Allá lejos, durante una excursión por Berlín en unas esperadas vacaciones por Europa, José María Muscari recibió en su celular un llamado del corazón a modo de noticia viral que llegaba desde Corrientes. “Es mi hijo…”, pensó -o más bien, sintió- al encontrarse con el video de Lucio, un adolescente que había lanzado una convocatoria pública con un pedido, más bien un deseo, postergado por varios años: “Quiero una familia”.
Desalentado por no haber encontrado una familia durante su estado de adoptabilidad, era la primera vez que un niño -avalado por la decisión extraordinaria de una jueza- le ponía voz y cara a su historia.
Siguiendo el impulso repentino que encontraba razones en su propio deseo, también postergado por años, el director teatral no lo dudó: “Lo tengo que adoptar”. Muscari completó el formulario casi en el cierre de la convocatoria y supo que otras personas habían respondido a las palabras de Lucio: había 80 familias anotadas; con los días, sumarían 140. “Y apareció mi prejuicio: ‘Acá, cagué’ -se sincera, al compartir sus sensaciones con Infobae-. Un tipo de Buenos Aires, cuando el niño es de Corrientes y expresa que prefiere quedarse allá. Además, un tipo solo, gay, monoparental, cuando Lucio habla de la idea de una mamá. Y encima, famoso. Igual, fui para adelante”.
Arrancó así “un proceso que yo no conocía” -explica-, con varias entrevistas “movilizantes, fuertes” con una psicóloga, hasta que “pude llegar a la vinculación con Lucio”.
-¿Hubo una preselección que hizo la jueza entre todas las familias, y una selección final que fue de Lucio?
-Exacto. Incluso, yo no fui la primera elección de Lucio: era una familia de Corrientes, por su deseo de quedarse. Pero después llamó a la jueza: “Me quedé pensando en este señor que hablamos, de Buenos Aires. Este es un cambio de vida muy importante para mí, y estaría bueno que ese cambio también empiece en un nuevo lugar. ¿Podemos hablar con él?”. Y ahí me contactaron, y me di por elegido. Lucio no sabía quién era yo, no me conocía de la televisión, ni nada.
-¿Cómo fue esa primera charla?
-Lo pasé a buscar por el hogar. Vino, me saludó y me abrazó así, como abrazan los adolescentes: hasta ahí. Y alguien interrumpió eso porque me pidió que firmara unos papeles para poder sacarlo. Salimos del hogar y empezamos a caminar. Él caminaba muy rápido y yo iba tipo al trote, detrás de él. Le pedí que me llevara a un lugar que le gustaba para desayunar. Y ahí, cuando nos sentamos, nos vimos de frente, y todo fluyó. Caminamos por la costanera, fuimos a un shopping, almorzamos. Fuimos al cine, pero nos pasamos la película hablando. Merendamos, caminamos por el centro. Jugamos al bowling; perdimos los dos porque éramos malísimos y nos cagamos de risa de eso. Los dos estábamos nerviosos, tratando de que el otro lo aceptara. Pero a la vez, éramos muy nosotros. Y a la noche, lo dejé en el hogar.
-¿Y cómo fue dejarlo?
-Difícil. Me angustió bastante, sobre todo porque no sabía cuándo lo iba a volver a ver: si bien había pasado toda esa primera vinculación de Corrientes, con las tres entrevistas que había hecho con la psicóloga, la reunión con la jueza, etcétera, etcétera, todavía tenía que continuar con otros trámites en Buenos Aires. Faltaba la otra parte: un montón de cosas que había que definir, como que vinieran a conocer mi hogar, para saber si yo iba a poder ser el padre de Lucio.
-Esa noche, vos ya estabas dejando a tu hijo en un hogar.
-Sí. Y a partir de ese momento nunca más dejé de vincularme con él por WhatsApp, por celular. Desde ahí nunca más paró nuestro vínculo.
-¿Cuándo vino a Buenos Aires?
-Cinco días después, en una especie de viaje. Estuvo en casa, con su habitación semi armada, y la pasamos genial. Después volvimos a Corrientes, pero le pedí a la jueza que Lucio ya estuviera en casa, que no volviera a dormir en el hogar, que para mí era muy dura esa distancia. Pautamos que, para cerrar el vínculo, iba a dormir un día con su familia recreativa, que son determinadas personas que pueden sacar a los chicos del hogar los fines de semana. En este caso su familia recreativa era Silvia, una mujer divina. Así que durmió ese fin de semana en lo de Silvia y cerró su vínculo con ella. Y el lunes a primera hora fuimos al juzgado, donde se cerró todo. Me dieron la guarda, el papel en la mano, y nos volvimos a Buenos Aires para definitivamente vivir acá.
-En ese dormitorio que le armaste, ¿Lucio pudo elegir sus propias cosas?
-Sí, obvio. Me dijo: “Viejo -porque me dice viejo, no me dice papá-, ¿podemos sacar ese cuadro que hay ahí que no me gusta? No me puedo dormir porque siento que el ojo me mira”; “Sí, saquémoslo. ¿Qué querés poner ahí?”; “Y… me gustaría algo de anime”. Entonces fuimos a un lugar de anime y él eligió un cuadro. De esas cosas, miles. Yo le había colgado las remeras y él eligió que las remeras estén en otro lugar, y estén dobladas. Es su cuarto; cierra la puerta. Nuestro arreglo es que yo golpeo y si él me dice “Podés”, puedo, y si no, no. Porque quizás está en una videollamada con su chica de Corrientes o con sus amigos, o está haciendo lo que tenga que hacer. Y obvio que hay privacidad.
-¿Te dice “viejo”?
-Sí, me dice “viejo” todo el tiempo. Siempre pensé que “viejo” era algo peyorativo y ahora es algo que me encanta. Después de esa vez que nos conocimos y que seguíamos en contacto, un día me puso “papá”: casi me muero de emoción, me puse a llorar frente a la pantalla. Y esa semana que empezamos a estar juntos, que vino a Buenos Aires, me empezó a decir “viejo”.
-¿Y vos, cuándo empezaste a decir que era tu hijo?
-Hubo algún día que, por escrito, le habré puesto: “Hijo, préstame atención a tal cosa que te quiero explicar”. O: “Hijo, ¿qué necesitas que no se qué?”. Y ahí quedó, y se naturalizó para mí. Y a mí me cuesta mucho referirme a él si no digo “hijo”. O sea, sí, obvio, digo que se llama Lucio, pero me sale “hijo”, yo qué sé.
-¿Conocés algo de su historia?
-Sí, conozco algo. Algunas cosas me va contando él, y voy dejando que eso fluya de la manera más natural posible, entendiendo que es su historia, que me antecede, que tengo que respetar lo que él quiere y lo que no quiere de esa historia.
-¿Tiene vínculo con alguien de su familia de origen?
-Tiene vínculos, no de verse pero sí por teléfono. Y con otras personas, no. Y yo voy acompañando eso.
-¿Cuánto tiempo estuvo en el hogar?
-Entró y salió del hogar a lo largo de muchos años, desde los ocho.
-¿La pasó mal?
-Sí. Todos los chicos que están en hogares la pasan mal. En este momento hay un montón de Lucios en hogares, todavía peleando ese vínculo para tratar de revincular con su familia. En el caso de Lucio, yo no tengo una opinión formada porque no conozco los diferentes avatares que llevaron a esa madre y a ese hijo a ese proceso. Yo estoy aprendiendo a ser padre: no soy quién para juzgar a nada, ni a nadie.
-¿Pero qué te pasa con saber que tu hijo, a quien amás y a quien le darías lo que no tenés, la pasó así de mal?
-Me parece súper duro. Me angustia. Trato de paliarlo pensando en todo lo que puedo hacer por él, de acá en adelante. Y mi familia, mi mamá, mis amigos, mi tío, mi tía, todos los que ya lo aman y lo incorporan, no va a resolver los 14 años y medio que nadie lo hizo, o que lo hicieron de otra manera, que no fue la nuestra. En el transcurso de la acumulación de horas de vuelo juntos, todo eso va a ir armando una alquimia: no es lo mismo ahora, que lleva 25 días con esta nueva familia, a cuando lleve uno o dos años y eso le arme, no sé, una especie de balanza que se le vaya para el otro lado.
-Hay un montón de Lucios.
-Hay un montón de Lucios en este momento en hogares, todavía peleando ese vínculo para tratar de revincular con su familia. En el caso de Lucio, yo no tengo una una opinión formada porque no conozco los diferentes avatares que llevaron a esa madre y a ese hijo a ese proceso, y tampoco soy quién para juzgarlo. De hecho, estoy muy agradecido a la mamá de Lucio por haberlo gestado, porque hoy yo tengo un hijo gracias a que ella lo gestó. Siento que poder estar agradecido a esa madre que dio a luz y que no pudo hacer las cosas para que eso funcione de otra manera que como funcionó, también tuvo un devenir que hoy hace que Lucio y yo estemos juntos. Pero no sé, yo estoy aprendiendo a ser padre. No soy quien para juzgar a nada ni a nadie. Todo lo que conozco de la historia por mi hijo o por la ley es algo del orden de lo privado de él que nunca contaría.
-¿Ya te tocó retarlo por algo?
-No, retarlo no, pero sí ponerle algún límite. Como tipo: “Bueno pará, che, no te pongas tan mala onda. Te desperté a la una y media porque nos tenemos que levantar para que limpien la habitación”. Entonces él, un poco se carajea y le digo: “Bueno, no, pará”. Enseguida yo me fui a mi habitación a decir: “¡Ay, Dios mío, ¡¿qué hice?! No me va a seguir queriendo… Pensará mal de esto que le estoy diciendo”.
-Los límites son amor, José.
-Sí, sí, pero también es un adolescente súper formado. Ayer una amiga vino a mi casa y me dice: “No puedo creer que tenés el hijo que hubieras tenido si hubiera sido biológico. Vengo a tu casa y sigue todo ordenado, limpio. Entro a la habitación de él, está todo impecable”. Pero él es así, naturalmente.
-¿Ya está inscripto en algún colegio en Buenos Aires?
-Sí, estamos esperando la vacante. Ojalá me la den en mi barrio, en Recoleta. Tampoco son tantos los secundarios que tienen orientación en Ciencias Naturales, que es lo que le gusta Lucio. Así que estamos ahí, rezando para que me den la vacante.
-¿Quiere ir a visitar Corrientes?
-Lucio quería volver ahora, en enero, y yo le dije que iremos después de que yo pudiera estrenar mis tres obras. En diciembre estrené Perdida Mente en Mar del Plata y Lucio me acompañó: conoció el mar por primera vez, que era una gran ilusión. Se hizo fan de las olas, una hora y media ahí, adentro del agua. Ahora me acompañará al estreno de Coqueluche, que vuelve a la Calle Corrientes, pero no podrá venir al de Sex porque todavía no es para su edad: es prohibida para menores de 16 años y Lucio tiene 15. Después sí lo llevo a Corrientes para que se reencuentre con sus amigos y haga toda esa movida.
-El vínculo está lleno de primeras veces, como esa primera vez en el mar.
-Sí. La primera vez de miles de cosas. De una Navidad con regalos. De su propia bicicleta, porque hasta ahora tenía una que la compartían entre todos los chicos en el hogar. La primera vez de su propia habitación. La primera vez que no tiene tiempo para bañarse. Los primeros días se bañaba tres veces por día y me decía: “Lo que pasa es que como nunca tuve baño propio…”. “¡Báñate todas las veces que quieras! Recuperá todas las que no te bañaste”. En estos días tuve una charla con una experta en adopción adolescente y yo le planteaba el tema de los límites: no quiero darle todo a Lucio y que después, esté todo mal. Ella me dijo algo espectacular: “José María, está con vos hace 20 días, No tengas miedo de malcriarlo todo lo que te surja en este primer vínculo que empiezan a tener, porque viene de 14 años donde nadie hizo eso por él. Después, Lucio va a poder armar su balance entre todo lo que no tuvo antes y todo lo que vos le das. Y en el medio, va a ir encontrando cómo es la vida, que no es con todo lo que vos le das ni con todo lo que no le dieron”.
-Había algo que estaba escrito: es el primer verano en el que no te instalaste en Carlos Paz o en Mar del Plata con el teatro.
-Menos mal que no tenía una obra porque actualmente la prioridad total es Lucio. Y mi agenda hubiera sido imposible con los ensayos. En cambio, ahora puedo estar todo el día pendiente de sus cuatro comidas, de a qué hora se levanta, de qué plan hacemos, de si se ve con mi sobrino, que tiene 13 años y que tienen onda, de si lo llevo a tal obra de teatro. No sé, las cosas que voy armando para que él se divierta en un verano en Buenos Aires.
-¿Andás noviando?
-No. Y por suerte no: me parecería muy difícil en este momento que Lucio, además de adaptarse y conocerme a mí, tuviera que conocer a una pareja mía. La otra vez me preguntó: “¿Cómo sería si vos tenés una pareja y a mí no me cae bien?”. Y yo le dije: “¿Que a vos no te caiga bien porque no te cae bien, o que a vos no te caiga bien porque es una persona que no se comporta bien con vos?”. “No. Que no me caiga bien porque no se comporta bien conmigo”, me respondió. “Entonces no sería mi pareja, porque alguien que es mi pareja y no se comporta bien con mi hijo jamás va a ser mi pareja”. “Ah, tenés razón”. Y terminó el tema para él.
-Hay algo que tiene que ver con la incondicionalidad en los vínculos que se va construyendo, necesita tiempo. ¿Lo charlaste con Lucio? ¿Le dijiste que estás para quedarte y que es tu hijo para siempre?
-Sí, sí. Siempre charlamos mucho en la cena, y una vez me dijo: “¿Qué voy a hacer cuando tenga 18 años? ¿Me tengo que ir?”; “¿Adónde te tenés que ir?”; “Y… a otro lugar”, me dice. La gente no sabe, pero todos los chicos que están en hogares, a los 18 años se tienen que ir. Y yo le expliqué que no: “Nuestra vida, nuestro hogar, nuestro futuro, juntos no es con fecha de vencimiento, no es hasta que seas mayor de edad. Creo que escuchó, pero no lo entendió todavía, porque me parece que es mucho más fuerte todavía en su cabeza.
-Lucio está en un proceso de guarda.
-Sí, y hay una decisión tomada por la Justicia: yo no puedo mostrar su cara ni en fotos ni en historias (de Instagram). Mucha gente conoce la cara de Lucio por la convocatoria, pero a partir de que está conmigo, no pueden verlo hasta que yo sea, para la ley, su padre. A Lucio no le gusta mucho que su cara esté blureada: quiere aparecer. Ya le expliqué un montón de veces que no se puede. A veces, por ejemplo, si yo estoy grabando algo me dice: “No, no me pongas de espaldas porque prefiero no estar”. Lo que no quiere es aparecer vedado. Y yo se lo respeto.
-¿Cuánto dura ese proceso de guarda?
-No lo sé. Sé que para unas personas han sido tres meses; para otras seis, o un año. Pero no me preocupa. Siento que Lucio es mi hijo y no va a cambiar nada de nuestro vínculo cuando le pueda poner el apellido en su documento. Me gusta que exista el proceso de guarda para que Lucio tenga una nueva oportunidad de responderle a la jueza, cuando le parezca: “¿Cómo te estás sintiendo? ¿Esto va bien? ¿Querés que sea tu papá, tener su apellido? ¿Querés que esto continúe?”. Es Lucio el que lo tiene que decir. A mí no me lo tienen ni que preguntar. Porque Lucio es mi hijo. De acá, para siempre.
-¿Hay algo que no hayamos hablado que quieras contar?
-Seguramente en algún momento, cuando Lucio pueda y quiera hable. Una de las cosas que a él más le gusta de pensar en la posibilidad de hablar es ayudar a que gente que quiere adoptar pierda el miedo a hacerlo con adolescentes porque hay muchos otros chicos que pasan por su situación. Le gusta que colabore a desestigmatizar el concepto de que un adolescente es difícil, es conflictivo o no es una buena opción en la adopción. Está bueno decirlo de manera clara: para mí adoptar un adolescente es un planazo.
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