Es un consagrado periodista deportivo, pero además lidera equipos, gestiona áreas deportivas de medios. Para los que conocimos a Débora Pérez Volpin, es quien fue su compañero durante años. Años de mucha felicidad de esta profesional impecable que murió sorpresiva y trágicamente. Junto con la familia, peleó por justicia.
— Sí, años maravillosos de nuestras vidas. Vivís en armonía, programas una cena y en un minuto te cambia todo, y te das cuenta de que la vida es un paso fugaz. Después se necesita mucho tiempo para procesarlo. Ese golpe, ese 6 de febrero, el día más difícil, más doloroso, más tremendo de mi vida. Encontrar algún análisis, alguna explicación, es imposible. Así como pasamos años maravillosos pasamos un golpe durísimo, mucho sufrimiento.
— Cuando recuerdo a Débora muy feliz los últimos años me entristece, sin embargo a vos te da fuerza.
— Felizmente, no sé por qué, no me quedé en todo lo que me perdía vivir por su ausencia. Al contrario, me instalé en todo lo maravilloso que habíamos vivido.
— ¿Y cómo hiciste?
— No lo sé. Creo que las personas tenemos una maravillosa capacidad que es la esperanza y que es lo que te permite, levantarte todos los días.
— Pero hay momentos que uno no maneja, de bajón o de angustia.
— Ese 6 de febrero fue intenso, yo prácticamente no dormí. Me llamaron de madrugada para que buscara un abogado. Estaba muy activo.
— ¿Abrumado además por esas decisiones?
— Exacto, abrumado, no eran decisiones fáciles. Esa mañana me estaba juntando con los abogados que después se encargaron del caso en mi casa. Entonces no había tiempo para... estabas con la cabeza en eso, estaban los chicos, estaba el trabajo, tenía que seguir adelante. Sí te puedo asegurar que cuando vos llegaste a tu casa y cerras la puerta y te encontrás con las ausencias, ahí el dolor es terrible. O sea, es una experiencia que no te puedo contar, no podría reflejarla.
— ¿Cuántas veces te enamoraste?
— Mis grandes amores eran Débora y ahora es María Eugenia. Débora fue un amor maravilloso, siempre dije que si no volvía a pasar nada estaba hecho. Y sin embargo tuve la suerte, el destino, alguien me iluminó, no lo sé, de conocer a María Eugenia y volver a sentir, volver a sonreír, volver a brillar, volver a sentirme pleno, y obviamente profundizar la esperanza.
— Pero además te les animaste. No son mujeres comunes y corrientes, son dos mujeres...
— Sí, con gran personalidad. Independientes.
— Fuertes. Públicas.
— Obvio. Sí, admiradas. Observadas. Alguien me dijo hace poco que cuando conoció a mi mamá podía explicarse por qué me gustaba ese tipo de mujeres. Mi mamá tiene una personalidad muy fuerte, con mucha vida resiliente, tiene 89 años. Fue una adelantada del empoderamiento femenino. Falleció su esposo muy joven y se puso al hombro todo, su casa, su negocio y renunció a muchas cosas que la hacían feliz. Me dio la posibilidad de volar y que pudiera estudiar y crecer.
— Las mujeres fuertes suelen decir que los hombres no se les animan. Vos te animas. ¿Cómo conquistaste a Débora?
— Soy escorpiano y como todo escorpiano tengo un foco. Y pones toda tu energía ahí. Con Débora fue muy natural. Nos habíamos conocido en alguna cena antes y después nos cruzamos en un estudio de televisión. Débora era una mujer hermosa, admirable, y los dos estábamos solos. Entonces, ¿por qué no? Empezamos a mandarnos mensajes hasta que quedamos en encontrarnos. La primera salida… fue ella la que me escribió. Y recuerdo como si fuera ahora, yo salía de ver Medianoche en París, la película de Woody Allen... se concretó ese día. Ahí empezamos.
— A mí me contó que eras muy caballero y que se sentía agasajada.
— Qué lindo que me puedas contar ese recuerdo. Éramos pares, compañeros. Teníamos ambos capacidad de escuchar, de diálogo. Cuando elegís a una persona es porque la amás, nunca he estado porque sí. Y Débora tampoco.
— ¿Cómo era la convivencia?
— Buenísima. Nos conocíamos tan bien que, a ver, una discusión así a las pérdidas, pero había mucho humor. Mucho diálogo. Para nosotros compartir con los chicos era hermoso, pero también era hermoso compartir nosotros. Fueron años maravillosos, feliz de haberlos vivido.
— Lo llevaste adelante sin melancolía.
— Hay cosas que no se pueden cambiar y el dolor es intenso, y es profundo, y te transforma, pero si te quedas en el dolor corrés el riesgo de quedarte en la bronca y eso no es bueno.
— Tenes un costado muy racional?
— Qué sé yo, no lo sé. Siempre tuve templanza. En situaciones límites he tratado de tener el mayor equilibrio. No sé si es una característica positiva o no, pero si uno se contagia del caos es peor. Hay que apartarse, salir un poco de ahí.
Quique Sacco está muy apegado a los hijos de Débora. Crearon una relación linda, cercana.
— ¿Por qué no tuviste hijos propios?
— Era una decisión, apostaba a lo profesional. Vas relegando un montón de cosas; el amor profundo, la posibilidad de hijos, los espacios para el disfrute. Y un día te das cuenta de que la vida es otra cosa, que por más que llegaste al lugar que querías llegar, mirás alrededor y estás un poco vacío.
— ¿Cuándo te diste cuenta?
— Con Débora. Con Débora empezó una etapa diferente en mi vida. Cuando salimos la primera vez yo pensé “cómo me instalo en su vida con dos hijos”. Y fue al revés, el hecho de que haya tenido dos hijos cambió mi vida favorablemente y conformamos una familia. Agustín y Luna son mis hijos del corazón, y mirá que está Marcelo, que es el papá, un papá presente. Con él programamos cosas de los chicos, compartimos momentos.
— Muy generoso ese papá que te incluye, ¿no?
— Sí, obvio. Cuando hay amor auténtico y la prioridad son los chicos, los grandes nos entendemos muy bien.
—Débora te ablandó. Débora y sus circunstancias.
— Sí. Hizo que pensara en una familia, que la alimentara, que viviera toda esa experiencia maravillosa. Valió la pena y apostaría siempre a eso. Nuestra relación es hermosa. Ayer cenamos todos juntos con María Eugenia y sus hijos. Tenemos muy buena sintonía entre todos. Ahora nos vamos de viaje todos. Me quedo con que la vida te da y te quita, te quita y te da, y al final te compensa. Hoy me siento una persona compensada, en armonía. Perdí mucho, pero gané el legado del amor de los hijos de Débora. Estoy construyendo una muy buena relación con los hijos de María Eugenia. Disfruto de este presente, de este amor con María Eugenia. Todos estamos en armonía. Soy feliz porque la gente que quiero está toda junta.
— Qué tendrá Quique Sacco, se preguntan los hombres, cuál es ese encanto que conquista y enamora a dos mujeres muy poderosas.
— Sí, sí. No tengo la respuesta, María Laura. Lo importante de cada uno de nosotros es ser como es y que te elijan tal cual somos.
— Son mujeres muy ocupadas y vos estás abierto a negociar agendas.
— Y obvio, sí. Es parte de. Yo admiro a la mujer que es protagonista. No hay nada mejor para alimentar una relación que los dos sean pares. Tu mujer te cuenta cosas de su trabajo y te enriquece, podés darle una opinión o escuchar, y lo mismo pasa del otro lado. Sí, a mí me gusta, me hace feliz ese modelo. Y me hace feliz también que tengamos vida propia, situaciones que generan esa comunión, es más rico todo.
— ¿Conviven con María Eugenia o “taza, taza, cada uno a su casa”?
— Cada uno en su casa pero sí, convivimos días... en la semana, algunos días. Todavía no vivimos juntos pero sí convivimos en mi casa o en la de ella. Tenemos nuestro tiempo. También tenemos nuestro tiempo con los chicos, con la familia. Cuando hablo de mi familia habló también de los hijos de Débora, de Agustín y Luna.
— ¿Cómo se discute políticamente con María Eugenia?
— (Risas). No, a ver, hablamos, no sé si discutimos.
— ¿Alguna vez María Eugenia dice “tenías razón” si hablaban de política?
— Y, a veces el tiempo te puede dar la razón. Tenemos buenos diálogos de política pero no son tan intensos ni tan repetidos, porque es como si vos me hablaras de mi trabajo todos los días. La admiro porque yo viví esta campaña, le puso el hombro, el cuerpo, el pecho, todo, levantándose muy temprano, acostándose muy tarde. La gente está desesperanzada, dolida, vive situaciones que la enojan, y vos lo único que podes hacer es escuchar. La política es complicada, pero si no tenés vocación es más complicado aún. María Eugenia es una persona que hace política por vocación.
— ¿Vos no tenés vocación política? Te gusta la gestión.
— Sí. Tengo absolutamente vocación por la gestión. Creo que en el fútbol conozco mucho, me preparé, estudié el deporte en general. El fútbol cambió, es una industria del entretenimiento. Cualquier gestión que me acerques en el fútbol estoy dispuesto a hacerla. Pero en política...
— ¿Por qué no diste ese paso?
— El año pasado me convocaron para trabajar en Independiente y candidatearme. Les dije que no por varias razones. Era demasiada exposición y ya estábamos con María Eugenia, una locura. Segundo: a veces hacés una buena gestión pero no se observa. Y, después, yo amo lo que estoy haciendo, la gestión en Sports de TNT, de Warner Media. Para la política hay que estudiar. Me gusta leer, me informo de todo, de geopolítica, de economía, pero ponerle muchas horas de capacitación, eso no lo he hecho.
—¿Se pueden tener amigos en el periodismo deportivo? ¿Es muy competitivo el ambiente?
— Es muy competitivo. Todos tenemos un alto ego en estos medios. Pero sí, se puede tener muy buenos amigos. Con los que he trabajado y trabajo tengo una muy buena relación, de hablar claramente. He construido muy lindas amistades a lo largo del tiempo.
— ¿Y se construyen enemigos en la gestión de medios deportivos?
— Cuando tomas decisiones podes generar enemigos, pero si sos franco y miras a los ojos, es probable que no estén de acuerdo, que se enojen, pero con el tiempo te van a agradecer que fuiste sincero y que no lo mandaste a decir. Te toca tomar decisiones sobre las personas, sobre contratos, sobre inversiones. Es un lugar que te exige tener una mente en equilibrio. Eso no quita que te puedas equivocar. El tiempo acomoda las cosas.
— Tomas decisiones que cambian la vida de las personas, como sacar personas de un equipo, situaciones muy tensas.
— Si compras una nueva casa, decís “quiero cambiar esta puerta acá”, “quiero acá abrir un ventanal para tener luz en el patio”, y a la señora que trabajaba conmigo durante tantos años que me dio tanta confianza la quiero tener conmigo. Cuando uno empieza nuevos desafíos necesita instalarse en la gente de confianza, en la que sabe cómo trabaja. Las veces que he tenido responsabilidades no sólo fui construyendo confianza sino que además promoví mucha gente nueva, joven porque considero que tienen el hambre necesaria para el crecimiento. Y me ha ido bien. También me puedo equivocar en una elección. Cuando me equivoco, pido disculpas. No me da vergüenza.
— ¿Y qué te hace llorar? La felicidad, la tristeza?
— Sí, la tristeza, la emoción. Puedo llorar de emoción, de alegría. De las cosas buenas que están pasando.
— ¿Lloraste cuando ganó las elecciones María Eugenia o me pareció a mí?
— Sí, estaba emocionado porque sabía lo que ella había dado. Y sé con la honestidad con que lo hace. María Eugenia desde el punto de vista de la política es una de nosotros, es una del llano. Que por vocación y por trabajo ha llegado donde llegó. No sé hasta dónde puede seguir con la vocación que tiene, es una persona que se pone un foco. Como fue duro, porque la situación del país es dura, haberle puesto todo lo que puso y haber obtenido lo que obtuvo sí me emocionó, realmente me emocionó.
— Tu mamá tuvo COVID a los 88.
— Estuvo internada por precaución, sola en una habitación donde no había tele, la única comunicación que tenía era el celular. Felizmente no tuvo ninguna consecuencia. Ese fue un tiempo de mucha angustia porque yo la había contagiado. Hasta que salió de esa internación fue muy duro. Ahí también me emocioné, la tenía y podía disfrutarla.
— ¿Te sentías responsable?
— Claro, me sentía responsable. Y además se acelera el miedo o se profundiza. Me contenía mucho María Eugenia pero fueron días muy difíciles. Después, para poder ir al exterior estuve casi dos meses, porque nunca me daba negativo. O sea, tenía el alta pero en aquel momento tenía que dar negativo. Después fuimos todos evolucionando en el conocimiento ¿no? Pero fueron ocho días que estuvo internada y fueron durísimos.
— Situaciones límite cercanas entre sí. Se murió el amor de tu vida de un modo injusto y trágico, tu mamá contagiada por vos con COVID a los 88, la desgracia ¿Algún día sentiste que no podías levantarte de la cama?
— Y, a veces. He tenido momentos después de lo de Débora que fueron muy difíciles, muy difíciles. Pero ahí estaban, mirá, Agustín y Luna por los que había que seguir. También me preguntaba cómo hubiese querido Débora que yo actuara.
— ¿Hubiera querido que buscaras justicia?
— Obvio. Pero también ver a un hombre con la cabeza erguida saliendo a luchar y no revolcado en una cama sin poderse levantar, y mucho menos agarrando un arma para hacer justicia por mano propia. Por eso siempre dije que entre esas opciones, elegí la de levantarme y seguir. Estaba la impotencia, la bronca, la angustia, el dolor. Y cuando vivís todo ese momento tan intenso haces un clic y decís: tengo que seguir porque si no sigo cómo cubro esto, cómo hago aquello. Cuando el juicio terminó después de quince días durísimos, que empezaban a las 9 de la mañana y terminaban a las 9 de la noche, todos sentimos un alivio. No sé si fue el mejor resultado, pero logramos en 18 meses sentar a dos médicos donde corresponde, en los tribunales, mostrar las pruebas, determinar la culpabilidad, y que se generen otros juicios por encubrimiento y falso testimonio.
— Hasta ese momento eras un periodista deportivo importante pero de golpe fuiste conocido por todo el país.
— Siempre fui de perfil bajo. Me incomoda la exposición. Hablé solamente cuando era necesario hablar. Si estoy en los medios que sea por una historia de amor con María Eugenia y no por lo que ocurrió con Débora. No tengo el interés de aparecer o de tener mucha proyección mediática, fue una circunstancia. La gestión me hace sentir más cómodo porque no estoy en el día a día de la tele, no estoy en el día a día de la radio, bueno, es una elección de vida.
— Para enamorarse hay que estar abierto dicen los analistas ¿no? El sufrimiento te cierra. Sin embargo no hubo mucha distancia entre un amor y otro.
— Te cierra y te ahoga. Quién puede decir cuándo estás preparado o no? ¿Quién puede manejar sus sentimientos? Vos no salís a la calle y decís “me quiero enamorar”. Podés tener ganas de compartir pero eso está más allá de nosotros. Fluye.
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