Hace mucho tiempo que los realizadores han usado su obra para explorar su propia infancia en un largometraje. Algunos lo han hecho de forma indirecta y otros de manera autobiográfica. Los 400 golpes (1959) de François Truffaut, Amarcord (1974) de Federico Fellini y Fanny & Alexander (1983) de Ingmar Bergman son ejemplos bien conocidos. Aunque El tiempo del Armagedón (Armageddon Time) de James Gray se suma a una ola más reciente que incluye a Roma (2018) de Alfonso Cuarón, Belfast (2021) de Kenneth Branagh y Los Fabelman (2022) de Steven Spielberg.
Esta historia de paso de la infancia a la adolescencia tiene como personaje central a Paul Graff (Banks Repeta) un niño que tiene una vida relativamente tranquila en los suburbios de Nueva York. Aunque nada le falta, su actitud de constante rebeldía le trae problemas en la escuela. Más entendible es la actitud contestaria de su amigo Johnny Davis (Jaylin Webb) discriminado por ser negro. Ambos son buenos amigos, aunque la sociedad no los valore por igual. Su madre Esther (Anne Hathaway) es la presidenta de la asociación de padres, algo que Paul cree que es un puesto de poder que lo respalda.
En la familia de Paul, mayormente judía, hay varios sobrevivientes del Holocausto, pero entre todo ellos es su abuelo, Aaron Rabinowitz (Anthony Hopkins) quien es el referente moral para el joven. Sus enseñanzas son lo que más le importa a Paul, casi siempre descarriado y en falta. Cuando el mundo alrededor se vuelva cada vez más complicado, el abuelo será quien le ordene las ideas y le explique con claridad el camino correcto a tomar, incluso por encima de las órdenes del propio padre de Paul, Irving Graff (Jeremy Strong).
La película juega con mayor sutileza que otros títulos de este estilo a retratar al personaje principal, pero falla de forma contundente por el carisma limitado y la sobreactuación irritante del actor principal. Si bien este joven había demostrado mayor elegancia en, por ejemplo, El teléfono negro, acá hace que no haya forma de que el espectador sienta empatía con él. No es que retrata a un chico en una edad difícil lo que molesta, sino su gestualidad poco convincente y la sensación, equivocada, de que está fingiendo todo el tiempo. Aún rodeado de grandes actores, todo se desarma por él.
Los detalles más personales y llenos de matices con los cuales la película retrasa la emoción, no son tales cuando necesita subrayar muchas veces que odia al futuro presidente Ronald Reagan y describir, con todavía menos sutileza, la escuela privada donde la familia Trump pisa fuerte y muestra su categoría de casta elevada por encima del promedio. James Gray, un gran director, parece tener la necesidad de un discurso político con nombres en una película que podía expresar los mismos valores sin hacer esos comentarios. Otro punto en contra para una película con varios aciertos y momentos de enorme belleza.
Seguir leyendo: