一Los que creen que es un fraude son unos vagos. Intentan analizar y no logran entender, entonces dicen: “Es un fraude”.
Kenneth Bauman tiene 63 años. Su vida se puede dividir en dos. Pasó 22 años como policía, como detective ferroviario en la empresa Norfolk Southern Railway, en Virginia, Estados Unidos. En la otra mitad, desde un día preciso de 2005, el 30 de julio de aquel año, se abocó a desentrañar un misterio, a perseguir la leyenda de un tesoro enterrado cuya fortuna se estima en más de 60 millones de dólares actuales.
“El sueño de mi vida era ser policía porque siempre quise ayudar a la gente. Lo hice, pero me costó salud mental. Especialmente después del 11 de septiembre, mi mente ya no podía soportar las presiones”, dijo Bauman en diálogo con Infobae.
En 2004, después de enfermarse y ser hospitalizado, se retiró de la policía. “22 años de aplicación de la ley fueron suficientes”, dice. Abrió una fábrica de implantes médicos que le permitió al mismo tiempo dedicarse a su pasión por descifrar enigmas. Por descifrar, quizás, uno de los rompecabezas más legendarios de la historia, que incluye un presunto botín de 1.360 kilos de oro y 2.360 kilos de plata y que aún nadie puede confirmar a ciencia cierta si es real o no.
Bauman, claro, está convencido de que los Papeles de Beale guardan un auténtico tesoro, que no se trata simplemente de un juego mental que durante dos siglos desveló a criptógrafos expertos y aficionados. “Determinar con pruebas que es un fraude y decir que es un fraude son dos cosas diferentes. El primero basa su afirmación analíticamente en la investigación; el segundo en la emoción. Los papeles son sólidos y tienen una historia que los respalda”, aseguró.
El ex policía cree haber resuelto el acertijo en apenas dos horas. Una corazonada lo llevó a probar algo que, según él, nadie había intentado antes. “Pensé que la primera letra de cada palabra podría ser clave, pero algo me decía que debía probar con la última letra”, recordó. Su intuición lo guio y la clave, según cuenta, encajó a medida, como si el código hubiera estado esperando ser descifrado.
Su método lo condujo hacia una mansión en Filadelfia. Allí, dice, puede estar la solución a un enigma centenario.
一¿Qué es lo que te motiva casi 20 años después a seguir este tesoro?
一Los misterios abundan y yo los sigo. Una vez que se descubre una clave, una vez que uno se encuentra en la madriguera del conejo, uno sigue descubriendo nuevas pistas. Yo las sigo. Las cosas se esconden a propósito. La persona que esconde cosas puede que nunca vea el fruto de su trabajo, pero es divertido y emocionante esconder cosas como lo es descubrirlas. Es un juego divertido.
La leyenda
A Thomas Jefferson Beale le gustaban los riesgos. Era un hombre dual: por un lado, heredero de una familia distinguida con raíces británicas; por otro, un aventurero mujeriego y pistolero que no temía disparar por un desencuentro amoroso. Según la leyenda, huyó hacia el Oeste tras una disputa que terminó con un hombre herido que se creía muerto. En las tierras áridas cerca de lo que hoy sería Santa Fe, Nuevo México, el destino le tenía preparada una recompensa que cambiaría su vida para siempre.
Era 1819. Beale y su grupo de exploradores tropezaron con un tesoro de oro y plata que parecía inagotable. Según se cuenta, el hallazgo fue fruto de una excavación azarosa, pero pronto entendieron que estaban sentados sobre una fortuna descomunal, más de 60 millones de dólares al valor de hoy. En lugar de quedarse a disfrutarlo, los hombres tomaron la decisión de trasladar todo el botín hacia el Este, un viaje que cruzó montañas, ríos y se extendió durante meses de incertidumbre. Al final, en 1820, enterraron el tesoro en las montañas Blue Ridge, cerca del condado de Bedford, Virginia.
Pero Beale y sus hombres no se conformaron. Decidieron volver al oeste en busca de más riquezas. Antes de partir, Beale dejó una caja de hierro cerrada al cuidado de Robert Morriss, que atendía un bar del que era habitué. Las instrucciones eran claras: si no regresaba en diez años, Morriss podía abrir la caja.
Los años pasaron y Beale nunca volvió. Morriss lo esperó mucho más tiempo de lo que él le había indicado. La caja quedó olvidada durante más de dos décadas hasta que, en 1845, el tabernero rompió la cerradura y descubrió su contenido.
Dentro de la caja había cartas y tres papeles llenos de números que Morriss no pudo descifrar. Los papeles decían que esos documentos codificados -criptografía de altísima complejidad- contenían la ubicación exacta del tesoro, precisaban cuánto oro y plata había y quiénes eran los herederos legítimos de los hombres que lo habían enterrado. Pero las instrucciones necesarias para interpretar los códigos, según decía una de las cartas, habían sido enviadas por correo. Esas claves nunca llegaron. Morriss pasó 17 años tratando de resolver el enigma y no lo logró.
En 1862, un Morriss ya envejecido y frustrado le entregó los documentos a James Ward, un amigo de la familia. Ward sí pudo descifrar uno de los códigos conocido como C2 usando la Declaración de Independencia como clave. El cifrado revelaba la magnitud del tesoro: 1.360 kilos de oro, 2.360 kilos de plata y joyas de valor incalculable. En tanto, C1 y C3, los códigos que contenían la ubicación exacta y los nombres de los herederos, permanecieron inquebrantables.
Ward dedicó 20 años más a buscar respuestas. Probó con cualquier texto que Beale pudiera haber usado como referencia. Su obsesión lo llevó a publicar los documentos y la historia en 1885, en un panfleto titulado The Beale Papers. “Dedique a esta tarea solo el tiempo que pueda reservar de su negocio legítimo. Y si no puede reservar tiempo, deje el asunto en paz”, advertía Ward.
Desde entonces, los Papeles de Beale desvelaron a criptógrafos, matemáticos y cazadores de tesoros por igual. La idea de un botín enterrado, inmenso y oculto, sigue viva en la imaginación colectiva. Pero para algunos, como Kenneth Bauman, es más que una leyenda: es un desafío que aguarda ser resuelto.
El descubrimiento de la mansión
Durante más de un siglo, miles y miles de expertos, aficionados y cazafortunas intentaron resolver el código de Beale. Las soluciones más verosímiles conducen a ubicaciones dispares, desde cuevas en Pensilvania hasta bóvedas olvidadas en Virginia. Según Bauman, no existe una única respuesta correcta. Considera que hay hasta cuatro soluciones consistentes. “Cuando una solución desafía cualquier otra posibilidad, entonces esa solución reina para estudiarla y llevarla a buen término”, señaló. Y aunque él mismo admite la consistencia de cuatro metodologías distintas, cree que haber encontrado la llave al enigma.
La idea de que los códigos de Beale conduzcan a una mansión del siglo XVIII no es, a simple vista, la más obvia. Bauman llegó a tal conclusión a través de un enfoque radical: en lugar de usar la primera letra de cada palabra de la Declaración de la Independencia estadounidense como clave para el cifrado, empleó la última. “Había dos posibilidades: la primera letra o la última. Mi intuición me llevó a la última”, dijo.
El resultado inicial lo desconcertó. Lo llevó a una secuencia de letras sin sentido, que cualquier mortal desestimaría. Pero los criptógrafos saben que el caos esconde orden. Invirtió la secuencia y obtuvo una frase que parecía absurda, pero a la vez intrigante: “Ere fen due red knee”. Sería la punta para su descubrimiento.
Según Bauman, “ere” es una palabra del inglés antiguo que significa cavar o arar; “fen” se refiere a un pantano, y “red knee” es el nombre de una especie de tarántula mencionada en el cuento El escarabajo de oro de Edgar Allan Poe. Todo apuntaba hacia el célebre escritor, cuya habilidad criptográfica y obsesión por los enigmas le otorgan, en la teoría de Bauman, un papel central en el misterio de Beale.
“La historia de misterio de los Documentos de Beale huele a Edgar Allan Poe. Él era superior en este género. La complejidad de las ‘cuatro’ metodologías da credibilidad a la participación de un maestro: Poe era un maestro de la criptografía. Ahora bien, exactamente cómo se unieron las cuatro en un tomo, en un misterio, en una historia... bueno, algunas cosas siempre serán un misterio”, indicó.
Pero, ¿cómo conecta la frase con una mansión? La clave, explicó, está en Mount Pleasant, una residencia imponente del siglo XVIII ubicada en Filadelfia, junto al río Schuylkill. Bauman cree que Poe, el supuesto autor detrás de los códigos de Beale, utilizó referencias literarias y cifrados complejos para guiar a los buscadores hacia el lugar.
La elección de la última letra no fue casual. “Los criptógrafos suelen esconder mensajes al revés”, explicó. Ese principio lo llevó a invertir el texto cifrado, lo que reveló un patrón que encajaba con su interpretación literaria. A partir de ahí, las conexiones con Poe se multiplicaron y reforzaron su hipótesis de que el escritor es el verdadero creador de los códigos detrás del seudónimo de Beale y que la solución se encuentra en Mount Pleasant.
Cuando Bauman publicó su teoría, pronto le llovieron críticas de otros buscadores, que consideran que su historia tiene lagunas. La historia de la mansión, según él, tiene un magnetismo especial. “Es un lugar privado, en el que trabajen individuos con los que llevo años colaborando. Allí existe una bóveda o búnker que podría contener el tesoro. La historia de Beale en su totalidad es el código que revela la ubicación”.
Buscar sin que importe (tanto) encontrar
Una y otra vez, Bauman pidió permiso para registrar la mansión y por fin saber si su método estaba en lo cierto o no. El Museo de Arte de Filadelfia, que representa al propietario del inmueble, siempre le denegó el acceso.
一Típico. Nadie va a permitir que se valide un tesoro y mucho menos que alguien se lo apropie. Por eso sigo adelante, con fervor, sin poner un dedo sobre el oro. Saber dónde está, gracias al esfuerzo mental, es suficiente. Es el dulce para la mente. Tal vez inspire un artículo, una novela... pero eso es todo.
La frustración por no poder validar su descubrimiento no lo detiene, aunque Mount Pleasant continúa como un objetivo fuera de su alcance. “Lo más irónico es que mi método para buscar sería simple: un detector de metales sobre algunos ladrillos. No hay daño, no hay invasión. Pero claro, saben lo que podría revelarse”.
Su conexión con la mansión, dice, trasciende lo físico. Su fachada siempre le pareció poderosa. “Descubrí un secreto que yace en su historia y en sus cimientos. Incluso sin validarlo, la comprensión del descubrimiento es más gratificante que la decepción de no tener acceso”.
一¿Y si nunca encuentra el tesoro? ¿Habrá valido la pena el camino?
一Por supuesto. Es una cuestión de perspectiva. El proceso de resolver el misterio, de interpretar la complejidad de los códigos, es tan valioso como el tesoro en sí. Las horas dedicadas, las conexiones establecidas y las lecciones aprendidas no se pueden medir en oro.
一¿Cree que el misterio de los Papeles de Beale fue diseñado más como un juego intelectual que como una guía para encontrar un tesoro real?
一¡Ambas cosas! Poe era un maestro. No solo creó un código, sino una red compleja de conectividad. Era su forma de gritar: “¡Mirame!”. Y yo lo veo.
Lo que Bauman describe como “dulce mental” tiene tanto peso en su narrativa como la posibilidad del oro enterrado. “Es la complejidad la que hace que todo valga la pena. Esa sensación de satisfacción al descansar después de un día de trabajo intelectual... eso ya es un tesoro”.
La historia del tesoro no está completa y quizás nunca lo esté. Pero no todo misterio necesita una solución concluyente. Bauman -y muchos otros- se conforman con el placer mental de intentar descifrarlo.