Es imposible resumir la historia musical de David Lebón, porque creó e integró muchos grupos de rock, todos emblemáticos. Pappo’s Blues, Color Humano, Polifemo, Pescado Rabioso, Serú Girán. Escribió canciones que sabemos todos y que amamos. Tengo la suerte de conocerlo y de compartir una conversación inolvidable. Una conversación atravesada íntegramente por la presencia y la ausencia de Tayda, su hija mayor. Apenas pasaron unas pocas semanas de su muerte.
“Te agradezco que me veas bien, y te puedo decir que es porque no vivís conmigo”, bromea en el inicio de la entrevista, pero no puede evitar asumir que vivió “muchas vidas dentro de la misma vida”. “Podría no estar hoy aquí, me siguen pasando muchas cosas muy fuertes. Tengo que seguir haciendo la vida que me enseñaron a hacer y no esperar a que algo me haga feliz; ser yo feliz porque estoy vivo”
—¿Por qué crees que lograste estar tan bien?
—Estoy tan mal que estoy bien. Sé cómo estoy, al lado de cómo están los demás. Los demás están hechos mierda. La gente que yo amo, los argentinos, el mundo entero. Acá es donde yo vivo y elegí vivir. Yo me quedé como un tonto acá, me secuestraron, y seguí acá.
—Sos uno de los pocos músicos de rock que fue secuestrado en la dictadura militar en 1976.
—Sí, pero los perdoné a todos, porque no saben lo que hacen, estaban entrenados para eso. Yo no hablaba ni de política, ni de drogas, siempre hablé de amor. Los tipos vinieron a mi casa, yo estaba con mis tres primeros hijos. Uno de los que entro encontró dos walkie-talkies amarillos, dos juguetes... Lo que me hicieron fue terrible, estuve a un paso de no estar acá. Me dijeron que me iban a ahogar y me iban a dejar tirado con un panfleto en el bolsillo.
—Viviste tu adolescencia en EEUU, ¿te arrepentiste de haber vuelto al país?
—No, yo no quiero volver más. A mí Estados Unidos me dio lo mejor de la vida que es la música. Bueno, en realidad Dios me dio la música, pero cuando llegué acá estaban Almendra, Manal, los escuché y me volví loco, y dije: “Acá hay mucho para hacer”. En Estados Unidos ya había muchas bandas. Cuando llegué, primero sentí el olor, el olfato, un olor argentino. Me encantaron todas las esquinas que vi, Avenida Cabildo, Barrancas de Belgrano. La vi a mi abuela, que hace años que no la veía y dije: “Acá me quedo para siempre”.
—¿Y por qué elegís la Argentina?
—Porque la amo, porque amo a la gente que está hecha pelota. Entiendo cómo está la gente. Se como están. Lloro cada dos segundos, estoy muy sensible, por cosas que me han pasado a mí personalmente. No estoy en el cielo, las estrellas están en el cielo, yo soy Oscar David Lebón. Yo los entiendo.
—Vos entendés a la gente que ha perdido gente cercana en esta pandemia
—Sí, he recibido mensajes muy amorosos en estas últimas semanas.
David hace una pausa y contiene las lágrimas. “A mí me sigue dando vergüenza llorar”. Pero tiene ganas de hablar de su hija. Quiere agradecer tantas las muestras de cariño que recibió cuando se supo que había muerto su hija mayor. “Tengo como un licuado adentro. Mi mujer, mis hijos aparecieron todos, mis nietos llamándome, realmente se formó una familia hermosa.. Cuando “voló” el primero no debería ser así. Pero pasó. Yo debería irme primero y después ellos, se supone que esa es la ley de la vida”.
“Había una época en la que yo creía que sabía todo, pero me alegra ser un ignorante así puedo seguir buscando”, dice. David es un alma joven. Se sorprende, se ríe, se emociona con facilidad. Como los chicos.
—Me ven joven y yo jodo con eso: soy un Peter Pan. Pero tengo menos memoria. Mi abuela me decía: “Vas a ver que cuando te empieces a olvidar de la gente vas a estar más feliz y aunque te acuerdes, hacé de cuenta que no te acordás”. Y era una genio total.
—¿La pérdida de la memoria la asocias al consumo de drogas de otro tiempo?
—Supuestamente no me afectó a nivel mental. Tuve que dejar el tabaco y el alcohol. Yo tomaba cocaína porque quería seguir tomando alcohol, yo quería tomar hasta quedarme dormido, pero le daba al alcohol mucho, muchísimo. Soy muy extremista, me pasa que me das un paquete de caramelos para que comas uno y en un segundo te comí todo.
Lebón cuenta que toda la vida hizo terapia, y que ahora son sus ocho nietos los que lo sanan. “Les cuento todo, tenemos charlas sobre música, como tenía yo con mi abuela, y eso es sanador”. Pero hablemos ahora de música.
—Cuando fui al homenaje de Charly García sentí que todos querían escuchar a Serú Girán, ¿la gente te pide que vuelvan a hacer algo juntos?
—Sí, y yo les digo ‘hablen con Charly’ , yo no tengo problema en tocar con Serú. Pero Oscar Moro -el baterista de la agrupación- ya no está ya, y darme vuelta y que Oscar no este...
—¿Entonces no van a volver?
—La gente tiene que pensar que no podemos tapar agujeros con cosas del pasado.
—Pero hay una orfandad...
—Tendrá que aparecer otro grupo que les llene el corazón.
—¿Y en Serú Girán había un jefe?
—Yo dejo que todos sean jefes, yo no me meto en eso, yo odié a los jefes, porque aunque no lo crean yo trabajé de otras cosas para comprarme mi primera guitarra. Odiaba cuando me trataban mal, los jefes siempre tratan mal.
La emoción va y viene. Y las risas también. Ahora hablamos del momento en que decidió que quería tener una vida sana y entrar a rehabilitación. “Lo decidí cuando iba a perder todo. Ahora por ejemplo siento que todavía no estoy curado, han pasado años desde que yo no tomo cocaína, pero no puedo ir a lugares donde se consuma. No es que sea difícil rehabilitarse, es prácticamente imposible”, asegura.
El recuerdo de Tayda va y viene todo el tiempo: “Cuando me levanté esta mañana lo primero que me apareció en la cabeza fue Tayda cantando Blanca Navidad a los 12 años en un teatro, y me puse a llorar porque era un gran artista”.
“Lo grabó con la Filarmónica de Bariloche. Vino de la escuela, se sacó el uniforme, agarró el micrófono y lo grabó. Se quedaba sin aire cuando cantaba el estribillo y me puse a llorar mucho porque me acordé de eso y dije: “Pero lo digerí, si me estoy acordando ahora es porque me importaba ese ser, sino no hubiera visto lo que vi”. Lo explica con la mirada vidriosa.
Me muestra sus tatuajes de Jimi Hendrix, y uno sin terminar de diseño floral. “Ya pasó la época de los tatuajes”, me advierte, y vuelve a recordar a Tayda. “Se tatuó todo el cuerpo”. “Yo estuve ahí, pero tampoco estuve tanto ahí porque me parecía que ya era grande como para necesitarme. Teníamos ese drama a veces, yo le decía: ‘vos podés hacer tantas cosas, tenés tanto talento y no puede ser que todavía no tengas tu conjunto, además diseñando ropa era impresionante. Últimamente no estaba bien, para nada, y la distancia, yo no sabía qué hacer, no sé que hacer todavía, simplemente tratar de recordar con amor. Vos sos la primera persona con la que pude hablar, porque no podía hablar del tema en público hasta ahora”, revela.
—Tayda está dentro tuyo.
—Sí, está dentro mío, igual que Spinetta. A Luis lo veo todo el tiempo.
—Los días más duros se atraviesan con los recuerdos, con la música, ¿vos de qué te agarrás?
—Del no entendimiento. Si no comprendés te alivia porque no te metés en eso.
—La música acompaña, a veces salva
—La música te ayuda y me dio todo lo poco que sé. Sigo aprendiendo, me da una capacidad de vivir en mi corazón y en mi cabeza. La música es un puente entre vos y Dios. Eso quiere decir que voy a vivir mucho tiempo. Yo no le tengo miedo a la muerte pero no me quiero ir, no quiero dejar a la gente que amo. Nadie me dijo en un telegrama de cómo va a ser, de a dónde nos vamos después de esto.
—¿Te da felicidad subir a un escenario?
—Me da felicidad, a veces vomito antes de ir a cantar, de los nervios. Cuando llega el momento de subir finalmente, es como estar con mi familia. Estoy seguro de que le voy a hacer bien a la gente. Tengo como una misión, pero tengo al mejor público. Siento que cuando estoy en un escenario veo mucha gente conectada, que le sale una lágrima, o que está abrazada, y eso me llena muchísimo.
Le prometo ir al show, no me lo voy a perder: siempre es una fiesta escucharlo cantar.
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