Roberto Moldavsky, Sebastián Wainraich, Ezequiel Campa y Fernando Pailos son expertos en hacer reír. Su trayectoria arriba de los escenarios los dotó de una vasta experiencia y les otorgó el reconocimiento del público que los elige una y otra vez.
En este debate de reconocidas figuras de la comedia y del Stand Up, no faltaron las anécdotas, las bromas y la revelación de secretos sobre el detrás de escena de cómo viven la frustración, el éxito y los shows.
Los humoristas explicaron que suelen atravesar algunos obstáculos durante las funciones, como la falta de risa del público u olvidarse los remates de los chistes; y admitieron que, a diferencia del imaginario colectivo, los momentos más tristes de la vida suelen impulsarlos a producir más rutinas cómicas.
“Tiene un efecto terapéutico reírse de uno mismo”, reflexionó Moldavsky. “Creo que el público encuentra algo de alivio y dice: ‘Si este puede reírse si mismo, yo también tengo ese defecto, vamos a reírnos juntos’”, agregó Wainraich.
El humor: ¿innato o aprendido?
Si bien la escuela de actuación nuclea a la comedia como una de sus bases y existen numerosos cursos y capacitaciones, los humoristas advierten que hay una tendencia hacia las bromas que ya está incorporada en la persona y que se impulsa a partir de la herencia o del ámbito en el que se crían. Como si fuera un instinto para hacer reír que se despierta en distintos momentos de la vida.
Pailos: —Se nace un poquito así. Se va viendo en la escuela quién es el gracioso, el que está siempre en los actos. Ahí se va vislumbrando. Después, sí se aprende. No sé si hay una escuela, pero creo que la experiencia te va formando.
Moldavsky: —Cuando sos tímido o no sos muy agraciado ni deportivo. Hay que ir desarrollándolo (risas).
Wainraich: —Con el humor buscás que te quieran, que te festejen el chiste. En el fondo estamos buscando cariño.
Campa: —Yo creo que todo lo que tiene que ver con lo artesanal, como puede ser también en un deporte, existen mecanismos y técnicas. En la comedia hay fórmulas. Pero creo que es algo que ya viene en uno.
Wainraich: —Sí hay herramientas que sirven para ir ordenándolo. Es como cuando te dicen: “Tengo un primo re gracioso que haciendo monólogos es un genio”. Y tal vez no funciona después en el escenario porque hay que laburar, sentarse y ensayar.
Campa: —Es lo que los americanos llaman “Stage Funny”, que es la diferencia entre ser gracioso en la vida o ser gracioso arriba del escenario.
Pailos: —Es lo que pasa en Córdoba. Vas a una reunión de consorcio y a los 5 minutos parece el show del chiste.
Campa: —Ojo que pasa también al revés. A veces conocés gente muy graciosa y decís: “¿Qué hago yo dedicándome a la comedia?”. Pero también tenés que tener muchísimas ganas de hacer comedia, porque no se la pasa bien siempre. Hay todo un recorrido que hay que hacer hasta que vas encontrando tu forma y no es el más placentero. No todo el mundo tiene ganas de invertir su tiempo y esfuerzo en eso.
Moldavsky: —Aparte hay mucha soledad en el escenario en el estilo que hacemos nosotros, que no es lo mismo que una obra de teatro, que tenés compañeros actores y hay una mínima contención. Acá fallaste y estás solo.
Wainraich: —Yo creo que tenemos la autoestima muy ciclotímica. Para subirnos al escenario te creés importante, pero también estamos reclamando un montón de cariño.
Pailos: —Nunca estás conforme. Bajás del escenario y sos autocrítico. Y el que está al lado tuyo te dice: “Salió perfecto, la gente se mató de risa”.
Wainraich: —El típico “estuvo bueno, pero hasta ahí…”
El límite de los chistes y pedir disculpas
Las bromas pueden tocar fibras sensibles y generar reacciones diversas tanto en el público como en quienes son mencionados por los humoristas. Pero, ¿existe una barrera que no se puede cruzar? ¿Hay un código a seguir?
Wainraich: —Me pasó de pedir disculpas. Estamos en una radio con Julieta (Pink), recién empezábamos y nos escuchaba muy poca gente. Hicimos un chiste sobre un famoso que había muerto y justo un familiar estaba escuchando. Ni siquiera estaba en Argentina, lo estaba escuchando por Internet y llamó. Te sentís pésimo.
Campa: —Vos sabés que Dalia (Gutman), tu mujer (a Wainraich), siempre me dice que cuando haces algo tenés que pensar que siempre hay alguien escuchándote. ¿A vos no te lo dijo nunca? (risas)
Wainraich: —Es que casi no hablamos.
Campa: —¿Me lo dice a mí y no te lo dice a vos? (risas)
Wainraich: —Habla más con vos que conmigo.
Moldavsky: —A mí me pasó algo así con Luciano Castro. Cuando apareció la foto de él desnudo, yo hice un chiste. Me llamó de buena manera y me dijo: “Mirá loco, estoy hecho mierda con este tema”. Y yo pensé que era todo lo contrario.
Campa: —Para mí el límite es que el chiste sea gracioso. Cuando uno se pone a analizar si el chiste es, por ejemplo, homofóbico o es machista o lo que sea. Es porque el chiste no es bueno. Lo que pasa es que también tiene que ver con el perfil del comediante y con la espalda que tenga para hacer eso.
Pailos: —Campa, ¿tuviste problemas con lo de Dicki del Solar?
Moldavsky: —Con ese personaje tocaste un punto.
Campa: —En su momento lo defendí y lo sigo defendiendo. Cuando yo lo empecé a hacer ya tenía como 15 años en la comedia. No era que la pegué con eso. Entonces, siempre tuve muchos argumentos para defenderlo. Primero porque conozco mucho el universo del rugby; y después porque ya venía hace años haciendo comedias, escribiendo mis monólogos, haciendo funciones por todos lados. Igualmente, te juro que no es tan criticado como parece.
Fuera del escenario
Tal como ocurre con los actores de ficción, al público generalmente no le resulta tan sencillo separar la persona del personaje. En ese contexto, los encuentros en lugares públicos se pueden volver un poco incomodos para ambas partes.
Los cuatro humoristas coincidieron en que existe una especie de “necesidad de ser graciosos todo el tiempo, de estar bien y de ser simpáticos”. Incluso, en ocasiones, les ocurre dentro de su círculo íntimo.
“Tu propio núcleo a veces te dice: ´Vos sos así en el escenario, acá tenés cara de culo’”, reconoció Moldavsky. “A mí me dicen: ‘Ustedes dos con Dalia deben ser re graciosos en casa. Si fuéramos dos arquitectos, deberíamos estar construyendo edificios todo el tiempo”, bromeó Wainraich.
Moldavsky: —Una vuelta voy a la farmacia a comprarme un analgésico. Me dolía la cabeza o la muela, no recuerdo. Una persona me saluda, yo le respondo el saludo. Me busca en Instagram y me escribe: “Recién te vi en la farmacia con cara de culo. Te lo digo por tu bien, por tu laburo, que le pongas un poco más de onda”. ¿Qué hay que decir? Estoy con hemorroides…
Pailos: —Es que es así en la calle. A mi cuando me dicen: “Contate un chiste”. Les respondo: ¿Si fuera (José) Meolans me harías nadar? (risas).
Moldavsky: —Hay que entrar a la fiesta y decir: “Soy el proctólogo”. Así nadie te pide nada…
Campa: —Claro. Es buena esa.
Moldavsky: —Yo hacía siempre ese chiste y una vez me pasó, cuando no era muy conocido, que se me acercó un tipo y me dijo: “Mirá estoy con un problema. Dame un turno” (risas).
Wainraich: —Muy bueno…
Pailos: —Me imagino que se lo diste…
Moldavsky: —Obvio que se lo di. Anotá, Francisco de Melo (risas).
Las críticas y las redes sociales
La exposición como figuras públicas tiene su lado positivo con el reconocimiento del público y los aplausos, pero también tiene una parte que todo profesional debe afrontar como son los comentarios mal intencionados o los insultos volcados en Internet.
Campa: —Depende de cuánta importancia uno le da a lo que te dice la gente en las redes y en la calle. Es medio raro igual porque vos no pasás por un restaurante y le gritás: “¡La milanesa es una porquería! ¡Dedicate a otra cosa!”
Moldavsky: —Eso es Twitter. Es como entrar a un negocio y decir: “Nunca voy a comprar acá” e irse. ¿Para qué lo hacés? Dejalo en paz, que labure tranquilo.
En terapia
La Argentina es el país con mayor proporción de psicólogos de todo el mundo, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y, a pesar de que estos cuatro humoristas reconocen que “el humor es terapéutico”, admiten que no son la excepción a la regla y que visitan el diván una o varias veces por semana. Un tópico que, entre bromas y realidad, sacó a relucir los mejores chistes sobre los psicólogos.
Moldavsky: —Yo tenía un terapeuta que no hablaba. En la primera sesión, el tipo y yo cruzados de brazos. Y le dije: “¿No me vas a preguntar para qué vine?”.
Campa: —Te estaba haciendo la psicológica (risas).
Moldavsky: —Me dice: “Si tenés que contar algo, me lo vas a decir”.
Wainraich: —A mí me pasó de cruzarme a mi psicólogo en un avión. Ya sabíamos igual los dos. Yo estaba con Dalia y es raro porque él sabe todo…
Moldavsky: —Mirá si el tipo le dice: “Dale loca, aflojá…” (risas).
Pailos: —Yo llegué una vez y estaba hablando solo el psicólogo. Y le dije: “¿Por qué está hablando solo?”. Y me dice: “Usted llegó tarde, yo ya arranqué” (risas).
Wainraich: —Martín Rocco, el humorista, tenía una gran anécdota con su mujer Alicia, que es psicóloga. Él era muy particular, muy gracioso. En un momento Alicia estaba atendiendo a un paciente en su casa y Rocco salía del baño desnudo sin saber que su mujer ya estaba con gente. Y no me acuerdo el remate (risas), pero era algo como que el paciente le dijo: “Vi a un hombre desnudo”. Y ella para sortear la situación, le responde: “¿Y qué le sugiere?” o algo así (risas).
Desde un estilo muy personal, con el paso de los años, cada uno encontró la forma de conectar con su público, entendiendo qué es lo que los hace reír y creando humor a partir de los hechos de la vida cotidiana que le suceden a todos los mortales. ¿En dónde está la magia? En atravesar todo tipo de situaciones, incluso los momentos dolorosos y trágicos, para resignificarlos y convertirlos en comedia porque, de alguna manera, de eso se trata la vida.