Apenas la vio por casualidad, no tuvo dudas: esa mujer que caminaba con un gorrito, procurando cierto disimulo, era nada menos que Julianne Moore. La desolación de esa esquina de Nueva York, lejos de la multitud que rodea al Times Square, la incentivó. Y así, Sofi Morandi fue: “¿Te puedo pedir una foto?”, le dijo en inglés, envalentonada. La respuesta de la ganadora del Oscar en 2015 no fue la deseada, en todo sentido: “No”, manifestó con contundencia, sin interrumpir su paso.
“¡Una reina! Fue con buena onda, como diciendo: ‘Hummm… sorry, no’. Y yo, tipo: ‘Perfecto’”, recuerda Morandi, quitándole relevancia al gesto de Moore. “Pero nunca más le pedí una foto a nadie… ¡Qué vergüenza!”.
Tampoco le pediría una selfie a Anne Hathaway, la colega a quien más admira. Y es que si tuviera la posibilidad, elegiría a la estrella de El Diablo viste a la moda –entre cualquier otra persona- para mantener una charla de dos horas, a solas. “Me gustaría decirle que me re inspiró. Yo estudiaba teatro y pensaba: ‘¡Ay, quiero tener una carrera como la de ella!’. Pero no sé si hablaría dos horas… Probablemente cinco minutos, y ya no sabría qué más decirle”.
Las dos situaciones -una anecdótica; la otra, ilusoria- permiten ir descubriendo a esta neuquina que el 15 de enero cumplió escasos 27 años para una carrera artística tan rica. Natural, fresca, un tanto impulsiva y humilde; eso, solo para empezar a describir a quien evita los encasillamientos. “No me cierro. Siempre quise ser actriz, pero como me gusta todo, pruebo todo, como el Bailando (estuvo en la edición del 2018). También digo que soy de redes, y que hago comedia musical. Todo es experiencia, mientras yo quiera y la pase bien”.
—¿Todo se disfruta?
—Sí, muchísimo. Pero cada vez me pongo más presiones porque siempre busco ser un poco mejor como artista, persona y profesional, y siento que si agarro un trabajo le doy un peso como de “ay, tengo que hacerlo bien porque ya no soy la nena que estaba arrancando”. Y empiezo a no disfrutar tanto. Ahí trato de volver y decir: “No, Sofi, estás laburando de lo que te gusta, de lo que siempre soñaste. Relajá”.
Mientras aguarda el regreso en marzo de Soñé que volaba, el ciclo de Olga de Migue Granados en el que se desempeña como coconductora -otra de sus facetas-, Morandi pisa el escenario del Multitabarís Comafi para hacer Escape Room, junto a Gonzálo Suárez, Brenda Gandini y Benjamín Rojas. “Es una comedia distinta, por momentos se pone medio sombría y genera suspenso. Y hay momentos de susto. ¡Pero es muy divertida!”, se entusiasma.
—Hace poquito contaste que estás noviando.
—Estoy. Sí, sí, sí.
—Te gusta decir poco de él: lo tenés guardado.
—Sí, sí, prefiero guardármelo. Pasa que yo no hablo mucho, no me muestro en redes ni nada. Soy más reservada.
—¿Por qué esta vez decidiste eso?
—Es que siempre. De hecho, nunca me conocieron a nadie (risas). Cuando era más chica mostraba mucho más en Instagram, pero ahora siento que las redes son más por trabajo: muestro más mis laburos. Mi vida personal, prefiero que no.
—Las redes son un trabajo y una fuente de ingresos muy importante: puede que un posteo de Instagram genere más que una actriz que está grabando una tira, por ejemplo.
—Sí, mal. Tuve una época, como más de niña rebelde que decía: “No, ya no quiero hacer más esto”. Cuando hacía videos lo re disfrutaba, pero después empezó a ser un trabajo y tenía que cumplir con marcas, que te ponen fecha, que esto, que lo otro; capaz, había una semana en que tenía mil cosas. Pero con la pandemia el teatro cerró, no se produjeron tantas tiras, y las redes fueron las que me mantuvieron. Y ahí dije: “No, esto es importante y no lo puedo dejar de lado”. O sea, es laburo, 100%. Y hay que cuidarlo.
—¿Ese trabajo lo administrás vos o alguien te ayuda?
—En su momento intenté delegar la parte de edición, pero siempre me gustó hacerlo a mí. Con el celular, me arreglo. Me lleva un tiempo pero prefiero hacerlo yo.
—¿Y administrar la plata?
—Ay, soy un desastre. ¡Un desastre! No malgasto, soy bastante ahorrativa. Tengo un contador. Y también me ayuda mi mamá, que es como mi contadora.
—O sea, ¿podemos decir que gracias a tu mamá no te cortan la luz?
—Claro, claro. Estoy aprendiendo. Con esta obra es la primera vez que voy a puntos (contrato fijado a un porcentaje de entradas vendidas) y hay cosas que no tengo idea. Le dije al productor: “Explicame, porque no puedo ir por la vida sin saber manejarme”.
—¡Así que vayan a ver Escape room!
—Vengan, chicos, que hay que comer… (risas). No, vengan igual, porque está buenísima: la gente se estalla.
—¿Qué queda hoy de la nena de Neuquén?
—Ay, todo. La tengo. Re.
—¿Cómo era esa nena?
—Era la nena graciosa, la ocurrente, la que tiraba chistes. Hacer comedia ahora me resulta orgánico por eso, por mi infancia: vengo de una familia grande, todos súper ocurrentes y alegres y jodones, fiesteros, todo.
—Si tenés que elegir tres momentos que marcaron tu vida, para bien o para mal, ¿con cuáles te quedás?
—Mi fiesta de 15, que fue hermosa, con temática tipo Oscar; re intensa yo. Mi primer año en Buenos Aires, que me gané una beca, y después de ese viaje empecé con los videos y eso es lo que me abrió las puertas de redes. Y cuando conocí a Toto, mi perro, bebé, que está enorme.
—¿Cómo fue esa fiesta con temática de los Oscar?
—¿Viste que se hacen las velitas? Bueno, en vez de entregar las velitas se entregaba el Oscar a la mejor amiga o el Oscar a la mamá por no sé qué. Yo te entregaba un Oscar. ¡Estaba en Narnia! (Risas). Chocha. Y lo dimos todo. Había una alfombra roja donde les hacían entrevistas a los invitados y se proyectaban adentro del salón. Era: “¿Cómo se siente estar en esta entrega?”; “¡Feliz! Y seguro que Sofi gana todo”. Me tiraban flores.
—Formás parte de una generación de artistas que buscan diversificarse: actuación, conducción, redes. Sin encasillarse, pero entendiendo que hay cosas que se hacen por placer y otras, por trabajo, ¿no?
—Obvio, ni hablar. Soy una privilegiada de que puedo estar laburando 20 horas por día, que tampoco está bueno, porque hago algo que me gusta. Y después, como en todos los trabajos, uno tiene que hacer cosas que por ahí no están tan buenas. Y con el tiempo me di cuenta de que siempre habrá prejuicios: yo quiero hacer lo que me gusta y lo que me hará crecer. Cuando entré al Bailando era como: “Ay, la de redes…”. Cuando entré a un musical era: “Ay, la del Bailando…”. Hice una obra de texto: “Ay, ella es muy de los musicales…”. En todos lados hay prejuicios.
—Te propongo un juego: vas a tener que elegir algunas de las opciones que te voy a dar. Comencemos. Sofía Morandi, ¿preferís ser incapaz de mentir o descubrir siempre cuando te están mintiendo?
—Descubrir cuando me están mintiendo. Soy una buena mentirosa, que no significa que sea mentirosa. Pero si tengo que mentir, lo defiendo a muerte (risas). Y prefiero eso a descubrir que me están mintiendo. Es horrible.
—¿Descubriste mentiras importantes?
—Así, como importantes, no. No como para hablarlo y tener una charla de eso, ¿entendés? Pero me dio la pauta de que esa persona me había mentido.
—¿Fue una pareja o fueron amigos?
—Ambas.
—¿Te quedas con una amiga si te miente, o hay algo del vínculo que se rompe?
—Bueno, depende la mentira. Una mentirita piadosa...
—Seguimos. ¿Preferís manejar el control remoto del televisor o elegir la música del auto?
—Elegir la música del auto. Nunca entendí los controles remotos, te juro. Es un elemento muy básico con el que siempre me peleo. Eso y las llaves, es algo que mi cerebro…
—Sofi, sos una persona que edita videos para redes....
—¡Te juro! No sé mandar un WeTransfer. Soy muy abuela. Hay opciones de la tele que… ni idea. Yo voy, pongo una aplicación muy conocida de series y películas, y chau.
—¿Sexo todos los días o una vez cada tres meses?
—¡Ay, qué fuerte! ¿Adónde va a salir esto, chicos? O sea, todos los días es un montón… Pero si tengo que elegir una, elijo todos los días.
—¿Llegar siempre una hora antes o veinte minutos tarde?
—Veinte minutos tarde. Está mal, pero soy la de veinte minutos tarde.
—¿No saber nada o saberlo todo?
—No saber nada. ¿Saberlo todo? Me muero… Agotador.
—¿Dar o recibir un baile erótico?
—Y… tengo días. Recibir. Dar es un montón (risas).
—¿Perder todos tus recuerdos o no poder nunca crear nuevos? Es decir, te quedás con los recuerdos que tenés hasta hoy, pero no podés generar nuevos, o volvés a cero y empezás a guardar a partir de hoy.
—No, me guardo hasta hoy. No voy a ser muy sabia de grande, lo único, pero sí.
—¿Viajar al pasado o al futuro?
—Al pasado.
—¿Ser la persona más rica o la más divertida del mundo?
—La más divertida.
—¿No te importa mucho la plata?
—Sí, me re importa. Cada vez más. O sea, siento que tenés más, querés más. ¡Pero nunca la priorizo, no me vuelvo loca!
—¿No es determinante a la hora de elegir un trabajo?
—No, ni ahí. Por suerte no, igual, eh.
—¿Sabés invertir?
—Sé invertir. Me ayuda mucho mi vieja: ella es la que más sabe. Pero hago mover mi plata, no es que no hago nada con eso.
—La educación financiera debería ser una materia en el colegio. Entender sale no pagar completa una tarjeta de crédito, por ejemplo.
—Sí, opino igual. O ir a recibir un cheque, lo que sea. Empecé a laburar apenas terminé la secundaria y eran cosas que yo decía: “No entiendo cómo se hace, ¿cómo no me lo explicaron?”.
—¿Qué otras materias te hubiera gustado tener en el colegio y no tuviste?
—Creo que algo referido a la meditación, a la respiración. El día de mañana me gustaría que mis hijos sepan, cuando se ven estresados, cómo respirar, poder tener una meditación. Yo me duermo con cuencos; a mí me hace bien.
—También hacés afirmaciones.
—Sí, re. Mi vieja es coaching y vengo muy de ese lado. Crecí con muchas herramientas de coaching que me hicieron re bien. Voy a decir una pavada: por ejemplo, tenés la casa desordenada y te ponés horarios, “Bueno, esto lo soluciono tal día y tal hora”. Organizarte, para no seguir procrastinando, ¿entendés?
—Y las cosas que querés que sucedan, que no dependen de vos, como te llamen para tal proyecto, ¿eso también se puede visualizar?
—Re, sí. Yo no soy del “si querés, podés”, porque también hay que contextualizarlo y entender que no todos tuvimos las mismas posibilidades. Yo soy una privilegiada: ya hablar de coaching habla de un privilegio, de no tener que estar pensando si llegás a darle de comer a tus hijos. Siento que son herramientas que no todo el mundo tiene, que estaría buenísimo. Pero sí: primero pedir. Y saber pedir, decir: “No, estoy flasheando”. Y trabajar para eso, como diciendo: “Si voy a tener suerte, tengo que estar preparado para cuando llegue”. Primero pedirte para vos, y después, hacer en base a lo que vos querés. Pedir en grande y después, vas viendo. A veces me da pudor hablar de estas cosas. No hablo mucho de esto en mis redes…
—Tener trabajo en este momento y de lo que a uno le gusta es un montón.
—Total.
—Pero así y todo, uno puede tener trabajo de lo que le gusta, ser súper exitoso, y…
—Y estar perdido, y no saber qué querés.
—Pasarla muy mal.
—Total.
—Lo vemos últimamente con muchos artistas. Con cantantes que se animan a mostrar situaciones de ansiedad.
—Total. Esto de la ansiedad… Yo tuve post pandemia: 2021 fue una época difícil, de ansiedad y medio depresión. Por suerte, no llegué a medicarme, Digo por suerte porque tenía como un prejuicio con eso. Lo hablé con mi terapeuta, que también es psiquiatra, y me dijo: “Mirá, yo creo que estás para medicación, pero si te da miedo esperamos un mes. Pero cumplís con la terapia”. Porque yo estaba medio que iba, que no iba, que le cancelaba; estaba medio desbordada. “La terapia es un tratamiento más, tenés que ser responsable, bla”, me dijo. Hice un mes, y al cumplir con las sesiones no hizo falta (la medicación). Y después seguí, obviamente.
—¿Por dónde pasaba la ansiedad o la depresión?
—Creo que era más por la época. Estaba muy desmotivada, no encontraba ganas de nada. Y no me importaba si no me salía un trabajo. Como que estaba re en una... No saber cuándo se me iba a pasar esa sensación de angustia y desmotivación me generaba ansiedad. Uno quiere resolver y salir de esa situación: es horrible sentirte mal, triste o angustiada. Y al no estar pudiendo, decía: “Listo, dame una pastilla y así me olvido”. Y no. Me hizo re bien la terapia. Me la tuve que tomar en serio. Siempre fui como “sí, sí, voy, lo hago, agarro esto y puedo”, pero en ese momento me dije: “Si estás pasando un momento así, tenés una personalidad intensa o, no sé, fuerte, está bueno decir con esto no estoy pudiendo”. Me costó mucho decir: “Che, no puedo”. Es un mundo más rápido que hace unos años, va todo a las chapas. Y por eso te decía: saber meditar, saber respirar, para mí es clave. Incluso, debería hacerlo más. Te calma la cabeza. Siento que tiene mala prensa, aunque ahora está creciendo.
—¿Por qué no pones nada de esto en tus redes?
—No sé por qué. Siento que hay algo… Estamos en un momento complicado como para que yo me filme y diga… No sé, me siento expuesta.
—El país está muy difícil, todo nos cuesta un montón, y poder agarrarnos de las cosas lindas, es importante.
—No, ni hablar. Obvio que también hay momentos de queja porque uno es humano y es como: “Bueno, hoy voy a estar del culo, chicos. Sépanlo y chau”. Pero un día, dos días… A veces me encuentro quejándome por cosas de hace dos semanas y digo: “Pero Sofi, ¿cuándo te vas a hacer cargo de esto? Deja de quejarte”. Es más fácil ocuparse que estar quejándose dos semanas, ¿entendés?
—Las últimas. ¿Preferís tener mucha suerte o mucho talento?
—Mucho talento.
—¿Preferís vivir en un mundo sin delito o sin privacidad?
—Sin delito.
—¿Vivir sin Internet, o sin calefacción ni aire acondicionado?
—No, sin Internet.
—O sea que podés bancarte sin redes.
—Sí.
—¿Podés irte de vacaciones y no tener el teléfono?
—Me fui por las Fiestas a Neuquén diez días. Me bajé del avión y me borré Instagram, Twitter, TikTok, todo. Los volví a abrir 12 días después de haber llegado.
—¿Y qué pasó?
—Nada (risas). ¿Qué va a pasar?
—¿Tenías abstinencia?
—No. Estaba un poco más desinformada. No tenía idea del país, de nada, porque Twitter lo uso medio a diario. Pero… si querés probar el détox, te lo recomiendo. Después volvés como a la vida, como si nada, eh. No es que digo: “Ay, soy Buda”. No. Volví, y volví. Pero no me cuesta no tenerlo.