Alfred Hitchcock decía que el cine es el arte de llenar una sala vacía. El genio británico resumía a la perfección el objetivo de todo largometraje desde los orígenes del cine hasta la actualidad. No hay dos películas iguales, pero todas buscan tener público. Sonido de libertad (Sound of Freedom) es una de las películas más comentadas del año y también una de las más taquilleras. Aunque en más de un momento parecía que no iba a ser estrenada en muchas salas, esta película dirigida por Alejandro Monteverde terminó siendo un enorme éxito en Estados Unidos que promete replicarse en toda Latinoamérica.
El film está basado en un hecho real. Más allá de las licencias poéticas que la misma producción aclara que se tomó, lo más importante, el trabajo de Tim Ballard y su misión para rescatar niños víctimas del tráfico humano, es real y está documentado. Ballard, interpretado por Jim Caviezel, es el protagonista y héroe de esta trama. Ballard es un agente especial para el Departamento de Seguridad Nacional que, luego de años de arrestar pedófilos y desarmar redes de pedofilia, siente que a esa tarea debe sumarle el ir a rescatar a los niños secuestrados y convertidos en esclavos con fines sexuales. Se centra puntualmente en una misión en Colombia, donde Ballard y algunos asociados arman una gran redada para rescatar a una gran cantidad de niños. Para darle más dramatismo a la historia, Ballard busca, entre todos esos niños, a Rocío, una niña que fue secuestrada con su pequeño hermano, Miguel. Cuando el niño es rescatado, Tim le promete que también salvará a su hermana. El niño le da una medalla de San Timoteo para que la pequeña pueda reconocerlo al llegar.
Puede considerarse un largometraje de suspenso, un drama con una aventura parecida a la que hemos visto cientos de veces en el cine. Pero dos cosas la diferencian de la casi totalidad de los títulos actuales. Por un lado, la frontalidad con la que denuncia a las redes de pedofilia y, por el otro, la clara intención de ser una película de denuncia cuyo fin es llamar la atención de los espectadores y comprometerlos con una toma de conciencia. En ese aspecto, es un título que busca formar parte de una campaña concreta, muy clara, y el cine no es más que una herramienta para conseguir ese objetivo. Esto le da un tono y un estilo muy inusual, sumándole y restándole por partes iguales a la hora del producto cinematográfico en sí mismo. Para el espectador no acostumbrado al cine con tono religioso, “Sonido de Libertad” puede resultar algo incómoda. Pero este cine existe, aunque tenga un público diferente al resto de los éxitos de taquilla. Hoy, mostrarse abiertamente creyente parece no estar a la moda. Y en eso, este largometraje se ve como una novedad, aunque tal vez no lo sea.
Tim Ballard se crió en California pero estudió en la Brigham Young University, en Provo, Utah. Es miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pero en el largometraje su condición de mormón no se ve en ningún momento. Uno de los productores, Eduardo Verástegui, que acompañó el estreno de Sonido de libertad por todo el continente, profesa la fe católica y está ligado a diferentes grupos de dicha religión. Él ha sido, como Ballard, objeto de diferentes polémicas, las cuales han aumentado con su lanzamiento. Lo mismo para el protagonista, el actor y productor Jim Caviezel.
Y ahí es donde empieza el gran debate acerca de Sound of Freedom, aunque esta discusión posiblemente no le llegue ni le interese a la mayoría de los espectadores que llenan las salas de cine para verla. El proyecto fue completado en el año 2018 y tenía un acuerdo de distribución con 20th Century Fox. Cuando esta empresa fue adquirida por Disney, quedó cajoneada y sin futuro estreno. Esto ocurre con muchas películas por los más variados motivos. Luego, los productores recuperaron los derechos y se la ofrecieron a Netflix y Prime Video, que la rechazaron. Una vez más, todas las empresas pueden aceptar o rechazar distribuir una película. Si consideran que no funcionará en taquilla, prefieren no invertir. Esto alimentó suspicacias y fue usado como una herramienta de marketing. En el medio, la pandemia se llevó un año entero de comercialización.
Finalmente, Angel Studios aceptó la distribución y realizó un crowdfunding que, con aproximadamente 7000 inversores, consiguió la cifra para una distribución en Estados Unidos a gran escala. Realizarla costó alrededor de 15 millones de dólares y ya lleva recaudados más de 200 millones. Logró ubicarse cómodamente entre las diez producciones más taquilleras del año, compitiendo con los grandes tanques de Hollywood.
Tuvo una fuerte campaña para optimizar el boca a boca y, más aun, invitar a los que ya la habían visto a que les compraran entradas a otros espectadores que aún no lo habían hecho. Incluso, hay una rareza total y es que en el propio metraje, a dos minutos de comenzados los títulos del final, Jim Caviezel, totalmente comprometido con el proyecto, realiza un discurso invitando a recomendarla y a militar para que más gente la vea. Es un discurso largo y, en algún aspecto, anticlimático, porque si la película funciona, no necesita ese agregado.
Políticamente hablando, Sonido de libertad dividió aguas, poniendo a la derecha y los grupos conspiranoicos a favor, y al progresismo en contra. Incluso, sin ver la película. Algunos decían que quería ser ocultada por Hollywood y otros que se trataba de un largometraje que compraba las ideas de QAnon y sus seguidores. No es un debate que se vaya a cerrar fácilmente, pero la verdad es que la mayor parte del tiempo nadie se ocupa de investigar a cada productor de cine y a cada estudio. ¿En unos años alguien recordará este debate?
La película funciona. Es atrapante, por supuesto que también es difícil de ver y moviliza a cualquier espectador. Tiene un tono intencionalmente solemne y no se da margen para complejidades en los personajes. ¿Qué matices necesita un pedófilo en una ficción que lo muestra traficando niño o usándolos sexualmente? Es verdad que el film no se ocupa de la pedofilia en la familia, el barrio o la escuela. También es cierto que no menciona los abusos sexuales en las iglesias. Pero Sonido de libertad cuenta una historia y esa historia es la del trabajo de Tim Ballard. Lo que sí dice es que Estados Unidos es el país que más consume pornografía infantil y con eso alcanza para sacudir a una sociedad en cuya agenda no parece estar esta defensa de los derechos humanos. Entre tantos grupos que por suerte son defendidos, los niños no parecen estar en la prioridad. Ese es otro debate, cinematográfico y social que está pendiente y que aquí se asoma.
Jim Caviezel es el protagonista de La pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson. El director de ese film promocionó y defendió a Sonido de libertad. Tim Ballard eligió personalmente a Caviezel y luchó contra los productores para que lo sumaran al proyecto. El actor realiza una actuación impactante, como si estuviera en otra esfera. Juega con su personaje de Jesucristo y muestra una presencia sólida, abrumadora, con una convicción inusual. Él es en gran parte el responsable del resultado de la película.
Aunque hay leves, breves y aislados momentos para sonreír, la solemnidad domina una película que no tiene margen para divertirse o utilizar recursos formales que le quiten potencia a la trama. Es bastante pudorosa en la puesta en escena aunque igualmente sea difícil de ver. No se puede quedar indiferente frente a lo que cuenta la historia. El contenido religioso es evidente y explícito, algo que casi no se ve hoy en día. Mira Sorvino, quien interpreta a la esposa de Ballard, está desperdiciada como actriz y su personaje parece haber quedado en la sala de montaje. El resto del elenco, que incluye a Bill Camp, Javier Godino y al propio Eduardo Verástegui, está bien y el título cumple con las reglas del cine clásico, buscando nunca volverse esteticista, más allá de los planos simétricos y apertura y cierre.
Sonido de libertad contiene muchos temas y ha traído mucha polémica. Más allá de todo eso, se trata de una película diferente a todo lo que se ve actualmente y también muestra cómo, si los espectadores quieren ver algo, lo harán; así como también lo contrario si no quieren hacerlo. La denuncia está hecha y es real. La esclavitud en el siglo XXI todavía existe y una creación cinematográfica decide no mirar al costado. Que cada espectador piense lo que quiera, el trabajo de la película, como de todo el cine, termina cuando se encuentra con las personas que se sientan a verla.
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