Como ocurre con muchos grandes títulos de la historia del cine, en especial del cine industrial, El origen (Inception, 2010) posee la particularidad de ser varias películas en una, pero como solo las obras maestras pueden serlo, es a su vez una reflexión sobre el arte cinematográfico. Más allá de la interesante trama y de los temas implicados en ella, lo que tiene de gigantesco el largometraje de Christopher Nolan es que, por encima de todo, la búsqueda del relato está puesta en pensar qué es el cine. Por eso la idea del trompo en la historia es trivial por momentos, un detalle leitmotiv, pero también encierra el sentido final del film: la indagación profunda acerca del vínculo que los espectadores tenemos con el cine.
Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) es un extraño tipo de ladrón. Es experto en el arte de robar, durante el sueño, los secretos dentro de la mente ajena. Cobb es un hombre muy cotizado en el mundo del espionaje, pero también está prófugo por el supuesto asesinato de su esposa Mal (Marion Cotillard). Ahora surge la oportunidad de cambiar de vida a partir de una misión opuesta a lo que siempre hace: esta vez deberá implantar una idea en el subconsciente de alguien en lugar de sustraerla. Pero en esta misión aparecerá un enemigo que tal vez esté a la altura de la genialidad de Cobb y pueda derrotarlo.
Aunque se vea muy complicada la trama, su narración es transparente y la película fue muy taquillera. Al elenco de Leonardo DiCaprio hay que sumarle a Elliot Page, Joseph Gordon-Levitt, Ken Watanabe, Tom Hardy, Marion Cotillard, Cillian Murphy, Tom Berenger y Michael Caine. Una superproducción con el sello definitivo de un director al que nunca le faltó ambición.
Nolan nació en Londres, Inglaterra, en 1970 y con sus siete películas iniciales entró en la historia grande del cine. A juzgar por los títulos que realizó –Following (1998), Memento (2000), Noches blancas (Insomnia, 2002), Batman inicia (2005), El gran truco (2006), Batman: el caballero de la noche (2008) y El origen–, es un director interesado no sólo en un impacto visual y narrativo contundente, sino también en plantearse en cada título una autoconciencia acerca del material sobre el cual están hechas sus películas. Muy preocupado por la forma, sus obras tienen, a pesar de los alardes de modernidad que poseen, en particular Memento, un concepto narrativo sólido y los virtuosismos jamás atentan contra la historia que se está contando. Su gusto por la espectacularidad siempre estuvo de la mano de la búsqueda del asombro, de la sorpresa del espectador. Cuando uno ve una película del cineasta, está recuperando de un solo golpe todos los motivos por los cuales el arte cinematográfico es tan maravilloso.
No hay una sola forma de hacer cine, pero ver películas como El caballero de la noche o El origen –dos de los mejores films de Nolan– emociona por la grandeza cinematográfica que las habita, y lo que se experimenta al verlas es la sensación de que el arte cinematográfico no tiene límites. Inception elige contar su historia a muchos niveles visuales, borrando las huellas entre lo real y lo soñado por los personajes y dotando de una belleza poco habitual a esos universos que conviven en la película. Las imágenes ya están destinadas a la inmortalidad; sus escenas grandilocuentes y ambiciosas son la apuesta al gran espectáculo, a que el espectador, más allá de los temas del film, sea testigo de una narración prodigiosa y de imágenes en movimiento apabullantes. “No temas soñar a lo grande”, le dice un personaje a otro en el largometaje. Nolan no es un cineasta temeroso. No lo era en 2010 y su última película, Oppenheimer (2023), lo confirma.
La obsesión por retener algo que inevitablemente se ha perdido o se va a perder habita en la filmografía de Nolan. Eventos que quisieran sus personajes volver atrás y evitar que ocurran son moneda corriente. La angustia corroe sus mentes, los atormenta, los condena a un camino oscuro y solitario, incluso cuando estén rodeados por otras personas. Es notorio cómo, a pesar del gigantesco planteo visual y el barroquismo narrativo, la trama no sea más que la búsqueda del personaje protagónico, Cobb (DiCaprio), en su propio interior atormentado. Porque aunque los universos sean monumentales y espectaculares, la mayor riqueza posible, así como el mayor dolor, habitan en el cerebro de las personas.
Los personajes de Nolan son siempre solitarios atormentados, y aquí habitamos dentro de ese universo. La amargura de ver a Mal (Cotillard), alguien que ya se ha ido, volver una y otra vez, arrebatando y demoliendo la mente del protagonista, es sin duda la mejor representación visual, a la vez literal y metafórica, que el cine contemporáneo les haya dado a los conflictos interiores de un personaje. No hay otro protagonista más que Cobb, y la “inception” que da título al final es totalmente banal e irrelevante frente a la verdadera naturaleza del conflicto. Sin duda, esta misión es la excusa para avanzar sobre el conflicto del atormentado Cobb. Y aunque no se puede inventar cualquier teoría, el mensaje parece estar claro: en la profundidad de las mentes de los personajes habitan los miedos más recónditos y también las preguntas más trascendentales.
A lo largo de la película, el espectador es testigo de la visión personal del autor, donde los personajes no son más que peones al servicio de sus obsesiones. Y aunque el riesgo de caer en lo superficial y lo estereotipado siempre estuvo presente, el camino elegido por Nolan fue uno completamente distinto y que dio como resultado, aunque a veces de forma desprolija, el ejemplo más tangible de la monumentalidad que se puede llegar a lograr en el cine contemporáneo. Y si nos permitimos interpretar en profundidad lo que nos revela cada obra, nos daremos cuenta de que cada una esconde sus propios secretos y sus propias dudas, sus propios miedos y sus propios conflictos. Pero ninguna otra película de Nolan, y tal vez de ningún otro autor, ha conseguido transmitir de forma tan nítida la sensación de vértigo que produce el abismo interior que habita cada uno de nosotros, y la angustia existencial que este abismo provoca. El origen no es sólo una película de acción y suspenso, es una reflexión sobre el séptimo arte y sobre lo que somos como seres humanos. Y no hay dudas de que eso es lo que más inquieta y fascina a Nolan, el carácter impredecible del ser humano y la incertidumbre de la vida que siempre termina revelando la cara más oscura de la humanidad.
Por último, hay que destacar que los efectos visuales de El origen fueron creados por el supervisor de efectos visuales Paul Franklin, quien ganó un premio de la Academia por su trabajo. El guion fue escrito por Christopher Nolan, y la música fue compuesta por Hans Zimmer. Fue producida por Syncopy Inc. y distribuida por Warner Bros. Pictures. La película recibió ocho nominaciones a los premios de la Academia y ganó cuatro de ellos, incluyendo Mejor fotografía y Mejor edición de sonido. El film recaudó más de 829 millones de dólares en todo el mundo y se convirtió en una de las películas más taquilleras de 2010.