Un día de agosto de 1945, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, ocurrió un encuentro casual en un tren que se alejaba por el condado inglés de Surrey. Un estudiante de derecho de Oxford, Lancelot Ware, que ya se había graduado en matemáticas y doctorado en bioquímica con solo 30 años, leía un informe. Cuando levantó la cabeza, vio que otro hombre, que después sabría que se llamaba Roland Berrill -australiano dedicado a la inversiones, de 48 años y aspecto excéntrico-, se acercaba con curiosidad, sorprendido por el tipo de lectura.
-¿Eso que está leyendo es el “Hansard”, el informe del parlamento británico? -le preguntó Berrill.
-Bueno, claro. Se puede ver en el título -respondió con arrogancia Ware.
Si bien el inicio del vínculo no resultó prometedor, la conversación fluyó con los minutos. Los dos hombres encontraron intereses en común y pronto descubrieron en la inteligencia, en cómo medir el intelecto, un tema que los apasionaba. Berrill dijo que le bastaba con mirar a alguien a los ojos para reconocer si se trataba de alguien brillante. Ware, en cambio, ofreció un enfoque más científico. Le contó de algunos tests que él y su hermana ya habían probado, en los que ambos habían logrado resultados sobresalientes.
La charla siguió por otros temas. Hablaron sobre un psicólogo afamado, Cyril Burt, quien en un programa de radio había sugerido que los gobiernos debían reunir a las mentes más lúcidas de cada nación para pensar soluciones a los estragos de la guerra. Cuando el viaje terminaba, antes de bajar del tren, intercambiaron direcciones para continuar el diálogo por correspondencia.
Se volvieron a ver las caras unos meses después. Durante el encuentro, Ware le hizo probar a Berrill un test de inteligencia, solo por diversión. El resultado lo maravilló: al igual que él, el inversionista australiano estaba en el 1% superior. Ahí se les ocurrió la idea de hacer un club de alto coeficiente intelectual, una “aristocracia del intelecto”, con un máximo de 600 miembros. El reclutamiento se hizo entre amigos y colegas. La exigencia de ingreso era inapelable: el test de IQ debía arrojar un puntaje que los ubicara en el percentil más elevado de la población.
Al cabo de unos años, el alcance del club escaló. Abandonó el secretismo inicial, su comportamiento sectario, y se abrió al mundo. Como una declaración de principios, lo bautizaron “Mensa”, que en latín significa “mesa” y representa la idea de que todos sus miembros se pueden sentar alrededor como iguales.
Hoy Mensa tiene 140 mil integrantes y presencia en más de cien países. La exigencia del ingreso se mantuvo: todos los “mensanos” están dentro del 2% de la población mundial de más alto IQ.
“Más allá de que tuvimos que hacer algunas adaptaciones para nuestro paso de un pequeño club inglés a una organización mundial con muchas culturas diferentes, el espíritu de la Constitución de Mensa es esencialmente el mismo que cuando se creó la organización”, dijo Björn Liljeqvist en diálogo con Infobae.
Liljeqvist se dedica a escribir y dar conferencias sobre estrategias de aprendizaje. Es políglota, con un título en ingeniería informática. Nació en Suecia e integra la organización local desde que tiene 15 años. Hoy es el presidente de Mensa International. “Es una oportunidad única para ayudar a coordinar un conjunto de mentes hacia un objetivo común”, consideró.
-¿Cuál diría que es el objetivo de Mensa?
-Nuestro principal objetivo es identificar y fomentar el desarrollo humano, la inteligencia en beneficio de la humanidad. En la práctica, esto se traduce en trabajar a nivel internacional para crear conciencia sobre la realidad de la inteligencia como cualidad humana. La inteligencia puede ser difícil de definir, pero no es producto de la imaginación. Es un “recurso natural” muy valioso, uno que debemos cuidar para que no se desperdicie por falta de comprensión. No todo el talento resulta evidente para otras personas.
-¿La organización tiene algún tipo de injerencia en círculos de poder?
-Mensa no es un factor de poder en la política internacional. Nuestros estatutos nos prohíben actuar políticamente, por lo que incluso si tuviéramos influencia, no podríamos utilizarla a excepción de cuando se trata del valor de la inteligencia. En algunos países, nuestros miembros pudieron influir en cuestiones como la educación especial que deben recibir los niños superdotados. Justamente es un área en la que esperaría que pudiéramos hacer mucho más en el futuro. Un debate persistente es hasta qué punto Mensa debería estar trabajando hacia afuera, hacia la sociedad, en lugar de enfocarse exclusivamente en brindar oportunidades a sus miembros.
-¿Qué responde a quienes los señalan con cierto desdén, a quienes los tildan de organización elitista?
-Bueno, no harían eso si no tomaran en serio el coeficiente intelectual. Aunque Mensa puede que sólo esté abierto a un pequeño subconjunto de la población, es sorprendentemente igualitario en su interior. No nos juzgamos ni comparamos a ver quién tiene más IQ. Todas las nacionalidades, razas y religiones son bienvenidas. Si Mensa no existiera, habríamos tenido que inventarla. Aún estamos aquí después de 77 años porque cumplimos una función y porque la inteligencia merece voces que defiendan su importancia. No somos políticos, pero nuestra propia existencia es, de alguna manera, una declaración en sí misma.
El examen de ingreso a Mensa se compone de más de 40 ejercicios y poco tiempo para resolverlos, unos 20 minutos aproximados. Todas las consignas apuntan a la deducción. Son ejercicios lógicos que presentan una secuencia de imágenes y el aspirante debe elegir en formato multiple-choice la opción correcta que cierra la serie.
Quienes lo conocen dicen que no es difícil, que cualquiera puede resolverlo porque es un examen acultural, que incluso se podría superar sin saber leer ni escribir. Lo que sucede es que no cualquiera -en realidad muy pocos- puede hacerlo en el tiempo máximo estipulado. Es un desafío de agilidad mental diseñado para que solo el 2% de la población pueda alcanzar los 148 puntos en la escala Cattell o los 130 en la escala Weschler, cuando la media de los mortales es de 100 puntos.
En Argentina, el examen puede rendirse a partir de los 14 años con autorización de los padres en alguna de las cuatro regionales a disposición (Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Rosario). Entre los aspirantes, el 44% de los que se presentó logró aprobar el examen en los últimos dos años. Dentro del 56% restante, aclaran, hubo varios que estuvieron cerca y se los animó a volver a rendir por más que, se supone, la práctica no mejora los resultados en este tipo de tests.
José Luis Martínez hizo el test para ingresar a Mensa cuando tenía 20 años. Confirmó la presunción que tenía desde niño: era más inteligente que sus pares, era superdotado. Desde entonces inició un camino ligado a la organización. Llegó a ser presidente de Mensa Argentina y luego se convirtió en el primer latinoamericano en ser director internacional; cargo al que renunció cuatro meses atrás para enfocarse en su emprendimiento dedicado a la consultoría política.
Martínez conoce a la perfección los engranajes internos del club. Explica que Mensa International funciona como una federación de mensas locales. Cada sucursal es independiente en su administración, pero paga un pequeño porcentaje de sus cuotas sociales, un 7%, para mantener la sede central; un sistema similar al que utilizan en Naciones Unidas. Los cargos electivos son ad honorem. Solo los empleados cobran un sueldo. Las comunicaciones diarias se establecen por email o por una plataforma interna y una vez al año se reúne el IDB (International Board of Directors) en una asamblea presencial para decidir el rumbo de la organización.
Por su parte, los mensas nacionales se financian por dos vías. La principal es la cuota social que pagan los asociados una vez al año. La otra es por ingresos que surgen del uso del logo, la marca y la firma de acuerdos comerciales. Por caso, en la sede de Estados Unidos, donde el nombre “Mensa” es más reconocido, tienen juegos de mesa patrocinados por el club.
-¿Por qué alguien querría entrar a Mensa?
-Los beneficios son varios, pero diría que el principal es integrar un grupo humano y organizado de personas con características similares (y problemas similares) con los cuales entablar relaciones, buscar apoyo y sentirse identificado. Quienes somos parte de una neurodivergencia como lo son las altas capacidades intelectuales tenemos inconvenientes para encontrar nuestro lugar en el mundo. Tener un espacio como Mensa es importantísimo para el desarrollo y cimentación de la identidad. Además de eso, hay beneficios de becas, de hospitalidad cuando uno viaja a otro país, concursos, charlas, descuentos en productos y servicios.
-¿Los mensanos suelen tener el camino allanado por la ventaja intelectual?
-Depende mucho del país y la sociedad específica. Pero hay estudios que marcan que identificar tempranamente las altas capacidades intelectuales -algo que se logra con nuestro examen de IQ, entre tantos otros- ayuda enormemente al desarrollo social del chico o chica en cuestión. El momento de detección es clave.
-En general, ¿tienen más éxito profesional que una persona de IQ promedio?
-El éxito profesional depende de muchísimos factores. Hay un mito de que hay correlación entre mayor IQ y mayores ingresos, pero es súper polémico y debatido, así que no lo tomaría como una regla. Depende de muchos factores como la formación profesional y cultural, las capacidades prácticas, emocionales y sociales. Pensar que por tener alto IQ estás destinado a que te vaya bien es como pensar que por medir 2 metros vas a ser sí o sí un excelente jugador de básquet: Es solo una característica.
Cecilia Gabelloni se enteró de la existencia de Mensa en 2006 gracias a un foro en el que le recomendaron hacer tests de IQ online. Le parecieron divertidos, desafiantes, y decidió presentarse al examen oficial. Por entonces la organización era muy pequeña y ella vio el crecimiento paulatino con los años: cada vez más miembros, cada vez más grupos de intereses comunes, también encuentros cada vez más recurrentes. Gabelloni trabaja en desarrollo de sistemas, pero casi todo su tiempo libre está dedicado al club que preside junto a su vice Adriana Cruz desde julio de este año.
Mensa Argentina tiene 500 miembros activos que pagan 2.500 pesos al año para mantener su membresía. Según cuentan, se compone de perfiles diversos: hay millonarios y gente que no llega a fin de mes; miembros sin estudios universitarios y miembros con tres carreras o más. Si bien la mayoría de ingresantes sw los últimos años ronda los 21 y los 35 años, la comunidad entre 35 y 60 también es numerosa y activa en los encuentros que organizan.
La asociación consta de cuatro regionales: Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Rosario, aunque también tienen miembros de otras ciudades. Se organiza a través de una comisión directiva que se encarga de llevar a cabo los trámites legales y convenios, pero hay una democracia interna: cualquier asociado o grupo puede sugerir actividades de acuerdo a sus inquietudes. Por la velocidad a la que creció el club local, disponen de voz y voto en las reuniones de directores internacionales.
De acuerdo a su presidenta, los objetivos son “identificar y fomentar la inteligencia para el beneficio de la humanidad”, impulsar investigaciones sobre las altas capacidades intelectuales, proveer un ambiente estimulante para sus miembros, con intercambio ideas, conferencias, discusiones y grupos de interés, además de detectar y apoyar a tiempo a niños superdotados para que puedan desarrollar su potencial.
“Fuera de los objetivos oficiales, para mí lo más importante es el grupo social. Mensa es un espacio en el que ya desde el primer día uno se siente a gusto, rodeado de varias personas que comparten muchos intereses y curiosidades como uno. Es un espacio altamente estimulante en todo sentido”, describió Gabelloni.
Para ella, ser la actual presidenta, la primera mujer, fue consecuencia lógica de su compromiso desde que ingresó hace 17 años. Antes había sido vocal, había tomado exámenes de ingreso, siempre se había mostrado activa en los distintos grupos. “Para mí es muy importante poder devolver a la asociación todo lo que me dio y prepararla para el crecimiento que queremos darle en el país, llegar a más personas y que puedan disfrutar de este espacio”, dijo. “Nos gusta repetir una frase que creo sintetiza la búsqueda: ‘Mensa es lo que sus miembros hacen de ella’”.
Seguir leyendo: