El 28 de abril de 2001, el multimillonario Dennis Tito, -primero ingeniero aeronáutico y después devenido a inversor en Wall Street- despegó en la nave rusa Soyuz desde un cosmódromo ubicado en Kazajstán. Se convirtió así en el primer turista espacial de la historia. Pasó una semana en la Estación Espacial Internacional (ISS), a unos 400 kilómetros de la Tierra, después de pagar 20 millones de dólares.
Pasaron más de dos décadas. La industria del turismo espacial sigue siendo joven, tiene pocos actores y un puñado de vehículos operativos, pero establece hitos. Después de pruebas fallidas y retrasos, al empresa Virgin Galactic logró concretar su primer vuelo comercial suborbital, a 80 kilómetros de la Tierra, hace un mes. Uno de los tres clientes que viajaron había pagado su pasaje 18 años atrás -sí, 18-.
“No diría que el turismo espacial se trata de una carrera competitiva, sino más bien de una maratón”, describió Dallas Kasaboski, analista principal de NSR, una consultora dedicada al espacio, en diálogo con Infobae. “Si bien los dos actores más importantes -Virgin Galactic y Blue Origin- están trabajando para que sus vehículos estén operativos y competirán directamente entre sí, el desafío en el mercado no es la demanda, sino la oferta”.
El turismo espacial, en los últimos años, se convirtió en foco de disputa entre magnates que decidieron adentrarse con miles de millones de dólares en el negocio. Richard Branson fue el primero en fundar Virgin Galactic y después se sumaron, por ejemplo, Jeff Bezos (fundador de Blue Origin) y Elon Musk (SpaceX) a una industria que se concentra principalmente en Estados Unidos, pero que empieza a tener desarrollo privado en la Unión Europea, Rusia, China y Japón.
“El verdadero desafío no es: ‘¿Quién será el primero en ganar el mercado?’, sino que la pregunta debería ser: ‘¿Lograrán estas empresas empezar a operar comercialmente y se recuperarán exitosamente de su inversión antes de quebrar?’”, advirtió Kasaboski.
Hasta el momento, el mercado se mostró muy paciente por el deseo de explorar el espacio. De hecho, miles de interesados compraron su asiento -alrededor de 450 mil dólares- con años de anticipación. Las empresas saben que tomar un atajo y adelantar procesos de seguridad les podría significar la extinción no solo de ellas, sino que también atentarían contra un mercado que necesita de la confianza para subsistir.
“Todas las empresas se han tomado tiempo en el desarrollo de sus vehículos para garantizar un funcionamiento seguro y confiable. Si bien es poco probable que Virgin Galactic (VG) o Blue Origin (BO) quiebren, es cierto que hay una enorme inversión en esta tecnología y una gran acumulación de clientes a los que se debe atender antes de que estas empresas operen con éxito”, agregó el experto.
El turismo suborbital, como el que ofrecen VG y BO, avanza lento. Entre pruebas y verificaciones, aplazaron una y otra vez vuelos que tenían previstos. Curiosamente, el turismo orbital, el que supera los 100 kilómetros de altura, se encuentra por delante en la maratón. SpaceX ya realizó con éxito varias misiones gubernamentales y privadas y se espera que otras empresas como Boeing y Sierra Space logren más avances en el corto plazo.
Para Jaymie Matthews, profesor de Física y Astronomía de la Universidad de Columbia Británica, la llave que conducirá al turismo espacial al éxito o al fracaso radica en los riesgos, en la posibilidad de reducir al mínimo la ocurrencia de accidentes, tal como sucedió con el turismo tradicional.
“¿Cuántas personas subirían a un avión comercial si pensaran que hay un 1% de posibilidades de sufrir un accidente? No alcanzaría para mantener el tráfico y los ingresos de las compañías. Ahora, ¿cuántas personas se subirían a un cohete que va a ser lanzado a órbita si pensaran que ese cohete tiene un 1% de posibilidades de chocar? Seguramente algunos, pero no los suficientes como para que se vuelva un fenómeno masivo y que las tarifas caigan por debajo del millón de dólares”, razonó Matthews.
El profesor le dijo a Infobae que, en este momento, las barreras que ralentizan el avance del turismo espacial son tecnológicas y financieras. Ir al espacio es difícil y caro. Construir cohetes y cápsulas espaciales para turistas es una misión tan compleja y costosa como lo fue construirlos para los astronautas en los últimos sesenta años de la era espacial.
Rachel Fu, presidenta del departamento de turismo de la Universidad de Florida y directora del Instituto de Turismo Eric Friedheim, coincide en que la experiencia espacial conlleva “riesgos considerables”, que incluyen la integridad física de los pasajeros por las “condiciones imprevisibles de los viajes”. A su vez, suma preocupaciones por el impacto ambiental y marcos legales y regulatorios aún sin escribir. Todo ese combo, cree, impide la evolución rápida de la industria.
De igual modo, pese a los obstáculos, avances y retrocesos, ya se vislumbran destinos tanto suborbitales como orbitales que hacen que el turismo espacial, antaño un cuento de ciencia ficción, se convierta en realidad.
Los posibles destinos
La definición formal del límite entre la atmósfera terrestre y el espacio exterior es 100 kilómetros sobre el nivel del mar. A esa altitud se la conoce como línea de Kármán, por el ingeniero aeronáutico húngaro-estadounidense que calculó que, por encima de los 100 km, un ala ya no puede funcionar. En otras palabras, un avión no puede volar basándose en la elevación de sus alas.
Pese a la definición técnica, dentro del turismo espacial existe la opción de vuelos suborbitales, que no alcanzan los 100 kilómetros de altura, pero que permiten una visión panorámica de la Tierra y unos minutos de ingravidez. De hecho, esta alternativa es la más contratada. Miles de pasajeros ya tienen los tickets comprados en las distintas compañías, incluso sin saber cuándo será la fecha del despegue. Para suborbitar, los pasajes rondan los 450 mil dólares.
La otra opción, muchísimo más cara y riesgosa, son los vuelos orbitales. Aquí sí la experiencia emula a la de los astronautas y alcanza la órbita terrestre baja, la Estación Espacial Internacional. Las cifras lo convierten en una posibilidad exclusiva para multimillonarios. Los precios ascienden a los 45 millones de dólares.
La tercera vía, que tuvo fuerte desarrollo en los últimos años, es la virtual. “Utilizando una variedad de tecnologías de simulación, se crearon ‘experiencias espaciales’ de capacitación. La gente puede preferir esto a lo real porque obviamente es más barato y seguro”, precisó Kasaboski.
Lo que falta dentro del turismo espacial, por ahora, son variedad de experiencias. No existe ningún destino que no sea el mismo espacio. No hay un hotel all inclusive espacial, no hay un Disney espacial, los recorridos son limitados. Si bien la Tierra vista desde el más allá se presume incomparable, a mediano plazo se proyecta sumar más opciones.
Una de ellas es la Luna. “Los sobrevuelos lunares son objetivos más ambicioso. Algunas empresas están trabajando para ofrecer viajes que impliquen volar cerca de la superficie, aunque es probable que el aterrizaje esté aún un poco más lejos”, comentó Rachel Fu.
A su vez, hay varios proyectos en desarrollo para inaugurar hoteles espaciales, con el objetivo de que los turistas gocen de estadías más prolongadas en el cosmos. Las iniciativas en carpeta, en principio, se acoplarán a la ISS y luego operarán de manera independiente. Los planos del hotel que trazó la empresa Orbital Assembly, por ejemplo, muestran capacidad para 400 turistas en 2027.
Otra rama del turismo espacial que gana lugar son las cápsulas sostenidas por globos, que ascienden a ritmo lento a órbitas altas. Se ofrecen como eventos lujosos, relajados y con servicio de catering, en lugar de la aventura que implican cohetes y aviones.
Justamente una de las empresas involucradas en la industria, Space Perspective, impulsa vuelos más “accesibles”, de 125 mil dólares por asiento pero que alcanzan menos altura: unos 30 kilómetros en alto. La compañía desarrolló un “globo espacial” que eleva una cápsula presurizada con capacidad para 8 pasajeros más el capitán a velocidad de ciclismo, a unos 20 kilómetros por hora.
“Este año reanudaremos los vuelos de prueba sin tripulación, lo que allanará el camino para los vuelos de prueba tripulados el año que viene. Nuestro objetivo es comenzar las operaciones comerciales para nuestros más de 1.650 titulares de pasajes hasta la fecha a fines de 2024″, señaló Josh Vlasto, portavoz de la empresa.
¿Solo para ricos?
Toda industria que inicia destinada a un nicho de altísimo poder adquisitivo, con el tiempo se abre a nuevos públicos, se vuelve más accesible. Con el turismo espacial, según Kasaboski, el abaratamiento de los costos no se espera hasta después de 2030.
“Hay empresas privadas que apuntan a crear estaciones espaciales y el supuesto desarrollo tecnológico y de mercado para entonces supone que los costos bajarán. Sin embargo, los precios actuales son muy exclusivos, por lo que se necesitaría mucho desarrollo antes de que los vuelos se vuelvan lo suficientemente habituales como para que los tickets puedan bajar lo suficiente”, advirtió.
Algo similar piensa Rachel Fu. La experta en turismo cree que podría pasar una década o más para que viajar al espacio se vuelva una experiencia al alcance de la clase media. “Los costos que significan los viajes espaciales son extraordinariamente altos y requieren tecnología de punta e inmensos recursos. Con suerte, con los avances tecnológicos y la posible entrada de más actores a la industria, podríamos ver una reducción gradual de los costos”, expresó.
Dentro de las empresas son más optimistas. Apuestan a que la presunta escalabilidad que tomará el negocio en los próximos años hará que los costos, hoy colosales, empiecen a bajar. “La demanda es muy alta en este momento, pero al igual que las innovaciones que tenemos ante nosotros, incluidos los viajes en avión, el acceso es más caro al principio. Una vez que se logra la escala, se abre la posibilidad de reducir los costos”, explicó el vocero de Space Perspective.
Una vez que el turismo espacial se vuelva más accesible y el número de turistas crezca de un puñado a cientos de miles de pasajeros, deberán establecerse nuevos marcos regulatorios. El negocio es tan incipiente que todavía no hay injerencia de agencias federales. No están previstas políticas de las compañías en caso de, por ejemplo, cancelaciones o reprogramaciones de vuelo. Mucho más aún, antes de subirse a la nave, probablemente se les pida a los tripulantes que reconozcan el riesgo a morir, además de acceder a exámenes médicos y capacitaciones.
Todos esos serán problemas que deberá afrontar el turismo espacial a medida que sus vuelos dejen de ser proezas, noticias excepcionales, y se conviertan en sucesos corrientes, experiencias habituales.