Podría ser perfectamente una trama de Black Mirror. Y de hecho lo fue. Once años atrás, en la segunda temporada de la serie futurista, la protagonista de uno de los episodios, afligida por la muerte de su esposo, se conecta a través de una aplicación con el clon digital de su pareja. Interactúa con él para aliviar el dolor de la pérdida y su repentina soledad.
En 2017, una empresa llamada Etermine propuso crear avatares de personas fallecidas a partir de sus huellas digitales, de toda aquella información que se pudiera recabar. El proyecto recibió el mote despectivo de “Skype para los muertos”. No funcionó porque la tecnología -los algoritmos de inteligencia artificial y aprendizaje automático- aún no estaban maduros, pero sentó un precedente en las herramientas que desembarcarían unos años después ya sí con mayor éxito.
La llamada “resurrección digital” se basa en datos históricos como chats, fotos, audios y vídeos. Se sirve de la IA para reproducir el tono de voz, la imagen e incluso el comportamiento de las personas muertas, con resultados que sorprenden y estremecen en partes iguales. La vida digital después de la muerte ya toma rasgos de industria y avanza al compás del desarrollo meteórico de la tecnología generativa. La intención, casi siempre, es sostener un vínculo -aunque sea digital- post mortem.
“La gente quiere tener la oportunidad de volver a hablar con su ser querido: ya preservan sus recuerdos de muchas maneras diferentes y parecen abiertos a los avances tecnológicos en este aspecto de su vida. Si lo piensas bien, los álbumes de fotos dieron paso a los videos y a recordatorios más sofisticados. Esto continúa esa trayectoria”, señaló Owen Phillips, portavoz de StoryFile, en diálogo con Infobae.
StoryFile es una de las empresas líderes del incipiente mercado de la resurrección digital. Se creó cuando sus cofundadores Stephen Smith y Heather Miao-Smith trabajaban en un proyecto entrevistando a sobrevivientes del Holocausto. Querían encontrar una manera de replicar la experiencia única de tener conversaciones reales con protagonistas de historias trascendentales, en lugar de simplemente mirar un documental en video. Entonces inventaron el video conversacional impulsado por inteligencia artificial.
En el caso de esta startup con sede en California, las respuestas se registran mientras la persona vive, por lo que no interviene IA generativa y eso -aseguran- impide la posibilidad de desviaciones. Se sirve de la tecnología para escoger las mejores interacciones entre el catálogo de respuestas ya grabadas. Otra compañía, HereAfter AI, ofrece un servicio similar: avatares que los usuarios crean respondiendo cuestionarios y cargando información.
Pero hay muchas otras herramientas que surgieron en el último lustro que sí exprimen el potencial de la inteligencia artificial generativa. Replika y Project December, por caso, crean chatbots que replican las personalidades de personas ya fallecidas para que los clientes interactúen con ellos.
“Hemos escuchado de muchas personas que el simple hecho de saber que tienen el registro de su ser querido para verlo en el futuro, cuando se termine su vida, es un gran consuelo. Esa sensación de que las historias de la persona se están perdiendo: esa última pregunta que deseabas haber hecho o querías hacer por centésima vez y nunca más volverás a escuchar la respuesta. Es una de las muchas partes dolorosas del duelo”, advirtió Phillips.
Si bien nunca se propusieron ser una “tecnología de duelo”, lo cierto es que desde que su fundador Stephen Smith usó un avatar interactivo de su madre durante el funeral de ella, el servicio nunca pudo dejar de estar ligado al duelo, al momento de dolor inmediatamente posterior a una muerte. El interés por aplacar esa pena se multiplicó.
Ya en los últimos, la IA dejó de ser ajena al gran público, su uso se masificó por la simplicidad de sus herramientas y, en ese contexto, lo que parecía una locura futurista propia de una serie distópica se convirtió en una realidad tangible.
De la mano de esa irrupción, surgen inquietudes, objeciones que marcarán el futuro del negocio: Desde el vamos, ¿debería permitirse resucitar digitalmente a una persona sin su consentimiento? ¿Qué planteos éticos y jurídicos trae aparejada esa decisión? Y sobre el impacto en el cliente que contrata el servicio: ¿es seguro que los clones digitales ayudarán a aliviar la tristeza de una muerte y no prolongarán el duelo, con efectos psicológicos adversos? ¿Se trata, entonces, de una nueva forma de inmortalidad?
Hasta el momento, la compra de servicios comerciales de resurrección digital representan excepciones. Clientes que perdieron un ser querido y utilizan una de estas herramientas para que el duelo se les vuelva más tolerable. En general, todos ellos expresan el deseo de “volver a ver” a sus familiares o amigos, aunque sea a través de una pantalla.
China lidera esta industria incipiente. La empresa de inteligencia artificial Super Brain, ubicada en Nanjing, ya completó más de mil pedidos de resurrección. En los próximos años se espera que la tendencia consiga mayor penetración también en Occidente. A tal punto que la consultora iMedia Research estimó que ya en 2025 el mercado de los humanos digitales superará los 6 mil millones de dólares y el tamaño del mercado circundante impulsado por tal crecimiento podría multiplicar por 13 esa cifra.
El impacto psicológico en quien adquiere uno de los servicios aún está en análisis. Una interacción excesiva con el clon digital, se cree, puede prolongar el duelo y provocar inestabilidad. Katarzyna Nowaczyk-Basinska, investigadora en el Centro para el Futuro de la Inteligencia de la Universidad de Cambridge, es coautora de un estudio reciente sobre el tema. Ella analizó las posibles consecuencias negativas de la adopción de soluciones de IA generativa en la industria de la vida digital después de la muerte (DAI, por sus siglas en inglés).
“El mercado de la llamada vida digital después de la muerte se ha acelerado significativamente en los últimos años. El desarrollo de la IA generativa fue un gran impulso para toda la industria. Por un lado, surgieron muchas nuevas empresas comerciales, conocidas como servicios de recreación, con el objetivo de monetizar nuestra experiencia post mortem mediante la creación de varios tipos de simulaciones basadas en texto, imágenes o voces de los fallecidos. Y, por otro lado, democratizó el acceso a esta tecnología”, indicó Nowaczyk-Basinska ante la consulta de Infobae.
El boom de la IA generativa hizo que los proyectos de inmortalidad sean más accesibles en precio y elaboración. Hoy, tan solo con conocimientos básicos y un presupuesto ínfimo, las personas pueden resucitar digitalmente a sus seres queridos cargando sus huellas digitales a través de plataformas que simplifican el proceso. El lema es: “Hágalo usted mismo”.
En su artículo, la investigadora hace un repaso por las herramientas disponibles que se comercializan en el mercado. Hay una variedad de términos para catalogar el producto: “deadbots”, “thanabots”, “avatares post mortem”, “griefbots”, “ghostbots” y “clones mentales”. Por lo que se observa, hasta ahora se usan de forma intercambiable, sin una clara diferenciación o especificación.
一¿Cómo explicaría el impulso humano de mantener una relación digital con una persona muerta?
一La idea de cuidar a los muertos es una de las características más definitorias de toda vida humana y de cualquier forma de organización social y cultural. Obviamente, este “cuidado” significa cosas diferentes en diferentes contextos, y para algunas culturas, la idea de estar en una relación con los antepasados es más natural que para otras.
一¿Hay una búsqueda de inmortalidad que puede ser peligrosa?
一Definitivamente la tendencia actual en la resurrección digital es la respuesta a la antigua pregunta de la inmortalidad y de cómo podemos seguir viviendo a pesar de nuestra desaparición biológica. La primera y principal función de la idea de la inmortalidad siempre fue neutralizar el miedo a la muerte. Básicamente, la misma motivación está detrás del uso de la IA en esta industria. Sin embargo, también deberíamos ser muy cautelosos y un poco más desconfiados porque estamos en un momento sin precedentes en la historia de la inmortalidad, en la que nuestra presencia post mortem y el cuidado de los muertos están totalmente arraigados en la lógica del mercado comercial, para el cual el valor principal es el beneficio económico.
Masaki Iwasaki se doctoró en la Universidad de Harvard y hoy es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Seúl. El año pasado llevó adelante un estudio sobre un tema crucial vinculado al nuevo negocio de la resurrección digital: el consentimiento. ¿Está bien crear un avatar -un chatbot o la variante tecnológica del caso- de una persona que no dio el visto bueno mientras estaba en vida?
El profesor planteó un caso hipotético a adultos estadounidenses. Una mujer de unos 20 años muere en un accidente de tránsito. Sus amigos pretenden resucitarla en versión digital y una empresa se ofrece a brindar el servicio. De inmediato les preguntó a los participantes: ¿están de acuerdo con la práctica post mortem? ¿En qué escenarios lo aceptarían y en qué escenarios no?
“Quise identificar si existe una diferencia en el grado en que las personas aceptan socialmente la resurrección digital en función de si el fallecido expresó explícitamente su acuerdo o desacuerdo durante su vida”, explicó Iwasaki en diálogo con Infobae.
Los resultados mostraron que, cuando hay acuerdo por parte de la persona fallecida, el 58% de los encuestados considera que la resurrección digital es socialmente aceptable, mientras que solo el 3% la considera de la misma manera si la víctima se expresó en contra del uso de su personalidad post mortem. Cuando se desconocen los deseos de la joven, tan solo el 11% de los participantes adhiere a la práctica.
“Estos resultados sugieren que debemos respetar las decisiones del fallecido con respecto a la resurrección digital”, remarcó el autor del estudio, quien también indagó en la propia resurrección digital. Les preguntó a los participantes si avalarían el uso de su imagen, de su voz, de su gestualidad para que sus familiares y amigos puedan interactuar con ellos en el plano virtual. El 59% se opuso a que le generen un clon digital en el futuro.
“La revolución de la IA generativa permitió la creación de clones digitales más sofisticados que pueden imitar con mayor precisión las personalidades y los comportamientos de las personas fallecidas. Esto llevó a un aumento exponencial en la demanda del mercado, al mismo tiempo que plantea cuestiones éticas con respecto a la creación y el uso de los avatares”, señaló Iwasaki.
一¿Qué potenciales problemas podría haber con un clon digital?
一Un clon digital podría hacer declaraciones o realizar acciones que contradigan las filosofías y creencias de la persona que encarnan. Incluso podría revelar información que el fallecido deseaba mantener en privado. Si se desarrollara como un deepfake, la gente podría creer erróneamente que se trata de las declaraciones y acciones reales del fallecido.
一¿De ahí la necesidad de una regulación?
一Los juristas ya han remarcado que la resurrección digital debería ser permisible en función del acuerdo o desacuerdo del fallecido. Dado que se necesita más investigación, no tengo una opinión definitiva sobre este asunto. Los resultados pueden variar según el país y la cultura. Hasta donde sé, hoy no existen normas que regulen directamente la resurrección digital de los muertos. En la mayoría de los países, no se reconocen los derechos de privacidad y personalidad de los fallecidos. Es un asunto de debate hoy entre expertos en derecho.
El debate contiene una inquietud que pronto deberá zanjarse: ¿debemos incluir directivas digitales en nuestros testamentos? Es posible que sea una buena idea. En el futuro -y el futuro es en verdad cercano-, las soluciones dentro de la industria de la resurrección digital serán más completas. Los clones digitales se volverán más inteligentes, podrán comprender su entorno e integrarse a la vida terrenal en forma transversal. La línea entre humanos creados con IA y humanos de carne y hueso se difuminará y entonces seremos inmortales. O algo así.