Ramiro Bueno es hijo del legendario cantante de cuarteto Rodrigo Bueno y de Patricia Pacheco. “El Potro”, como se lo conocía popularmente, falleció el 24 de junio del 2000 al estrellarse con su camioneta en la Autopista Buenos Aires-La Plata.
Ramiro, que en ese momento tenía tres años, iba a bordo del vehículo junto a sus padres y a Fernando Olmedo, hijo del Negro Olmedo. Rodrigo y Fernando murieron aquel día; mientras que Patricia y él, que estaban sentados en la parte trasera, se salvaron de milagro.
Con 26 años, un año menos que la edad que tenía su padre cuando murió en pleno éxito artístico, Ramiro lo tiene presente entre recuerdos propios e historias construidas mediante archivos fotográficos y fílmicos. También agradece las experiencias del público, que se acerca para contarle todo tipo de anécdotas sobre lo que representaba para ellos su papá.
“No tener a mi padre presente es un dolor muy grande, pero la gente me lo recuerda con mucho amor, con mucho cariño”, señaló.
Estudió periodismo deportivo, pero el amor por la música lo impulsó a seguir los pasos de Rodrigo, a quien tiene como un referente por su carisma y su energía en el escenario. Lejos del cuarteto, busca dejar su propia huella en la industria musical con el rap.
A pesar de su corta edad, su vida no fue fácil y debió atravesar situaciones muy dolorosas además de la muerte de su papá. En su infancia fue víctima de bullying y en la actualidad trabaja en superar dos adicciones que afectaron fuertemente su vida social y su salud.
—¿Cómo es ser el hijo de Rodrigo Bueno?
—Es un privilegio que me dio el Universo y la vida. Yo me siento muy feliz por el hecho de decir que ya han pasado 23 años que no tenemos al Potro entre nosotros, pero que la gente me lo recuerde con tanto amor y tanto cariño. Es un combustible para mi vida. La gente me para en la calle. Me he perdido trenes y colectivos yendo al trabajo, con tal de compartir con esa gente un rato. Es inexplicable la felicidad que me genera que me lo recuerden, que cada persona me cuente quién fue Rodrigo Bueno para ellos y lo que significó. Para mí es algo único, es una bendición de la vida. Sin embargo, no tener a mi padre presente es un dolor muy grande, una angustia.
—¿Te dicen que sos parecido físicamente? ¿Cómo manejás el tema de la imagen?
—Yo creo tener un parecido muy particular. Quizás más por el lado de la actitud. Soy medio cabroncito, al igual que mi viejo. Tengo una historia bastante similar en cuanto a la música. Él fue muy sacrificado también en eso. Rodrigo no fue un fenómeno de un momento para el otro. Tuvo una carrera de más de diez años en la cual se estuvo rompiendo el lomo para poder llegar hasta donde llegó, que fue el pico máximo de su éxito allá por los años ‘99 y 2000. Es esa transición del camino, esa búsqueda del artista, esa formación personal que tiene uno para poder destacarse arriba del escenario, esa comunicación de poder vincularse con la gente a través de un escenario y de la propia música, es el mensaje que el artista quiere transmitir. Yo creo que es algo que nos caracteriza mucho a los dos y, después, viene el parecido físico. Yo pienso que pusieron parte de mi vieja, parte de mi viejo, agarraron una minipimer, empezaron a mezclar y así salí yo.
—¿Qué tenés de papá y qué tenés de mamá?
—Yo tiendo a ser una persona no tan impulsiva como papá sino que lo puedo meditar un poco más como mamá. Pero cuando se me chifla el moño, agarrate Catalina que me vuelvo infumable. Soy una persona muy social. Me gusta hacer reír a la gente, compartir con amigos, soy muy payaso en ese sentido y siempre me rodeo de gente. Me dicen: “Che, loco, la energía que tenés es zarpada”. Y lo agradezco de corazón. Me gusta agradecerlo porque me gusta compartir con la gente y mostrar quién soy realmente, sin careta y sin tener que disimular para agradar o caer bien.
“Ser ‘el hijo de’ para mi es un privilegio”
—¿Tenés recuerdos con tu papá?
—Tengo pocos recuerdos. La realidad es que al ser muy chico, lamentablemente el registro del cassette viene medio borroso. Pero tengo recuerdos de él estando en casa, en un departamento que había comprado en Chacarita. Lo recuerdo cargando el agua del mate, algunas cositas muy puntuales. Algunas imágenes también de la camioneta, el Luna Park, momentos que he vuelto a recordar con el tiempo y otros que son los testimonios de la gente. También material filmográfico que tengo la suerte de poder ver. Para mí poder ver a mi viejo decirme: “Papi te lo deja todo para vos. Vos sos el único que va a heredar todo esto. Cuando te subas al escenario yo voy a decir que sos el heredero”. Son mensajes que trascendieron con el tiempo. Uno lo ve hoy con 26 años y él deja mensajes por todos lados. Creo que él me acompaña todo el tiempo, siempre se manifiesta. Siempre aparece en momentos puntuales que marcan mi carrera y en la transición de la vida que voy teniendo.
—Por ejemplo ¿en qué momentos sentís que se te aparece?
—El día que firmé con el club de fútbol en el cual jugué, El Porvenir, cuando estaba llenando la planilla de AFA para ser jugador fichado de las inferiores en quinta división y ya sumarme al plantel, escucho de fondo “Amor clasificado”. Digo: “¿Cómo puede ser?”. De la nada, alguno de los pibes me estará jodiendo, porque yo llegué al club y nunca dije nada. Yo nunca fui de llegar a algún lugar y decir “soy el hijo de”. Si la gente se daba cuenta, se daba cuenta, y si la gente no se daba cuenta, no pasa nada. Pero yo escuchaba el tema y decía: “¡Qué raro! Alguno de los chicos me estará jodiendo. Me doy vuelta y era un pibe que yo no conocía que había perdido los auriculares en el vestuario de la sexta división del “Porve” y estaba esperando a otro compañero escuchando al Potro con el celular en la puerta. Él está, su energía está, su vida sigue rondando, dando vueltas por acá. Él me acompaña. Es una cosa muy especial, es un vínculo muy flashero que tenemos, pero es algo hermoso.
—¿Hay mucha gente que se cuelga aún hoy, en el presente, de tu papá?
—Que hay gente la hay. No te voy a decir que no, pero no voy a dar nombres porque no me interesa darle entidad a gente que para mí no pesa. Sí reconozco que hay mucha gente que quizás al día de hoy no pudo hacer su propio camino. Quizás yo también tengo que entender que esa gente no puede despegarse y tendrá sus motivos. Cada quien tuvo su historia con Rodrigo. Eso es algo que yo también tengo que comprender y respetar. Mi padre tuvo vínculos con un montón de personas, no solamente de enamoramiento, de noviazgo, sino también de amistad. Cada quien tuvo su historia con él. Yo eso lo entiendo y lo respeto. La realidad es que también hay mucha gente que se me ha acercado como hijo y me ha contado cosas; y hay gente que me mantuvo al margen. Yo me pregunto, si tanto lo querías a Rodrigo, ¿mantenés al hijo al margen como una de las cosas sueltas que quedó? Da para pensar. “Qué raro, ¿qué clase de amor le tenías entonces?”. La realidad es que tampoco están obligados a vincularse conmigo, pero hay gente que quizás después de tanto tiempo no ha tenido siquiera una charla, un vínculo, y se llenan la boca hablando de Rodrigo. Yo no lo juzgo, lo super respeto porque es la manera también que tengo de ver las cosas, pero la verdad es que yo pensando en mi viejo, en todo lo que sucedió, creo que la mejor forma que él tenía de hacer las cosas es con la gente unida. La única verdad se la llevó él al cielo.
—¿Cómo fue tu infancia?
—Fue muy particular y también muy linda porque, si bien tuvo lamentablemente la muerte de papá, que me dolió mucho y crecí sin un padre, tuve una madre que hizo de papá y mamá. También tuve un abuelo que en ese momento me estaba pagando el colegio para que yo pueda estudiar. Tuve la infancia más normal que pude tener y la verdad que eso es lo que yo agradezco. Tuve una mamá que no me expuso a los medios, que me dio la vida de un nene que puede crecer de una forma sana. Yo eso lo veo reflejado en mí hoy por hoy y se lo agradezco de todo corazón a mamá, a mi familia materna, que siempre estuvo ahí al pie del cañón. A mi abuela Silvia, a mis tíos Marcelo, Pablo, Carolina, que lamentablemente hoy ya no está entre nosotros, pero la recuerdo también con mucho amor. Gente que me acompañó y me ayudó a crecer y eso se ve reflejado en el crecimiento que yo tengo hoy. Tuve una vida normal. Más allá de ser “el hijo de” lo pude transitar de una forma muy linda, muy sana.
—¿Y con Betty Olave tenés vínculo?
—La realidad es que la quiero, la quiero mucho. Lamentablemente, no tenemos un vínculo fluido. La quiero y la respeto mucho. Es la mamá de mi papá y es mi abuela también. Lamento no poder tener un vínculo. Yo sé con la fuerza que ella lo amó a Rodrigo, sé lo que sufrió como madre y lamento mucho lo que pasó también. Hoy no tenemos un vínculo y no sabría decir por qué. Quizás tenga sus razones. Yo al principio pensaba que era algo mío. “¿Habré hecho algo?” me preguntaba. Me acerqué a ellos en varios momentos de la vida y después hubo diferencias nuevamente por un montón de cosas que quizás uno dice: “¿Por qué le dan tanta entidad?”. Hoy, no tenemos ese vínculo fluido. De hecho, no tenemos ni siquiera comunicación. Yo lo lamento mucho por papá porque le hubiera gustado mucho que la familia esté unida, pero no depende de mí. Yo me acerqué lo suficiente como para decir: ”Hasta acá llegué”, “¿hasta cuándo voy a seguir rebajándome con gente que quizás no quiere o no le interesa?”. Y que están en todo su derecho también.
“Hoy no tengo un vínculo con mi abuela Betty Olave y no sabría decir por qué”
—¿Sufriste bullying en la adolescencia?
—Sí, cuando era chico también. Pero no por ser el hijo de Rodrigo sino por mi condición física. Cuando era chico estaba más grandote de cuerpo, estaba más ancho y me jodían por eso,y porque soy muy fanático de la cultura japonesa, del animé. En ese momento no estaba bien visto. Era como el “rarito”. Sufrí golpes y violencia psicológica. En un momento sufría mucho ir al colegio, había veces que terminaba llorando, explotado, de no poder aguantar, de no poder lidiar con la situación.
—¿Cuántos años tenías?
—Empezó cuando tenía 9 años hasta los 12. Después entré a la secundaria y por todo lo que había sufrido adopté una personalidad alternativa que me hizo vincularme un poco más con la gente. Lo del animé lo pasé a un segundo plano. Tenía miedo de que me vuelva a pasar. No quería todo el sufrimiento que había pasado porque no era solamente dolor físico sino también psicológico. Uno se cuestiona por todo en ese momento: ¿Por qué me hacen esto? ¿Es solamente porque me gusta algo que a ellos no les gusta? ¿Porque ellos tienen otros gustos diferentes al mío? Con el rap me hicieron lo mismo. Me decían: “Escuchás esa música de negro”. Cuando el rap no era bien visto, era música muy underground, muy urbana y mirácómo están las cosas ahora... Cada uno tiene que tener el derecho a elegir qué gusto tener sin recibir una devolución violenta. El bullying me enseñó a tener que charlar las cosas, no solucionarlas de manera violenta. Yo me refugiaba, no le decía a mamá lo que me pasaba dentro del colegio, no le decía que había sufrido. No porque no confiara en mamá sino porque me cuestionaba a mí mismo: ¿Está bien lo que me gusta? ¿está bien que me guste el rap?¿está bien que me guste el animé? Y al final morí en la mía. Seguí adelante y hoy me muestro como soy. Mamá me contuvo mucho cuando me veía llorando. Ella siempre estuvo ahí para contenerme. Fue mi más grande refugio en esos momentos cuando era todo muy difícil.
“En mi adolescencia era como el ‘rarito’, sufrí golpes y violencia”
—¿Cuándo pensás que tu mamá necesitó más de vos?
—En los momentos que también la pasó mal, pero hoy en día creo que también necesita mucho de Ramiro, del hijo, porque es una persona con muchos sentimientos. Para mí ella es mi mejor amiga, es mi compinche en esta vida, todo lo hablo con ella. Nos sentamos a tomar unos mates, charlamos y nos quedamos hablando horas de lo que sea, de nuestra historia, de las cosas que pasaron, de dónde venimos. Mamá necesita mucho de mí como también yo de ella. Es mutuo. Así como ella me enseñó mucho en toda mi vida yo creo que también le estoy ayudando y enseñando muchas cosas a ella. Eso me hace sentir bien también para que ella pueda estar tranquila, que pueda ver las cosas de otra manera, entender de una forma más sana y que esté tranquila con el tema Rodrigo. Yo estoy con la bandera diciendo: “Estoy acá, má. Quedate tranquila. Vos luchaste tanto que ahora estoy luchando yo”. Voy a luchar día a día para que se lo recuerde con amor, para que se honre su imagen, su vida, su esencia, su virtud, lo que fue él. Rodrigo fue un artista y no lo digo por ser el hijo. Era de los que más transmiten arriba del escenario y lo que generaba en la gente era increíble. Un artista de la ostia, enorme. Pero Rodrigo como ser humano, como padre, no lo puede contar nadie más que mi mamá y yo.
—¿Qué te falta hoy?
—A mí no me falta nada, hoy lo tengo todo. Tengo ángeles que cuidan las decisiones que tomo, tengo familia, amigos, a mis hermanas. Tengo a mis compañeros de la música que respetan lo que hago, lo que soy. Tengo trabajo, tengo estudio y la posibilidad de estudiar. Hoy lo tengo todo. Sinceramente, creo que no me falta nada y si me faltara algo sería minúsculo.
—¿Qué te da miedo?
—Me dan miedo muchas cosas, sobre todo, que pueda pasarle algo a la gente que amo. No a mí. Me da miedo que le pueda llegar a pasar algo a mis hermanas, a mamá. Me da miedo que le pueda llegar a pasar algo a un amigo. Tengo amigos que están pasando momentos muy difíciles a nivel económico y demás. No tengo miedo de que me pase algo a mí, pero siento a veces miedo de que le pase algo a la gente que amo.
“Voy a luchar todos los días para que se lo recuerde a mi papá con amor y para que se honre su imagen, su vida, su esencia, su virtud, lo que fue él”
—¿Tenés miedo a las adicciones?
—Padecí adicciones y hasta el día de hoy la padezco. Tengo dos adicciones. Una es una adicción que quizás no tenga que ver con consumo de sustancias y demás, pero es con la electrónica. Me veo aferrado a un mundo en el cual me encuentro metido todo el tiempo y es una lástima, porque hay veces que siento que pierdo mucho el tiempo, que me tiene muy encerrado, metido en eso. Pero hay una más fuerte que también la atravesé hace poco, sufrí depresión, a tal punto de no querer salir de mi casa, de no querer dejar de dormir. Me pasó con el cigarrillo que me estaba aniquilando la cabeza. Estaba fumando 20 cigarrillos por día, uno atrás del otro y no encontraba pausa. Cuando fumaba se me agobiaba la cabeza, me tiraba veinte minutos, me levantaba, iba a trabajar sin ganas, me dormía y no encontraba la salida. Estaba metido en un bucle. Yo había empezado a fumar hace poco, en la cuarentena, durante la pandemia. Fui aumentando hasta un punto que no lo supe manejar y lo normalicé. Fue muy fuerte también porque no podía activar. Estaba todo el tiempo mal, triste, no quería hablar con nadie. Capaz que me juntaba con alguien y estaba enganchado con la tecnología. Se me mezclaron las dos cosas y me aislaba en mi burbuja. Hoy estoy saliendo de eso, estoy empezando a dejar el cigarro y me está costando. De fumar 20, 20 y pico de cigarros por día ahora estoy fumando menos de 10. Me está cambiando mucho la forma de ser, las ganas de hablar y la verdad que encuentro una diferencia. Miro para atrás y digo: “¿Cómo no me di cuenta?”. Qué difícil que es para un adicto salir de eso, más allá que sólo sea el cigarrillo, pueden ser cosas peores. Creo que es muy difícil darte cuenta primero porque uno lo normaliza y después cuando salís recién decís: “Menos mal”.
—¿Qué encontrabas en el cigarrillo que no encontrabas en la vida?
—Encontré una descarga en el cigarrillo hasta que en un momento me empezaba a doler la garganta, empezaba a toser, a sacar flemas. En un momento, incluso me dio miedo lo que estaba atravesando. Estaba muy mal hasta que un día me hizo clic la cabeza.
—¿Te acordás cuándo llegó ese clic? ¿En qué momento?
—Fue hace tres semanas. Es reciente. Estaba saliendo del trabajo, había bajado seis veces en el día a fumar cigarrillo uno atrás del otro. A veces me fumaba dos seguidos y en un momento me dieron muchas ganas de vomitar. Se me hizo un retorcijón en la panza, fui al baño, estaba con arcadas y me miré al espejo. Tenía las lágrimas cayéndome, ojeras y dije: “No puedo seguir así, por mí, por la gente que me quiere. Tengo que buscar la forma de cambiar y salir de acá”. Cuando volví del trabajo el atado que tenía lo tiré a la basura y dije: “No quiero saber más nada con esto”. Empecé a regular un poco más la ansiedad, empecé a tener apetito y noté un cambio en mis actitudes, en mi forma de ser. Empecé a salir de a poco, a volver a vivir una vida más tranquila, sin tanto dolor y agobio en la cabeza, sin querer estar todo el tiempo durmiendo. A veces me despertaba y me volvía a dormir. Horrible. Fue un momento muy feo. Me pasaba que por estar en el vicio no quería ni siquiera juntarme con mamá, porque no quería que me viera así. Pero hay que buscar apoyo en la gente, abrirse, poder soltarse y no tener miedo a ser juzgado. Estamos en un mundo donde se juzga mucho al adicto y eso está mal, porque hay que acompañarlo, entenderlo, estar de su lado.
“El cigarrillo me estaba aniquilando la cabeza”
—¿Qué legado o mensaje te gustaría dejar en las próximas generaciones?
— Como chico soñador les digo que peleen por sus sueños y luchen por su vida. Hagan su camino, estudien, infórmense, quizás no por la forma de decir “estudien una carrera o lo que sea”, infórmense de las cosas que les interesan. A veces no te lo da todo el hecho de estudiar en una universidad. Hay que moverse también por afuera, buscar el camino de uno. Está buenísimo estudiar, pero cuando uno lo disfruta, cuando uno puede encontrar el amor a la profesión. Hay que encontrar una profesión amada, soñada, un camino, una meta en la vida, algo que te genere orgullo, que te guste compartirlo con la gente y que la gente diga: “Ahí va ese. Ese es el artista, el médico, el que está estudiando para ser abogado”. Llevarlo con honor, con amor y no tener miedo. No hay que adaptarse a los grupos para integrarse y estar bien, hay que ser humano, ser persona. Es la forma de llegar al éxito en esta vida y que el día de mañana cuando seamos viejos podamos decir: “Viví feliz”. Esa es la clave de la felicidad. Capaz no llegué a hacer esto o a hacer lo otro. Quizás tenía una meta a tal edad que no pude cumplir, pero eso no me importa porque fui feliz luchando por lo que quería, fui feliz buscándole sentido a la profesión, encontrando el sentido en el camino de la vida. La felicidad es el amor y para amar tenemos que estar bien. Si no estamos bien tenemos que dejarnos amar y nutrirnos de ese amor para poder seguir adelante. Siempre va a haber una persona que va a acompañar. No hay que tener miedo, hay que mandarse, hay que ayudar. Ayudar es amar y amar es lo que nos da todo en esta vida.