El cine argentino ha tenido a lo largo de su historia varios momentos notables que dejaron una marca. Algunos de esos momentos no son identificados por el público en general, pero sus consecuencias se perciben en los años siguientes. En la década de los 90, en Argentina, a una década del regreso a la democracia, empezó a forjarse una nueva generación de cineastas que, sin proponérselo, iba a reemplazar a los realizadores veteranos. En dicha generación estaban Israel Caetano, Lucrecia Martel, Daniel Burman y, por supuesto, Pablo Trapero. No eran los únicos ni formaban un bloque sólido, simplemente eran los nuevos y sus películas impactaron.
En el caso de Trapero su ópera prima fue muy impactante. Mundo grúa, filmada en un nada pretencioso blanco y negro, era tan original, auténtica y encantadora, que inmediatamente llamó la atención de todos, primero en el BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires) y luego en las salas de estreno. Luego vendrían muchas otras películas del director, pero ese fue el gran golpe. Ahora llega a Netflix y es de visión obligatoria. La acompañan películas más taquilleras y conocidas, como Leonera, Elefante blanco y Carancho. Estas últimas dos protagonizadas por Ricardo Darín junto a Martina Guzmán, quien a su vez protagonizó también Leonera.
En Mundo grúa el protagonista es Rulo (Luis Margani), un mecánico de 50 años que tiene la oportunidad de convertirse en operador de grúas. En su juventud tuvo un banda de rock de cierto reconocimiento, pero eso ha pasado hace muchísimos años. Está divorciado, tiene un hijo que es un desastre, y lidia con problemas de peso para poder trabajar adecuadamente, además de los riesgos para su salud.
Necesita trabajar, mantener a su hijo y encontrarle una vuelta a su vida. Tan simple es la película como entrañable su personaje principal. Con un elenco mayormente de actores aficionados, la película mezcla humanidad con humor, y un registro casi documental del mundo del trabajo en las grúas. Se filmó en Buenos Aires y en la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia.
Leonera (2008) cuenta la historia de Julia Zárate (Martina Gusmán), una reclusa que está en la cárcel por haber asesinado a su novio. Pronto descubre que está embarazada y es enviada a un pabellón especial para mujeres condenadas también embarazadas, o ya con sus hijos pequeños, nacidos en el penal. La película es dramática, pero desde los títulos del comienzo anuncia que no será tan trágica o sórdida como otros films del director.
A pesar del ambiente duro y claustrofóbico de la cárcel, la protagonista busca establecer ese vínculo madre e hija así como amistades en un mundo peligroso pero también con reglas. Es una película de un enorme humanismo y una de las más bellas que realizó Pablo Trapero. Tiene guion de Santiago Mitre (Argentina: 1985) y Alejandro Fadel (Muere, monstruo, muere), estos dos talentosos cineastas son también los guionistas, junto a Pablo Trapero y Martín Jauregui de los guiones de Carancho y Elefante blanco.
Carancho es la combinación perfecta entre el cine de fuerte potencia social de Trapero y el cine de género, puntualmente el policial negro. Una vez más, y cómo suele pasar en su cine, la acción transcurre en el conurbano bonaerense. La película cuenta la historia de Sosa (Darín) y Luján (Gusmán). El primero es el “carancho”, un abogado corrupto que, al igual que el ave de rapiña carroñera, vive de las víctimas de los accidentes de tránsito.
Gracias a una serie de contactos recibe el dato del accidente y llega al lugar antes que todos, para ofrecer sus servicios legales. Si logra captar a la víctima le gestionará una indemnización, de cuyo importe deberá pagar sobornos a policías y paramédicos. Luján es una joven médica adicta que hace guardias en un hospital de San Justo, suele drogarse, su trabajo la angustia y en una de sus guardias conoce a Sosa. Entre ellos surgirá una historia de amor oscura y peligrosa con aires film noir fatal.
Elefante blanco (2012) recupera ciertos elementos neorrealistas propios del realizador, a la vez que lo muestra más potente que nunca a la hora del registro social y la violencia latente que tarde o temprano termina estallando. Los protagonistas son dos sacerdotes católicos, Nicolás (Jérémie Renier) ha sobrevivido a la masacre de una tribu a manos de narcotraficantes, y su amigo Julián (Darín), enfermo, que viaja para rescatarlo. Ambos unen sus fuerzas para ayudar a la gente de la Villa Virgen, en Buenos Aires.
Con ellos está Luciana (Gusmán), una asistente social que trabaja también en pos de mejorar la vida de los habitantes de dicho lugar. Trapero traza un mapa de la complejidad de ese mundo, de su violencia, su peligrosidad, pero también de sus deseos de salir adelante. El tema no es fácil, y la mirada que la mayoría de los espectadores tienen de ese universo es, por razones obvias, sesgada o incompleta.
Estos cuatro largometrajes figuran, por derecho propio, entre lo más destacado de los últimos veinticinco años del cine latinoamericano. Son obras personales, pero a la vez que puede disfrutar cualquier espectador. En el orden exacto en el cual fueron hechas, en ese mismo orden pueden ser disfrutadas por los espectadores de Netflix a partir del 18 de agosto.
Seguir leyendo: