—¿Cuándo toma la decisión de renunciar? ¿En qué momento?
—Cuando me llama (Carlos) Maestro.
—Que era senador.
—El senador Maestro. Y me dice que ellos no ven otra solución que la renuncia.
—Que no había otra solución.
— Así me dice.
—Y, ¿él dónde estaba?
—En la casa de Alfonsín.
—Usted no habló con Alfonsín, pero sí con Maestro que era el jefe del bloque del radicalismo en el Senado.
—Que estaba con (Horacio) Pernasetti, que era el presidente del bloque en Diputados. Entonces frente a esto resistir era una obcecación: no tenía apoyo partidario, tenía un peronismo que venía pidiendo la renuncia; la noche anterior había sido muy difícil, fue la noche las cacerolas…
Contundente fue el testimonio de Fernando de la Rúa en una entrevista exclusiva con Infobae el 16 de diciembre de 2016, realizada por el periodista Ceferino Reato, autor del libro Doce Noches sobre, precisamente, la gran crisis de 2001, cuyo punto culminante fue la renuncia del ex presidente, el 20 de diciembre.
De la Rúa falleció el 9 de julio de 2019 y ese cara a cara con Infobae permanece como un testimonio histórico de este abogado cordobés, que hizo toda su carrera política en la ciudad de Buenos Aires, donde ganó siempre, incluso en 1973, cuando derrotó al candidato peronista y se convirtió en un senador tan joven que le decían “Chupete”.
En el reportaje, De la Rúa ya ha madurado una interpretación muy definida sobre su renuncia: para él se trató de un golpe propiciado por el peronismo liderado por el bonaerense Eduardo Duhalde, quien lideraría la salida de la crisis como nuevo presidente a partir del 2 de enero de 2002.
De la Rúa se mostró prudente, sin rencores hacia el pasado, pero no por eso se privó de exponer sus críticas no solo a los dirigentes peronistas sino también al ex presidente Raúl Alfonsín, su correligionario, con quien mantenía fuertes diferencias políticas y económicas, y a Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, que en 2001 era el arzobispo de Buenos Aires.
“Hay que cuidar el orden institucional. Aquellos días la Iglesia no lo decía así. Si todos ayudamos a cuidar el orden institucional no importa tanto una elección de medio término, que es una transición natural que está en la Constitución para la renovación legislativa, no para poner o sacar al presidente”, señaló De la Rúa, cuyo final comenzó, en su opinión, luego de la derrota en las elecciones legislativas del 14 de octubre de 2001.
“En aquel momento los ganadores sacaron pecho y dijeron: ‘Bueno, ya que ganamos la elección de medio término dennos el poder’”, sostuvo.
En simultáneo, sectores importantes del partido, afines a Alfonsín, iban dejándolo solo: “El peronismo es más solidario, masivo. El radicalismo es más individualista y demás. Muchos radicales pensaban que con Duhalde las cosas andarían mejor; se les coló (Adolfo) Rodríguez Saá en el medio, lo sacaron también. Rodríguez Saá se va a San Luis y desde ahí renuncia”.
Pero, no era solo una disputa política sino también económica, alrededor de la continuidad o no de la Convertibilidad, el plan económico heredado del menemismo que fijaba la paridad entre el peso y el dólar. Había sido muy exitoso para derrotar a la inflación, pero la economía sufría una recesión que llevaba ya treinta meses.
De la Rúa afirmó que “los grupos empresariales de la Unión Industrial estaban todos tras esto”, en referencia a una fuerte devaluación que terminara con el 1 a 1 entre el peso y el dólar.
“Pero —señaló— yo les decía que eso significaba un quiebre abrupto, un quiebre tremendo. ¿Y qué pasó cuando lo hicieron con Duhalde? Ojo porque (Adolfo) Rodríguez Saá no lo hizo, él habló de que había que mantenerla. Hasta (Néstor) Kirchner decía que no había que devaluar. Pero lo hace Duhalde y se produce un quiebre profundo, el más grande del que se tenga memoria. Que después lo trasladan al 2001 como antecedente. Pero el episodio concreto fue la devaluación. Cayó el salario el 40%, la pobreza aumentó el 54%, hubo un desorden generalizado, y se salió recién más adelante, pero aumentando la deuda que se tenía”.
En el origen de la crisis que derivó en su caída De la Rúa identificó “las enormes dificultades que había por concentración de vencimientos de deuda”, que, según él, “llevaban a que fuera necesario una gran unidad del país. Veníamos preparándolo desde mucho antes. Hablando con los sectores del peronismo para forjar un gobierno de coalición y trabajar unidos. Los problemas que teníamos con el Fondo. Todo esto lo veníamos planteando. Y bueno, no lo quisieron, y el Fondo fue peor de lo esperado. Nos obligó a aquella cosa tan dura que fue el déficit cero. Déficit cero de manejarnos con los propios recursos sin ayuda externa, que el Fondo estaba obligado a darnos, pero que nos retaceó.
—¿Qué importancia le asigna en su caída a la derrota del gobierno en las elecciones legislativas del 14 de octubre de 2001?
—Al perder la elección, eso fue determinante; no debió ser determinante porque al final una elección de medio término debe ser una transición. Pero esto se hace determinante entre nosotros porque en aquel momento los ganadores sacaron pecho y dijeron: “Bueno, ya que ganamos la elección de medio término dennos el poder”.
—¿Usted habla de Eduardo Duhalde, que ganó en la provincia de Buenos Aires?
—Claro, ahí empezó Duhalde a pedir mi renuncia. (Antonio) Cafiero, en el Congreso a decir que imponía las reglas al gobierno, reglas muy duras sobre todas las cosas que había que hacer. La CGT, que venía actuando con prudencia, se sumó a (Hugo) Moyano también a pedir la renuncia. Entonces creó un efecto no esperado, no previsto, o que no debiera ser, porque, en vez de decir “ahora cuidemos al gobierno para que se asegure el orden institucional”, salieron a fajar, a pegar al gobierno a ver si caía. Es decir, el hecho de ganar una elección de medio término no da derecho a pedir el gobierno. Da derecho a la elección de medio término. Eso es lo que debiera ser. Pero acá nos faltó madurez y creo que aquello del 2001 dejó una gran lección. Triste lección.
—¿Cuál es?
—Y, el Papa cuando dice que hay que cuidarla a Cristina (Kirchner), diciendo que no la vayan a voltear. Ahora no sé si lo dice, pero lo insinúa: hay que cuidarlo a (Mauricio) Macri. Hay que cuidar el orden institucional. Aquellos días la Iglesia no lo decía así. Si todos ayudamos a cuidar el orden institucional no importa tanto una elección de medio término, que es una transición natural que está en la Constitución para la renovación legislativa, no para poner o sacar al presidente.
—Quince años después, en 2016, ¿Cómo recuerda aquel diciembre del 2001?
—Lo que había era un verano insoportable, de un gran calor. Pero no existían en realidad los incendios que se dicen. Hubo problemas en algunas provincias cuando se incitaron hechos de violencia que los manejaron las policías locales. Eso le significó a (Carlos) Reutemann incluso una causa penal de la cual fue sobreseído porque hubo siete muertos; hubo ocho muertos en la provincia de Buenos Aires por asaltos a supermercados, que ahí es cuando (Carlos) Ruckauf pide auxilio a la Nación. Pero nada pasaba en la Ciudad de Buenos Aires. Entonces no ocurrían acá hechos graves. Piquetes no había. No había grandes incidentes. Los alumnos de la escuela Mariano Acosta usaban cortar la avenida Callao. Pero no teníamos tan graves problemas. Lo que sí la gente estaba preocupada por el corralito, pero es falsa la imagen de que por el corralito salían a golpear las persianas de los bancos. Eso ocurre después, después de la devaluación.
—Hablemos del corralito.
—Eso va de la mano de la negativa del Fondo Monetario a depositar la cuota que correspondía, que creó una situación de vacío financiero. Salíamos de hacer la primera etapa del canje de deuda exitoso. Y el Fondo Monetario que no apoyaba. No te olvides que la gente guardaba pesos y dólares, entonces la gente va a buscar rápidamente los dólares. Pero para los dólares había reservas, la reserva de la convertibilidad estaba plena.
—Al principio la gente, es cierto, no veía toda la dimensión de lo que pasaba, pero se va enojando progresivamente. No hay saqueos en la Ciudad, que comienzan en algunas provincias y después en Moreno, en el Gran Buenos Aires.
—No, no, no, eso del enojo de la gente... creo que la gente era más sensata de lo que nos muestra la historia. Lo de Moreno lo maneja el intendente, (Mariano) West Ocampo, que él busca a sus fieles y viene a la Ciudad de Buenos Aires para provocar los incidentes. Eso estaba planificado incluso para ir asaltando algunos mercados a su paso. De modo que es un hecho conocido que él estaba al frente del episodio. No fue un episodio espontáneo la marcha de vecinos de Moreno para ese fin.
—Eso fue el martes 18 de diciembre a la noche.
—Quiero decir, es una historia como para tomarla con tranquilidad y yo lo relato aquí sin rencor. Hemos leído todos tu libro, que es una biblia sobre el tema que relata los episodios como se fueron dando.
—Usted tenía otro problema: su partido, la Unión Cívica Radical, no le respondía plenamente porque Raúl Alfonsín era uno de los críticos más fuertes de su gobierno. ¿Usted lo siente así o no?
—Digamos que era crítico, pero no hacía campaña.
—Bueno, sí, la campaña electoral la hizo en contra del gobierno.
—Sí, pero fíjese una cosa, un dato muy interesante: en toda la campaña electoral ninguno, ni (Eduardo) Duhalde, ni Alfonsín, ningún candidato en todo el país, hablaron contra la convertibilidad.
—¿Por qué, porque la gente la apoyaba?
—No sé por qué. Pero quiero decir que, como después reprochan al gobierno la convertibilidad, es una actitud dual porque en la campaña no lo dijeron. Esto es lo que quiero explicar. Ahora, es cierto: no tenía apoyo del partido porque el partido hubiera querido que, con más recursos, hiciéramos acciones directas de apoyo popular, de gestión social, que no estábamos en condiciones materiales de hacer.
—¿Y, con respecto al peronismo?
—Lo real es que el peronismo quería apropiarse del poder. Si no, no se explica el pedido de renuncia. No era decir: bueno, ahora el gobierno cambia el rumbo, si no que renuncie.
—¿Usted no piensa a la distancia que la convertibilidad estaba agotada, que hubo errores también de su gobierno, de (Domingo) Cavallo?
—Yo pienso que la convertibilidad tenía dificultades desde antes de asumir. Consultados todos los economistas de aquel tiempo se oponían a cualquier cambio en la convertibilidad. Era el miedo a la inflación. Estoy hablándole del 2000. En esta época nosotros queríamos dejar la convertibilidad, por cierto. Porque no se puede eternizar un sistema así. Y el programa era salir gradualmente. Canje de deuda y luego salir de la convertibilidad. Pero se precipitan los acontecimientos y piense que yo renuncio y a los seis meses cambia el valor de la soja. ¡Seis meses! Seis meses fue lo que determinó la crisis institucional.
—A ustedes justo le tocó la soja por debajo de los 200 dólares, que es fatal en la Argentina.
—En Uruguay, Jorge Batlle, mi amigo recientemente fallecido, una persona muy noble, tuvo una crisis económica también muy seria. Una situación espejo entre la Argentina y Uruguay. ¿Pero cuál fue la actitud de la oposición, encabezada por Tabaré Vázquez? Ellos dicen: Uruguay tiene un problema, la oposición a partir de ahora apoya al presidente; callamos toda crítica, vamos a estar junto al presidente de la Nación para afrontar esta crisis. Fue una actitud distinta, entonces Batlle fue a Estados Unidos, habló con Bush, consiguió 1.500 millones de dólares y con eso superaron el problema. Pero tuvieron coletazos serios, como la crisis de algunos bancos grandes que dejaron el tendal.
—En su opinión entonces, su caída es más bien un golpe del peronismo.
—Sí.
—Fue un golpe del peronismo, dice.
—Pero lo digo sin rencor. Ha pasado tanto tiempo. Tomemos la lección de la experiencia.
—¿Apoyado por un grupo empresarial sindical también o no?
—Ah sí, sí, los grupos empresariales de la Unión Industrial estaban todos tras esto. Después de la famosa reunión en Cáritas donde todos planteaban ahí el cambio de modelo. ¿Qué quería decir el cambio de modelo? Dejar de un día para el otro la convertibilidad. Pero yo les decía que eso significaba un quiebre abrupto, un quiebre tremendo. ¿Y qué pasó cuando lo hicieron con Duhalde? Ojo porque (Adolfo) Rodríguez Saá no lo hizo, él habló de que había que mantenerla. Hasta (Néstor) Kirchner decía que no había que devaluar. Pero lo hace Duhalde y se produce un quiebre profundo, el más grande del que se tenga memoria. Que después lo trasladan al 2001 como antecedente. Pero el episodio concreto fue la devaluación. Cayó el salario el 40%, la pobreza aumentó el 54%, hubo un desorden generalizado, y se salió recién más adelante, pero aumentando la deuda que se tenía.
—Usted hablaba recién de la Iglesia, que el Papa ha tenido una actitud importante en sostener a Cristina Kirchner, pero usted dice que en aquel momento la Iglesia no se comportó así. En aquel momento (Jorge) Bergoglio era el arzobispo de Buenos Aires. ¿Usted piensa que la Iglesia también formó parte de los que querían...?
—No. No, no, no. No hay reproches. Digo que no era una instancia que se viera así. Tal vez por aquella experiencia surge la idea ésta de apoyar a las instituciones.
—Usted es muy católico y muy respetuoso de la Iglesia, pero creo que usted me había dicho para el libro Doce noches que en un momento habla con Bergoglio y se muestra dispuesto a participar del diálogo político auspiciado por la Iglesia.
—Y él me dice que no, que era tarde.
—Pero usted dice: ¿Cómo va a ser tarde? Era noviembre de 2001, ¿no?
—Sí.
—Y él le dice: “Bueno, su vocero ya dijo que no”. Y que usted le contesta: “Mi vocero, ¿cómo pudo haber dicho?”. Es así ¿no?
—Sí, sí, sí.
— Entonces, ¿usted diría que Bergoglio no hizo todo lo que podría haber hecho?
—Bueno, pero él es la autoridad religiosa, no tiene por qué hacerlo. Hay unas páginas de un libro de Graciela Fernández Meijide. Una carta de monseñor (Jorge) Casaretto diciendo por qué no se hizo la reunión y dice que es porque yo no quise. No es así, creo que lo han informado mal.
—¿Usted estaba dispuesto al diálogo propiciado por la Iglesia?
—Es que era necesario el diálogo. Si yo venía todo el año planteando la necesidad del diálogo. Si toda la crisis de esos días se superaba con diálogo.
—Usted renuncia el 20 de diciembre del 2001 y escribe la renuncia con su...
—Con mi lapicera.
—Con su lapicera, de puño y letra. ¿Cuándo toma la decisión de renunciar? ¿En qué momento?
—Cuando me llama (Carlos) Maestro.
—Que era senador.
—El senador Maestro. Y me dice que ellos no ven otra solución que la renuncia.
—Que no había otra solución.
— Así me dice.
—Y, ¿él dónde estaba?
—En la casa de Alfonsín.
—Usted no habló con Alfonsín, pero sí con Maestro que era el jefe del bloque del radicalismo en el Senado.
—Claro, claro. Que estaba con (Horacio) Pernasetti, que era el presidente del bloque en Diputados. Entonces frente a esto resistir era una obcecación: no tenía apoyo partidario, tenía un peronismo que venía pidiendo la renuncia; la noche anterior había sido muy difícil, fue la noche las cacerolas… Me detengo un momento porque fue alentada y fue en cierto sector. No sé si planteaban la renuncia del presidente o cambiar la economía. Pero ahí sí se notó un poco de malestar. Pero, digamos, no episodios de tumulto, no episodios de violencia en la calle. Hubo alguna gente en el Congreso. Y luego sí el 20 de diciembre, esto es algo sorpresivo, sorprendente, cuando aparecen esas manifestaciones que son violentas, esos choques que después siguen planteándose como una represión, que en realidad la policía se encontró de sorpresa con este episodio y hubo...
—Ahí fueron asesinadas cinco personas.
—Fueron asesinadas cinco personas, lo que no está claro cómo ni quién tiene la responsabilidad. El gobierno ordenó no reprimir. La policía no tenía munición de guerra. De modo que el episodio es confuso. Se ha hecho un juicio oral, ahí aparecen muchas dudas a pesar de que el tribunal ha condenado a algunos policías. Pero no fue un hecho de represión dirigido a causar muertes, de ninguna manera. Es más, yo me entero de que hay fallecidos después de haber renunciado.
—Cuando ya estaba en su casa.
—No, en Olivos. Yo me voy de la Casa de Gobierno a lo que es sede también del gobierno nacional, que es la residencia de Olivos.
—Y ahí se entera de las muertes.
—Ahí me entero de las muertes, cuando hablo con la jueza. Puede ser por muchos motivos, porque a veces se levanta un herido y fallece en el hospital, etcétera.
—¿Algún arrepentimiento sobre la renuncia en sí o cree que fue lo correcto haber renunciado?
—Yo creo que estuvo bien, sólo que yo le llamo renunciamiento. Porque en ese momento como presidente podía haber realizado acciones mayores para conservar el poder. Es más, tenía comunicaciones hasta del general (Ricardo) Brinzoni, el jefe del Ejército, quien me brindaba todo su apoyo, pero yo le dije: “De ninguna manera, voy a mezclar al Ejército en lo que es un conflicto del campo civil. Eso lleva a tragedias de las que después no se vuelve. De modo que es mejor el renunciamiento y que el país siga adelante”. Por eso en mi renuncia yo digo: “Para preservar las instituciones, de modo que se den los reemplazos como las instituciones lo marcan”. Eso significó que el país no quedara afuera de ninguno de los organismos internacionales. Nadie aprecia esto; yo cuando lo hice, lo hice consciente de esto, para que se adopten las medidas necesarias en el Congreso para aprobar un presupuesto que facilite la ayuda esperada de los organismos internacionales de crédito y para asegurar la continuidad institucional de la República. Es decir, facilito el camino. Hay un golpe que lleva a esta situación, pero cuál es mi contribución: facilitar el camino mediante mi renuncia.
—Ahora, eso es muy radical, ningún peronista lo hubiera hecho.
—¿Y qué, quedarte ahí agarrado con uñas y dientes?
—Y… yo creo que habrían hecho eso.
—No, con el peronismo hubiera existido una solidaridad mayor y masiva para acompañarlo al presidente. Esa es la diferencia.
—¿Mucho más que los radicales?
—Sí, el peronismo es más solidario, masivo. El radicalismo es más individualista y demás. Muchos radicales pensaban que con Duhalde las cosas andarían mejor; se les coló Rodríguez Saá en el medio, lo sacaron también. Rodríguez Saá se va a San Luis y desde ahí renuncia.
—Ahora, usted toma el helicóptero. Se va con un ejemplar de la Constitución, me parece. ¿Qué pensó en ese momento, en el que se iba a Olivos?
—No, no hacía falta el ejemplar de la Constitución, la conozco bien. No estaba de ninguna manera pensado, yo no di órdenes en este sentido pero el jefe de Casa Militar, que era nuevo, dispuso que el helicóptero se posara allí y cuando yo digo “Bueno, vamos”, para salir al camino habitual, me entero de esto, me pide que vaya por ese camino. Digo que no. Hay un fuerte intercambio de ideas. El helicóptero no podía estar ahí mucho tiempo. Al final, bueno, cometo el error de aceptarlo, pero no escapando de nada porque yo me iba por el camino natural. Y además me voy a otra sede del gobierno, que es la residencia de Olivos. Y luego esto se toma como símbolo. Pero igual le pasa a Duhalde; Duhalde renuncia por los asesinatos de (Maximiliano) Kosteki y (Darío) Santillán. (Ramón) Castillo se va al barco Drummond, creo que se llamaba. (Juan) Perón a una cañonera. Cada salida trágica tiene estas cosas. No hay símbolos fáciles.
—¿Recuerda haber pensado algo mientras iba a Olivos o fue muy rápido el viaje?
—Siete minutos, lo que dura habitualmente.
—¿No recuerda especialmente alguna imagen que se le cruzó en la cabeza?
—No, no, absolutamente porque después de enviar mi renuncia, antes de salir, permanezco con lo que estaban presentes un largo rato hasta que vuelve (Virgilio) Loiácono del Congreso diciendo que ya la había presentado. Hay unas fotos curiosas donde aparezco firmando autógrafos que me pidieron. Me los pide el doctor (Héctor) Lombardo. De modo que presentada la renuncia ya había calma. Ya incluso los incidentes no seguían.
—¿Se sintió aliviado?
—Es una sensación curiosa, en la sensación de haber hecho todo lo posible, de haber luchado hasta el final, haber cumplido con mi deber. De haberlo hecho honradamente. Y que también cumplí con mi deber al renunciar. En ese momento no me sentí despojado. Tal vez no advertí la dimensión del golpe y, analizándolo después con tranquilidad, uno ve las mezquindades, las maniobras, los cálculos que se habían producido. Pero en ese momento pensé: “Bueno, esta situación se da así, se ha producido un vacío; es conveniente para el país que el presidente renuncie, que facilite las cosas”. Y así lo hago. Y esa sensación tenía. Estaba espiritualmente bien. Al otro día vuelvo a Casa de Gobierno porque estaba viniendo Felipe González, que acá tenemos una deuda con él porque mostró su disposición a viajar y no para arreglar intereses de empresas españolas como se ha dicho sino para tratar de facilitar el diálogo con las fuerzas de la oposición y evitar la crisis. Pero se precipitó todo de tal manera que estando él en viaje yo anticipé mi renuncia sin esperarlo. Así que vino, lo recibí, le agradecí, y derogué el estado de sitio que ya se mostraba innecesario. El estado de sitio lo dictó por presión de Chrystian Colombo, jefe de Gabinete, y el ministro del Interior que era Ramón Mestre. Presionados a su vez por Ruckauf sobre todo.
—Que era gobernador de Buenos Aires.
—Que lo pedía como símbolo, como mensaje implícito de que el gobierno estaba dispuesto a ayudar frente a los problemas que tenía la provincia. Tanto que Ruckauf da algún mensaje creo diciendo que se ha dictado el estado de sitio. Pero digamos que no tuvo aplicación real y que para mí era muy doloroso. Hay que ver lo que a mí me costaba porque yo recordaba el ejemplo de (Arturo) Illia, lo que le costó a Alfonsín cuando tuvo que establecerlo. No quería de ninguna manera, pero lo hice con el mismo sentido que la renuncia: si el sacrificio del estado de sitio era necesario para pacificar el país, lo hacía. Claro, y después nadie quería dar la información. Estaba comprometido Mestre a hablar por televisión, pero no lo hacía. Entonces cometí el peor error que uno puede cometer porque puse la cara, expliqué lo que pasaba convencido que el temor de la gente era a las sublevaciones, el riesgo de la violencia. Y no, la preocupación de la gente era la economía. Así que cuando yo hablé y dije que la gente se quedara tranquila, que se iba a controlar la violencia, es que se da el episodio de las cacerolas. Fue un grave error.
—Un error.
—El peor error táctico que cometí.
—Además, muchos de los que salieron con las cacerolas eran suyos.
— Bueno, votantes eran todos.
—Doctor De la Rúa, muchas gracias.
—Creo que hay que recoger los datos de la historia y bueno, no vivir de la historia o en la historia sino recoger la experiencia.
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