En el año 2016 se estrenó este musical dirigido por Damien Chazelle, director independiente que había ganado mucho prestigio con su película Whiplash. Pero lejos de ser un producto para un público limitado, La La Land tenía (y tiene) toda la ambición de un film de género bien masivo, una de esas películas destinadas a convertirse en un clásico. Una inteligente combinación entre los códigos más puros del cine de la Edad de oro de Hollywood con una mirada más desencantada y melancólica de todo el cine posterior.
La estructura más transparente es la base del guion de La La Land. Ella, Mia Dolan (Emma Stone), es una aspirante a estrella de Hollywood que trabaja en una cafetería. Él, Sebastian Wilder (Ryan Gosling), es un músico de jazz que sueña con tener su propio local para tocar y difundir la música que más le gusta. Mia y Sebastian se van a conocer y se van a enamorar, a pesar de algunos conflictos iniciales, como también corresponde al concepto más puro y tradicional de la comedia romántica.
Alrededor hay gente mala que no los valora ni los respeta, el mundo de sus sueños parece desmoronarse, pero nuestros héroes no se rinden. Es fácil identificarse con ellos y quererlos. No solo eso, el espectador les desea felicidad desde el minuto uno. Y todo esto con una combinación entre la belleza, el colorido y la música de las películas del Hollywood clásico. Números musicales que se contraponen con una realidad menos glamorosa y menos feliz.
El punto más alto es cuando la pareja va a besarse en la oscuridad de la sala donde ven Rebelde sin causa. Cuando la película se corta es un anticipo de lo que está por venir, ya que la escena que sigue es más grande que la vida. La belleza alcanza su punto más alto. Comienza a profundizarse el juego entre la magia del cine y la amargura de la vida. Esa perfección romántica de la cual, por las pistas que la película misma da, el director se sirve para luego dar vueltas de tuerca que son el corazón mismo de la película.
La La Land era desde el comienzo una película que buscaba ir por el camino no del musical clásico, sino del musical moderno que homenajea al clásico. Referencias claras a Los paraguas de Cherburgo (1964) de Jacques Demy o Todos dicen te quiero (1997) de Woody Allen. Tradicionalmente los musicales son el territorio de la felicidad, de la fantasía, del sueño, son también el género en el cual los espectadores se refugian de una realidad gris y triste. Este juego la convierte en una película fácil de querer, pero a la vez sofisticada y capaz de mirar todo desde las dos veredas. Por eso su popularidad pero también su prestigio. Cuando empezó la temporada de premios de aquel momento, La La Land picó en punta.
Catorce nominaciones al Oscar la mostraban como una película récord. Sus dos protagonistas estaban en su mejor momento y a la industria del cine le encantan las historias sobre el mundo del espectáculo. La película terminó ganando seis premios Oscar, incluyendo mejor actriz, Emma Stone, y mejor director, Damien Chazelle. Pero a la hora de entregarse el Oscar a mejor película se cometió un error con los sobres y se anunció que La La Land, equivocadamente, había ganado también ese premio. En mitad del agradecimiento se supo que no era así, que la ganadora había sido Moonlight pero que la empresa que entregaba los sobres había cometido un error. De una forma incómoda y molesta, se había replicado el propio guion de la película.
Pasaron seis años del estreno y sin ese premio la película hoy sigue siendo un clásico al que se puede volver una y otra vez. Las canciones son fantásticas y su magia se ve intacta. Ahora se la puede disfrutar en HBO Max, pero también está disponible en Paramount Plus y QubitTV. No hay que dejar pasar la oportunidad de verla nuevamente o por primera vez.
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