Jorge y Fabiana no se conocían. Sus hijos, Jorge Ignacio y Alejandro Damián, sí. El primero, era capitán de corbeta y Segundo Comandante del Submarino ARA San Juan. El segundo, teniente de corbeta y cursaba la etapa final de su capacitación como submarinista. Ambos lucharon, junto a sus 42 compañeros, durante siete horas, intensas y desesperadas, para controlar las consecuencias de un corto circuito y posterior incendio a bordo de la nave y que a la postre harían que finalmente se hundiera en la profundidad del océano, el 15 de noviembre de 2017. En ese lapso, con el submarino en superficie, la tarea, para la cual la Armada Argentina los preparó, se hacía complicada. El ingreso de agua de mar provocó un incendio en el balcón de baterías. Era noche cerrada. Soplaban vientos de más de 80 nudos, unos 150 kilómetros por hora; y las olas alcanzaban los cinco metros de altura.
Cuatro años después de esa tragedia, el Capitán de navío (RE) Jorge Bergallo, y Fabiana Lescano, empleada administrativa en una concesionaria de autos; mantendrán un dialogo profundo y conmovedor durante el que cada uno recordará a sus hijos; Jorge Ignacio “Jorgito” Bergallo y Alejandro Damián Tagliapietra.
La conversación entre Jorge y Fabiana durará setenta minutos. En ese tiempo, sus vidas, tan diferentes, se unirán, quizás por primera vez, en un idéntico dolor. El sabor y el peso de las lágrimas son similares en un adusto y experimentado hombre de mar y en una madre que nunca pisó la cubierta de un barco.
La cámara de oficiales del buque museo Fragata Sarmiento, generó clima de intimidad. El histórico mobiliario de 124 años, empatizará con la devoción que sus hijos tenían por la Armada. “Fallecieron viviendo intensamente su profesión”, dirá el secretario académico de la Escuela de Guerra Naval.
“Yo lo reto a mi hijo todas las noches. ¿Por qué elegiste eso habiendo tantas cosas? ¿Por qué elegiste ser submarinista? Es eso. Es retarlo, nada más”, recordará la madre mientras se seca los ojos con un pañuelo de papeles.
Jorge y Fabiana se escuchan, se miran, se apoyan. Antes del abrazo de consuelo emocional, aquel que solo es comprendido por los padres y madres del dolor, Bergallo dirá de “Jorgito”: “Él ha sido un ejemplo, es un ejemplo. No sé si para todo el país, pero sin ninguna duda es un ejemplo para mi familia y para mí. Así que volviendo a ser muy concreto yo le digo Jorgito, gracias por todo y anda prendiendo el fuego que nos vamos a comer un asado en el cielo”.
Con su mirada Fabiana intenta consolar a aquel hombre que durante la búsqueda y rescate internacional del ARA San Juan encontraba refugio del jardín de su casa para desahogarse y que su familia no lo viese flaquear.
El final de la frase de Jorge es el comienzo de la suya: “Yo a Damián le pido que me espere. Mi fe es volverlo a ver. Mi fe es así. Traje esta foto porque es su país, con esto entregó la vida. Sus valores están acá. Es eso, tenía tan sólo 13 años y él ya recibiendo con tan alto honor un uniforme. Y éste es mi bebé. Y que me espere porque, bueno, ya nos vamos a ver. Perdón...”. Las disculpas son por el desconsuelo.
Las historias de Jorge Bergallo y Fabiana Lescano son tan solo dos de las 44 vidas que se desvanecieron por la fuerza del agua que los arropó por última vez mientras el submarino con su tripulación descendía a hasta los 925 metros de profundidad. Desde la media mañana del 15 de noviembre de 2017 esa es su tumba.
Las confesiones más profundas de ambos tuvieron lugar el lunes 8 de noviembre de 2021, a la una de la tarde. Es mismo día, pero cuatro años antes, el submarino ARA San Juan zarpaba por última vez de la Base Naval de Ushuaia. Nunca regresó.
Jorge Bergallo: — Fabiana, ¿cómo era tu hijo, qué particularidades tenía?
Fabiana Lescano: — Muy particular. Damián nace cuando yo tenía 19 años así que para mí se me fue un pilar, éramos muy unidos. Bueno, en sexto grado él quiere ingresar al Liceo Aeronáutico Militar en Funes. Para mí era muy chiquito para mandarlo a Rosario entonces le dije que no. Le dije: “Estudia, sé mejor promedio, sé abanderado y te anoto en el Liceo San Martín”. Como en todo me puso la tapa. Fue abanderado, mejores notas. No me quedó otra que anotarlo en el Liceo General San Martín. Mientras estaba ahí me dice: “Bueno, entro a la Armada”. Y yo digo ¿perdón? “Entro a la Armada, pero quiero que me acompañes a las primeras charlas”. Entonces fuimos los dos a las primeras charlas, le gustó, se apasionó... como él era, muy apasionado de las cosas que hacía. Él por la carrera daba todo. Se anotó para tripular el velero de la Armada “Fortuna”. Después se anotó en esgrima, se anotó en natación en la Escuela Naval y fueron campeones. Se anotaba en toda actividad deportiva que había. Rugby obvio, él hizo sus inicios de rugby en el SIC a los 9 años. Y bueno, siguió en la Armada.
J.B: — Mirá las casualidades, yo también hice el Liceo Militar, en el San Martín. Unas cuantas décadas antes. Y con Jorgito, me pasó más o menos lo mismo que a vos en el sentido que él quería ir al Liceo Naval o Militar. Según donde estuviéramos de pase y demás. Y como ya insinuaba de chiquito cierta tendencia también a ser marino tuve una reacción a lo mejor parecida a la tuya, pero respecto a la escuela anterior de decirle “no es conveniente que vayas al Liceo Naval” porque a mí también me había pasado que desde los 12 años viví abajo de una gorra ¿no es cierto? No es que esté mal o me arrepienta, pero como te pasó con tu hijo, son muy chicos. Yo estoy muy de acuerdo con los liceos y la formación que dan. Pero bueno, en este caso era mi nene.
F.L: —Mi hijo se hizo muy amigo de sus compañeros. Él daba todo por sus compañeros. Yo creo que las amistades que se hacen en un liceo duran para siempre, igual que los de la Armada ¿no? Son familia.
J.B: — Sí, sí. En mi caso, yo tengo 71 años, ingresé en el Liceo Militar San Martín en el 63′. Desde entonces, hasta el mes pasado y ahora en diciembre, nos venimos reuniendo muy seguido. En lo que hace a la Escuela Naval los lazos también, como lo habrás vivido y como lo decís, son terriblemente estrechos, fantásticamente estrechos. En submarinos todos los esfuerzos, los sacrificios que hay que hacer, demandan actitudes de equipo.
F.L: — De equipo.
J.B: — De unión. Estoy muy contento con la formación que tuve.
F.L: — Sí, para mi hijo la casa era un hotel. Tal es así que cuando pasa lo que pasa mi hijo, y yo viajo (a la Base Naval Mar del Plata), los compañeros del liceo se vienen en dos autos. Eran como quince chicos que se vienen al lado mío porque yo estaba sola. Hoy vivo a través de las anécdotas que mi hijo creó y dejó.
J.B: — Es eso. Es eso, vivir a través de ellos ¿no? Y a veces, son dos dolores distintos -si se puede decir así- el de la mamá y el del papá. ¿En qué sentido? Los dos sufren la ausencia del hijo, pero una cosa es ser mamá y otra papá. Y además en esa complejidad, a mí hay cosas que en algún momento me favorecían y en muchos momentos me perjudican porque todos los submarinistas nos imaginamos lo que pasó a bordo, desde el 14 a la noche. Y entonces es difícil. Mi señora -igual que lo habrás hecho vos-, como toda mi familia y mi nuera, y mi nieta Pili, no quiero decir que se encapsularon aislándose de todo esto, pero no tenían estímulos externos sino estaban mirando televisión o leyendo todo lo que salía. En cambio, los que somos submarinistas nos imaginamos lo que habrán vivido. Eso, en los primeros momentos, a mí me aportaba cierta tranquilidad porque yo decía: “Listo, terminó”. Siempre he sostenido eso que se dice: “El tiempo cura las heridas”, pero... puede atenuarlas, pero no las borra. Yo te entiendo. Vas a ver que todos sus compañeros te van a seguir acompañando.
F.L: —Es cierto, una mamá se encapsula. No quise saber nada al principio. Sólo recuerdo las palabras de un oficial que me dijo: “A su hijo lo tiene en su corazón”. Y ya con eso hice el cierre. A partir de los años que han pasado me fui interiorizando de lo que pudo haber pasado. Cada vez duele más en vez sentir menos dolor. Hoy tengo la fuerza para enterarme o querer saber un poco más. Cuando él se iba en el “Fortuna” (velero de la Armada) a Brasil, a Chile en sus regatas, a mí el alma se me quedaba, pero lo apoyaba. Él siempre se comunicaba. Cuando él elige el submarino (la carrera de submarinista) no me lo dijo. Cuando salía a navegar tampoco me decía. Creo que me protegía un poco porque sabía que era muy...
J.B: — Sí. Mi hijo mayor le decía a mi señora: “Nos tuvimos que aguantar los submarinos de papá y ahora nos tenemos que aguantar los de Jorgito”. Yo al revés. Navegaba con él a veces y mi señora o mi nuera me decían: “Pero por qué no lo dejas navegar solo”. Yo disfruté tanto la vida naval, tanto, que era una forma de seguir navegando. Tengo las fotos. A lo mejor Damián te mandó a vos las fotos de la zarpada de Ushuaia (se refiere a la última zarpada de la base naval el 8 de noviembre de 2017)
F.L: — Tengo sus mensajes.
J.B: — Hoy se cumple un nuevo aniversario de la zarpada, de la última zarpada. Yo muchas veces, al principio, le decía que el submarino estaba en condiciones de navegar. Le podía preguntar: “¿Qué tal este mecanismo, este motor?”. Podía opinarle cuando hace unos años me decía que “fallaba la tuerquita” o “hay dos tuerquitas de más”. Viví toda la carrera de él, y esas últimas navegaciones con bastante información. Mi señora no, igual que una mamá, como decías vos, ella prefería no saber.
F.L: — No saber.
J.B: — No porque fuera una locura. Un riesgo era, pero también cuando yo salía a navegar en los submarinos -más allá que no había WhatsApp, no había celulares y demás- tampoco dábamos mucha información a la familia porque era lo nuestro.
F.L: — Creo que los apoyamos ¿no? Es apoyarlo y siempre cuando llamaba era un “bueno, cuídate”. Y siempre, por más que la angustia nos invadía, le decía: “Vos podés, sos lo mejor de lo mejor”. A mis hijos, a los tres, les digo: “Ustedes pueden. Vayan para adelante, no hay que tener miedo”.
J.B: — Sí, sí, es así. Incluso cuando Jorgito nos hacía comentarios por un temporal o lluvia en el submarino... En el submarino, como vos sabés, en superficie se hace guardia al aire libre si llueve, si nieva. Entonces mi señora decía: “Bueno, pero pobrecito, que se abrigue, que tome algo caliente”. Entonces le decía a mi mujer: “¿Y cuando yo navegaba?”. Y ella me contestaba: “No sé, pero él es mi nene, él es Jorgito”.
F.L: — Bueno, yo le di sus sábanas, su almohada, todo para que se lleve el submarino.
J.B: — Eso se usa. Eso se usa. Jorgito también tenía sus sábanas y su funda de almohada.
F.L: — Exacto. Le dije: “Yo te las compro”. Y yo se las compré.
La tragedia
El diálogo entre los padres se interrumpe por una fracción de segundo. El vacío que se generó fue imperceptible. El tiempo suficiente para que ambos advirtieran que el relato pasó, sin darse cuenta, de sus hijos liceístas a los tripulantes que enfrentaban a la muerte. Fue Fabiana Lescano quien llevó la conversación a las puertas del infierno.
F.L: — Creo que su cabeza estaba ocupada tratando de resolver las situaciones al lado de sus compañeros apoyándose y apoyando a cada uno de sus compañeros, porque lo conozco. Ale era eso; no era él, eran sus compañeros, su familia.
J.B: — No sé, yo te puedo asegurar que en el submarino fue así porque ya sabía todo. Aunque aún fuera alumno, cursante de la escuela de submarinos, a esa altura, fines de noviembre, ya estarían por rendir los exámenes finales que son a bordo. Así que con toda seguridad sabía qué hacer. En un submarino no hay nadie que no sepa qué hacer. El trabajo en equipo hace que cada uno reaccione como se espera que reaccione. Y eso no lo digo por publicidad, lo digo porque es así, porque me ha tocado vivir emergencias en submarinos . En el submarino se nos va la vida en instantes. No hay balsas, no hay quien diga “nos estamos hundiendo, bajemos los botes, las balsas”. O sobrevivimos o no sobrevivimos. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, desde el Comandante al oficial más joven. Yo no tengo la más mínima duda sobre lo duro que han estado trabajando, porque pasaron siete horas en superficie. Siete horas con incendio a bordo en la batería. Pero bueno, para no entrarte más en detalles, con toda seguridad te digo a vos y a todas las mamás y papás que no me cabe ninguna duda que todo el mundo hizo lo que tenía que hacer. Y si alguien por ser un temporal, supongamos, se resbaló y se cayó, porque debe haber estado todo sucio, seguro que alguien lo pudo reemplazar enseguida. Eso es lo lindo en los submarinos. Recordar eso, como decís vos que de a poco te vas a ir imbuyendo en lo que ocurrió, a veces no favorece porque uno se los va imaginando en cada situación, en cada lugar a lo largo de todas esas horas y hay cosas que -también te habrán pasado a vos- uno desea que hayan pasado así y no que hayan pasado asá. ¿Te acordás cuando estaba la versión que podían estar hundidos a baja profundidad y que podía venir un vehículo a rescatarlos? Yo rogaba que no fuera así porque no nos convenía como papás.
F.L: — No, no. Yo creo que no. La última comunicación que tuve fue cuando están volviendo de Ushuaia. Me dijo: “Mamá estamos volviendo”. Y yo digo: “Bueno, ¿todo bien?”. Él me contesta: “Sí ma. Acá, como siempre”. Y yo digo: “¿Qué les pasó ahora?”. Y él me respondió: “No mamá, yo confío en los suboficiales, yo confío en todos”. Él confiaba en todos sus compañeros. Esa es la tranquilidad, y bueno, las cosas se dieron así.
J.B: — Sí.
F.L: — Y hoy quiero estar cerca. Eso es para mí, voy sola a Comodoro. Hoy necesito eso.
J.B: — Sí, yo te entiendo. Así como cuando fallece un familiar y uno dice “está en tal cementerio, en tal lugar, en tal pasillo”, yo tengo un recorte en la carta náutica, que uno lo puede obtener de Internet, con el puntito de la posición del submarino. Y entonces digo bueno, esa es la sepultura. Es decir, no iré a Chacarita, Jardín de Paz o al cementerio de Mar del Plata, no sé si alguna vez podré pasar por ahí, ojalá. Pero bueno, cuando en Comodoro mirás para allá, allá en algún lugar está. Lo he hecho cuando fui y ahora miro la carta, lo tengo ahí.
F.L: — Para nosotras son nuestros bebés.
J.B: — Claro. Para mí es Jorgito.
F.L: — Exacto. Es un hasta luego, ya pronto estaré. La vida me dirá cuándo... Era el pilar de nuestra familia y ahora pasé a serlo yo. Nos va a faltar siempre ese pilar que era él.
J.B: — Sí, sí, te entiendo y yo acá estoy hablando como un papá, pero en cierta manera egoísta sufro junto a mi señora, que sufre como mamá, igual que vos. Pero el impacto, el mayor sufrimiento, es el de mi nuera, de Jimena, y ni hablar de Pilar, que cumplió quince años el 28 de septiembre. Mi nuera está viviendo todo esto sola. Empujando a su hija que tenía once años cuando pasó todo esto. Es muy complejo.
F.L: — Hay 44 situaciones. 44 familias atrás. De las cuales cada uno tiene su dolor, ninguno es igual al otro, todos son dolores fuertes. Estamos atravesados por el dolor. Se sigue caminando, pero el dolor nos atraviesa. Nunca va a cesar y hay que respirar, aprender a respirar. Es eso o nada.
J.B: — Un dolor que yo también muchas veces lo menciono. Los chicos, porque los incluyo a todos, desde el capitán Fernández que era un poco mayor que Jorgito, hasta el más joven, todas esas familias sufren de alguna manera. Y todos ellos, los 44 tripulantes, murieron en un acto de servicio. Hay muchos otros que mueren en actos de servicio, del servicio a la sociedad, no necesariamente vistiendo un uniforme, y no tienen tanta trascendencia. Tal cual decías vos, sin jerarquizar, debemos recordarlos y con toda seguridad están en el cielo y en la memoria de cada una de las familias. Lo que me gustaría es que todos nos acordáramos cada tanto de ellos. Que les sirviera como ejemplo a los chicos, a los cadetes del Liceo, a los cadetes de las distintas escuelas de formación. En los colegios secundarios, no sé, a todos.
F.L: — Yo siempre digo que sean fieles a su vocación. Cualquier vocación, arquitecto, enfermero. Son héroes como nuestros hijos. En el Liceo Militar General San Martín está la foto de mi hijo al lado de Raúl Alfonsín. Para mí fue un honor. Mi hijo está al lado de Alfonsín. Y dije “wow, se les fue la mano un poco” (risas).
J.B: — Yo creo que fallecieron viviendo intensamente su profesión. También le decía a Jorgito, y a los jóvenes que he tenido conmigo, y si Alejandro hubiera estado conmigo también le hubiera dicho que viviera intensamente su profesión. Cualquiera sea, en este caso oficial de marina y submarinista. Yo les decía, siempre usando la palabra intensamente: “Miren, cuando tengan que disfrutar, cuando estén navegando, mirando él sol, el mar, ese que aparece en las películas, disfrútenlo intensamente. Y cuando estén enojados por algo también háganlo intensamente porque en algún momento es lo que les va a quedar”. En nuestro caso, dentro de ese concepto de vivir intensamente, nos ha tocado desgraciadamente seguir viviendo intensamente. Pero nuestros hijos han dejado un ejemplo para los jóvenes ¿no?
F.L: — Es lo que uno quisiera ¿no? Que lo recuerden y es eso, que... Mi hijo en ese momento tenía 27 años, era muy chico para... Pero bueno.
J.B: — Hasta hace cuatro años vos rezabas por Alejandro. Ahora le podés rezar a Alejandro, que con toda seguridad te va a ayudar. Por lo menos a mí Jorgito me ayuda en muchas cosas y muchas cosas que compartimos no sólo en lo profesional, en la vida diaria, en el asado, en el fútbol, lo que sea. Yo converso con él. A veces el equipo de fútbol gana un partido, sale campeón, y yo lloro. Lagrimeo. No por el equipo. Mi señora me dice: “¿Qué te pasa?”. Es que me hubiera gustado compartirlo. Pero lo comparto, de alguna manera lo compartimos ¿no es cierto?
La noticia
Jorge y Fabiana se miran. Los ojos húmedos son la síntesis de las palabras, de las imágenes que aparecen. Las ausencias abren paso al momento en que cada uno recibió la noticia sobre la pérdida de contacto con el submarino ARA San Juan.
J.B: — Yo me enteré el jueves 16 de noviembre a las diez de la noche cuando volvía de dar clases en la universidad y me llama un amigo, civil, que no tiene ninguna vinculación con lo militar, y me dice: “Che Jorge, ¿sabés algo de un submarino que está perdido?”. “¿Me estás haciendo una broma? -le digo- porque en el único submarino en navegación está Jorgito”. Pobre, se quería morir. A partir de ahí empecé a averiguar y bueno... entonces yo lo procesé primero militarmente, con la angustia de padre, pero orientado desde el punto de vista militar porque yo sabía que los submarinos transmiten su posición cada 36, cada 48 horas, según lo que se ordene. Si se había vencido ese plazo, quería decir que desde hacía horas no se sabía nada. Esto era entre el 15 a la mañana y 16. A partir de ahí comencé a procesarlo desde dos puntos de vista: acompañando a mi familia, a mi señora pobre que estaba desesperada, mis hijos que vinieron a casa, pero yo lo seguía procesando militarmente procurando ser racional y con esa racionalidad procurando controlar la angustia, el dolor. Cuando el jueves siguiente informaron de la explosión, que en realidad fue una implosión, ahí los llamé a mis hijos a casa a tomar un café, y les dije: “Miren, se terminó todo”. Me decían: “Pero ¿cómo? no puede ser”. Entonces les expliqué mecánicamente cómo era el tema. Al jueves siguiente, se suspendió la operación de búsqueda y rescate y continuó la de búsqueda nada más. A partir de ese momento yo lo procesé como un duelo. Ya no había posibilidades de nada y entonces me dediqué a atender a la familia, a mi nuera, a mi nieta, mi señora e hijos. No sé cómo...
F.L: — A mí me llamaron por teléfono. No soy de ver noticieros y la primera llamada fue telefónica de la Armada. Y me desmoroné.
J.B: — Claro.
F.L: — Es eso, realmente es eso, se me fue el alma. Y no la encontré todavía. Se me fue el alma. Después cuando pasan esos famosos siete días me llama el papá (el abogado Luis Tagliapietra) y me dice: “Están todos muertos”. Recibía noticias todo el tiempo, la Armada me llamó por teléfono siempre. Mañana y tarde. Eran los partes. Después del llamado de su papá dije: “Hasta acá llegué”. Me fui a Aeroparque y es ahí donde me entero de la implosión. Estaba sola esperando... O sea, encima buscar un avión. Y ahí es donde…
J.B: — Sí.
F.L: — Estaba en Aeroparque y era como que nada, no pude a llorar. Me llaman de mi trabajo, el gerente me pregunta dónde estoy. Le dije que no conseguía vuelo y vino con unos compañeros de trabajo a hacerme compañía. Yo estaba ya en off. Yo seguía buscando un vuelo. Pero mis compañeros me dijeron que del trabajo me ponían una camioneta para llevarme.
J.B: — Claro.
F.L: — Ese día se me fue el alma, que se me fue a estar con él. Mi vida se paró ese día. Subsisto, no vivo. Llegué a Mar del Plata (a la Base Naval) a la noche. Me habló no sé quién con uniforme. Supongo que eran oficiales, no reconocí rostros. Le digo: “Dígame la verdad”. Hablaban de explosión, de implosión, que los iban a seguir buscando, que no los iban a buscar más. Ahí fue cuando me dijeron: “Señora, a su hijo lo tiene en su corazón”. Ya está. Ahí fue cuando me fui sola a la playa de la base y me despedí. Le dije: “Hasta acá llegó mamá y te voy a abrazar eternamente”. Mi vida se fue con él. El alma está allá.
J.B: — Te entiendo perfectamente. Pase por esa experiencia con mi señora, con mi nuera. La reacción es la misma, el proceso. Manejar esa sensación de una mamá, de una esposa. Alguien me preguntó cómo puede mantener la calma. Me dice: “¿Usted nunca llora?”. Le digo: “Ah, no sabés cómo lloro. Yo lloro y no me pueden parar. Lo que pasa es que no puedo dar esa imagen. Yo tengo que aguantar a la familia”. Entonces, decía: “Me voy al jardín y lloro, total no me escucha nadie ni me ven. Ahí lloro”. Los procesos internos los lleva cada uno como puede, como recién decías vos. Las 44 familias lo procesan, lo viven, lo sufren, los recuerdan de diferente manera. Es difícil ser racional en toda esta circunstancia más allá de la pérdida de nuestros hijos.
F.L: — Yo digo que mi dolor es mío, no necesito que nadie lo sepa. Mis lágrimas son para mi hijo. A veces afloja, pero bueno, sigo trabajando y sigo haciendo cosas. Pero las noches son largas.
J.B: — Las noches son largas y a veces se interrumpen para algunos. Quiero decir en el sueño, en los recuerdos.
El hallazgo del submarino
Los familiares de los 44 tripulantes penaron trescientos sesenta y siete días hasta recibir la noticia esperada: la empresa Ocean Infinity, a cargo del buque Seabed Constructor, halló los restos del submarino ARA San Juan a 907 metros de profundidad, a unos 500 kilómetros del Golfo San Jorge, a la altura de Comodoro Rivadavia dentro del área denominada “15A-4″.
Horas antes, en la Base Naval Mar del Plata, la Armada había realizado un homenaje en honor a los submarinistas desaparecidos. Se cumplía el primer aniversario de la tragedia. Fabiana y Jorge recordaron el momento en que se enteraron de la novedad, y cómo lo vivió cada uno.
F.L: — El papá de Alejandro (estaba a bordo del Seabed Constructor) había asumido esta campaña de lucha. Luis (Tagliapietra) es más combativo, combate más a su dolor. Y de ese lado lo comprendo. El dolor de él es combativo. Y era buscar, buscar, buscar hasta el último tornillo. Siempre me acuerdo que esa noche me dijo: “Yo voy a saber qué pasa hasta el último tornillo”. Ese día estaba en el Liceo con sus compañeros cuando empiezo a recibir mensajes de él y las imágenes que se estaban viendo. Entonces les digo a sus compañeros: “Parece que los encontraron”. Y ahí dije “brindemos por él”, porque él era así, era de fiesta, fiesta y fiesta. Bajaba de los barcos e iba a una reunión. Y brindé con ellos. Brindé con ellos con dolor, ahí cuando me enteré.
J.B: — Nosotros lo procesamos de una forma parecida también. Por ejemplo, como Jorgito jugaba al rugby desde el colegio cuando se cumplió un año, que justo fue cuando apareció el submarino, los amigos hicieron en Mar del Plata un partido en Peralta Ramos para homenajearlo. El procesamiento de ese año fue diferente porque yo estaba en la comisión asesora del Ministerio de Defensa. Yo en ese año tenía la dualidad de decir “me duele, lloro, pero voy entendiendo, voy viviendo qué puede haber pasado”. Mi procesamiento fue muy diferente al de mi nuera y al de mi señora, difícil por la incertidumbre y el desconocimiento. El día que encontraron el submarino la noticia llegó a mi casa a la medianoche. Esta vez, si no me equivoco, era un viernes.
F.L: — Sí, fue viernes.
J.B: — Yo había vuelto cansado de dar clases. Me fui a acostar temprano. A eso de la una de la mañana llamó un periodista, preguntó por mí, y mi señora le dijo: “Se fue dormir”. “Pero cómo se fue dormir si encontraron al submarino”, le dijo. Esa fue otra de las grandes decisiones y acertadas que tomó mi señora porque le dijo: “No, está descansando, déjelo, por más que lo despierte lo que pasó pasó, mañana se enterará”. Mi procesamiento tiene algunas particularidades que no sé si son peores o si son mejores, son diferentes porque igual que Luis (Tagliapietra), aunque en menor medida, he tenido que estar o estoy involucrado con los aspectos judiciales tanto en la justicia civil como en la justicia militar. Entonces el procesamiento en ese año fue diferente al de toda mi familia y de todas las otras familias, por supuesto. Me acuerdo que en su momento me dijeron: “Ahí está el submarino”. Y comenzamos a discutir, a dar opiniones, entre los papás, las esposas, si había que intentar rescatar los cuerpos o no. Yo decía: “Miren, esa es la sepultura. No se puede, pero si se pudiera ¿para qué buscar los cuerpos?”.
F.L: — Ya no había nada.
J.B: — ¿Pero qué sentido tiene? Esa es la sepultura, el punto final en la Tierra. Yo estoy convencido que Jorgito me ayuda y también a otros papás. Él me continúa transmitiendo fuerzas.
F.L: — Cuando nos invitaron a las familias a ir a ver las imágenes (tomadas por los minisubmarinos de Ocean Infinity), yo dije: “Mi hijo no está ahí ¿qué voy a ver?”. Decían que las imágenes les sirven para investigar, pero yo, no voy a ver nada, si ya no hay nada. Y cuando hablaron de reflotarlo también me dolió porque, como mamá, ya no hay nada. Están donde ellos decidieron quedarse, ellos optaron por hacer esa carrera, o sea que están en la suya. Están todos juntos.
J.B: — Y están en equipo.
F.L: — Mi hijo no murió sólo. La vida de mi hijo no vale más ni menos que la de otro hijo. A veces cuando los de Malvinas se acercan a saludarme y me dicen “señora, mi respeto”, yo les digo “no, mi respeto es hacia ustedes que volvieron”. No soy ni más ni menos que esas mamás que también perdieron a sus hijos allá y que también los tienen allá y que algunos todavía no han vuelto. Entonces es eso, yo no soy ni más ni menos que eso.
J.B: — Sí. Sí, sí. Exactamente. Y además murieron juntos trabajando en equipo, dando una durísima batalla, porque no es que algo explotó y terminó. Esas siete horas en superficie deben haber sido durísimas. Durísimas por todo lo que hay que hacer, no es que fue como alguna vez, la agonía de... No, no. Estuvieron peleando, trabajando contra las circunstancias, contra lo que estaba pasando en el tanque de baterías, pero además había que seguir navegando y viviendo a bordo. Y eso lo hicieron en equipo. Y cuando fueron a inmersión y después el buque continuó hasta la profundidad de implosión, también fue en equipo. Y ahora siguen en equipo. En mi caso estoy convencido que están en el cielo. Cada uno creerá según su fe, o su forma de pensar. Pero ellos están juntos. Están juntos. Espero que sirva para algo. Que el sacrificio de ellos y el dolor nuestro sirva para algo en particular, para los jóvenes, los chicos que se están formando.
Las razones del hundimiento
Con 71 años sobre sus espaldas, Jorge Bergallo aquilata una vastísima experiencia naval. Ejerció el comando del cazaminas ARA Formosa en 1990, del submarino ARA San Juan en 1993 y coronó su zaga al frente de unidades navales con el destino en el mar más preciado de la Armada Argentina en 2002 cuando fue designado Comandante de la Fragata Libertad.
Fabiana Lescano, en cambio, jamás pisó un submarino. Su hijo, Alejandro Damián Tagliapietra sintió el llamado hacia la vida militar con el único antecedente de un abuelo gendarme en retiro. Ella simplemente lo apoyó en su decisión.
Dos vidas distintas, dos mundos diferentes y un dolor común por la pérdida de sus hijos. Desde el primer minuto de encuentro sobre la cubierta de la Fragata Sarmiento, Jorge y Fabiana empatizaron. Solo difirieron cuando recuerdos y emociones amarraron en las posibles razones de la tragedia.
F.L: — Yo lo reto a mi hijo todas las noches: “¿Por qué elegiste eso habiendo tantas cosas, por qué elegiste submarino?” Es eso, es retarlo, nada más. ¿Por qué sucedió? A los 13, 14 años a mi hijo en el Liceo Militar, mientras disparaba un FAL, la recámara le lastima la cara. Fue uno de mis primeros sustos. Y ahí, fue cuando dije: “No, yo voy a hablar...”. Y él me dijo: “No mamá, no se dice nada, son las cosas que tenemos y son viejas (por el Fusil Automático Ligero)”. Yo creo que es eso los que pasó. Desidia. Yo sé que todo se repara y como me decía mi hijo “el suboficial Lobato ata todo con alambres y salimos para adelante”. Cuando pasa lo que pasa con la cápsula (por válvula) que ingresó agua porque uno no la cerró, que otro la cerró, que esto, que lo otro; yo digo “no, estaban todos cansados y seguro que todos hacían todo”. Hoy día creo que hay que invertir en las cosas con las que entrenan nuestros chicos. Son nuestros hijos que están defendiendo el país. Hace poco me enteré que se prendió fuego un buque porque un compañero de mi hijo dejó el celular enchufado y se prendieron fuego dos camarotes porque la alarma no sonó porque la habían cortado. Entonces digo: “Todavía seguimos sin aprender”.
J.B: — Yo estoy convencido que el submarino estaba en condiciones de navegar con seguridad. ¿Por qué digo esto? Como te contaba antes, por las conversaciones que tenía con mi hijo. Lo que ocurre es que cuando algo falla, bueno, hay más de una teoría. Si una cosa falla es solucionable; ahora, si a esa después viene esta otra y después viene esta otra, es muy difícil de manejar. Y sí, además, tenían poca experiencia, por lo menos no tenían la experiencia que teníamos los viejos que estábamos más acostumbrados a navegar muy seguido, es lógico que... Digamos, uno puede saber muchísimo, pero si no tiene la experiencia… Un bombero puede saber muchísimo de cómo se lucha contra un incendio, pero si nunca tuvo las llamas en la cara o muy pocas veces, conducir una emergencia es muy difícil. Más de una vez me sigo diciendo, ¿por qué le habré dicho que sí a mi hijo cuando me dijo que iba a entrar a la Escuela Naval y después que iba a ser submarinista’. Aunque a veces me lo pregunto, como castigándome a mí mismo, sé que no tiene mucho sentido porque es lo mismo que pasó con tu hijo. Era lo que ellos querían hacer. Eso es lo que les gustaba, para eso estudiaron y para eso se prepararon.
F.L: — Sí.
J.B: — Después vienen otras circunstancias. Yo no tenía idea de la cantidad de submarinos que se hundieron en el mundo. Y la gran mayoría por lo mismo que éste. Y estamos hablando de submarinos franceses, norteamericanos. Entonces ¿por qué pasó? Nunca lo vamos a saber exactamente aun cuando lo reflotaran. Hay una sola cosa que sabemos: entró agua. ¿Por qué no lo vamos a saber nunca? Si entró agua por esa válvula (ECO 19) y sacamos al submarino a la superficie y lo revisamos, la válvula va a estar cerrada, porque una vez que se dieron cuenta que pasó el agua por ahí la cerraron. Entonces nunca vamos a saber por qué pasó y lo que pasó. Sólo ellos lo saben. Y a veces cuando escucho algunas explicaciones o suposiciones, algunas me duelen, porque algunas le asignan la responsabilidad a los que estaban a bordo y no sabemos; otras le asignan la responsabilidad a la reparación de media vida y eso tampoco lo sabemos. La justicia intervendrá, pero ya está, lo que pasó, pasó, y nos destruyó. Nos sacudió y nos seguirá sacudiendo, como dijiste vos, hasta que nos volvamos a encontrar.
F.L: — Sí.
J.B: — El otro día veía en televisión al papá de un aviador que murió en Vicente López atropellado por un auto y el señor decía más o menos lo que venimos diciendo nosotros: la sensación que tengo es que estoy en una fila y a medida que avanza esa fila en realidad representa los días de mi vida. Y cuando esa fila llegue a cero, parado en la punta de la fila va a estar mi hijo esperándome. Y yo estoy convencido de lo mismo. No sé qué pasó, me pasé dos años investigando, pero no podemos saber exactamente lo que pasó. Cada uno lo canalizará a su manera. Le podemos echar la culpa al submarino, a la válvula, al barco de superficie, cada uno lo canalizará a su manera si eso le sirve para continuar viviendo.
F.L: — Ya no los tenemos.
J.B: — No. No está acá, no lo puedo ver, pero está.
F.L: — Lo que sí siempre estaré eternamente agradecida es que después del 15 de noviembre salieron todos a buscarlos. Dije: “El mundo te buscó hijo. El mundo estaba buscando a mi bebé”.
J.B: — Sí. Eso es algo para valorar muchísimo porque en pleno temporal, aunque ya estuviera amainando, jugándose la vida porque los buques navegaban en condiciones límite, ni hablemos de los aviones en tormenta, que salían a buscarlos con una fe enorme de decir ahora sí, ahora los vamos a encontrar. Yo me pongo en el lugar de ellos, de aterrizar o amarrar el buque y decir “no los encontramos”. Era un equipo más grande. En el submarino eran 44, pero después son miles.
F.L: — Esos siete días fueron durísimos.
J.B: — Yo lamento que tu experiencia con la Armada haya sido tan corta teniéndolo a tu hijo con vos, pero es algo fantástico. El dolor este hubiera sido imposible de sobrellevar si no hubiera sido con el equipo chiquito, fuerte y duro de la familia.
Jorge y Fabiana ya han dicho todo. O al menos eso creen. Sin embargo, aún quedan lágrimas para derramar. Los fantasmas, los espíritus, la energía de sus hijos iluminan el espacio.
El histórico piano de la Cámara de Oficiales de la Fragata Sarmiento parece sonar, improvisar una suave melodía para la “Oda épica al Gran Almirante Don Guillermo Brown” escrita por el marino y poeta Enrique Germán Martínez. Ese es el clima que reina y que embebe la pregunta que flota ¿Qué le dirían a Alejandro y Jorgito si estuviesen ahí?
F.L: — Que me espere. Mi fe es volverlo a ver. Mi fe es así. Traje esta foto porque es su país, con esto entregó la vida. Sus valores están acá. Con tan sólo 13 años, él ya recibiendo con tan alto honor, porque es un honor recibir un uniforme. Este es mi bebé. Le diría que me espere porque ya nos vamos a ver. Perdón...
J.B: — Yo a Jorgito solamente quiero decirle gracias. Gracias, hijo. Fue siempre un ejemplo, incluso para mí. Siempre, desde el colegio. Jugando al rugby. Abanderado de la Escuela Naval. Embarcado en un crucero norteamericano en el Golfo Pérsico. Siempre fue un ejemplo. La hija, Pili, sentía y sigue sintiendo una adoración enorme por el papá. Entonces yo no tengo más que decirle gracias, gracias por todo lo que me dio y por el ejemplo que continúa siendo para mí, un ejemplo a seguir, aunque ya estoy un poco grande para intentar emularlo. Pero él ha sido un ejemplo, es un ejemplo. No sé si para todo el país, pero sin ninguna duda es un ejemplo para mí y para toda mi familia. Yo le digo: “Jorgito, gracias por todo y andá prendiendo el fuego que nos vamos a comer un asado en el cielo”.
Video: Matías Arbotto/Gastón Taylor.
Edición de video: Cecilia Arizaga.
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