Chloe Domont se inspira en sus propias experiencias personales para presentar su ópera prima, Juego limpio (Fair Play). La directora se apoya en las poderosas interpretaciones de Phoebe Dynevor (Bridgerton) y Alden Ehrenreich (Han Solo) para entregar una historia que marca su punto de partida con un ascenso inesperado. Una pareja de analistas esconde su relación al resto de la oficina y todo va bien —incluso ya están comprometidos— hasta que ella es ascendida en vez de él. Esto último dispara la estabilidad de la pareja y los establece en posiciones de poder que ponen en riesgo su romance.
“Un codiciado puesto en una competitiva empresa financiera empieza a corroer el romance oculto entre Emily (Dynevor) y Luke (Ehrenreich) al alterar la dinámica de poder entre ellos. El apoyo mutuo se desvanece, y algo nefasto surge del éxito y la ambición desmedida”, sostiene la premisa oficial del título que es calificado de intenso, perturbador, erótico y con una enorme influencia de las dinámicas de género en el mundo real. Completan el elenco Eddie Marsan, Rich Sommer y Sebastian De Souza.
Según detalló la cineasta durante la promoción del film, este proyecto comenzó como “una especie de ajuste de cuentas” porque en algún punto de su vida no sintió que el éxito realmente fuera una victoria, sino una derrota. En ese entonces, estaba en una relación con un hombre que se sentía amenazado por cada logro que ella alcanzara y, para no denotar esa diferencia, encontraba la solución en hacerse pequeña ante él. La dinámica entre Emily y Luke al principio se siente de la misma manera: él no es tan talentoso como ella, pero está confiado de ser considerado como el siguiente jefe. Sin embargo, los dueños de la compañía optan por el potencial de Emily para ocupar el rol de liderazgo.
“Tardé años en sentarme con esta historia, en atacarla de frente, pero cuando empecé a explorarla, recuerdo la primera escena que se me ocurrió. Fue la escena en la que Emily consigue el ascenso y su primera reacción no es de emoción, sino de miedo”, detalla Domont en declaraciones oficiales difundidas por la plataforma. “Ese fue el momento en el que supe que era un sentimiento que quería plasmar en la pantalla y ser tan implacable con su ejecución como con la naturaleza del tema en sí”.
Las dinámicas de poder arraigadas en el mundo actual
La colisión entre el ego y el empoderamiento, así se advierte también el argumento de Fair Play. En un contexto donde se abraza la narrativa girlboss y la mercantilización de los discursos feministas, Chloe Domont profundiza más en el peso del poder dentro los entornos laborales: “Lo incompatible que es una sociedad capitalista con el amor. Lo difícil que es mantener una relación. Lo difícil que es para los hombres sentirse valiosos cuando los roles y las reglas cambian más rápido de lo que podemos adaptarnos. Lo atrapadas que se sienten las mujeres por su éxito”.
“A Luke le han hecho creer que tiene que encajar en una caja, que tiene que lograr una cosa u otra, y que todo lo que no sea eso le convierte en un fracasado. Por mucho que pensara que las mujeres eran víctimas del sistema, me di cuenta de que, en ciertos aspectos, los hombres también lo eran, porque lo que define su papel en la sociedad es una reliquia del pasado, y aún no hay sustituto para eso”, agrega la realizadora. El propósito de su relato no sólo hace al público empatizar con el paradigma desigual e injusto que atraviesa a Emily, sino también con el mandato doloroso y poco saludable con el que debe cargar Luke.
Cuanto más se involucraba la directora en plasmar esta historia en Juego limpio, más se daba cuenta que “era una tragedia por ambas partes”. El título, que contó con la producción ejecutiva de Ram Bergman y Rian Johnson para T-Street, tiene una duración de 113 minutos. Se lanzó este 6 de octubre en Netflix.