La mirada ajena suele ser distorsiva. Daniella Mastricchio lo comprobó muchas veces. “¡Ay, yo soñaba con ser como vos! –le decían cuando la encontraban en la calle, de pura casualidad-. Con Chiquititas. Con la vida hermosa que tenías. Y con esa familia”. Ahora, cuando recuerda ante Infobae esas palabras recurrentes, diferentes según quien se las dijera, pero siempre similares, se conmueve: “Y no… No era así. No fue así”.
Ya era una nena experimentada -había protagonizado la publicidad de una reconocida marca de caldos y otra de un importante banco- cuando, a sus siete años, se sumó al elenco de la novela producida por Cris Morena, con Romina Yan como figura estelar. Allí era Sol y en todas las casas del país se enamoraron de su sonrisa. Llegaría entonces el éxito, en Argentina y también fronteras afuera. Y la fama, la popularidad. Los teatros llenos, los shows, las giras. El dinero. Y el infierno.
-¿Cómo era tu casa en ese momento?
-Todavía funcionaba como una familia funcional.
-Con una mamá, un papá.
-Sí. Mi mamá había trabajado en un banco y mi papá trabajaba en una empresa de construcción. Vivíamos bien: teníamos nuestra casa, nos íbamos de vacaciones.
-¿Hermanos?
-Dos; yo soy la del medio.
-¿El deseo de actuar era tuyo o de tus padres?
-La verdad es que no recuerdo los primeros momentos. Sí después, cuando empecé a disfrutar de todo esto: de los pasillos, de mis compañeros, de la adrenalina de grabar, de la adrenalina del teatro. Eso lo fui reconociendo en el transcurso, porque yo era muy chica. No sé cómo sucedió que llegué a un casting y de repente era “la nena de los calditos”. Era muy gracioso. Y así llegó Chiquititas. Pero aprendí a amarlo: lo disfruté. Sí, yo estaba muy cansada, pero porque todo era un montón.
-¿Mientras tanto, estudiabas?
-Sí. Iba al cole a la mañana. Al mediodía, salía 20 minutos antes: nunca hacía lo de la bandera porque tenía que subir rápido al auto e ir al canal. Ahí ya estaba gran parte de la tarde y hasta la noche inclusive. Me iba a buscar mi mamá, y como no estaba trabajando, ella se quedaba ahí: era quien se ocupaba de mis actividades.
-¿Y qué decían tus hermanos de esa hermana famosa de la que mamá se ocupaba tanto?
-No sé qué decían. Sí sé que fue pesado para todos. Yo no lo noté en ese momento, pero durante años me sentí culpable porque era a quien le daban atención. Pero yo no lo elegí, ni lo pedí. Ni fui consciente de toda esa magnitud. Y después, lo padecí: nadie podía ver esa parte.
-¿Cuándo creés que todo se empieza a romper?
-En el 97, cuando yo tenía nueve, diez años: en mi casa se empezaron a vivir situaciones muy violentas. Y ahí se puso feo. Para mí Chiquititas, salir, ir al estudio y todo, fue una manera de encontrar una vida linda y de disfrutar algo de toda esa niñez. Iba al colegio a la mañana, a grabar a la tarde hasta la noche: no sabía bien qué sucedía en casa. De repente, un día me encontré con que mi familia se había dado vuelta. Claramente, las cosas no suceden de un día para el otro. Hubo un proceso que yo no lo vi, no lo percibí.
-¿Qué es lo que pasa en ese momento en tu casa?
-Mi papá tenía problemas muy grandes de alcoholismo. Y se había puesto muy violento, hasta el punto de usar un arma. Una noche, a mí me puso un revólver en la cabeza… Era el miedo latente, escuchabas el portón abrirse y decías: “Ahí llega…”. Era de película de terror, de cine.
-¿Y quién sentías que en ese momento te cuidaba?
-Dios.
-¿Y tu mamá?
-Mi mamá era una mujer que estaba pasando por una situación de violencia imposible de manejar. Hoy en día se habla de esto y están abiertas las posibilidades a entender que eso es violencia, a no permitirlo; hay otras salidas. Pero esto pasó hace 28 años, y yo creo que no pudo hacer nada. Obviamente, a los años se lo reclamé porque tenía todos los medios, hasta económicos, como para salir de esa situación, y de lo que yo entiendo, como mamá, que significa cuidar a un hijo. Pero no la juzgo por eso; hizo lo que pudo, sin duda.
-¿Tu papá siempre había sido así?
-No. Anteriormente a esto fue un hombre dulce, un papá presente. No sé qué fue lo que le pasó, porque lo hemos hablado. Pero bueno…
-¿En algún momento pudo tratarse y salir de esta situación?
-Sí. Gracias a Dios, sí. Es que tocó fondo. Tocó más fondo que ese todavía, sí, sí…
-¿Qué quiere decir que tocó más fondo?
-En un momento estuvo muy solo. Cuando mis padres se divorcian yo me quedé con mi mamá, pero después lo vi muy solo a mi papá, vi que su vida estaba derrumbándose, y dije: “Bueno, es mi papá. No puedo dejarlo solo”. Entonces me hice cargo de un montón de cosas familiares: como mamá, como papá, como… no sé, como todo. Yo tenía 12, 13 años, había terminado Chiquititas, y me fui a vivir con mi papá.
-¿Y tu mamá te dejó ir a ocuparte de tu papá?
-Sí, porque mi papá estaba en medio de su enfermedad, en el ojo de la tormenta. Todo era disfuncional (en la familia), nadie sabía lo que hacía. Nadie. Yo sentí la necesidad de irme con mi papá y ayudarlo hasta que entendí que no era posible y que esa decisión me iba a enterrar a mí.
-¿Nunca hablaste en el colegio o en la productora sobre lo que pasaba en tu casa?
-No, no. No podía porque me avergonzaba. Realmente: yo sentí vergüenza toda mi vida por esto. No me hubiese animado jamás a decir algo sobre lo que yo sentía hasta culpa. Al otro día me iba sin dormir al colegio, y de ahí me iba a grabar, como si nada pasara, porque estábamos censurados, ¿viste?
-¿Tu papá murió?
-Sí, hace un año y medio.
-¿Y creés que por eso lo estás contando ahora?
-Yo creo que sí.
-Hubo algo liberador ahí.
-... (Llora).
La conversación exige una pausa. Más bien, es Daniella quien la necesita. Necesita recomponerse, recuperar el aliento luego de tantos años -ya décadas- de silencio. Los hechos se amontonan, las fechas se superponen: explica que aún le cuesta “poner una línea de tiempo”. Respira profundo, lucha contra la congoja. Y continúa. “Sé que hay personas que pueden verse afectadas con que yo lo cuente -advierte-. Pero yo viví un infierno de chica”.
-En la televisión, con Chiquititas, vos ganabas mucha plata. ¿Te quedó algo de eso?
-Nada, nada. (Mis padres) ampliaron la casa. Se pintaba semestralmente, se cambiaban los cuadros muy seguido. Se hizo una piscina hermosísima, que por supuesto disfrutamos todos. Un doble garaje con (portón) automático. No sé… Lo que te puedas imaginar. Vivíamos bárbaro, no nos faltaba nada. Pero después ya empezaron los excesos de todo tipo.
-¿Por ejemplo?
-Y… no sé. Muchas cadenas de oro, muchos anillos, mucho… todo.
-¿Tu mamá era quien administraba esa plata?
-Supongo que los dos, porque si bien ella, legalmente, era como mi apoderada, tampoco puedo decir que le corresponde el 100%.
-¿Preguntaste alguna vez qué pasó con tu plata?
-Sí.
-¿Y qué te dijeron?
-”La gastamos, no quedó nada”. Es más, cuando ellos se divorcian, supuestamente me iban a dejar una parte de la casa al venderla, para por lo menos retribuirme de esa manera. También me prometieron el auto. “Todo esto es tuyo. El auto, la casa, después te van a quedar a vos, hija”, me decían. Y no me quedó nada. Nada. Ni las disculpas. Después yo seguí trabajando, porque la verdad es que trabajé toda mi vida, rompiéndome el alma, 12 horas en un shopping. Y bueno, volví a juntar dinero mío, con mi trabajo. Y llegué a construir mi casa. Ahora mi mamá está viviendo en esa casa; yo estoy alquilando. Sí, es raro. No lo puedo explicar.
-Tu familia era de clase media, con un papá que trabajaba, con vacaciones, con hijos escolarizados.
-Absolutamente. ¿Viste cuando vos decís “¡Qué linda familia!”?
-Y todos empezaron a vivir mejor gracias a tu trabajo en Chiquititas.
-Sí. Vacaciones de tres meses, toda la temporada.
-Tus hermanos, ¿qué dijeron sobre toda esta situación?
-Quisiera dejarlos un poco al margen, pero cada uno vivió una realidad distinta, desde su edad y su perspectiva. Y esto es algo que yo tuve que procesar, elaborar y entender. Tuve que entender mucho, demasiado, a muy corta edad. Algunas cosas no las pude entender. De algunas otras, me decían: “Cuando seas mamá lo vas a entender”. Y cuando fui mamá, lo entendí menos. Todavía lo estoy trabajando en terapia.
Inocencia interrumpida
Del mismo modo que su familia se derrumbaba, también lo hacía su carrera televisiva: Daniella se alejó de Chiquititas en 1997. “Yo digo que Sol me marcó tanto el corazón con agujeritos que dije: ‘Listo, basta’. Porque la verdad es que lo hice carne el corazón con agujeritos…”.
-¿Dejar de actuar fue una decisión tuya?
-Sí. Estaba en medio de todo este caos familiar, y de muchas horas de grabación y de mucha exigencia mental, emocional y física, que… que yo no… no podía estar al ritmo. A veces no dormía, literalmente. O no me animaba a levantarme ni al baño por las situaciones que tenía que pasar para llegar al baño… Cuando (mis padres) se divorcian comienza otro baile porque cada uno estaba muy en la suya: uno por su enfermedad; el otro, porque empezó a vivir una vida que por ahí necesitaba vivir hacía rato, y no podía. Y en el medio estábamos nosotros. Yo iba y venía. A veces mi mamá no estaba, se iba; y más tarde yo me quedé con mi hermano mayor. Me sentía con culpa por dejar a mi papá, después con culpa por dejar a mi mamá. La culpa me la cargué toda la vida hasta que dije: “¡No, basta! Ya tengo un montón con ser responsable de lo que yo hago como para andar haciéndome responsable de los demás”.
El fin del sueño
Aquel derroche de poco tiempo atrás –las vacaciones interminables, el auto que se cambiaba cada año, el oro que brillaba en muñecas y cuellos- redundó en apremios económicos. “No teníamos para comer”, recuerda Daniella, que al entrar al secundario debió buscar trabajo: lo consiguió atendiendo una heladería, luego vendiendo en un shopping.
“El problema no era el trabajo en sí, sino el contexto de estar tan sola, ¿viste? La vulnerabilidad de mi edad y de la situación. Yo me cuidé siempre muy sola y, gracias a Dios”
-No había alguien que te cuidara: en todo lo que contás, faltaban los adultos.
-Siempre, siempre, siempre... Con el pasar de los años de alguna manera los entendí, los acompañé, los perdoné. Pude entender que uno estaba con una situación de enfermedad, pude entender que el otro… Bueno, es lo que tenían para dar. Y hasta ahí, yo podía con eso. Toda mi perspectiva cambia cuando, encima, me quieren hacer sentir culpable a mí.
-¿De qué?
-Y… de todo. Absolutamente de todo. Estuve muchos años en los que todo me salía mal. Cuando digo todo, es todo. No me arrepiento de nada de lo que hice en mi vida, porque tengo mis hijos hermosos: Valentín de 18 años; Sol, de 11; y Bautista, el más pequeñito, que ahora va a cumplir siete.
-¿Tres hijos de tres gestiones distintas?
-Tres gestiones distintas.
-¿Y tres buenas historias con esos papás?
-No todas.
-¿Hoy, estás en pareja?
-Hoy estoy casada. No es papá de ninguno de los chicos, pero hace de papá.
-Algo de ese modelo de familia disfuncional, ¿lo repetiste en tus vínculos?
-¡Uff! Sí, claro. Yo elegía mal. Con el paso de los años entendí que yo no puedo cambiar a la persona. Ni quiero, ni tengo ganas. Pasa que yo elegía, elegía normalmente…
-¿A los violentos?
-Claro, claro. Sí.
-Hasta que pudiste salir de ese círculo.
-Sí. Tuve que aprender a amarme, a aceptarme con toda esta historia. Tuve que aprender a entender que el amor no es así. El amor es sano.
-¿La maternidad te ayudó en ese camino?
-Sí. Yo soy una sobreviviente, y en parte mis hijos fueron una gran motivación.
-Hoy, ¿tenés trato con tu mamá?
-No.
-¿Cuándo se rompió?
-Cuando yo crezco. Cuando me hago fuerte. Cuando me animo a decir: “No me dañan más, seas mamá, hermano, perro, abuela, vecino o como te llames”. Ahí es donde me quedé con la gente que vale, que son pocos. Lo que pasa es que por muchos años lo tapé, lo justifiqué, de alguna manera. Y esta vergüenza, que era ajena completamente porque yo no hice nada, hizo que yo cada vez esté más chiquitita, más avergonzada, hasta no creerme merecedora de nada, porque es lo que todo el tiempo se me decía. Siempre, cuando yo hablaba, decía algo, se me castigaba. Hasta el día de hoy. Yo estoy acá, y es un castigo.
-¿En algún momento pudiste dejar de ser mamá de tus padres?
-Sí. Y de todos.
-¿De tus hermanos?
-De todos.
-¿Creés que algún día podrás recomponer el vínculo con tu mamá?
-No lo creo. Es una persona a la que han dañado tanto... O que le faltó amor sano. Pero el problema no es ese, porque yo también estuve en esa. El problema es cuando no te das cuenta de que necesitás ayuda. El problema es cuando vas ignorando que vas por la vida lastimando a la gente. No se puede salir impune así. Pero no sé si todos tenemos la misma fuerza.
Renacer
“Fue todo tan dramático que lo hice cumbia”, dice Daniella sobre su dolor, sobre aquel pasado. Y es que el presente la encuentra con un disco integrado por canciones propias: “son muy personales, con cosas que he vivido” y ya planificando el segundo. Y con un show reciente que la llena de orgullo: “Fue increíble. Mi primer concierto a pulmón. Vinieron de Córdoba, pero también de Uruguay, de Perú, y hasta de Israel”. Cuando habla de la música, su mirada cambia. Los ojos le brillan. “Estar enfocado en lo que uno quiere y prepararse trae sus frutos. Costó. Costó mucho”.
-¿Te lloraste todo después de lograr ese escenario?
-Sí, porque es un gran logro. Siento que que es el primer pasito de tanto que quiero andar en la música y que siento que que tengo para dar y poder compartirlo. Realmente fue hermoso porque la gente que estuvo ahí, fue gente que de verdad me quiere y se alegra y disfrutó.
-Hoy estás en un momento de buenas.
-Sí. Hoy lo hice cumbia y estoy con la familia que yo formé.
-Que es la que vale.
-Que es la que vale, que es la que quiere estar. La familia que yo formé. No de la que vengo.
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