Netflix tiene un estilo de película que se repite a lo largo de los años. Una poderosa premisa de ciencia ficción que llama la atención y dispara una trama que casi nunca consigue estar a la altura de ese comienzo. Para acompañar estas historias, siempre es bueno una o varias estrellas que terminen de crear el gancho. Alfred Hitchcock decía “el cine es el arte de llenar una sala vacía” y tal vez se podría pensar que hoy “el streaming es el arte de lograr que la gente empiece a ver la película”. En el camino se perdió el cine, claro. Cabría preguntarse qué tantas chances hubiera tenido esta película si solo la hubieran pensado para el cine.
Dejar el mundo atrás (Leave the World Behind) cuenta la historia de una familia que decide tomar unas sorpresivas vacaciones alquilando una casa en el campo. Cuando están pasando la primera noche allí, dos extraños golpean a la puerta. Estas dos personas, padre e hija, dicen ser los dueños de la casa alquilada.
La razón por la cuál están ahí es porque un ciberataque ha provocado un apagón tecnológico y no tiene otra opción que molestar a sus inquilinos. A pesar de la desconfianza inicial, Amanda (Julia Roberts) y su marido (Ethan Hawke) aceptan convivir con los Scott (Mahershala Ali y Myha’la Herrold), sin saber que el ataque es mucho más grave y definitivo de lo que creen.
El guion y la dirección son de Sam Esmail, el mismo que creó la serie Mr. Robot (2015-2019) y su trabajo consiste en adaptar el libro del Rumaan Alam y amalgamar una gran cantidad de temas en una película que mezcla la ciencia ficción con el drama y el terror. Una mezcla muy ambiciosa a la que el formato de largometraje le queda muy mal. Su duración de más de dos horas no hace más que exponer que el guion nunca termina de encontrar su rumbo.
El discurso político, la denuncia de un mundo que depende de la tecnología, el racismo, la desconfianza hacia los gobiernos, la solidaridad versus el egoísmo. Las partes no se suman, sino que se restan, la película se apaga antes de llegar a la mitad.
Su solemnidad absoluta la pone en ridículo en más de un momento y los muy malos efectos digitales desconcentran en muchas escenas claves. Basta ver la escena del barco que encalla en la playa para darse cuenta de que ese ha sido un aspecto muy descuidado de la película. Parece más una escena de Sharknado que una producción clase A con grandes estrellas.
El final es tan decepcionante como el resto, aún cuando intenta darle un giro con una sonrisa a esta historia de una sociedad entrando en un apocalipsis producto de una ataque cibernético. La inquietante hipótesis que plantea no genera en ningún momento la más mínima angustia o reflexión. Un episodio muy mediocre de Black Mirror ofrece más que esto.