Alexander Payne tiene, entre sus muchas virtudes como guionista y director, el tratar temas muy complejos, con estructuras simples. No lo son, claro, pero sí es verdad que sus relatos son transparentes, jamás crípticos, y mientras seguimos la historia que nos cuenta, asistimos a una reflexión amable e inteligente conectada con la condición humana. Los descendientes (The Descendants, 2011) es tal vez una de las más sencillas de sus películas y a la vez una de las más sólidas. El título se encuentra actualmente entre lo más visto de Netflix.
Matt King (George Clooney) es un abogado de Honolulu cuya mujer ha entrado en un coma irreversible y debe lidiar con el duelo y la tristeza de sus dos hijas, Scottie (Amara Miller), de 10 años, y Alex (Shailene Woodley), de 17 años. La tragedia familiar golpea en un momento crítico de la vida de Matt. Él es el único fiduciario que controla 25,000 hectáreas de tierras vírgenes de la isla de Kauai. Esta enorme herencia familiar deberá repartirse entre los primos antes de que venza el poder que tienen sobre esas tierras. Esto los volvería millonarios, pero arruinaría por completo el paisaje del lugar. Las hijas y la posesión de las tierras son los dos temas detrás del título de la película. De ambas cosas trata.
Alexander Payne es considerado uno de los grandes realizadores de las últimas décadas y dos veces ha ganado el Oscar a mejor guión original. El primero por Entre copas (Sideways, 2004) y el segundo por esta película, Los descendientes. Esta es una gran oportunidad para volver a ver sus películas, ya que pronto se estrenará otro título que viene cosechando premios, Los que se quedan (The Holdovers, 2023). Siempre hay humor y mucha emoción en su cine, Los descendientes no es una excepción. Su profunda capacidad para observar las conductas humanas con virtudes y defectos lo convierten en un director que aún en los temas más angustiantes deja una sensación de bienestar en los espectadores.