Carmen Andrea Rengifo, autora de ‘Las sombras rojas’: “Chávez dejó al país en manos de una élite corrupta”

El 5 de marzo de 2013, mientras el mundo se enteraba de la muerte de Hugo Chávez Frías, esta reportera colombiana vivió, en medio del dolor, la rabia, el miedo y la fristración que se tomaron las caóticas calles de Caracas un episodio que la marcaría por el resto de su vida y se convirtió en el origen de una personal narración del chavismo, la política y el ejercicio del periodismo

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Carmen Andrea Rengifo, periodista colombiana, autora de 'Las Sombras Rojas'
Carmen Andrea Rengifo, periodista colombiana, autora de 'Las Sombras Rojas'

Martes 5 de marzo de 2013. 4:25 de la tarde. Llevaba meses sin quitar los ojos de la pantalla, ese día ni siquiera parpadeé. La televisión anunciaba lo inevitable, lo esperado, lo prometido. Las sombras aparecieron. Hugo Chávez había muerto. El presidente ya no era presidente, el presidente era solo una historia. “Hasta la victoria siempre”, pasaba a ser un eslogan repetido sin saldo. A Hugo Chávez lo había vencido un cáncer (raro), el cáncer de su embriaguez de poder. “Patria, socialismo o muerte”, la frase que Chávez había repetido por décadas fue literal. No había patria, el socialismo se deshacía, la muerte cumplía su palabra. La tarde olía bipolar; a dolor y placer; a llanto y festejo. Un camposanto nacional; una fiesta nacional. El anuncio desató los demonios.

Amarrada a mis miedos recorrimos varios kilómetros en busca de noticias sobre la muerte. La radio pausaba lentamente su estruendo diario. Catatonía colectiva. El tráfico era un mar dormido. Amarrada a mis miedos bordeamos el hospital militar, donde la muerte se había llevado a Hugo Chávez, el hombre inquebrantable. La calle era un infierno consumado; frenesí colectivo llorando la muerte; frenesí colectivo celebrando la muerte. Amarrada mis miedos vi llegar la bestia, la furia me estalló en la cara. La horda roja nos separó; la horda roja nos consumió. Escasos segundos después de haber llegado al lugar de la muerte, junto a mi camarógrafo, nos encontramos de frente con la muerte.

Llanto, gritos, borrasca de golpes. La sangre vertida hasta la inconsciencia. Mi camarógrafo sostuvo mi brazo hasta que la bestia rompió el lazo de pánico que nos unía; manos, empuñadas, de hombres y mujeres nos cubrieron. Él, en el piso, con la horda consumiéndolo; yo, de pie, con la horda consumiéndome. Mis ojos se borraron. Dejé de verlo; la marea enardecida me llevó hacia las sombras. Lloré; supliqué; invoqué la oración de aquella mañana; atrapada en un sueño oscuro sin poder despertar. Mis palabras se perdieron en el estruendo. Los golpes me anestesiaron la cara; la sangre caliente cubrió mi sueño.

Buscaba a mi camarógrafo entre la ruina de mis ojos, solo hallaba sombras rojas. Samuel seguía sometido por la bestia; yo pensaba en las palabras adecuadas para decirle a su esposa que lo habían matado. “Habían matado a Samuel”. Pensaba que no alcanzaría a avisarle porque yo también estaría muerta. Dicen que cuando se acerca la muerte la vida se nos pasa como una película en microsegundos, a mí se me pasó la vida de mi familia en microsegundos, el dolor de mi madre, de mis hermanos. Vestida de rojo, la muerte me rodeó. Me zafé de la bestia que afinó sus garras sobre Samuel. La muerte me rumoró mi sentencia, me juró la salvación. Me zafé de sus brazos. Caminé despejándome la sangre; buscándolo; gritándolo. Golpes, gritos, disparos, disparos, ruido, bruma, llanto, disparos, disparos, disparos.

(...)

Cuento la vida en segundos; cuento los segundos en tormentas; cuento las tormentas en fe; cuento la fe en milagros. La muerte me anunciaba que era hora, que dejara de jugar a la ruleta rusa.”

Ftagmento del primer capítulo de ‘Las Sombras Rojas’

Carmen Andrea Rengifo, como periodista, acudió al cubrimiento de la noticia, pero esta vez no era un evento deportivo, como los que había reporteado durante gran parte de su carrera, tampoco algún hecho de orden público en Colombia, había sido enviada a Venezuela como corresponsal de un canal de noticias en los días del chavismo, un movimiento político y cívico-militar de orientación socialista y bolivariana nacido en Venezuela cuya figura de mayor autoridad era el presidente Hugo Chávez, vigente entre los años 1999 y 2013.

Enfrentaba el miedo a diario por ser colombiana, por ser de la prensa, por ser la presidenta de la asociación de prensa extranjera, por estar atenta a los colegas que resistían también en el cumplimiento del deber. Convivió con una nueva realidad, una que la obligaba a pegarse a la puerta del ascensor de su vivienda porque pensaba que la guardia de inteligencia venezolana venía por ella, o por alguien cercano; comprar azúcar de contrabando, porque el desabastecimiento convirtió lo más básico en un auténtico lujo; el racionamiento de agua se convirtió en parte de la rutina, así como el reciclaje de la comida, reservándola para alguien que la necesitara; ver personas buscando entre las basuras algo de alimento era una postal cotidiana.

Carmen llegó de noche al Hospital Militar en la ciudad de Caracas, Venezuela, dos horas después de la muerte del presidente Hugo Chávez, en compañía de su camarógrafo, el venezolano Samuel Sotomayor. Comenzaron con las tareas de rutina, revisar el entorno, hacer imágenes de apoyo, como todos los medios nacionales e internacionales que estaban esperando noticias sobre la salud del mandatario. También esperaban las reacciones de la gente en las calles, en medio de un ambiente enrarecido por la sozobra, una violencia latente; los ánimos caldeados en furia, frustración y fanatismo eran la antesala de una explosión inevitable y segura.

Pasaron solo algunos minutos y escucharon unas voces que, a gritos, los acusaban de trabajabar para “un canal que atacaba el Gobierno”; la acusación se repitió en otra voz, luego en otra y otra, hasta que se vieron atacados por un grupo de personas que les decían que se fueran, golpearon primero al camarógrafo, le dieron puños y patadas; rodeados e indefensos, no contaban con ningún esquema de seguridad, la Policía no estaba; luego comenzaron a golpearla a ella, hombres y mujeres, con puños y con cascos de motociclista; pasó un buen rato antes de que se percatara de que el líquido cálido que sentía sobre su cabeza no era la cerveza que los alicorados arrojaban sobre el gentío, era su propia sangre derramándosele sobre la cara; se limpió el ojo izquierdo y, al ver su mano manchada de rojo, supo que solo un milagro podría salvarla de lo que predecía sería una muerte a golpes por parte de la turba.

Su compañero de cubrimiento seguía recibiendo golpes inmisericordes, separado de ella, mientras los disparos sonaban de fondo y la gente corría por todas partes.

Lo que pasó después fue una mezcla de más golpes, gritos, terror y explosiones mientras los miembros de la Policía y de la Guardia Bolivariana ignoraban sus gritos de auxilio, como si se tratara de entregarlos a un sacrificio; también aparecieron algunos ángeles guardianes que, montados en motos y abriéndose paso entre arengas de “¡Chávez dio la vida por nosotros, nosotros la daremos por él!”, se arriezgaron para rescatar a una reportera colombiana y a su camarógrafo de una muerte segura.

“Desde el 6 de marzo de 2013, mis sombras se visten de rojo. Cuando mi cuerpo se apaga, las sombras rojas se liberan. Me persigue el pánico, la psicosis, en mi vigilia, en mis sueños. Dudé de mi fuerza; dudé de la humanidad; dudé de la vida. Desde el 6 de marzo de 2013 la bestia me persigue. Busqué todos los caminos para evadirla, quería evaporarme. ¡Un milagro, una desgracia!”, narra otro aparte del libro.

‘Las Sombras Rojas’, es el debút literario de esta periodista colombiana, un proyecto que nació en las aulas de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona-España en 2019 mientras cursaba un Máster de Creación Literaria, escapándose del periodismo, debido al diagnóstico de estrés postraumático tras permanecer ocho años en Venezuela como corresponsal, sufrir agresiones físicas, verbales y sentirse en estado de peligro permanentemente. “Es un libro testimonial y catártico, no es periodístico, pero todo lo narrado en él es el resultado de ello en un estilo nuevo para mí; un regalo de mis miedos”, comenta la autora.

El lanzamiento del primer libro de la periodista colombiana Carmen Andrea Rengifo, marca para ella ”el inicio de un cierre; las historias rumiadas, maceradas, talladas por años, que van cerrando el círculo”, como describe en la sinopsis de su texto. Aunque la idea de una publicación le asustaba, el camino la llevó inevitablemente a exponerse, no solo ante sus lectores, sino también ante sí misma, indefensa desde un nuevo momento de su vida en el cual aprecia con otros ojos la mujer que fue y la que es ahora, lo que deseaba y lo que persigue.

Carmen empezó su proceso de escritura, intentando dejar de lado a Venezuela como temática. Se remontó a otras situaciones límite que vivió en Colombia: carros bomba, masacres, hasta adquirir progresivamente un tono más personal, forjado desde el dolor por la muerte de seres queridos, hasta llegar a textos de amor y desamor, así como emociones físicas y sexuales. “Creo que eso también me salva, siento que surge otra escritora que siento que tenía un poco anulada y escondida”.

En su libro narra episodios que vivió como corresponsal de noticias durante dos décadas, historias ajenas y propias, en las que alterna diferentes géneros narrativos, como la crónica, los microrrelatos, la poesía en prosa y los aforismos; además, los textos están acompañados por las ilustraciones de dos artistas, Walder Shor (Venezuela) y Jaime Ramírez (Colombia), que representan el espíritu de cada relato y poema que compone este libro, ‘Las Sombras Rojas’ resultó ganador del Concurso del Programa Nacional Estímulos del Ministerio de Cultura, como obra inédita escrita por mayores de 28 años, el pasado octubre de 2021, y la embarcó en un nuevo momento de su vida, ahora como escritora.

Radicada en España, recibió la invitación de la Escuela Nacional del Deporte de Colombia para dictar un taller, un conversatorio en la Biblioteca Centenario, con lo cual pospuso su regreso al país que le sirvió de refugio para su recuperación y nuevos proyectos; volvió temporalmente al abrigo del calor familiar, lo que le dio tiempo para acudir a invitaciones recibidas por su renombre como periodista y le permitió lanzar su libro en un país que no la olvida, mientras termina su segundo máster y concreta su proyecto de hacer una novela, esta vez en un entorno futbolístico, en la que trabaja hace dos años.

Carmen se curtió en los lugares de la noticia, logró un reconocimiento a su labor cubriendo el conflicto en Venezuela en tiempos del chavismo, vivió el horror; es inolvidable su imagen enfrentando a Hugo Chávez como periodista y también su imagen con la cara ensangrentada después de la golpiza brutal, viendo de cerca la muerte en medio de una turba violenta en Venezuela, frente al Hospital Militar, el 5 de marzo de 2013, cuando Chávez murió en Caracas.

Esta primera producción literaria retrata de primera mano la persecución, la agresión física, el dolor de la indolencia o inoperancia de sus superiores, de los que, asegura, no recibió ni el respaldo ni la empatía que esperaba mientras atravesaba numerosos riesgos en el ejercicio de su trabajo; el dolor de la migración, del amor, las secuelas y luego, en medio del proceso de reconstruir una estructura de vida, recapitular los episodios más difíciles de su trasegar profesional que le significaron el deterioro de su salud mental y física.

Estamos comunicadas por una videollamada, pero puedo observar y sentir el dolor de su relato, sus confesiones, las lágrimas que se le escapan al revivir los momentos de horror que vivió con temor a la muerte y también observo el brillo que la invade cuando habla de sus días en el periodismo deportivo, que recuerda como una pasión, las historias detrás de su Premio Simón Bolívar, quizás como un camino para profundizar con la experiencia del dolor físico, la resistencia mental y su búsqueda de paz en un mundo que no deja de estar en conflicto.

Ha escrito numerosas historias. Ha cubierto el Giro de Italia, Tour de Francia y la vuelta a Colombia, entre otros importantes torneos deportivos, también eventos de orden público y el desarrollo de uno de los tiempos más duros en la historia política y social de Latinoamérica, que casi le cuestan la vida. En esta nueva etapa se entrega a la catarsis de sus memorias, anhelos, duelos y demonios, enfrenta su futuro como escritora con valor. Siempre ha elegido el camino más difícil, ahora, en la construcción de nuevos relatos que le permitan tener la libertad y la humanización que ha buscado para todas las víctimas del terror que registró con su trabajo y para sí misma.

¿Cómo se dio el nacimiento de ‘Las Sombras Rojas’? ¿Hubo una hora cero que definiera que esto sería un libro?

La verdad es que nunca la hubo, siempre he escrito como periodista, pero también mis sueños. Cuando pasó la agresión del 2013 por parte de chavistas, a partir de ahí comencé a sentir la necesidad de escribir lo que sentía, todas mis sensaciones físicas, pero también el miedo. En 2010, cuando llegué a Venezuela, tenía como una especie de diario, solo que lo perdí, tuve todo el tiempo la necesidad de registrar las emociones, lo que sentía mi cuerpo, lo que veía en la gente.

Sin duda el 2013 es un punto de partida, porque siento la necesidad de ir a terapia; no había psicólogos ahí, sino terapeutas alternativos relacionados con la holística. En mayo o junio tomo un taller de escritora creativa en Madrid, parte de mi creación en el taller está también en el libro. Con el pasar de los años hago un par de talleres más en Caracas y empiezo a escribir más, porque siento que me puedo liberar, cuando estoy agotada, reseca y enferma física y emocionalmente, en 2018, concluyo que no podía seguir viviendo en Venezuela y una colega me recomienda un máster en Barcelona y me anima a hacerlo, así no escribiera o publicara, más bien como una terapia y me lo tomo más por ese lado. Al final tenía que presentar un trabajo de fin de máster, me recomendaron que no hablara de periodismo y yo tampoco lo deseaba, entonces inicio un proceso de revisión de textos, borradores, sueños y a buscar, pero también a escribir sin pensar que se trataría al final de un libro, porque hay mucha intimidad. Mi hermana me motivó a enviarlo a participar en los estímulos, porque pensaba enviarlo a una editorial, finalmente gané.

¿De dónde viene la resistencia a hacer un libro de periodismo?

Hay un cliché y es que la mayoría de la gente que cree que si uno está en países como Venezuela o en situación de conflicto tiene la necesidad de escribir un libro sobre eso. De hecho, mucha gente me lo había dicho, incluso en Venezuela, y no sentía que era lo que debía hacer; luego, al hacer el máster, Jorge Carrión, el subdirector, me dice algo como: “no vas a escribir sobre Venezuela, ¿verdad?, porque acaban de escribir un libro el curso pasado, “Nieve”, una novela y hay mucha literatura al respecto”. Lo definitivo es que en ese entonces pensaba que no quería hacer periodismo, lo último que quería era irme a ese proceso de rigurosidad, buscado, revisando en mis historias, hacer seguimiento, porque era precisamente una etapa de la que quería salirme.

Se trataba más de poner distancia y el tutor me dice “¡Ya deja de escribir sobre Venezuela!” y empiezo a escribir de otras cosas, me remonto a otro tipo de situaciones que viví en Colombia, carros bomba, masacres, empieza todo a tornarse en temas cada vez más personales, el dolor por la muerte de seres queridos, hasta llegar a textos de amor y desamor, emociones físicas y sexuales. Creo que eso también me salva, siento que surge otra escritora que siento que tenía un poco anulada y escondida.

¿Cómo fue la elección del nombre ‘Las sombras rojas’? ¿Las referencias son solo políticas?

El rojo fue en una época de mi vida un color muy interesante; además, soy hincha del (equipo de fútbol) América de Cali, es un color que destaca muchísimo en televisión y en la única foto que tengo con mi padre, era una bebé y estaba vestida de rojo. Mi mamá me contó la historia de por qué ese color, me dijo que cuando alguien estaba enfermo se usaba vestir de rojo y también la costumbre de la pulserita roja para el “mal de ojo” y luego está la parte en la que llego a Venezuela y me toca esconder el rojo, porque era identificarme; me puse rebelde, a veces lo usaba y sabía que me podía exponer; despupes ni las uñas me las pintaba de rojo.

Es absurdo cómo puede entrar el miedo y el pánico en tu psique, era renunciar a algo que era maravilloso para mí. Hay un par de textos en los que hablo del rojo y me acuerdo siendo hincha del América, era muy fuerte y muy doloroso con el tiempo lo fui entendiendo. Quería ponerle algo de las sombras, obviamente la agresión que viví fue por una turba de rojo, la presencia de la sangre en este episodio.

Luego mi editor me dijo “¡Aquí están tus sombras rojas!” y sentí que era verdad, me he dado cuenta de que el rojo ha tenido significado y simbolismo para mi vida y es mi color.

¿Cuál fue el momento más difícil de su relación con Venezuela?

Creo que hubo varios puntos de inflexión, sin duda el momento de la agresión, quizás no fui consciente de todo lo que en realidad había pasado hasta pasados los meses y los años. De hecho, cuando me reviso y cuando hablo de ese momento se me pone la piel de gallina y algunas veces me he quebrado, creía que ya lo tenía superado, resuelto y no, cuando pasa una situación de estas y te das cuenta que te mueve tanto, ves que no está resuelto y que no tengo que resolverlo, sino transformarlo; ahora está transformado en el libro. De alguna forma sigue faltando algo, pero no va a pasar nunca.

Luego también hay un momento muy duro, 2014 fue un año durísimo, porque fueron las protestas que duraron tres o cuatro meses, fue un proceso muy movido en Venezuela, porque había mucha agitación, era la primera vez que cubría protestas a ese nivel, con gases lacrimógenos, aquello fue horrible. Pensándolo bien hubo un momento más duro, de nuevo protestas entrevistando chicos a los que luego los mataba la Guardia o la Policía; además, ver el desarraigo tan brutal, ahí empieza la ruina, la salida masiva de los venezolanos y cubrirlo en el día a día.

¿Cómo se dio cuenta de que todo eso estaba tomando su vida y cómo confrontó esos efectos de su trabajo de ese entonces?

Empecé a sentir agotamiento, siempre que salía de Venezuela una o dos semanas de vacaciones o de escape sabía que el tiempo no era suficiente, sabes que la realidad te absorbe tanto y es muy intensa. En 2015 tengo una licencia no remunerada de cinco meses, me voy, porque me sentía asfixiada y luego empieza un proceso para irme, estoy manifestando, esperando y no se da; hasta que llega el 2017, sabía que necesitaba irme, empecé a tener ataques de ansiedad y de pánico, sobre todo en la madrugada, toda esa información y desinformación que había en redes sociales y en grupos de WhatsApp, la toma de la Guardia en casas de los colectivos, no dormía, la pasaba muy mal y concluyo que no podía estar así.

Entiendo que soy periodista y que puedo querer cubrir todo esto, pero todos los días, a toda hora en ese estado de alarma, sabía que eso ya no era para mí. Ahí empiezo a revisar mi salud mental y me pregunto qué va a pasar con todo eso. Una de mis hermanas me dijo “¿usted qué piensa de la vida? ¿quiere salir de allá en un ataud?” Ese fue el momento en el que comencé a buscar puertas para que se diera mi salida.

¿Siente que la intensidad de su ejercicio profesional definió de alguna manera su proyecto de vida, su modelo de familia, sus decisiones?

Pasa que vamos en el día a día y no nos detenemos a pensar y sí, sin duda, me he dejado llevar por un río, incluso en estas semanas he estado reflexionando porque muchas personas me han dicho “¡has sido muy valiente y has tomado decisiones!” y yo digo “quizás no es que yo haya tomado las decisiones, otros han decidido por mí y yo me he dejado llevar”. En ese sentido ahora miro mi vida y estuvo bien.

Hice periodismo deportivo durante ocho años, empecé haciendo periodismo deportivo y aún hoy, después de tantos años, me pregunto si no aguanté lo suficiente o no esperé porque estaba esperando que de Bogotá el canal para el que trabajaba me llevara y me quedé a la expectativa, ahí surge como un duelo, una desilusión, ¿por qué, si yo soy buena, no me llevan?, si yo lo estoy haciendo bien. Me fui metiendo por otros caminos, que agradezco profundamente. Luego estoy en Cali, alguien habla de Venezuela, surge la posibilidad, luego ya no está, lo veo como que fueron decisiones tomadas por terceros que me hicieron llegar a este punto.

Los últimos tres años han sido totalmente de “quietud”, y recuerdo cuando estaba con la psicóloga en Barcelona y con la psiquiatra, que me medicaron, les decía: “Me siento inútil, no estoy haciendo nada por la vida ni por nada y yo aquí hablando de libros en un aula y Venezuela cayéndose”. Sentía que debía estar allá dándolo todo y ella me respondía: “Estás haciendo cosas por ti, estás calmandote, estás aprendiendo a cuidarte, a cocinar para ti, a leer, a quedarte simplemente observando y pensando”. Estos han sido los años más tranquilos en mi vida, pero los más reflexivos y los que me han movido internamente, es cuando te sales de ese mundo.

¿Sintió apoyo de parte del medio para el que trabajaba en ese momento de vulnerabilidad con ese ataque a su salud mental y física?

Este es un tema del que a mí no me gusta hablar, porque ahí hay una… (pausa) Sigo teniendo un duelo; duré 16 años trabajando en el canal, hubo personas que se preocuparon pero, como empresa, claramente no, debo decir que tenía linea directa con mi jefe; algunos coordinadores y las personas en su momento se ocuparon de lo que podían y lo que sabían, pero hubo muchísima gente que normalizó la situación, inclusive esas personas pudieron haber hecho más, todavía no sé si sabían manejar una situación de estas, o cómo me veían en una situación de estas conmigo en ese lugar (Venezuela) y ellos acá (Colombia), o si se veía como muy ligero todo, pero como organización no, claramente.

No es un tema del que me guste hablar porque tengo grandes amigos ahí, después de tantos años, pero hay mucho duelo todavía, porque claramente hubo abandono o “no atención”. Han pasado tres años y todavía sigue siendo parte de mi vida, era mi casa. Evito hablar del tema justamente por eso. (se limpia algunas lágrimas) (...) Estamos en un país donde las empresas son tales, tales y tales, a menos que quieras hacer periodismo independiente, alternativo, pero yo he evitado en lo posible ese tema, ni siquiera me refiero a ellos por el nombre, fíjate. Siempre, cuando me preguntan, evito hablar de eso; claro, es una realidad y no puedo borrar 16 años de mi vida, pero sí sentí que pudieron haberse hecho más cosas y sin duda no se hicieron. No sé si no hubo voluntad o no hubo conocimiento.

¿En esos momentos difíciles qué la sostuvo?

Al final me sostuvo quizás mi fe en que podía seguir, mi fe en mí misma, yo soy una persona creyente en muchas cosas, creo en el universo,en hasta Dios, antes era mucho más religiosa, ahora no tanto. Quizás me sostenía la convicción de creer que podía seguir, estaba convencida de que podía, y luego por otro lado me decía y me repetía “no estoy preparada para irme, me repetía eso, quizás me convencí de eso: cuando yo esté preparada el alma va a estar lista y me lo va a hacer saber, y siempre me convencí de eso, Esta pregunta no me la habían hecho, pero fue mi fe en mi, en todo lo metafísico, todo lo que puedo creer, me decía que no me iba a pasar nada.

En lo físico, yo tengo un diagnóstico de hernia cervical, protusión en las lumbares, los dos discos pegados, el L5 y el S1, me dio una esofagitis crónica, de hecho, la única crónica que hay en el libro va hilada a partir de los diagnósticos, cuando empiezo a reflexionar sobre cómo estaba mi cuerpo en el 2018 - 2019 yo decía “no puede ser que yo tome más medicamentos que mi mamá”, tomaba pastillas para dormir, tomaba pastillas para la lumbar, todavía sigo teniendo problemas con la lumbar, he hecho terapia, fisioterapia, nado… y lloraba del dolor y lloraba de la rabia de haberme permitido llegar a este punto con mi cuerpo y ahora cuando me preguntas esto digo que estaba convencida y no me daba cuenta de que eso me estaba haciendo daño y que tenía que parar.

¿Cuál es su opinión del chavismo hoy en día?

Creo que el chavismo se transformó en un deseo sin saldo, en un sueño defenestrado que agrietó el país, lo llevó a las ruinas y se quedó atado a una ilusión. Chávez con conciencia (a pesar de su salud) y por su megalomanía dejó al país en manos de una élite corrupta, los boliburgueses desdibujaron cualquier buena intención (si se tuvo alguna vez), no les importa la vida, no les importa la gente, no le importan los muertos y lo único que han hecho es afilar las garras como una dictadura.

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