómo decidiste terminar?
—Fue mutuo. Una psicóloga maravillosa. Fue como: “Bueno, hasta acá llegamos porque más allá de esto ahora está la vida, y ya tenés las herramientas para seguir adelante”. Me pareció importante. A veces, por ahí se extraña la terapia. Yo sentía que iba con mi cartera y soltaba los bolsos, los pesos: “Ahora voy a hablar un poquito de mí sin que nadie me diga nada”. Y pasaba de todo, ¿viste? Los días que iba más distraída, o decía: “Ay, hoy no va a pasar nada…”, ese día salía re movilizada, porque una palabra que decía se unía con la otra.
—¿Sos llorona?
—Soy sensible.
—¿Última vez que lloraste?
—En el teatro, actuando.
—Pero ahí, el personaje es quien llora. Ahí, es Juana.
—Sí, llora Juana, pero está linkeado con la historia: lo que le pasa a cada mujer también es fuerte. Porque la que a vos te puede parecer la más antipática, es una mujer que está luchando por tener un lugar en la sociedad de esa época. Es verdad que falta mucho, que hay muchos lugares que todavía no están para la mujer, o que no se considera a la mujer como debería. Quizás sigue asustando una mujer inteligente, ¿no? Nos falta un montón. Pero mirando en retrospectiva la historia, sí se ha avanzado bastante.
—¿En qué decís: “Soy la mejor, acá no me gana nadie”?
—En nada. En nada.
—Dale...
—No, no. “Soy la mejor” es un nivel de competencia. Y no soy una persona que compita con los demás; compito conmigo misma. Digo: “Che, esto lo podés mejorar. ¡Dale, ponete media pila!”. Sí tengo ese diálogo interno.
—Pero no hace falta que sea nada híper profundo. Capaz me decís: “La mejor chocotorta de tu vida la vas a probar cuando te la prepare yo”.
—Siempre hay alguien que la hace mejor (risas). Esto lo he comprobado en la vida. Y sí, hago agua en varias cosas, pero no me dedico a lo que hago agua. Nos han enseñado a esforzarnos en lo que no nos sale. No podés, sos medio burro, te cuesta tal y cual materia, lo que sea: “¡Esforzate, esforzate!”. Y no. Para mí, es al revés. ¿Qué te sale bien? Bueno, ahí mejorate, ahí trata de ser lo mejor que puedas, no en referencia a los demás, sino a vos mismo. En el colegio, el sistema te dice: “Tiene que rendir bien Matemáticas. No puede ser que tu hijo no sepa, con lo fácil que es…”. Sí, pero por ahí no está interesado. Por ahí no es un tema de inteligencia…
—¿Cómo eras como alumna?
—Ay, no. Muy responsable. Demasiado. Me gustaba mucho estudiar.
—¿No te llevaste nunca materias?
—Sí, me llevé materias cuando estaba con problemas que tenían que ver con lo de mi viejo, que me agarró en plena edad escolar y adolescencia. Fuera de eso, siempre fui de muy buenas notas. Cuando me llevé materias era porque estaba con muchos problemas con esto que te cuento. Realmente, no podía concentrarme.
—¿Había centro de estudiantes en tu colegio?
—No era la época de la dictadura.
—Una época muy complicada por supuesto.
—Sí, sí, sí. No. Así que no sé, debe ser muy lindo (risas). Seguramente yo hubiera estado. Siempre. Contra la discriminación. Contra el bullying. Contra burlarse de alguien, con lo del físico que es tan importante esto hablarlo. Que cuando uno se encuentra a una persona decirle: “Estás divina, ay como adelgazaste o che, engordaste un poquito”. Nunca sabés la lucha interna de esa persona y si le importa o no.
—¿Cómo no terminamos de entender que no hay que opinar sobre nada que no nos pidan opinión?
—Y sí, la discreción es algo que se tendría que empezar a cultivar. Cuántas veces uno metió la pata. Bueno, menopausia si querés hablemos. La palabra prohibida. Cuando yo era chica la palabra prohibida era menstruación. Cada vez que se tenía que poner alguna toallita, que no existían, existían los algodones, parecía que estaba en una novela de misterio. Qué está haciendo. Qué está pasando. Cuando me desarrollé no me habían hablado del tema. Ahora está la propaganda de la copita, del jarrito, de la botellita, viste.
—Es verdad lo que decís, menopausia es una palabra incómoda.
—Menopausia es la palabra prohibida porque también esa cosa, ese fantasma de que la mujer pasa por un período donde ya no sirve. Está seca ¿no? Todas esas cosas que son mentira. Chicas, les aclaro cuando lleguen, es mentira todo eso. Es mito. Y siempre en contra de la mujer.
—Porque está mal que la mujer crezca básicamente ¿no?
—Claro. Es una liberación chicas. Es una liberación. Es una liberación maravillosa. Por ejemplo en las redes hay muchas mujeres de 50, 60 y 70 que tienen unos físicos impresionantes, y otras que no, pero se visten como tienen ganas, dicen lo que tienen ganas. Viven fantástico. ¿Te das cuenta que es mentira? Es un prejuicio. Es una discriminación. De eso hay que escapar. Hay gente que tiene calores y otra que no tiene calores. Cuando llegó el momento me daba cuenta que algunos ginecólogos, no digo todos, pero algunos no tienen estudio sobre el tema entonces te dicen: “Mirá, acá está la mujer de ciudad que te pregunta ‘¿qué hago doctor. Qué pastilla debo tomar. Cómo debo enfrentar esta situación. Qué me va a pasar. Qué no me va a pasar?’. Y tenés la del campo que hace esto”. Yo me quedé, me lo llevé conmigo, lo fui procesando.
—Y fuiste a ver a otro médico.
—Fui a ver a otra médica por supuesto. Pero había algo de sabiduría también. Creo que me quiso decir como que era algo natural. Que no había que hacerse tampoco tanto rollo. Me acuerdo que lo primero que pensaba era: “Che, al final soy una hormona nada más”. La sensación era ¿tanto lío? Tanto lío y al final soy una hormona, que cómo siento, si siento, si no siento, si que sí, si que no, y al final soy una hormona caminando.
—Igual esto que decías de los hombres la mirada social es mucho más piadosa con los hombres que con nosotras.
—Piadosa no sé eh, porque vos le hablas a un hombre de andropausia y no sé si está tan cómodo eh.
—No, yo me refiero a la mirada social del hombre a los 70 años va a seguir siendo galán de telenovela.
—Con una chica de 20.
—Nosotras vamos a ser la tía lejana de la chica con suerte.
—Salvo que la temática sea la vieja loca con el pendejo por ejemplo. Mucho de esto se ve en Porteñas y yo creo que se disfruta también porque tenés a la feminista: En un momento estamos: “Chicas, ¿me ayudan? Vamos a ir al Congreso a gritar nuestros derechos. Sí, me ayudan, vamos juntas. Sí”. Y empezamos a decir cada una lo que quiere y ese momento es fuerte. Terminamos con la mano así por la liberación. Nos falta. Pero muchas mujeres lucharon por la liberación y van a seguir luchando por la liberación. De otras formas. Por ahí no como antes. Pero se puede.
—Que vengan esas liberaciones que todavía nos faltan y que venga un año para los argentinos con un poco de alivio ¿no?
—Sí, nos merecemos más que desear, nos merecemos lo mejor porque somos un pueblo los argentinos, primero que tenemos un país enorme, bellísimo, con una gente increíble, solidaria, buena. ¿Cuánta gente que conoces que no tiene dos mangos y tiene un comedor y le da de comer a chicos? Mucha. Entonces un abrazo y un beso para toda esa gente que construye todos los días.
—¿Qué le decís a esa nena que un día llegó a su casa, justo un Día del Padre, y supo que su papá tuvo que irse, que no entendió mucho en ese momento, pero que luego recorrió todo este camino, con esta actriz?
—Esa niña entendió todo. ¿Sabés que sí? Entendió todo. Entendió qué estaba haciendo su padre. Y se sintió orgullosa.
—Muchas gracias por la entrevista, Andrea. Nos encontramos en el teatro. Ese papá, seguramente también estará.
—Sí. Un beso al cielo.