Elisabeth Sulser tenía 16 años cuando se dio cuenta de que percibía la música y el sonido de forma poco convencional, diferente a la gente que la rodeaba. Fue una tarde de tormenta en su ciudad natal Cuera, Suiza, cuando reconoció desde su ventanal que escuchaba la lluvia, el impacto de las gotas contra el suelo, no solo como sonidos, sino también como colores. Su mundo sensorial se expandía sin que ella hiciera el menor esfuerzo, incluso en contra de su voluntad. A cada sonido su mente le asignaba involuntariamente un color.
Antes de ese día, durante su infancia y preadolescencia, siempre se había interesado por la música: ya la captaba tanto con el oído como con la vista, podía “ver” las notas, pero lo tomaba con naturalidad, no sabía que era una capacidad especial que solo ella tenía. Le parecía normal que el sonido y el color estuvieran vinculados, la ayudaba también a pintar y explorar su veta artística.
“Si bien lo creía normal, una parte de mí siempre me decía que algo era diferente. Yo era una niña tranquila y observaba mucho. Voces, ruidos, música, movimiento, interacción, comunicación, todo eso me atraía, pero nunca estuve en medio de ese caos auditivo. Lo observaba todo desde una distancia segura”, recordó Sulser en una entrevista con Infobae.
Ese día de tormenta marcó un quiebre en su vida. Tomó conciencia de la conexión que en su cerebro tenían el sonido y el color. Cuando lo intentó hablar con sus padres, sus amigos, incluso profesores, ninguno de ellos sabía de qué podía tratarse, si era una condición especial o si simplemente era una falla en su percepción. No lograba entender qué le sucedía hasta que se topó con un libro que describía la sinestesia.
Saber que no era la única la tranquilizó. Se estima que alrededor del 4% de la población mundial son sinestésicos: ante un estímulo determinado, en ellos se activa un sentido que, en principio, no debería intervenir. La experiencia más habitual es la de quienes le asignan un color a cada número o letra que escuchan o leen. Sin embargo, su caso, reconoció después, era muy inusual. Solo una persona cada 500 mil tiene su extraño talento que no se limita solo a percibir sonidos como colores.
Su caso es tan raro, prácticamente único, por lo que advirtió unos pocos años más tarde, cuando ya estudiaba música antigua en la Schola Cantorum Basiliensis, ubicada en Basilea. Entre melodía y melodía, empezó a notar que su gusto también reaccionaba ante los estímulos auditivos, comenzó a sentir un cosquilleo singular en sus papilas gustativas. Aparecían sabores en su boca sin explicación. Se dio cuenta de que no solo podía “ver” la música, sino que también podía “saborearla”. Entonces decidió acudir a especialistas.
“La sinestesia es la experiencia física involuntaria de un vínculo intermodal”, dice la definición técnica. Por ejemplo, escuchar un tono (el estímulo inductor) evoca una sensación adicional de ver un color (percepción concurrente). Justamente el del color es el tipo más frecuente de sinestesia. Las percepciones concurrentes del gusto, como la que tiene Elisabeth Sulser, son muy extrañas.
Tres investigadores de la Universidad de Zúrich -Gian Beeli, Michaela Esslen y Lutz Jäncke- tomaron el caso. En un artículo publicado en 2005 en Nature, lo describieron del siguiente modo: “La paciente experimenta diferentes gustos en respuesta a escuchar diferentes intervalos tonales musicales. Siempre que esta mujer escucha un intervalo musical específico, automáticamente experimenta un sabor en la lengua que mantiene un vínculo sistemático con ese intervalo musical. Hasta donde sabemos, esta combinación de estímulo inductor y percepción concurrente no se ha descrito antes”.
Ante la novedad del caso, los científicos desarrollaron un test a medida de su capacidad sensorial. Sulser tuvo que reconocer cuatro intervalos musicales que suele asociar con gustos específicos en tres situaciones. En los dos primeros escenarios, los investigadores le pusieron en su lengua una pipeta con diluciones de sustancias que a veces se ajustaban a los sabores que la paciente relacionaba con un determinado intervalo y a veces no. En la tercera etapa del test no se le suministró ningún estímulo gustativo.
A medida que reconocía el intervalo musical, Sulser debía presionar lo más rápido posible la tecla correspondiente. Ya con los resultados sobre la mesa, compararon sus tiempos de reacción con los de otros músicos profesionales sometidos al mismo ejercicio.
En la última situación, descubrieron que obtuvo resultados similares a sus colegas. Por otro lado, cuando recibió las sustancias correspondientes a los sabores que su cerebro inducía, fue más rápida que los otros músicos al identificar los intervalos. Al contrario, cuando los investigadores le dieron, por ejemplo, una gota salada mientras escuchaba un “intervalo dulce”, su tiempo de reacción fue más lento.
Para Jäncke, uno de los autores del estudio, no hay duda de que la variedad de tiempo en las reacciones se debe a una forma única, hasta ese momento desconocida, de sinestesia. “Probablemente haya acoplamientos muy fuertes entre varias áreas del cerebro, que luego funcionan como autopistas de información”, señaló. “La mujer no sólo ‘detecta’ el sabor de un sonido, sino también el de un intervalo de dos notas tocadas casi simultáneamente”, agregó.
En el informe detallaron cada una de las asociaciones audio gustativas que Sulser tiene. Sus intervalos musicales y su respectivo sabor de boca:
Segunda menor ----- Ácido
Segunda mayor ----- Amargo
Tercera menor ----- Salado
Tercera mayor ----- Dulce
Cuarta ----- Hierba segada
Tritono ----- Repugnancia
Quinta ----- Agua pura
Sexta menor ----- Nata
Sexta mayor ----- Nata baja en calorías
Séptima menor ----- Amargo
Séptima mayor ----- Ácido
Octava ----- No tiene sabor
-Tu capacidad de sinestesia tiene dos componentes: ver el sonido y saborearlo. Primero, ¿cómo le explicarías a alguien que nunca lo experimentó tus sensaciones al percibir los sonidos como colores?
-No veo la música con tanta claridad y realismo como veo a los objetos tangibles y a las personas. Es más como una niebla de color que pasa frente a mi mente. Sin embargo, cuando realmente me concentro en la música, veo esta niebla de colores más que cualquier otra cosa. No puedo apagar los colores. Me resulta imposible escuchar música transparente. Los colores siempre están ahí.
-¿Cómo funciona? ¿Cada nota tiene un color asignado en tu mente?
-Sí, exacto. Cada nota tiene su propio color. Por ejemplo, una C es roja, una G es azul, una D es amarilla y una F es verde. Cuando escucho una sola nota, veo una línea de color. Cuando escucho un acorde, hay tres colores a la vez y cuando escucho música, veo imágenes en colores.
-El otro componente de tu sinestesia, quizás más sorprendente aún, es el gusto…
-Sí, en cuanto al gusto, necesito dos tonos para percibir el sabor. Prácticamente puedo saborear el intervalo entre los dos tonos. Una tercera mayor tiene un sabor dulce y una sexta tiene un sabor cremoso. Cuando sé que una partitura contiene muchas sextas, me alegro porque me encanta la nata.
Sulser hoy tiene 46 años. Vive de la música. Se especializó en flauta dulce en la Escuela de Música, Drama y Danza de Zúrich. Sus intereses variados la llevaron a incursionar en distintos estilos: toca música medieval y barroca, pero también apuesta por melodías tradicionales de Suiza, España, Italia, Grecia e Irlanda.
-¿Cuánto te ayudó tener este talento para tu carrera?
-Hago música con mucha facilidad. Para mí la música es alegría, diversión, imagen y expresión. Como percibo la música en colores y formas, puedo recordar muy bien las piezas musicales y por eso no necesito las partituras durante los conciertos. Los colores me dan un mapa interior, en el que puedo ver la melodía y las armonías. Esto hace que me resulte muy fácil memorizar música.
-¿Dirías que es una molestia de alguna manera?
-Sí. Hay momentos en los que los estímulos acústicos se vuelven demasiado para mí. Por momentos, todos los sonidos me molestan mucho. La música, las voces humanas, el ruido de los autos se vuelven insoportables y no logro controlarlo. En esos momentos me refugio en la naturaleza. Los sonidos típicos de la naturaleza -el mar, las olas, el viento- nunca me molestan.
-¿Con el tiempo, pudiste desarrollar un método para escapar y dejar de escuchar ruidos molestos?
-Hasta ahora no he encontrado un método para filtrar ruidos desagradables. Al contrario, siento que cuanto más esfuerzo hago, más me molestan. Van directamente hacia mí y se apoderan de mí. En general, trato de evitar el ruido. Por ejemplo, solo viajo en primera clase de tren y, de ser posible, de noche o en horarios en los que hay pocas personas en los vagones. Cuando estoy sentada en el tren y hay mucho mucho movimiento gente, se produce un caos de voces y olores que no es para mí.
-Si tuvieras la opción, ¿preferirías desactivar la sinestesia por completo?
-En realidad no. No me gustaría anular la sinestesia. La acepté hace mucho tiempo y además también tiene muchos aspectos positivos que disfruto.
-Algunos artículos periodísticos te mencionan como una “superhumana”. ¿Te sentís identificada con ese mote?
-¡Definitivamente no me veo como una superhumana! Hay tantas maneras de ser humano, cada uno es diferente y único a su manera. Cuando pienso en mis amigos y compañeros, nadie es igual. Y me veo como parte de ellos, tal vez como una especie más rara, pero como parte de un todo más grande... Pero definitivamente no como una superhumana.