Alex Rawlings nació hace 32 años en Londres. Creció en una de las ciudades más multiculturales y multilingües del mundo. Al salir de su casa, durante su infancia, escuchaba unos cincuenta idiomas diferentes. En su colegio, casi todos sus compañeros tenían por lo menos un padre de otro país. En su caso, su papá nació en el norte de Inglaterra, pero su mamá es de ascendencia griega.
“Me acuerdo que de niño cuando mi madre intentaba enseñarme el idioma que ella había aprendido de mi abuela, yo siempre contestaba en inglés. Hasta los ocho años casi no había dicho ninguna palabra en griego y eso a mi mamá le preocupaba bastante”, recordó Rawlings en una entrevista con Infobae.
Entonces, a su mamá se le ocurrió una idea: emprender un viaje al pueblo de Grecia donde se había criado su familia. Por primera vez, Alex se topó con gente que no entendía inglés. Lo obligó a hacer un esfuerzo extra para hablar el idioma que llevaba ya ocho años absorbiendo, pero que siempre había evitado.
A lo largo del verano, empezó a incursionar en el idioma. Cuando regresó a Inglaterra para iniciar el nuevo año escolar, su madre le dijo que no paraba de hablar griego todo el tiempo y en todas partes. Durante ese viaje no solo interiorizó el griego. Al ser un destino turístico internacional, tuvo contacto con el alemán, el italiano, el francés, el holandés. En ese momento, sin darse cuenta, se había enamorado de los idiomas.
“Comprendí que los idiomas no eran solo un juego que le gustaba jugar a mi madre conmigo, sino que eran una forma de conectar con la gente por todo el mundo y de escapar de las limitaciones que nos pone nuestro idioma nativo y el lugar donde nacemos. Entonces decidí intentar aprender todos los idiomas del mundo para tumbar barreras y fronteras y encontrar a gente con la que comparto intereses, pasiones y amistades, aunque nos separe el idioma”.
Alex integra un grupo selecto: el de los hipérglotas, personas que hablan más de diez idiomas. En su caso, domina 16: además del inglés nativo, habla griego, alemán, ruso, español, catalán, holandés, francés, afrikáans, portugués, italiano, serbio, húngaro, hebreo, yiddish, y zulú.
-¿Cómo funciona tu cabeza? ¿Por momentos no te sentís al borde del colapso con tanta información dentro?
-(Se ríe) Si me siento al borde del colapso, no creo que sea por los idiomas que hablo. Al revés, a veces creo que hablar muchos idiomas es lo que me salva. Mira, una cosa que sí noté con los muchos idiomas que aprendí es que el proceso se me hace cada vez más fácil, ya que empiezo a percibir patrones lingüísticos y aspectos comunes que -sean verdaderos o no- me ayudan a recordar y retener más información nueva. Aprender idiomas que no sean de tu cultura te ayuda también a ver el mundo de forma distinta. Te ayuda a pensar con más flexibilidad y más creatividad.
-¿Por ejemplo?
-Mi idioma nativo -el inglés- es un idioma muy rígido en lo que se refiere a la sintaxis y la gramática. No se puede jugar con el orden de las palabras tanto como en español, en griego, húngaro o en idiomas eslavos como el ruso o el serbio. El inglés tiene un vocabulario enorme que te permite describir y expresar muchas emociones, pero siempre de la misma forma y en el mismo orden. Yo lo siento cuando hablo el inglés. Siento que estoy más limitado en las formas que dispongo para expresarme. En cambio, por poder jugar y reordenar las palabras en una frase con más libertad en idiomas como el español o el griego, siento que tengo muchísima más libertad expresiva. Y eso, digo, también se nota en las culturas de esas comunidades lingüísticas, ¿no?
-¿Somos como hablamos?
-Creo que en las construcciones lingüísticas que tiene cada idioma se codifica mucha filosofía. Por ejemplo, en el inglés las emociones son algo que proviene de uno mismo, como “I’m too lazy to do that today”. Pero en esa expresión, el inglés te da una responsabilidad por tus emociones. Tú eres el perezoso. En cambio, en español dirías: “Me da mucha pereza hacerlo hoy”. La pereza no proviene de ti mismo, sino del mundo, entonces no eres tan culpable de la emoción que sientes. En griego, se lo diría de forma muy distinta. Dirías ‘βαριέμαι’, que significa que la idea de hacerlo ‘te aburre’, también absolviéndote de la culpa por no hacerlo.
300 horas de aprendizaje
Estela Klett es una referencia del plurilingüismo en la Argentina. Durante más de 50 años se dedicó a la enseñanza de idiomas y dirigió el departamento de Lenguas Modernas de la UBA. Hoy es profesora consulta de la Facultad de Filosofía y Letras y considera que, para aprender un idioma extranjero, no hay secretos. Demanda tiempo y energía.
“El tiempo depende de la persona, del deseo o motivo que lo lleva a aprender y del lugar donde realiza el aprendizaje. Si estudia en un país y aprende su lengua de comunicación social (ejemplo: un hablante argentino estudia inglés en Inglaterra o Australia), logrará los objetivos más pronto que si estudia inglés en Argentina, en una institución de enseñanza”, explicó Klett en diálogo con Infobae.
Según la experta, la fluidez a la hora de hablar una lengua que no es la propia se adquiere en al menos 300 horas de clases en un instituto. Los factores que condicionan el aprendizaje, agregó, son la edad, la motivación, la práctica y el estudio frecuente.
“El método más eficaz para aprender un idioma es la interacción sostenida en la lengua estudiada. Los libros de texto que siguen las orientaciones del enfoque comunicativo y accional para las lenguas extranjeras suelen ser eficaces en mano de un profesor comprometido y un alumno deseoso de aprender”, remarcó.
El método de Rawlings
Alex Rawlings trabaja como periodista freelance, es también escritor y cineasta. En 2012 fue reconocido como “el estudiante más multilingüe del Reino Unido”. Como hipérglota, descubrió y aplica un método de aprendizaje -que volcó en su libro “How To Speak Any Language Fluently”- que promete dominar un idioma en tres meses.
Para él, hay tres puntos claves que inciden en el éxito en el aprendizaje de idiomas. Primero, la motivación. Tiene que haber un “porqué quiero aprender un idioma”. Segundo, los recursos. Tercero, el tiempo.
“La lista de idiomas que yo hablo puede parecer muy aleatoria para alguien que no me conozca, pero la verdad es que detrás de cada idioma que he conseguido aprender, se esconde una historia. Hay una amistad, hay un viaje, hay un escritor o un director de cine que me gusta, o he trabajado o vivido en el país. Luego, tienes que ver cuáles son los recursos que tienes a tu disposición. Aquí vemos la desigualdad enorme en el mercado de los idiomas, ya que algunos tienen muchos recursos (como los idiomas principales europeos y asiáticos), pero otros no como todos los idiomas minoritarios o indígenas, como los idiomas africanos de Sudáfrica, donde me encuentro estos días”, señaló.
Aunque lo más importante de su método radica en el tiempo. O, más bien, en la distribución del tiempo. Rawlings recomienda dedicar una hora por día al estudio de un idioma los siete días de la semana, cinco o al menos tres durante el primer trimestre de aprendizaje. Esa hora de estudio la distribuye en tres bloques: 15 minutos a la mañana, luego media hora después del almuerzo y, por último, otros 15 minutos por la noche. En la repetición y la consistencia en ese esquema para nada irrealizable, cree, está la llave del éxito. Al menos de su éxito.
El método 15/30/15, dice, no se siente como una carga para el aprendiz. Los primeros 15 minutos, con el cerebro recién activándose por la mañana, los recomienda para repasar contenidos del día anterior. La sesión más extensa, la de 30 minutos, sí está abocada a aprender nuevas palabras, nuevas estructuras gramaticales, a mejorar la pronunciación. La última sesión de 15 minutos también está destinada a repasar los aprendizajes del mediodía. El énfasis en el repaso es para asentar conceptos y tener la sensación de progreso. Los recreos, según su teoría, sirven para que el cerebro absorba inconscientemente la información.
-¿Siguiendo ese modelo en cuánto tiempo debería hablar con fluidez un nuevo idioma?
-Aquí no hay una respuesta sencilla. Yo lo recomiendo seguir, en principio, por tres meses, pero cada persona aprende idiomas de manera distinta, que es algo que no se refleja bien en el sistema escolar. Mucha gente se decepciona en las aulas y nunca más se dedican a aprender un idioma extranjero. La única forma de superar eso es volver a intentar con la mente abierta y ver lo que te funciona y también lo que no.
-¿Se puede dar por finalizado el aprendizaje de un idioma en algún momento?
-La verdad que sabemos todos los que nos dedicamos a aprender idiomas es que el proceso de aprendizaje no se termina nunca. Siempre hay más que aprender. Siempre vas a cometer algunos errores. Siempre se te van a escapar algunas palabras. El secreto es disfrutar del proceso, no solo tener ganas de llegar al final. Pero, desde el inicio, habla el idioma que escogiste tanto como puedas, aprovecha cada oportunidad que se te presenta, y luego irás viendo cómo vas mejorando y obteniendo más confianza.
Un pasaporte al mundo
El idioma es quizás la barrera más difícil de sortear a la hora de conocer a una persona o de adentrarse a la historia de un país o de acceder a una cultura. Rawlings define al multilingüismo como un pasaporte que le abrió puertas tanto en las grandes metrópolis como en los pueblos más recónditos del mundo.
“No me podría imaginar mi vida sin hablar tantos idiomas. Aprender idiomas es un pasaporte que te da la oportunidad de entrar en espacios en los que normalmente se supone que no deberías estar. Si no hablara idiomas, supongo que todavía estaría en Londres mirando la lluvia por la ventana y pensando en cómo pagar la hipoteca. Todos mis amigos serían ingleses”, advirtió.
El periodista británico vivió en siete países a pesar de su juventud: Reino Unido, Rusia, Alemania, Hungría, Grecia, España, y Sudáfrica. Y además viajó mucho, tanto por placer como por trabajo, invitado a congresos o a dar talleres como los que brindó en Argentina y Brasil la única vez que visitó Latinoamérica.
“Con los idiomas he aprendido que hay muchas formas de vivir tu vida, y que hay más cosas que valen la pena conseguir que solo avanzar poco a poco en una carrera que nunca te ha apasionado de verdad”, reflexionó. “La oportunidad de tener una vida la recibimos solo una vez. Espero que cuando acabe la mía, pueda decir que logré conocer el mundo, ver sus rincones, comprender sus bellezas y sus peculiaridades. Pero lo más importante, decir que he podido comunicarme con la gente en su idioma, sin obligar a nadie a hablarme en el mío”.