Hace menos de cinco meses a Patricia Sosa la operaron del corazón. No fue una operación programada. Se decidió de una semana para otra. Pero como si nada hubiera pasado, hoy trabaja en la obra de teatro Perdidamente todos los días y prepara un recital para el próximo domingo, en el Broadway, el día de su cumpleaños.
— Me había olvidado que me habían operado del corazón. Tenés razón. Me asusté un poquito. Un poquito.
— ¿Cómo fue? ¿Dónde fue?
— Iba manejando y de repente “paf”. ¿Viste cuando inflás una bolsita de papel madera que hace un ruido seco si la apretás? Iba manejando por la Panamericana en hora pico, y de repente sentí ese ruido y me empecé a marear como loca. Menos mal que el tránsito estaba detenido. Habrá durado 10, 15 segundos. Salí de Panamericana, llamé al cardiólogo y me fui despacito. Me atendieron en la Favaloro, me dijeron que no tenía nada. Me pusieron un holter 24 horas y ahí saltó de nuevo. Se llama arritmia auricular severa. Uno de los marcapasos naturales del corazón se chispoteó. La cura era la operación, no se sabía si podía repetir. Y vivir con miedo no me gusta. Así que llamé al médico y le dije: “¿Me podés operar mañana?”. “Mañana no, pero el martes sí”, me dijo. Y me operé.
— Lo contás casi como un trámite, pero podría haber sido grave.
— Sí, muy grave podría haber sido. Si hubiera ido a la velocidad normal en Panamericana me estrolaba directamente. Pero no, estoy muy protegida. Yo lo noto.
— ¿Cómo es eso de olvidarse que te operaron del corazón a fin de agosto?
— Me había olvidado, te juro. Ya pasó. Ni me acuerdo. Viví una semana de mucha angustia cuando me operé. Lloraba. Le preguntaba al médico “¿por qué lloro?’’. Todos los que se operan del corazón tienen después un resabio de angustia. No sabía por qué lloraba. El corazón es el latido. Es el símbolo de todo. De la vida, del amor, del encuentro, de la paz.
“POR PRIMERA VEZ EN MI VIDA ME DEJÉ CUIDAR”
— ¿La operación del corazón implica tener que cambiar las rutinas?
— No, yo no cambié rutinas. El primer mes sí me cuidé: no subir escaleras, no caminar rápido. Después estuvo todo bien. Hago shows, teatro y salgo a hacer mis caminatas.
— ¿Nada cambió?
— Nada cambió.
— ¿Los que están a tu alrededor, tu hija Marta, tu marido, no te cuidan ahora más?
— Aprendí algo importantísimo, por primera vez en mi vida me dejé cuidar. Yo nunca me dejé cuidar. Un día Marta me dice: “¿Querés mate cocido?”. Sabe que es mi bebida de cabecera. “Bueno, si bajás traémelo”. “No, pedímelo”, me dijo. “Pedímelo, dejame que te cuide”. Y de repente aparece mi mamá que vive conmigo, y yo a mamá no la dejo subir escaleras hasta mi cuarto porque tiene 91 años. Aparece mi mamá con su mate y se me sienta al lado. Le dije: “Mami, no subas”. Me miró y me dijo: “Soy tu madre, estás convaleciente, y te vengo a hacer compañía y acá se terminó la conversación”. Entonces vi ese hilo que nos une madre, hija, nieta, todas juntas. ¡Qué cofradía power! Y me dejé cuidar.
— ¿Quedó afuera Oscar Mediavilla porque estaba trabajando en Chile? ¿O porque además iba a asustarse de tu operación?
— Mucho. Mucho. No, supongo que el titiritero mayor dijo: “No, a Oscar lo dejamos en Chile porque te va a poner nervioso”(risas). Se asustó mucho. Mi operación no fue un stent, fue adentro del corazón. Tuvieron que entrar.
“SOMOS MUY UNIDOS CON OSCAR”
— Con Oscar están juntos desde hace miles de años.
— Miles.
— Se divorciaron, se volvieron a casar, vivieron en casas separadas. Ahora conviven. ¿Cuánto tiempo hace que están conviviendo?
— No, no convivimos más. Convivimos en cuarentena en Córdoba durante cinco meses. Después él vino dos meses a mi casa porque había mucho COVID en su departamento. Después se fue a trabajar a Chile, ahora está allá. Después viene a mi casa, después se va a su departamento. Estamos bien.
— ¿Cuánto hace que volvieron a casas separadas entonces?
— Ponele diez meses, más o menos. Estamos bien, sí. Nosotros no tenemos una receta, cuando tenemos ganas de estar juntos, bien. Me encanta mirar una película, me encanta estar junto con él y abrazarlo, pero a veces uno tiene ganas de estar en su lugar. Ahora él se está armando un cuarto separado en mi casa.
— ¿Cuántos años sumamos en total juntos?
— 46 .
— Siempre hay novedades, lo del cuarto en tu casa es novedoso.
— Eso es una novedad. Es lo mejor, porque el control remoto de la tele se lo partiría por la cabeza, me pone noticias a las 3 de la mañana. Yo me acuesto muy tarde, pero veo otras cosas que me saquen de lo cotidiano. No puedo estar mirando las noticias a esa hora. Irte a dormir con eso no es sano. Y entonces se arma lío.
— ¿Él entonces quiere estar en tu casa?
— Él extraña. Extraña la familia. Extraña hacer una comida juntos. Extraña comer rico y charlar de todo. Somos muy unidos nosotros. Gracias a Dios, muy unidos.
— Es una felicidad gigantesca ¿no?
— Sí. Yo veo parejas amigas mías que han pasado por diferentes situaciones y les cuesta remontar. Parejas largas. Les cuesta mucho y se apagan. Y nosotros no, nosotros somos felices.
— ¿Hay alguna explicación?
— No. Creo que para estar con otra persona tenés que admirarlo. Cómo cuida a los chicos, o cómo hace un huevo frito, cómo saca a pasear al perro... no sé, algo. Nosotros nos admiramos mutuamente. A mí me gusta verlo trabajar, me quedo mirándolo, lo admiro. Lo elijo otra vez. Me gusta. Y a él también le gusta mucho verme en acción y ver que tengo una filosofía de vida tan diferente a la suya. Yo escucho todos los puntos de vista y vengo con la solución de los problemas de esta familia. Me gusta el papel que me toca.
“ME HICE CARGO DE MIS PADRES Y ME GUSTÓ”
— Decidiste hace muchos años vivir con tu mamá y tu papá. ¿No te generó ningún conflicto familiar?
— Yo los lleve a los dos a vivir conmigo en el año 2000 porque papá se había empezado a enfermar. Él tuvo cuatro ACV en su vida, no le dejaron demasiadas secuelas, pero ya era mucho para mí mamá. Entonces quise tener el privilegio de envejecer al lado de ellos. Compré una casa más grande donde cada uno tuviera su comodidad, donde no nos invadiéramos. Pensábamos que mi papá no duraría más de dos años y vivió 20 años más rodeado de sus hijos, de sus nietos, de felicidad, de fiestas, de comidas. Y el amor salva. Empezamos a vivir todos juntos y no me generó ningún conflicto. Hoy convivo con mamá y me encanta.
— Es poco común.
— Muy poco común. Pero hay que trabajar mucho la aceptación. Hay que trabajar mucho la empatía y la elección. Uno de los ocho poderes del ser humano es la elección. No es ni el dinero, ni el poder que tengas, ni la política. El discernimiento. Y yo elegí, sí, me voy a vivir con mi mamá.
— ¿Qué tuviste que aceptar?
— Primero tuve que aceptar la enfermedad de papá y reciclarla de alguna manera para que él fuera feliz. Para que mamá no se sintiera tan atada y que pudiera seguir bailando folklore, seguir yendo a los centros de jubilados y de viaje. Es decir, tuve que aceptar toda esa movida donde yo empezaba a tener un lugar importante. Antes era desde afuera, miraba cómo ellos se ocupaban. Ocuparme, ocuparme de ellos. Yo me hice cargo y me gustó. Mamá tiene 91, agradezco al cielo tenerla sana, que viva conmigo, que quiera a sus nietos, disfrute de mis logros, que me cuente sus cosas. Los hijos no deberían privarse de eso. No deberían ser tan “yo no lo aguanto, no soporto”. Hay que tener un poquito más de empatía.
“NO LE TENGO MIEDO AL DETERIORO”
— Vas a cumplir 66 y el día de tu cumpleaños haces un recital en la calle Corrientes. ¿Es porque a los 66 hay que darse todos los gustos?
— ¿Sabés lo que pasó? Estuve mucho tiempo parada, mucho tiempo sin hacer nada. Compuse, estuve arriba de la montaña, estuve abajo de la montaña, hice streamings y el público presencial, el ida y vuelta, no estaba. Y dije “festejo mi cumpleaños”. Quiero festejar la vida, la salud, quiero festejar que estamos bien y quiero estar con la gente. Festejemos juntos. Estoy contenta.
— Tenés mucha energía y se te ve muy joven.
— Yo tengo una energía muy para arriba. A veces no me doy cuenta de la edad que tengo. No me preocupa. Me ocupo de estar sana, de alimentarme bien, de salir a caminar. Pero tampoco me vuelve loca si tengo un kilo de más, un kilo de menos, o si estoy peinada o despeinada, ya me acostumbré. No soy una loca de la estética. Y entonces eso me da más libertad. Me deja más cómoda.
— Te animas a actuar en una obra de Muscari, “Perdidamente”, que se ocupa del deterioro cognitivo, del paso del tiempo, del Alzheimer. Tema que despierta miedos del deterioro propio y de los que uno quiere?
— Hay que ser muy inteligente para escribir una obra sobre este tema y que la gente salga riéndose, comprendiendo muchas cosas y con lágrimas en los ojos, se logra todo. Yo lo viví con papá, al final tenía raptos de demencia senil. Y aprendí a tratar a la gente así. “Te quiero y no te combato porque te olvidaste de algo”. Me acuerdo que una vez papá estaba tomando sopa y tiró todo el tazón de sopa al piso. Y mamá y yo “¡No, qué estás haciendo!”. Me acuerdo de su mirada de niño cuando lo retás y no entiende. Lo llamé al médico y me dijo que tenía que entender que hay cosas que se le borraron del chip. Ahí empecé a entender y a explicarle. Cada vez que sucedía algo, explicarle. Yo no le tengo miedo a nada de eso.
— No, vos no tenés miedo en general, parece.
— Tengo una vida espiritual que sé que me protege. Somos algo más que esto. El 22 de febrero del 2022 canto en un lugar donde nadie se imagina, en las pirámides de Egipto. Se va a hacer una ceremonia de sanación con muchos líderes espirituales, porque es un lugar energético y me invitaron a cantar. Es la primera vez en la historia que se hace una cosa así. Si la gente supiera lo hermoso que es tener una vida espiritual, porque vivís más liviano.
— Hasta te metiste con L-Gante.
— Es lindo L-Gante. Tiene muy buenas intenciones L-Gante. Es un chico luminoso. Está mostrando la realidad social que nosotros no vivimos. Me gustaría que L-Gante hiciera algo que no cosificara a la mujer, que no hablara de armas. La cosificación de la mujer la vengo peleando desde hace 40 años.
— ¿Lo entendió cuando se lo dijiste? Cambió la perspectiva?
— Por supuesto que lo entendió. Ahora estamos íntimos, nos mandamos mensajes privados. El otro día me mandó un tema precioso de un amigo suyo que me pareció fantástico. Hablaba mucho de la violencia con los niños en las calles, en los laburos. A mí me gusta participar con esta generación nueva. El video que hice con María Becerra es precioso. Una chica muy talentosa, muy educada, muy transparente. Una nena divina.
— Son chiquitos y tienen vínculos con vos.
— Sí, tienen vínculos conmigo. Yo tengo mucho público jovencito. Hay que escucharlos. Hay que saber que lo que están diciendo es su realidad y que no podemos estar al margen.
— Ruleros, secadores, cremas. ¿Cómo se sostiene toda esa cabellera ruluda siempre perfecta?
— Cada día estoy más ruluda. No sé lo que pasa. Marta averiguó que el rulo es porque tenemos el poro chiquito del cuero cabelludo. Yo salgo de la ducha y hago así (se sacude).
— Vos sabés la envidia que provoca ¿no?
— Sí, lo sé.
— O sea, hay gente que está varias horas por día con la pinza “enruladora”, con bigudíes, con productos…
— En Europa ahora viene todo rulos. Chicos, lo lamento (risas). Yo salgo con el pelo mojado a la calle. A Los 20 años me planchaba el pelo, mucho. Hasta que me tocó una gira en Bolivia y con la humedad que había no había pelo que aguantara, siempre estaba con frizz, parecía Mafalda, y entonces dije “me acepto”. Y chau.
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