Las siete pisaron fuerte en mundos muy distintos y todas encontraron la forma de sobresalir. La escritora Samanta Schweblin, que este año recibió el premio National Book Award, el llamado “Oscar de la literatura”. La actriz y cantante Lali Espósito, que llevó el feminismo al prime time de la televisión y la “argentinidad” a la cima del mundo. La activista juvenil por la justicia climática, Nicki Becker, que se ganó un lugar como “La Greta Thunberg argentina”. La cantante María Becerra, que se convirtió en la artista local más escuchada en Spotify.
También Marina Charpentier, la madre de Chano, que a partir de las adicciones de su hijo dio una batalla pública a favor de la Salud Mental. La viróloga Andrea Gamarnik, que fue distinguida como “la investigadora de la Nación 2022″, el máximo galardón del sistema científico nacional. Y la productora de cine, Cindy Teperman, una de las mentes con Infinity Hill detrás de Argentina, 1985, la película argentina preseleccionada para competir en los Oscar.
Acá están, ellas son las mujeres del año elegidas por Infobae, estas son sus historias.
LALI ESPÓSITO por Gisele Sousa Dias
El año en que llevó al feminismo, a la diversidad sexual y a la argentinidad a la cima del mundo
Era una nena, 10 años tenía, estaba en una fábrica y no lo sabía. No era una fábrica tradicional -con sus líneas de producción, sus overoles y sus zapatos punta de acero- sino la factoría Cris Morena: la máquina de crear talentos.
Lo que la pequeña Lali (Mariana) Espósito no sabía era que dos décadas después de ese debut no sólo iba a ser una actriz y cantante pop reconocida en Argentina sino que iba a encontrar el modo de salir de la estantería de los talentos jóvenes para ubicarse, iluminada, en el centro de la vidriera del mundo.
En julio, cuando la versión local de la revista Rolling Stone la puso en tapa semi en tetas y la llamó “la diva soñada del pop argentino”, Lali Espósito venía de colmar dos Luna Park después de tres años sin conciertos por la pandemia.
Las entradas para el primer show se habían agotado en tres horas y una imagen que se viralizó en las redes sociales dejó en evidencia que el mundo post COVID no se había vuelto tan virtual: para asegurarse un buen lugar para verla de cerca en el mítico estadio, un grupo de fans había comenzado un acampe en las veredas, en plena ola polar, 10 días antes del show.
Lali venía, además, de consolidar su lugar como jurado de La Voz Argentina y estaba ensayando para arrancar su quinta gira musical.
Ya hacía varios años que se veía a todas luces que la nenita que había empezado a actuar en Rincón de Luz había salido de la estantería porque también sabía bailar, cantar, hacer reír y hacerse oír. Ella misma, sin embargo, se sorprendió en agosto, mientras se lookeaba para un nuevo show en el Movistar Arena, cuando le avisaron que los tickets para el siguiente, otra vez, se habían agotado en dos horas.
Claro que lo que sucedió en cada uno de esos escenarios no fue sólo música y coreografías. Y fue eso, tal vez, lo que hipnotizó todavía más a sus seguidores y seguidoras, porque en varios de esos shows por el interior del país Lali -al mejor estilo Britney Spears y Madonna- se besó con otras chicas en el escenario.
La intención de mostrar a dos o más mujeres bellas besarse no fue ser servil a la fantasía porno de los hombres heterosexuales sino poner en una escala de grises aquello de la heterosexualidad obligatoria.
Quedó más claro unos meses después, cuando Lali -a quien sólo le habíamos conocido novios, casi todos galancitos de la tevé- habló por primera vez de su bisexualidad.
“Mis experiencias reales del último tiempo me hicieron dar cuenta de mis propias hipocresías, conmigo misma, no para el afuera. Me mentía un montón, no aceptaba un montón de cosas que me gustaban, que quería. Por ejemplo: que me gustaban las mujeres”, contó en el programa de Twitch llamado Nadie dice nada.
Lali no dijo “me gustan solo ellos” o “solo ellas”, dijo: a veces unos, a veces otros, y se metió en la B de la sigla LGBT+, una orientación sexual usualmente ninguneada y acusada de “tibia”. “Bueno, pero decidite”, le suele decir el mundo -incluso el mundo gay- a las personas bisexuales.
La comunidad LGBT+ entonces, la subió este año a sus hombros, la paseó entre la multitud y la erigió en un nuevo ícono de la diversidad sexual. En noviembre, de hecho, Lali apareció por primera vez en la Marcha del Orgullo, no como una argentina más sino como la encargada de exportar esa imagen de “orgullo de ser” al mundo.
A bordo de un micro descapotable, en plena Plaza de Mayo, vestida con un corpiño con los colores de la bandera gay y mientras un montón de eruditos del diccionarios debatían si “lenguaje inclusivo sí” o “lenguaje inclusivo no”, Lali dijo: “Sentimos que no podíamos faltar con todo este equipo de amigues increíble”.
Es que la tibieza -aquello de no tomar posición para quedar bien con Dios y con el Diablo- nunca fue lo suyo. Había quedado claro durante el 2020, mientras el país se trenzaba entre “aborto legal sí” o “aborto legal no”. Lali había paseado por donde había podido con el pañuelo verde en la muñeca y su discurso feminista en el micrófono.
¿Significa eso que siempre fue feminista? La respuesta es no. Ella, como muchas de nosotras, también tuvo que aprender. Se lo enseñaron muchas feministas en 2017, cuando en una entrevista con la revista Gente, repitió un error de concepto: “No soy feminista porque sería tan grave como ser machista”.
“Querida Lali, el feminismo salva, es hermoso y te está esperando”, le contestaron feministas en varias cartas públicas. Y con el correr de los años, ella recogió el guante. Y cómo.
Este año, sin ir más lejos, Lali llevó el feminismo -al menos el suyo, porque como todo movimiento político es de todo menos homogéneo- al prime time de la televisión mundial. Lo hizo en La Voz Argentina, cuando apoyó abiertamente a su participante, no sólo por ser parte de su equipo sino por ser mujer.
“Hoy todos a apoyar a Angela Navarro, además de tener LA voz...sería histórico que ganara una mujer”, escribió en Twitter, donde tienen 7 millones de seguidores (en Instagram tiene otros 11 millones y medio).
Hablaba en Argentina del lugar que ocupan las mujeres en los espacios públicos y cómo muchas veces se ven obligadas a hacerse espacio a los codazos, otro de los reclamos históricos de los feminismos. Pero este año también marcó la cancha en España, el país que este 2022 terminó de colonizar.
Sucedió en El hormiguero, el programa más exitoso de la televisión española. Lali se sumó al programa no como invitada ocasional sino como “coach de la vida”, algo así como una mujer que da consejos divertidos a los televidentes. Fue en ese espacio y mirando a cámara que se refirió a las múltiples formas de violencia que recibimos las mujeres a diario, no sólo las más visibles.
“Estoy enamorado de mi vecina Blanca, ¿qué me recomiendas que haga para atraerla? Me denunció por acoso el año pasado y gané el juicio, por eso no sé que hacer. Por favor, ayúdame. Solo le envié 18 rosas amarillas y un peluche. Buena onda, Raúl”. Ese fue el mensaje que leyó al aire el presentador y humorista, Pablo Motos.
Lali podría haber hecho un chiste y sal de ahí, chivita, chivita. Pero miró a cámara y dijo: “Mirá, realmente pienso que está buenísimo que hayas mandado este mensaje porque nos regalás a todos en el programa más visto de España el claro ejemplo de lo que es ser un acosador (...) “Se jacta de haber ganado el juicio, no me sorprende para nada que la Justicia no apoye a las mujeres ante las denuncias”, señaló.
“Está buenísimo que les niñes del otro lado vean esto y entiendan que un ramo de flores no justifica la violencia, que es el gesto de insistirle a alguien”, y terminó: “Querido Raúl, no es no. Eso es lo que tengo para decirte”. Su intervención se escuchó en silencio y fue celebrada con un aplauso por todo el estudio.
Pocos días después, en Argentina se estrenó El fin del amor, la serie que la tiene como protagonista y productora ejecutiva. Allí encarna a una chica judía y feminista del Once que explora el fin del matrimonio como un objetivo vital en las vidas de las mujeres, el valor de la amistad, la diversidad sexual y de géneros y el deseo (o no) de la maternidad.
Durante el fin de semana de su estreno, fue la 10ª serie más vista en Amazon a nivel mundial, y la serie en español más vista en el mundo. También fue lo más visto en países que no imaginarías, como Afganistán o Jordania.
Si bien la tira está pensada para atravesar las fronteras locales no tiene en pantalla a una chica lavada, en neutro, sino una Lali bien porteña. Es una ficción, claro, pero aquello de llevar algo de la argentinidad por el mundo ya era parte de su ADN (y no en cualquier momento sino ahora, cuando muchos compatriotas que se van del país reniegan donde pueden de sus orígenes).
Había sucedido en septiembre, también en El hormiguero, cuando Lali le enseñó al conductor español a preparar un fernet 70/30 en una botella cortada y se volvió viral. El conductor lo probó, puso la cara que ponen todos los extranjeros cuando prueban el fernet pero Lali siguió adelante convencida, con actitud de “Argentina, no lo entenderías”.
Lo que pasó después, el domingo 18 de diciembre, no lo vio su país ni España sino el mundo, literalmente. Era ella sobre el césped del estadio Lusail en Qatar, cantando el Himno Nacional, con los ojos cerrados para aguantar la emoción y al lado de los jugadores de la Selección, todavía sin tomar verdadera dimensión de lo que estaba por pasar en esa cancha -y en nuestras coronarias- desde ese instante y para siempre.
SAMANTA SCHWEBLIN por Patricia Kolesnicov
La consagración internacional de una autora que supo hacer terror con los miedos que tiene cada uno
Desde el principio se supo que Samanta Schweblin tenía “algo”. Eran tan joven cuando apareció y apareció con todo: era 2001 -¡ese año!- y su nombre sonó dos veces. Una, su cuento Hacia la alegre civilización de la capital, había salido primero en el Concurso de Cuento Haroldo Conti para Jóvenes Narradores. Pero, además, el libro que contenía ese cuento, y que se titulaba El núcleo del disturbio ganó el Primer Premio del Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina. Era su primer libro. Schweblin -Samanta, todos le dicen simplemente “Samanta”- tenía 23 años.
La voz corrió de boca en boca: hay una chica que escribe unos cuentos... Lo que siguió no hizo sino confirmar su calidad. Muchas páginas corrieron bajo los puentes y ahora, en 2022, un libro de cuentos de Samanta rompió una frontera demasiado sólida -es muy difícil llegar a las librerías estadounidenses- y, en ese país, ganó el prestigioso National Book Award, en la categoría “literatura traducida”. Se lo daban por su libro de cuentos Siete casas vacías, que se llamó Seven Empty Houses. Sólo un argentino había obtenido antes esa distinción. Era Julio Cortázar.
Se podría ir esta nota hablando de premios. En 2008 su segundo libro, el extraordinario Pájaros en la boca se llevó el de la Casa de las Américas. En 2017 jugó en las grandes ligas: estuvo entre los seis finalistas para el Booker Prize Internacional, prestigiosísimo premio inglés. Y así. Pero ¿por qué? ¿Qué tiene esta escritura, de qué habla, cómo lo hace? Hay que decir que todo lo que escribe genera incertidumbre, miedo. Que ella ha dicho que no se reconoce en la literatura de terror pero aterra. No un miedo de gritar y salir corriendo por pasillos iluminado con focos que titilan. Un miedo blanco, quieto, como aire compacto. Eso hace. Y lo hace con lo mínimo, poniendo algunos escalones para que nuestra cabeza complete el recorrido y se lance al sótano.
Samanta Schweblin nació en 1978 en Buenos Aires. No es cualquier momento para nacer: en sus tierras ese año se conjugaban una dictadura sangrienta y el Mundial de Fútbol, que ganaría Argentina. El festejo y la tortura. La Copa y los generales en la platea. Épocas de miedo y silencio. ¿Influye esto en la escritura? Bueno, las cosas nunca son lineales.
Cuando era chica, hubo un tiempo en que Samanta se calló. No habló. “Sentía que la lengua hablada era una cosa peligrosa. En cambio, si la ponía sobre el papel, podía controlarla, incluso lograba influir en los demás”, contó alguna vez. Por escrito se controla el peligro. ¿Sí?
Samanta había empezado a escribir como un juego. Le leían a la noche y un día pidió que no le contaran el final: lo ponía ella. Cinco, seis años tenía.
Después, pero no mucho después, apareció el abuelo, que era artista plástico y mucho no se daba con la familia. Quiso educarla para vivir en el arte. “Me enseñó a viajar en tren sin pagar boleto, porque decía que un buen artista debía aprender a vivir sin dinero. Me llevaba a las villas más pobres de Buenos Aires para que entendiera con todo detalle mis privilegios. Me enseñó a robar relojes de la feria de antigüedades, mientras él distraía al vendedor con preguntas. Pero además, me llevaba al teatro, al cine, a los museos, al corso, ¡y hasta a bares!”, contó Schweblin.
Así que Samanta leyó, leyó y leyó. Pero a la hora de estudiar una carrera no fue a Letras, fue a Imagen y Sonido. Se especializó en Guión Cinematográfico. Como trabajo, abrió una agencia de diseño gráfico. Y ahí le pasó algo increíble: la llamaron desde las oficinas de Donald Trump. Ella lo contó así, en una columna que apareció en el diario Clarín: “El 8 de enero de 2007, llamaron a casa desde las oficinas de Donald Trump. Sí, el número era correcto. Sí, querían hablar con Samanta Schweblin”. La cita para ver el trabajo era en República Dominicana y era ya. Ellos pagaban, claro. Voló a San José y, de ahí, en un jet privado, a Punta Cana. Selva, palmeras, camionetas Range Rover, guardias de seguridad. Iban a construir una ciudad con casas donde se podía estacionar el yate en el living. Querían que el estudio de Samanta concursara para hacer la señalética. “Un mes más tarde, la arquitecta nos confesaría que nuestro anteproyecto estuvo en la mira hasta último momento. Solo una cosa los disuadió: el presupuesto de dos millones de dólares les pareció sospechosamente bajo”.
Y aunque la anécdota es imperdible, no es esto lo que define a Samanta Schweblin aunque un poco sí. ¿Qué iba a pasar con esa desmesura de que Trump llamara a un estudio mínimo en la Argentina? ¿Por qué volar en jet privado? ¿El viaje terminaría bien?
Hace un tiempo, me contó cómo piensa la construcción de sus relatos: “Para mí cualquier texto está atado a una cosa muy material, que tiene que ver con la tensión. No es la tensión de descubrir quién es el asesino, es algo como si fuera un hilo. Una punta la tiene el escritor, la otra, el lector, y se está tirando constantemente para un lado y para el otro de ese hilo. Y ese hilo siempre tiene que estar tenso, no puede aflojarse y no puede romperse”, me dijo. ¿Qué genera la tensión? “Oración a oración hay algo que se plantea pero no se contesta del todo. Y la oración que sigue siempre contesta, muy cerca de lo que uno esperaba, pero no exactamente en el mismo lugar. Y ese desfasaje mínimo va configurando una brecha que obliga al lector a seguir muy de cerca lo que está pasando, porque palabra a palabra se confirma, pero no exactamente”.
Mostrar y ocultar. Dar miedo con nuestros miedos y nuestros prejuicios, dijimos antes. Un ejemplo: en el cuento Un hombre sin suerte -que ganó el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo en 2012 y se publicó en 2015 en Siete casas vacías- una familia sale de apuro al hospital porque la nena menor necesita atención. Precisan un pañuelo, un trapo, algo blanco para abrirse paso en el tránsito y, como no tienen, le piden a la nena mayor la bombacha. ¿Llegarán a salvar a la chiquita? Un paso adentro del hospital y la atención cambia de lugar. Nos quedamos afuera, con la nena más grande, que tiene ocho años. Y que -nadie lo dice pero cómo olvidarlo- está ahí sin bombacha. Entonces llega un hombre, la saluda, se sienta, la acompaña. ¿No les da cierta inquietud? Le ofrece ir a comprar una bombacha. Ir juntos, se entiende. No voy a contar el final pero sepan que Samanta no va a escribir una línea que nos haga estrujar el corazón. Y nosotros vamos a terminar con un nudo en la garganta.
Ese es el truco.
En 2012 Samanta se ganó una beca y se fue a Berlín. Y lo que era algo por un tiempo se fue volviendo permanente: allí sigue. Allí escribió Distancia de rescate, una novela corta de clima muy extraño, con un chico “raro”, no se sabe si enfermo o poseído. La novela admite una lectura en clave ecológica: ocurre en unas casitas en algún lugar veraniego pero algo pasa en el el riachuelo cercano: a los caballos que van a beber se les hinchan los ojos, los labios y los agujeros de la nariz. Hay animales cojos. Y plantaciones de soja. ¿Y el terror? Bueno, ¿no es ese uno de los terrores de la época? ¿O en qué género quieren contar la destrucción del Planeta? Todo quieto, calmo, claro. Esa es Samanta (sobre este libro se hizo una muy buena película con Dolores Fonzi que se puede ver en Netflix).
En fin, ya se entiende a qué voy, pero ¿de dónde sale esa zozobra? ¿Vive ella esta inquietud? Le pregunto esto después de un par de cuestiones sobre vivir afuera. Entonces la respuesta cruza este presente con ese mundo de incertidumbre que venimos viendo: “Creo que vivir en Alemania acrecienta un poco esa sensación. Muchas veces me siento perdida, por que no entiendo algo del idioma, porque no sé cómo interpretar una situación, porque sé que todo va bien porque soy una suertuda, pero vivo con la sensación de que estoy fuera de lugar, y de que el día que tenga un verdadero problema, podría quedar atrapada en una situación pesadillesca de un momento al otro”.
No, el desasosiego de Samanta no empieza en Alemania, eso no no lo vamos a creer.
“Convivo con esta sensación, pero creo que también convivía con algo de este estupor general cuando vivía en Argentina. Vivo un poco como perdida desde que tengo memoria, un poco por distraída, otro poco por demasiado concentrada en otras cosas, y entonces a veces el mundo se vuelve un lugar difícil de anticipar o de entender. Quizá también por eso me es fácil vivir en un lugar tan distinto de la Argentina como puede ser Alemania, porque después de todo, vivo en un mundo que nunca terminé de entender del todo”.
Vivo en en un mundo que nunca terminé de entender del todo, dice. Levante la mano quien no siente algo parecido.
ANDREA GAMARNIK por Daniela Blanco
La viróloga fue distinguida como la investigadora de la Nación 2022
Andrea Gamarnik nació en la época equivocada, al menos para dedicarse a una de sus grandes pasiones: el fútbol. Ella misma cuenta que le decían que era muy buena en ese deporte y lo practicaba con mucha convicción, pero las niñas de su generación no jugaban al fútbol fuera de las cuatro paredes de la casa o en algunos poquísimos clubes. Así, Argentina y la humanidad ganaron a una gran mujer científica.
Andrea llegó al mundo el 5 de octubre de 1964 y fue educada junto a sus dos hermanos varones en una familia convencida de que hombres y mujeres debían tener las mismas oportunidades. Hizo el jardín de infantes en el Centro Cultural Peretz de Lanús y ahí continuó practicando deportes hasta los 19 años.
Hincha fanática de Lanús, club de primera división del barrio que la vio crecer, es hija de Simón y de Mirta Grillo. Él militante comunista, aguerrido luchador por la justicia social, muchas veces injustamente detenido por las diferentes dictaduras que tuvo el país, y ella actriz, aunque nunca pudo vivir de su trabajo.
Cambió la pelota por las pipetas y el laboratorio, y en esa elección - a la que también le puso garra, pasión y sacrificio- tampoco no se equivocó.
Cuando se iba a dormir, ubicaba un microscopio que le habían regalado sus padres en la mesa de luz para tenerlo bien cerca e investigar bajo la lente todo lo que le daba curiosidad.
Fue la primera universitaria de su familia y los quilates de su trayectoria científica tienen en sus cimientos a la educación pública.
Para decidir si iba a estudiar Biología o Bioquímica, la certeza se la dio un cartel en la farmacia de su barrio y todo se aclaró. Estaba escrito a máquina: “El Colegio de Farmacéuticos ofrece una beca para estudiar Farmacia y Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires”. Gamarnik se anotó y ganó, así que le pagaron los viáticos y los libros durante toda la carrera..
La viróloga Gamarnik fue distinguida el pasado 2 de diciembre como Investigadora de la Nación, el máximo galardón que entrega el país a la persona más sobresaliente del sistema científico nacional. Es la líder del Laboratorio de Virología Molecular de la Fundación Instituto Leloir e investigadora Superior del CONICET, por donde pasan las principales innovaciones científicas del país. Fue destacada con el máximo galardón del sistema científico nacional. Y es considerada una gran inspiración entre las científicas mujeres de la región y el mundo
En 1988 se graduó en Bioquímica con diploma de honor y en 1993 obtuvo el doctorado en la misma facultad. Al año siguiente partió rumbo a Estados Unidos para continuar su formación en virología. Allí hizo su posdoctorado en la Universidad de California, San Francisco, hasta 1999.
Pero nunca dejó de pensar en el regreso y en trabajar en investigaciones que fueran útiles en Argentina para devolver a su comunidad lo que tanto le había dado. Eligió para el regreso un curioso momento: el año 2001, quizá uno de los más convulsionados de la historia argentina.
Tras evaluar las posibilidades, vio la oportunidad del retorno en el programa de repatriación lanzado por entonces por la Fundación Instituto Leloir. Apenas arribada al país creó el primer laboratorio de Virología Molecular en esa institución, que dirige hasta la actualidad.
Uno de los hitos del equipo a su mando es haber descubierto el mecanismo de la replicación del material genético del virus del dengue. La continuidad de las investigaciones permitirán en un futuro, posiblemente no lejano, controlar a ese patógeno.
Pero si la pandemia del COVID-19 nos cambió la vida a todos, a Gamarnik la marcó especialmente. En 2020, aún cuando podía haber continuado con su trabajo habitual, decidió suspenderlo para poner a su equipo a investigar la manera de detectar los anticuerpos contra el nuevo coronavirus. En tiempo récord desarrolló los primeros test argentinos de anticuerpos, que fueron llamados COVIDAR, para detectar la presencia del SARS-CoV-2 en el organismo. Eran épocas en que esos kits aún no estaban disponibles ni siquiera para ser importados.
En el marco del trabajo frenético que la sumergió en el laboratorio durante 15 horas por día, sin fines de semana, Gamarnik comprobó, junto a otros especialistas del CONICET, que aplicar vacunas de diferentes plataformas induce una respuesta de anticuerpos mejor o igual que la brindada por dosis homólogas. La investigación fue publicada en la prestigiosa revista internacional Cell Reports Medicine.
Los lauros de Gamarnik son tantos que obligan a resumirlos y a omitir varios. Recibió el Premio Nacional Por la Mujer en la Ciencia, L’Oreal-UNESCO-CONICET en representación de América Latina, en 2009; el Premio Golda Meir el mismo año y el Premio Konex en Ciencia y Tecnología, mención a la trayectoria, en Microbiología, en 2014.
Además de ser investigadora superior del CONICET y directora del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires, IIBBA-CONICET es editora asociada de la revista PLoS Pathogens. Fue International Research Scholar of the Howard Hughes Medical Institute de los Estados Unidos, entre 2005 y 2011. En 2021 fue incorporada a la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.
CINDY TEPERMAN por Guillermo Pintos
La productora cinematográfica detrás del la exitosa Argentina, 1985
Esto no es fácil. Para Cindy Teperman, productora de cine y co-responsable de la película del año, Argentina, 1985, estar en el rol de protagonista -aunque sea brevemente y en una charla informal- no resulta sencillo. “Me está costando un montón”, admite entre sonrisas. Una de las mujeres destacadas del año y también, uno de los personajes relevantes de la industria del entretenimiento de este tiempo, prefiere el bajo perfil. Por eso en un tramo de la conversación sobre su exitoso trabajo, llega a confesar: “Siempre me da la sensación de que quiero que se luzca todo el mundo antes que yo”.
En el listado de películas y series que llevan la firma de Cindy como productora, figuran entre otros títulos de notable repercusión en Argentina, América y Europa: El gerente de Ariel Winograd; La caída de Lucía Puenzo, Animal de Armando Bó, El amor menos pensado de Juan Vera, Gilda y El Potro de Lorena Muñoz y la primera serie con productores argentinos que se emitió en la BBC Staged, una original historia protagonizada por David Tennant y Michael Sheen, concebida en plena pandemia. Y por supuesto, Argentina, 1985, coproducida por Infinity Hill (la compañía que lidera junto a su compatriota Axel Kuschevatzky y el británico Phin Glynn), La Unión de los Ríos, Kenya Films y Amazon Studios.
En honor al bajo perfil, cuando le toca hablar de la película que relata la trama del Juicio a las Juntas militares, elige resaltar el trabajo del director Santiago Mitre, de los protagonistas Ricardo Darín y Peter Lanzani (como los fiscales Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo) y también de sus socios en Infinity Hill. Todos y en equipo, señala Cindy, llevaron adelante este ambicioso proyecto de reconstrucción histórica que se convirtió en un fenómeno cultural y social en 2022, capaz de emocionar, concientizar y entretener para contar un hito en la historia argentina contemporánea.
“Estamos muy ilusionados con los premios y el reconocimiento de la crítica. Pero además de eso nos hace muy felices con la enseñanza que la película está dejando a los más jóvenes, que tal vez no conocían esa parte de nuestra historia”, dice con satisfacción. En este punto, agrega que los comentarios que recibe casi a diario, aquí y allá sobre la película, son positivos. “Me dicen ‘qué bueno que haya hecho una peli sin golpes bajos, para que los chicos puedan aprender’”. Y sobre el gran premio al que aspira Argentina, 1985 en el segundo domingo de marzo de 2023 cuando llegue la ceremonia de los Oscar, prefiere la omisión cómplice (cosas de la superstición del medio) aunque sí se permite tener una esperanza: “Si Dios quiere, que tengamos el premio mayor…”. Corte y siguiente escena.
Además de jugadora de peso en el mercado cinematográfico de dos continentes, Cindy es orgullosa mamá a tiempo completo (“ambas cosas a la par”, define). Su vida laboral y familiar transcurre luego de la pandemia -”un tiempo de pausa y reflexión”, cuenta- entre Argentina y Estados Unidos (con base en Miami). Pero siempre en función de su trabajo y el ritmo de su familia. “Me muevo por donde mis hijos van. Ya están grandes pero siempre me gusta estar cerca”, cuenta. “Quiero estar donde están los afectos. Argentina me encanta, es el lugar donde crecí. Y me gusta estar en Estados Unidos porque es fácil trabajar”, detalla.
Su historia de amor con el cine fue espontánea, “como casi todo en mi vida”, comenta. “El cine siempre me fascinó, me trajeron un primer proyecto, me metí como productora y me di cuenta que me gustaba. Eso fue hace 15 años. Vivía con mis hijos chicos en Estados Unidos, y en la universidad hacía cursos de cine y arte”. Nunca lo imaginó, todo sucedió naturalmente. “Cuando me metí, una cosa me fue llevando a la otra”, resume. En este punto enumera alguna de sus películas favoritas: La vida es bella de Roberto Benigni, Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore y Leyendas de pasión de Edward Zwick, entre tantas otras. Igualmente, aclara: “Estoy más enamorada de la producción que de las películas”.
Así es que su tarea específica de productora se ve como una consecuencia lógica. “Soy hacedora”, define. O, lo que sería lo mismo, se siente “productora natural”. Y ejemplifica: “Estoy acá, hablando con vos y ya estoy pensando en cómo producir”. Para definir su trabajo de manera sencilla elige la frase “hacer que las cosas sucedan”. “Eso me lleva a pensar, a conectar gente que tal vez no se conoce… No paro hasta que las cosas suceden, desde leer un guión, un libro, hasta conseguir los derechos, luego juntar la gente para hacer la peli... Armar un equipo, unir fuerzas, esa es la clave”. Y una pasión, también: “Construir, unir gente”. Eso, cuenta, le sale muy natural (“genuino” es la palabra que elige). “Y lo logro. Se me ocurren cosas insólitas y las consigo. Pero nunca sola, siempre en equipo”.
Trabajar en un medio al que se idealiza glamoroso y de trato cotidiano con estrellas, es más simple de lo que parece, detalla. Y revela que esto es algo que se lo preguntan todo el tiempo (cómo no, tratándose de cine). “Siempre digo que las estrellas son personas comunes y corrientes como nosotros. Conocí a muchísimos actores y actrices famosos, son personas normales... Se matan trabajando, porque no es fácil: es una tarea que lleva muchas horas de dedicación. En la vida normal, casi no los reconocés, ni te das cuenta con quién estás hablando. Tiene los mismos problemas, de repente tienen épocas altas y bajas: les va super bien y ganan fortunas, después están sin trabajo… Claro, hay divos y divas en todas partes. Pero en general se trata de gente común y corriente que trabaja. No son de otro planeta”.
En tiempos de reivindicación de igualdad de oportunidades de género, Cindy se siente cómoda en su tarea dentro de la industria cinematográfica. “No tuve ningún problema. A lo largo del camino siempre trabajé con gente que piensa como yo, que respeta el lugar de la mujer. Y cuando tuve que hacerlo, me alejé de quienes no estaban en ese camino de la igualdad”. De todas formas, los tiempos están cambiando según advierte. “He notado que las directoras, las guionistas tienen más lugar para ser convocadas. Esa es una diferencia. Creo en el talento de las mujeres pero me encanta trabajar con todos por igual. El talento está en todas partes, de una forma que sucede naturalmente. Para mí, es así: a igual talento, igualdad de oportunidades”.
En una época especial del año, cerca de sus afectos y después de un 2022 con mucho trabajo y reconocimiento profesional, siente que lo mejor de su trabajo es hacer películas “que emocionan, dramas, comedias, de suspenso… Obras que dialogan entre sí. Una idea del trabajo en conjunto que aprendemos todos los días”. En eso está, ahora mismo, como productora natural que es.
MARINA CHARPENTIER por Hugo Martin
Trabajadora Social y especialista en adicciones, a los 63 años batalla para que Chano, su hijo, salga del infierno de las drogas y para que se modifique la Ley de Salud Mental
Lo supo siempre: “¿Por qué no me podría tocar a mí?”. Pero tampoco lo esperaba: “Jamás, nunca lo pensé”. Desde los 21 años, Marina Charpentier es mamá. La mamá de Chano. A los 27, se recibió como licenciada en Trabajo Social y se especializó en adicciones. Su vida, en esos dos planos -el personal y el profesional-, quedó atravesada por los excesos de su hijo con las drogas.
Chano es un personaje público, desde que tuvo éxito con Tan Biónica, su vida siempre estuvo expuesta. La de ella, no. Luchaba en silencio para ayudarlo a recuperarse de sus adicciones. Hasta que su hijo estuvo al borde de la muerte. Y su nombre se hizo conocido. En la madrugada del 26 de julio de 2021, Chano recibió una bala en el estómago. Según la justicia, el músico atacó a su madre e intentó agredir con un cuchillo a un policía, que le disparó en defensa propia. Marina desmintió ese hecho, pero no acusó al uniformado: “El policía es otra víctima de un sistema fallido, inoperante, no capacitado e inútil para emergencias como esta”. Chano estuvo en terapia intensiva en el sanatorio Otamendi, con uno de sus riñones, el páncreas y el bazo dañados por el impacto. Cuando sus órganos se recuperaron, pasó tres meses internado en una comunidad terapéutica y en octubre recibió el alta.
En todo este tiempo se vio a Marina dando la cara por él. Lejos de bajar los brazos, cuando el fondo del pozo estaba por atraparlo, lo tomó de los brazos y lo arrastró a la superficie. No una, sino varias veces. La última, el 27 de mayo de este año, cuando el cantante se internó en la Clínica Avril. Ese impulso, y su palabra en los medios, la hizo referente para muchas otras madres. El 31 de ese mismo mes habló en el Congreso de la Nación, invitada a un debate que organizaron el senador Mario Fiad y la diputada Marcela Campagnoli cuando se cumplieron los 11 años de la sanción de la Ley de Salud Mental y Adicciones 26.657. Allí pidió su modificación. Tomó el micrófono, se emocionó ella y emocionó a todos: “Estoy acá porque soy la mamá de alguien que está enfermo con la enfermedad de la adicción... Mi hijo tiene 40 años y hace 20 años que sabemos que es adicto. Hace 20 años que damos esta batalla y que no tengo un sábado a la noche de paz, no puedo dormir con el teléfono apagado porque no sé qué va a pasar con mi hijo al día siguiente, porque no sé si cuando amanece va a estar vivo”.
La lucha familiar comenzó cuando descubrió que Chano fumaba marihuana. “No sé si encontré un porro o papel para armar”, intenta recordar. Por supuesto, el cantante le dijo que era de un amigo. Marina sostiene que “como madre sabés, no sé cómo explicarlo…”. Y lo llevó a una institución para tratarse. Su hijo tenía 24 años, recién se había zambullido en la noche con su banda de rock, Tan Biónica y ya llevaba una vida, admite su madre, “desordenada”. Después, la voluntad de Chano hizo lo suyo. “Influyó un poco lo que él estaba empezando a hacer, tocar, ser popular, famoso, la noche, el desorden. Hasta que eso se desmadró”, se sincera.
También admite que ella era “una madre sobreprotectora, muy presente, de estar encima de mis hijos. Por ahí quería cumplir el rol de padre también. Y estaba hipersensible. Hay como una dinámica familiar que puede ser una causa más, pero no exclusiva, porque de hecho sólo uno de mis hijos es adicto”.
Todos sabemos bien qué Marina es la mamá de Chano. Y punto. Pero, ¿quién es Marina Charpentier? Porteña, nació en Scalabrini Ortíz (cuando era Canning) y Las Heras el 27 de septiembre de 1959. Su padre, Oscar, fue un conocido abogado laboralista y su madre, Marta Dorrego, ama de casa. Tiene dos hermanos: Esteban y Adriana. La familia se mudó, poco después, a una casa Belgrano, donde cursó toda la escuela en el Colegio Lincoln. Y luego, a Nuñez, donde vive hoy la mitad del tiempo. La otra mitad lo hace en la quinta de Exaltación de la Cruz donde sucedió el terrible incidente de julio del 2021.
De chica quería ser abogada como su papá y su hermano Esteban. Se lo decía a todo el mundo. Vivía defendiendo a sus amigas, a sus compañeros de colegio. Pero la vida tenía escrito otro guión. Se casó muy joven, a los 19 años, empezó la carrera de abogacía y la dejó.
A su primer marido -Alfredo Moreno, “Freddy”, el padre de Chano y Bambi- lo conoció a los 17 años. Él tenía 20, era abogado y amigo de un vecino suyo. Marina admite que “el flechazo fue inmediato. Era muy pintón, muy desprejuiciado. Algo así como mi hijo”.
Al año de salir le dijo a su papá que se querían casar. La respuesta fue fulminante: “Por lo menos está de novia dos años más”. La boda fue dos años y un día después. Estuvieron juntos 11 años y se separaron. En ese lapso fue madre de Chano y de Bambi. Freddy, más adelante, se fue a vivir a España, se volvió a casar y tuvo dos hijas más. Falleció en el 2012. Guarda un buen recuerdo: “Nos divertimos mucho”.
Al poco tiempo fue a vender su departamento. El dueño de la inmobiliaria se llamaba Oscar Ottonello. Se llama: se enamoraron y hace 33 años que están juntos: “Lo hicimos muy bien”, se jacta. Ensamblaron las familias: los dos de ella más los tres de él. Juntos tuvieron a Samantha. El 17 de diciembre, Oscar cumplió 70 años. Todos le hicieron sus regalos. Chano también, y además le dio una notita con apenas tres palabras: “Sos mi papá”. Marina adscribe cada palabra. Hoy tienen seis hijos y siete nietos.
Su llegada al mundo de las adicciones se dio casi por casualidad. Fue poco después de abandonar la carrera de abogacía, cuando ya era madre. Su familia tenía una quinta en Del Viso. Chano y Bambi jugaban en la vereda con los hijos de un vecino, que era primo del pastor Carlos Novelli. Una tarde comieron un asado todos juntos. Dice que después de charlar un rato, Novelli le propuso trabajar con él en el Programa Andrés, uno de los primeros donde trataron a adictos. “Tenés la sensibilidad”, fueron las palabras que la convencieron.
Se unió al programa, en forma ad honorem, en el área de admisiones. Trabajó en la sede central de la avenida Córdoba. “Novelli hizo una tarea extraordinaria. Allí se completó mi vocación. Yo quería hacer algo que tuviera que ver con la justicia, pero también con la justicia social”. Recién entonces pudo trazar el camino hacia su objetivo: tener su propia comunidad terapéutica. Y para redondear su preparación, se anotó en la carrera de Trabajo Social en la Universidad Kennedy, la única que le daba la posibilidad de tener un horario compatible con su maternidad. Su tesis, quizás no por casualidad, fue sobre adicciones: “El alcoholismo en los adolescentes”. Se sacó un diez.
A sus dos hijos los envió al colegio Christian Andersen de Belgrano. Desde ese momento notó algo en la personalidad de Chano. “No sé si deriva exclusivamente en una adicción, pero intuía algo desde su inclinación a lo diferente, lo artístico, lo creativo. Era muy inteligente, con un coeficiente intelectual muy alto, entonces iba al colegio y se aburría. Bueno, Gonzalo (Bambi) también tiene esa inclinación, pero es lo contrario, aunque de chicos los dos eran traviesos”. Buscando una descarga a todas esas hormonas bullientes, Marina los cambió al José Ingenieros, que está en Obras Sanitarias, “porque era un colegio con deportes, para que canalizara su inquietud”.
Lejos de encontrar un rumbo en algún deporte, esa escuela fue el germen de Tan Biónica, la banda de Chano y Bambi. Llenaron estadios, hicieron giras multitudinarias y grabaron grandes canciones. Junto con el éxito, llegaron los excesos para Chano, en la actualidad solista.
Hoy Marina tiene 63 años. “Me jubilé”, dice. Cumplió su sueño: dirigió su propia comunidad, Buenas 24, que ya no existe. Los últimos tres años fueron muy complejos para ella. Todos conocen la punta del iceberg, la salud de Chano. Pero además, debió convivir con el final de su madre, que falleció este año y vivió los últimos 20 con Alzheimer; hacerse cargo de su padre, que está enfermo; y de su marido, Oscar, que parece un EPOC severo.
No obstante, no abandonó el combate contra las adicciones y por una mejor salud mental. Junto a una madre que perdió a su hijo, Estela Mauri, comenzaron lo que llaman “Madre marcha”. Ya hicieron dos convocatorias y una reunión en el Museo Larreta. Y en el 2023, en ese mismo lugar, comenzarán a coordinar encuentros para padres en forma semanal. Para ella no es trabajo, sino “devolver todo lo que agradezco a la vida porque mi hijo está vivo después de las batallas que di y sigo dando”.
Chano, asegura, está en “su período limpio”. Ella lleva la cuenta: van siete meses que no consume. Ahora mismo está de vacaciones por unos días. Pasó la Navidad junto a ella y lo hará también el 31 de diciembre para recibir el 2023. Tiene nuevos proyectos y le juró que esta vez sí, “nunca más”. Marina tiene cautela y esperanza: “Vivimos sólo por hoy, pero te diría que este período de no consumo va a ser mucho más largo”. Y ella sabe.
MARIA BECERRA por Martín Fernández Paz
Es la cantante más escuchada de la Argentina, sus canciones ya superan los mil millones de reproducciones
Favorita dentro del trap y el género urbano en México, Perú y España, se trata de la cantante solista más escuchada del país en Spotify. Y a nivel mundial, está a pocas ubicaciones de ingresar al top 100. En YouTube, sus canciones ya superaron más de mil millones de visualizaciones. Este año se presentó en los Grammys 2022 con J Balvin y fue coronada como nueva artista del año en los Latin American Music Awards. Nominada en los premios MTV MIAW 2022, se alzó con tres galardones en los Premios Tu Música Urbano 2022: es suya la canción del año, ¿Qué más, pues?.
Por todo esto, María Becerra obtuvo un merecido lugar en este selecto grupo de las siete argentinas más destacadas del 2022. ¿Fin de esta reseña? No. Nada de eso.
Porque es necesario revisar el pasado para entender el presente de La Nena de Argentina, como aún no se conocía a aquella niña que, buscando aprisionar su hiperactividad en su gusto por la carpintería (¿adónde habrá ido a parar esa casita de muñecas que construyó con sus manos?), se anotó en una escuela industrial de Quilmes. Rodeada de sus compañeros varones y abandonada por sus profesores, fue víctima de acoso, sufrió violencia, padeció el bullying, enfrentó la discriminación. Y entonces en aquel 2012, el que sería el peor año de su vida, se endureció, sin perder la ternura jamás.
Becada en la escuela de Valeria Lynch, esa niña estudió varias disciplinas artísticas. Soñando con ser actriz, se ilusionó con que alguien percibiera su potencial en uno de los tantos castings en los que se anotó. No hubo caso. Y sin nadie que le abriera una puerta, cerró la de su habitación. Desde allí realizó sus primeros intentos como youtuber, con la intuición propia de una adolescente que empieza a asomarse al mundo a la vez que intenta descifrarse a sí misma. Tenía 15 años. Al poco tiempo ya era distinguida entre los 10 más influyentes del país. En 2019 un video suyo rompió las métricas de YouTube: fue el más visto del año a nivel nacional. ¿Qué hacía María en esa producción? Cantaba. ¿Sobre qué? Más bien, sobre quiénes: los que la criticaban.
Y entonces, siguió cantando. Así como antes -con formón y martillo- cincelaba la madera, tiempo después -micrófono en mano- fue lijando imperfecciones. Y del mismo modo que solía encastrar piezas, comenzó a unir frases con melodías, texturas musicales que llegaran a formar un todo: una canción. Y hubo un hit: High. Y luego varios más. El suceso se registraría durante una pandemia que la confinó en vano: no consiguió enclaustrar su creatividad.
Hoy, Automático -de su reciente disco- se escucha allí donde uno vaya. Pero sus canciones favoritas son otras dos. Una es Desafiando el destino, que María compuso para Irene, su mamá enfermera que le ponía discos de Marco Antonio Solís, y Pedro, su papá cardiólogo que la hacía escuchar Pink Floyd. Ellos la sanan; ella los cuida. Sueña con comprar su propia casa, pero una específica: lindera a la de sus padres. Y es feliz sabiendo que lo que gana con la música le permite cubrir la obra social de toda la familia y hasta pensar en el mejor colegio al que podría asistir su sobrina.
La otra canción especial: Cuando hacemos el amor, dedicada a su novio, J Rei. Y si habían sido sus padres quienes desafiaron el destino, Becerra vino a torcer el suyo, el propio, de la mano de este rapero. Y es que justo una década después de haber atravesado el peor año de su vida, cuando este 2022 asomó parecía contar con la autoridad suficiente -sombrío y cruel- para desplazar a aquel 2012. María había brindado en las últimas Fiestas en soledad, recién separada de otro rapero -Rusherking- a quien comenzó a ver en todos los medios con su flamante pareja -la China Suárez-. Dolor. Tristeza. Y a morder la rabia.
Otra vez endurecerse, sin soltar la dulzura. Y con J Rei, volver a enamorarse. Reconocerse como una mujer intensa al amar. Y -gracias a la terapia- aceptarse de esa manera, dejar de luchar contra su esencia, gustarse así, permitirse ser. Trabajar en sus defectos, como los ataques de ira, la ansiedad, y hasta aquellos vacíos que pretendía ocupar pasando de fiesta en fiesta. María, que en febrero cumplirá 23 años, prefiere ahora esquivar el mundillo de la noche: argumenta que no quiere perderse. A la vez, evita extraviarse en un éxito que, dice, nunca buscó: ocurrió. Y la atravesó.
Lee libros de autoayuda, aunque no abandona los de poesía que la acompañan desde siempre: orgullosa, resalta que en sus letras ya se vislumbra cierta madurez. Decidida, en su nuevo disco -llamado La Nena de Argentina, claro- derrumba fronteras musicales y prejuicios absurdos: hace trap pero también pop, luce su voz en una balada romántica, va del reggaetón a la cumbia pasando por la bachata. Hay temas para todos los gustos. Porque puede que Becerra cante para quien quiera oírla, claro. Pero también, para quien no. Sí, es eso: sobre todo, canta para quien no quiere oírla. Allí se agazapa la valentía de quien tanto debió superar.
Pues bien, ¿fin de esta reseña? No. Tratándose de María Becerra, esto es apenas el principio.
NICKI BECKER por Daniela Blanco
La activista juvenil que trabaja y lucha por la justicia climática y a quien muchos llaman” la Greta Thunberg argentina”
Nadie puede pensar en hacer un cambio real por el ambiente y la protección de los recursos naturales del mundo, si no habita en esa persona una idea de trabajo colectivo, de cambio en escala, entre muchos y conscientes de qué están haciendo y cómo será el impacto transformador que tendrá en el futuro.
Nicole Becker, o como la conocen todos Nicki, comprendió esto tempranamente y con una claridad conceptual envidiable cuando comenzaba su escuela secundaria. Nicki es hoy una activista juvenil argentina que milita y trabaja por la justicia climática, y la misma a la que muchos consideran -incluso una versión mejorada- la Greta Thunberg argentina.
A Nicki el medio ambiente le importa, no es un slogan vacío. Y eso se ve en su discurso y en los hechos que empuja para crear una identidad ecológica entre los jóvenes, reducir la huella de carbono y tantas cosas más que derramen con fuerza y convicción hacia la sociedad civil.
Nicole es una de las fundadoras de Jóvenes por el Clima Argentina, e integra el movimiento Fridays for Future. Participa de la iniciativa MAPA (por sus siglas en inglés Most Affected People and Areas), que trabaja con las personas y áreas más afectadas por el cambio climático.
“El problema del cambio climático es que aún no se lo encara como una crisis”, le dijo Nicole a Infobae.
Becker, de 21 años, participó como representante de nuestro país en las últimas tres cumbres mundiales del clima (COP) organizadas por las Naciones Unidas, en Madrid, Glasgow y en Sharm el Sheij, Egipto.
Junto a otros 13 jóvenes latinoamericanos es vocera de la iniciativa de UNICEF Un solo Planeta, #UnaSolaGeneración, que advierte sobre efectos de la crisis climática global. Además, en 2020 el Congreso de la Nación Argentina la distinguió como mujer destacada, por su rol referente de las nuevas generaciones.
Hija de un abogado penalista y una profesora de matemáticas, vive en el barrio de Caballito, y desde chica participó en proyectos solidarios y abrazó las causas feministas. Sin embargo, su vida cambió por completo en febrero de 2019 cuando escuchó a Greta en un video en redes sociales donde convocaba a una movilización global contra el cambio climático.
Hipnotizada por aquellas imágenes de miles de jóvenes concentrados y aunados por un objetivo común, Nicki se preguntó por qué en Argentina casi no se hablaba de ese tema, y empezó a investigar, y a leer, leer y leer.
Apenas había terminado el colegio secundario en la escuela ORT de Almagro cuando decidió fundar, junto a otros amigos, la ONG Jóvenes por el Clima Argentina. En tres semanas organizaron la primera marcha contra el calentamiento global y, a través de las redes sociales, lograron convocar a miles de adolescentes en el Congreso.
Desde ese momento, Nicki no hizo más que amplificar su voz y la de los jóvenes a los que representa, la generación centennial que siente que el futuro ya llegó y que el momento para salvar el planeta es ahora. Parte de su rol como activista es participar de la discusión pública sobre diferentes proyectos de ley: “En 2019 logramos que se aprobara la Ley de Cambio Climático y en 2021 la Ley de Educación Ambiental Integral”, dijo a Infobae.
Frente a los argumentos de quienes consideran el activismo ambiental una discusión lejana de países europeos, sin posibilidad de replicarse en la realidad socioeconómica de Latinoamérica, Nicki responde que lo suyo no es “ecologismo de cartón”.
“La crisis climática es una cuestión de derechos humanos básicos”, sostiene casi como síntesis de su lucha y compromiso ambientalista. Se trata de un asunto urgente que involucra el acceso al agua potable, el aire limpio y a la infraestructura necesaria que nos proteja de las catástrofes y los efectos del calentamiento global: sequías, inundaciones, olas de calor, incendios forestales y nuevas enfermedades zoonóticas.
“La aparición del movimiento juvenil agregó la perspectiva de derechos humanos y de género a la lucha por el clima, que antes se asociaba nada más a un oso polar. Logramos instalar el tema en agenda. Los jóvenes que luchamos por concientizar y actuar para proteger el ambiente, tenemos la responsabilidad de mover los límites de lo posible”, finaliza.
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