El cine coreano lleva décadas de esplendor. Corea del Sur se transformó en potencia cinematográfica en la década de los 90, mostrando una enorme versatilidad para crear películas de género, muy taquilleras, y también largometrajes menos masivos pero de una enorme calidad. Tarde o temprano, ese fenómeno debía llegar a un público diferente, rompiendo barreras y prejuicios. Hay muchas grandes películas coreanas que hubieran merecido el reconocimiento que finalmente obtuvo Parásitos (Parasite), pero así son los premios y el éxito de un título muchas veces tiene la capacidad de arrastrar a otros.
Ki-taek (Kang-ho Song) vive con su esposa y sus dos hijos mayores en un piso bajo en Seúl, sobreviven como pueden y sufren por estar en un lugar que se inunda, y se ganan el sustento diario a base de trabajos precarios y robando el wi-fi de los vecinos. Todo cambia cuando un amigo de su hijo lo recomienda a este para dar clases particulares de inglés en casa de los Park, una familia de clase adinerada que reside en la parte alta de la ciudad. Astuto y mentiroso, el joven conseguirá ganarse la confianza de la señora de la casa, y así irá introduciendo, poco a poco, al resto de sus familiares en distintos trabajos del servicio doméstico.
El joven se convierte en tutor de la hija mayor de los Park, su hermana será profesora de pintura del niño menor, Ki-taek será chofer del padre y finalmente su esposa será la cocinera y empleada doméstica de la familia. La clave del engaño está en ocultar que los cuatro son miembros de la misma familia. Así comienza una historia de humor negro que se va enredando y volviendo más dramática escena tras escena, todo narrado por el director y guionista Bong Joon-ho.
Joon-ho es uno de los directores más talentosos del siglo XXI. Su filmografía es sólida y coherente, pero a la vez muy ecléctica. Desde su primer film Barking Dogs Never Bite (2000), él ha demostrado oficio y un gran talento para sorprender y deslumbrar a los espectadores. Parásitos es la gran explosión de su cine a nivel mundial, incluso por encima de The Host (2006) que, aunque es una obra maestra, tuvo una repercusión mucho menor fuera del ámbito de la cinefilia. Hoy queda claro que ya ha logrado convertirse en la película más prestigiosa y conocida de toda la historia del cine coreano, más allá de que se la considere o no como la mejor de dicha cinematografía.
La lucha de clases es un tema que aparece siempre en los films de Bong Joon-ho. Su cine siempre tiene apuntes políticos, a veces más sutiles, a veces más explícitos. Snowpiercer (2013) y Parásitos son las más directas en ese aspecto. Pero mientras que la primera -un film que originó la exitosa serie del mismo nombre- usaba reglas clásicas para contar la historia, utilizando un tren en movimiento para retratar el mundo, la otra busca una forma algo más moderna o tal vez un poco menos clásica. Queda claro que en Parásitos abandona el período de títulos más universales como Snowpiercer y Okja (2017) para regresar a la locura de sus títulos anteriores. No le asustan los géneros cinematográficos y se sirve de ellos con respeto pero sin dejarse amedrentar por sus reglas. Cine de género y un cine personal que conviven de forma palpable. Con poca preocupación por el realismo, más allá de lo creíble que puede resultar cada escena en sí misma.
No hay que adelantar nada de la trama, pero una vez que los temas del director se establecen y ambas familias quedan retratadas, todo lo que sigue será un camino al infierno basado en esas reglas muy bien establecidas. La lucha de clases incluye también un combate entre pobres y pobres por ocupar un lugar junto a los ricos. Tiene, como Luis Buñuel, una mirada nada paternalista sobre la pobreza. No idealiza a esa clase social, no ve a la pobreza como un estado de pureza, sino de brutalidad. Tal vez el director surcoreano no se anime a llevar a los extremos de su antecesor español los temas que elige, pero igual es impactante y original ver cómo resuelve su historia. Además del guion, la forma en la que el director narra esta tensión es lo que le da a esta película ganadora del Oscar su verdadera fuerza.
La manera brillante y potente en la que filma es el máximo valor que tiene el largometraje. Desde el inicio de su obra, con Barking Dogs Never Bite o la impecable sobriedad de Memories of a Murder, el cineasta ha mostrado habilidad para diferentes tonos, capacidad para narrar y deslumbrar con escenas inolvidables. Sus movimientos de cámara ya son su firma, así como los momentos de peleas y choques entre los personajes que han dejado ya varias escenas notables. Sus ideas políticas son simples y, a pesar de todo, tranquilizadoras.
Los que ven su cine están en la parte privilegiada del mundo, pueden reflexionar y abrumarse un par de horas para luego seguir adelante. Eso sin duda también la ayudó en la temporada de premios. Pero Bong Joon-ho es un cineasta enorme que merece el reconocimiento que tiene. Pesimista la mayor parte del tiempo, pero no siempre, dejando algunos espacios de luz para sus personajes en algunas de sus películas.
Parásitos sorprendió a todos cuando se convirtió en la primera película coreana nominada no sólo a mejor película, sino también la primera película coreana nominada a mejor película internacional en los premios de la Academia. Fue el segundo largometraje no norteamericano o inglés en ganar la categoría más importante. Lo más memorable fue que se trató también de la primera película en ganar los dos premios, mejor película del año y mejor película internacional.
Bong Joon-ho fue la segunda persona en la historia de los premios Oscar en llevarse cuatro premios en una misma noche, el anterior fue Walt Disney, pero no obtuvo esos premios por un mismo título. Ganó el Oscar a mejor director, guionista y, por ser productor, los otros dos premios. Su obra también fue el primer largometraje coreano en lograr la Palma de Oro en el Festival de Cannes, entre muchos otros galardones. La historia ya está escrita y este clásico contemporáneo hoy puede ser disfrutado en HBO Max.