Es Fiorella Acosta desde que nació, y Tuli desde siempre. Fue su mamá quien la llamaba Flor, el verdadero significado de su nombre. Hasta que a alguien de la familia -vaya uno a saber por qué- se le ocurrió decirle Tulipán, abriéndole la puerta al apodo con el cual, algunos años después, la conocerían millones. “Se ve que Tuli era más fácil de recordar”, sonríe ella, quizás sin reparar en que el objetivo de todo artista puede que sea justamente ese: permanecer en la memoria. Ser recordado.
La niña Tuli, la menor de cuatro hermanos, quiso ser bailarina: danzaba arriba de la mesa mientras su mamá limpiaba el piso en aquel hogar de Río Ceballos, Córdoba. La Tuli adolescente se soñó en el hip hop, y se las rebuscó para estudiar en los Estados Unidos. La Tuli de 22 años, inquieta e inconformista, demuestra ser una geminiana de ley: es mucho más que todo eso.
“A la gente le resulta difícil creer que podés ser multifacética”, dice esta influencer que surgió en TikTok, esta coreógrafa que asistió a Tini, Emilia Mernes y María Becerra en sus videos, esta cantante que sueña con una colaboración con Lali Espósito, esta figura del Bailando de Marcelo Tinelli.
Pero detrás de la artista hay una mujer por descubrir. Que disfruta de un amor sano, que mantiene su fe en Dios, que carga con un dolor profundo. En esta entrevista con Infobae, Tuli se permitirá mostrar su costado más vulnerable, dándole su espacio a Fiorella.
-¿Cómo era esa infancia? ¿Cómo fue crecer en tu casa?
-Muy hermoso. No hay nada que hoy pueda reprocharles a mis papás. Fueron muy muy buenos padres en todo sentido, también con mis hermanos. Nos amaron mucho, nos acompañaron a todos en lo que fuera que deseábamos tanto. Se desvivieron por nosotros. Y no hay nada que me ponga más contenta que poder devolverles, hoy, un poco de todo eso que ellos me dieron.
-¿En qué trabajaban tus papás?
-Comerciantes. Habían puesto una casa de ropa deportiva. Siempre la pelearon. Hubo una época bastante dura en la que tuvimos que vender todo porque el local estaba en quiebra. Fue empezar de cero. No teníamos casa, habíamos vendido el auto, no teníamos más el negocio. Nos fuimos a un campo: tuvimos que acomodarnos a una realidad distinta. Mi hermana mayor se fue a vivir afuera y gracias a ella yo pude viajar, sino, era imposible.
-¿Qué hacía tu hermana en el exterior?
-Fue muy loco: se casó con un jurado de baile al que conoció en una competencia mía. Él fue mi mentor, el que me enseñó. Fui a entrenar con él, me quería en una competencia, y la única que sabía inglés ahí, para traducirme, era mi hermana. Así se conocieron. Fui Cupido. Y terminé siendo la madrina del casamiento.
-¿A qué edad empezaste a bailar?
-Bailo desde que tengo memoria: tengo videos bailando a los tres años. A los 10 me empecé a formar: comencé por clásico, jazz, contemporáneo, todo el ballet. Un día volví a mi casa y me dolían mucho los pies, todo el cuerpo. “Mamá, no quiero hacer más esto. Quiero bailar con zapatillas”, le dije: “¡Ah, te acabamos de comprar las puntas..!”. A lo que voy es que yo llegaba, conseguía algo, y de repente: “No. Me cansé, quiero otra cosa”. Siempre fui así. Y ese es mi concepto como artista: hacer algo más que una sola cosa.
-Cuando te vas a estudiar afuera, dejás el colegio.
-Sí, porque me fui seis meses y quedé libre. Lo dejé cuando me faltaban dos años para terminarlo. Me quedó pendiente. Lo voy a hacer en algún momento de mi vida, pero no es algo que me está carcomiendo en mi cabeza. El objetivo de esa Tuli de 15 años era el hip hop, que recién estaba llegando a ese pueblito: en Río Ceballos había pocos profes, no había mucha información, y yo quería nutrirme de eso.
-¿Cuál era el sueño en ese momento?
-Vivir del baile. Y sabía que en los Estados Unidos, un poco la cuna de esta danza, era más fácil conseguir un trabajo porque había muchos artistas, muchos videoclips, muchas agencias de talento. Entonces les planteé a mis papás: “Si yo me voy ahora y empiezo a estudiar allá, a los 18 voy a tener mayores posibilidades y un conocimiento avanzado en relación a lo que tienen acá. En cambio, si arranco a estudiar a los 18, voy a ir atrasada”. Yo veía videos de nenes de 12 años que la rompían, y yo, acá, una patadura. Mis papás me preguntaron si era un capricho. “Lo voy a dar todo”, les dije. Y supe que no me podía bajar del barco porque sino, defraudaba a mis papás.
-¿Qué vino primero: la tiktoker o la que la rompió bailando?
-Lo de TikTok nunca lo planeé: se dio solo, con la pandemia. De hecho, todavía me re cuesta ponerme a hacer videos. Es un trabajo, en el que no tenés que levantar la pala, literal, pero bueno, eso no quiere decir que no te desgaste anímicamente también.
-La influencer nace casi de casualidad.
-Sí. A los 15, cuando empecé a viajar, me filmaban en las clases pero no me animaba a subir videos bailando: no me gustaba verme. Hasta que un día subí uno, un freestyle, y tuvo un par de visualizaciones. Y de repente en mi Instagram tenía como mil seguidores. Después subí otro, y ahí se me disparó el Instagram: pasé a 10 mil seguidores, una locura. Así que dije: “Ah bueno, voy a seguir subiendo”.
-Ahora, entre Instagram y TikTok, tenés casi seis millones de seguidores. Es un montón de gente.
-Es un montón. Sí, es mucho. Intento no prestarle tanta atención para no dejarme guiar por los números, que no me cambien: si mi contenido es este, seguiré haciéndolo.
-¿Cuándo entendiste que era una gran fuente de ingresos?
-Después de la pandemia. Antes me manejaba yo sola, no entendía mucho. Hasta que me di cuenta de que acompañada se llega mucho más lejos: de no haber sido por mi equipo, por ahí yo ni me enteraba de todo lo que se podía hacer. Antes me decían: “Subí una foto con esta remera”, y yo tipo: “Bueno, está bien. ¿Me das 15 pesos para tomarme el bondi?”.
-¿Cuál fue el primer canje que te ofrecieron?
-Una hamburguesería, en Córdoba. Fui a comer y me dijeron: “Te conocemos. ¿Querés subirnos una historia y te regalamos la hamburguesa?”. “¡Ah, me guardo esta plata para el colectivo de mañana. Corta”, dije. Y les subí una foto. Ese fue el primero.
-Hasta que se empezó a generar tanto que incluso pudiste ayudar a tu familia, y devolverles algo de todo eso que ellos confiaron en vos.
-Sí. Fue muy emocionante. Pero no quería demostrárselos tanto para que nunca sintieran como una presión, esto de decir: “Estamos en deuda”, ¿viste? Con mis papás me hice esa coraza: intentar que mis emociones no influyan en ellos. En lo primero que los ayudé fue para cambiar las gomas del auto. Me salió un montón y yo tampoco tenía tanto, pero ellos me venían a ver (desde Córdoba a Buenos Aires) en el auto, y era para eso, y para el gas, la nafta. De a poquito, siempre algo, aunque sé que ellos un poco como que quieren, pero a la vez, no. Para ellos, la mejor forma de devolverles todo es que siempre estemos para ellos, y que seamos felices y estemos viviendo en lo que nos gusta. Lo material, es como un agregado. Este es mi trabajo. Y muchas veces estuve mal económicamente y me han ofrecido un montón de cosas, de canjes, que dije: “Lo tengo que hacer porque no tengo plata para pagar el alquiler, estoy en deuda…”. No me quedaba otra.
-Viendo que hacés muchas cosas, ¿qué profesión declarás en Migraciones cuando viajás?
-Artista, porque hago un poco de todo.
-¿Cómo anda el amor?
-Muy bien, la verdad. Vamos a cumplir dos años juntos (con el cantante Lit Killah) . Se pasó volando. Nos miramos y decimos: “¡¿Qué?! ¿Cuánto ya…?”.
-¿Quién encaró a quién, Tuli?
-Fue un poco mutuo.
-¡Me contás todo!
-Te cuento todo. ¡Chusmerío! Fue, literal, esa frase tan cliché: “Yo no estaba buscando a nadie y llegaste”. Así sucedió. Veníamos de una Bresh, hicimos un after en la casa de él, tranqui, entre conocidos. No habíamos hablado tanto, nos conocíamos, pero de cruzarnos, nada más. Ese día empezamos a charlar un montón y era como que la charla nunca se cortaba. Bailamos un rato, jugamos al pool. Se hicieron las 6, 7 de la mañana, la gente se fue y nosotros nos quedamos viendo videos en YouTube, escuchando música. Nos pusimos a bailar, giré, y cuando terminé de girar, lo tenía acá… Y fue como que no lo pensamos tanto.
-Pasaron cosas.
-Él me dio un beso. Ya después fue como: “¿Qué pasó? Bueno, me voy a mi casa”. Y me fui. En ningún momento él me dijo “linda”, en ningún momento me chamuyó, yo en ningún momento lo chamuyé a él. Fue como tan de repente la película, ¿viste?, que decís: “Eh… me voy, porque me puse incómoda”. Y así fue.
-¿Y después?
-Después se lo dejé en claro, le fui sin vueltas. Le dije: “Está todo bien, me gustaste, veamos qué onda”. Y él ahí, al toque, como que entendió. Me dice que una de las cosas que le gustó es que nunca fui con vueltas, siempre fui muy clara.
-Y no se separaron más.
-No.
-Vos estabas solterísima en ese momento. ¿Y él?
-Sí, sí, él también. Y hacía más tiempo que yo, porque creo que tuvo una sola novia.
-¿Son románticos?
-A nuestra forma. En muchas cosas yo soy más romántica que él pero porque soy una niña, pero él es muy muy mimoso, y muy romántico. Sí noté mucha diferencia en cosas de su personalidad que conmigo ha cambiado, solo porque se ha dado cuenta de que a mí me gusta. Así, como detalles. Siempre ha sido muy orgánico todo, nunca lo he obligado a nada: “Por favor, hacé esto porque yo…”. No. Siempre fue: “¿Te nace? Hacelo”.
-¿Te fue a ver al Bailando?
-No, todavía no. Pero está hablado entre nosotros. Yo tampoco quiero que vaya.
-¿Por qué no querés?
-Siento que yo respeto mucho sus espacios y él también respeta los míos. Y también, porque él es muy distinto a mí: es mucho más tímido. Entonces sé que por ahí se puede poner incómodo, pero no por el lugar o por lo que le pregunten, sino por su personalidad. Y si yo le veo un pelo de incómodo, yo ya me puse incómoda. Entonces, respetamos los espacios, porque también sabemos hasta dónde nos hacemos bien y hasta dónde nos puede perjudicar. Tenemos eso bien en claro. Y charlamos tanto…
-¿Se ayudan en lo profesional? ¿Opinan de la carrera del otro, se dan consejos?
-Sí. Es que somos muy amigos. Tenemos una relación de diálogo tan fuerte, que la fuimos construyendo, y nos importa lo que piensa el otro como para tomar el consejo o dejarlo. Sabemos que cuando aconsejamos, es realmente desde una perspectiva de “esta es mi opinión”.
-Le decís: “Me están llamando del Bailando, ¿qué opinas?”.
-Sí, sí. Siempre lo consulto con él pero porque me interesa su visión. Igual, el final de las oraciones es: “Yo opino esto; vos hacé lo que te haga feliz, yo te voy a apoyar”. Así terminamos las conversaciones. Como debería ser, normalmente.
-Leí que eras muy creyente, que tenés un vínculo importante con Dios.
-Sí, sí. Es muy íntimo, es algo que uno construye. Siempre hay etapas donde uno está más atrás, por necesidad, lamentablemente. Y otra veces, cuando te está yendo bien, cuesta más mantenerlo. Mi familia cree mucho, entonces nunca me he sentido sola en eso. Sé que mi fe siempre está ahí, sé que existe, jamás lo voy a dejar.
-¿Se rezaba en tu casa?
-En la mesa dábamos las gracias. Pero nunca fue una obligación de mis papás, nunca fue mirado desde la religión, sino que fue: “Esto es lo que nos ayuda a nosotros”. En mi familia no faltaba nada, pero tampoco sobraba, y entonces a veces se veía esa tensión y ese estrés, porque éramos muchos hijos también, y siempre vimos en mis papás el respiro en Dios. Entonces fue como: “Bueno, si a ellos les hace bien esto…”. Igual, cada uno a su tiempo.
-¿Iban a la iglesia?
-Un tiempo mi mamá quería ir porque lo necesitaba, porque le hacía bien, y la acompañábamos.
-¿Iglesia Católica?
-No. Evangélica. Me hizo muy bien ir a muchas iglesias; en realidad, probamos. Y uno siempre se queda donde se siente más cómodo. Hay una, un ministerio, Templo La Hermosa, en Córdoba, y hoy en día, para mí es mi casa. Por más que ahora no voy, siempre estoy en contacto con ellos.
-¿Y ahora, estás más en un momento de pedir o de agradecer?
-Es un tira y afloja. Siempre estás pidiendo algo, a veces pedís mucho más con el alma y hay veces que es como: “Bueno, si querés ayudarme en esto, porfa…”. Pero intento más agradecer el pan de todos los días, o sea, tener mi casita; me levanto y tengo mi perrito y mi gatito bien; agradecer por la relación que tengo hoy en día, amorosa, y agradecer que mis papás están bien. Siempre intento agradecer todo eso primero.
-¿Un momento de mucha felicidad que te venga a la mente?
-Gracias a Dios, soy muy feliz. Pero me marcó mucho el lanzamiento de Crisálida, mi EP.
-Un hijito.
-Sí, fue como dar a luz un hijito de cuatro canciones, bastante pesado… Sí, fue un momento de mucha felicidad por todo el esfuerzo y también, por todo lo que yo misma me puse a prueba.
-¿Un dolor importante?
-Cuando perdí a… ¡Ay, me voy a largar a llorar! Sigue doliendo. Perdón… Cuando falleció mi primera perrita, Molly, en 2021. Fue muy fuerte porque por todo lo que yo había puesto en ella. Cuando la adopté, le pedí que fuera como mi angelito, que me cuidara y que me alertara de esas cosas que yo no veo, ¿viste? Y fue así. Teníamos una conexión muy especial. Más tarde me di cuenta de un montón de cosas. Cuando se fue… fue muy fuerte porque ella desapareció. Era un chihuahua, la perrita más friolenta del mundo, le tenía miedo a todo; entonces, era muy raro que se escapara, y se escapó, supuestamente. Nunca pude entender, siempre quedó eso abierto en mí.
-¿Sentías que ella te protegía?
-Sí, sí. Era mi compañía. Total. Cuando ella estaba desaparecida, en esos días, me pasó que yo lloraba dormida, soñaba cosas muy reales. Estaba muy conectada con la fe, cosas muy locas, donde he sentido esa voz de nuevo que me ha dicho: “Se fue porque te cuidó de lo que no iba para vos”. Fue como el precio que tuvo que pagar.
-¿Te cuidó de que no vivieras el dolor de su muerte?
-No sé muy bien… Son esas cosas tan locas de la fe. Siento que es algo que voy a poder entender más adelante, esas palabras vivas que hoy en día las entendés de una forma y mañana, de otra. Fue tan raro como ella desapareció…
-¿Se supo que pasó después? ¿Apareció?
-Sí, apareció. Pero ya no tenía vida. Entonces, había entornos, cosas que cambiaron en ese momento, gracias a ese quiebre que yo tuve. Personas, todo. De una manera, siento que ese fue su precio a pagar.
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