Se cumplen treinta y cinco años desde el estreno de una de las mejores películas de la historia del cine. Un clásico que no ha perdido nada de su encanto y que siempre es una gran noticia cuando uno tiene la oportunidad de verla nuevamente. Su éxito y su calidad no son un accidente, la combinación de talentos que participó es un verdadero equipo de los sueños, una mezcla de gigantes que supo dar en esta película lo mejor que tenía. Algunos espectadores afortunados que aún no la han visto tienen la oportunidad de hacerlo ahora en HBO Max.
La película se inspira en el éxito de la serie clásica Los intocables (1959-1963) protagonizada por Robert Stack, uno de los primeros fenómenos televisivos de la historia. Ambas parten de las memorias de Elliott Ness, el agente del tesoro famoso por liderar un grupo que combatió al crimen organizado durante la época de la Ley Seca en Chicago. Ese es el punto de partida, ya que ambas narraciones prefieren tomarse todas las licencias poéticas posibles y dedicarse a entretener, en particular la película, dedicada de lleno al gran espectáculo cinematográfico. Aunque la serie es legendaria y las adaptaciones de programas de televisión no habían tenido hasta ese momento mucho prestigio, esta película se convertiría en uno de los grandes títulos de la década del ochenta.
La historia de la película empieza con la famosa escena de la bomba, donde una niña muere, víctima de las acciones mafiosas de Al Capone y sus secuaces, en particular el siniestro Nitti. Es una escena fundamental, porque establece que no idealizará a los criminales, que no será una película de gángsters ambigua en ese aspecto. Los intocables es una película sobre héroes, no sobre antihéroes o villanos. Es lo más clásico posible y no le teme a defender la nobleza de Elliott Ness y su cruzada contra el crimen, su defensa de los ciudadanos y su trabajo para que se cumpla la ley. La película, claro, encontrará la manera de ir más allá, pero siempre bajo la idea de reivindicar la figura del héroe, no del mafioso. En eso está casi al borde de salirse del género, pero tiene tantas buenas escenas de acción que consigue convertirse en uno de los grandes films de gángsters de la historia del cine.
El mérito es compartido. Muchos talentos unidos, cada uno en lo suyo, todos realizando su oficio con excelencia. Empezando por Brian De Palma, el realizador de Carrie, Blow Out, Scarface (remake de un clásico del género) y Doble de cuerpo. De Palma era uno de los más sofisticados directores de aquellos años y darle este encargo le dio a toda la puesta en escena una calidad visual que convirtió a muchas buenas escenas en momentos inolvidables de la historia del cine. La forma en la que De Palma mueve la cámara, cómo construye cada momento de acción, pero también de suspenso, lo muestran como esos grandes directores clásicos al servicio de la mejor película posible.
Todas las escenas son extraordinarias, cada espectador recordará los diferentes momentos, porque todos valen la pena, de verdad es algo difícil de repetir una película así, pero para elegir una, la de la escalera de la estación de tren tiene todo en un solo lugar. Espectacular por donde se la mire, con acción, suspenso, emoción y además, es obviamente un homenaje a el clásico del cine soviético El acorazado Potemkin (1925) de Sergei M. Eisenstein y el momento de las escalinatas de Odessa. Esa escena siempre fue utilizada como un sofisticado ejemplo de montaje cinematográfico, de puro cine. De Palma la cita y a la vez construye su propio momento inolvidable.
De Palma no está solo. El guión es de David Mamet, guionista y dramaturgo de enorme prestigio que le da a la estructura del guión todo lo necesario. Grandes personajes y giros de la trama que tienen drama y a la vez humor. Un lujo tan grande como tener a Ennio Morricone componiendo la banda de sonido. El músico italiano, legendario por componer la música de los westerns de Sergio Leone, regala una de sus más refinadas partituras. Pero la fiesta no termina ahí. Desde la gran secuencia de títulos la película conecta con su clima y pronto descubrimos que el vestuario y la dirección de arte son deslumbrantes y nada menos que Giorgio Armani colaboró con el vestuario de la película. Por eso, claro, esos trajes se ven absolutamente increíbles, como todo en la pantalla.
Y los actores son lo que recordaremos al salir del cine. Kevin Costner venía ascendiendo como protagonista, pero esta película lo convirtió en la estrella que todos conocimos de ahí en más. Logra darle a Ness la credibilidad del héroe absoluto que debe volverse más violento para conseguir su objetivo. No es un héroe completamente blanco y la película en su rostro consigue que sea convincente en un papel más difícil de lo que parece. Andy Garcia también consigue, en su rol de George Stone, uno de esos roles que marcan una carrera. Charles Martin Smith, como Oscar Wallace, trae consigo la inocencia del oficinista convertido en héroe, un personaje que también marcará la emoción de la película.
Sean Connery está en el que tal vez sea el punto más perfecto de su extraordinaria carrera. Su rol de Jim Malone parece escrito a la medida justa de su personalidad. En cada escena en la que aparece todo tiene un brillo único. Eso es ser una estrella de cine. En su papel de mentor y ángel guardián de Elliott Ness, Connery alcanza momentos que el mundo entero supo valorar. Desde el momento del estreno hasta tener un Oscar a Mejor Actor Secundario en la mano, todos los espectadores, críticos y miembros de la industria vieron el valor de su talento. Famoso como era, esta película fue un momento perfecto para valorarlo en su justa medida.
Y el gran broche de oro es tener a Robert De Niro interpretando a Al Capone. Maquillado y gordo, De Niro -que en aquel momento no había hecho muchos roles menores- se divierte con su villano capaz de meter miedo en algunos de los momentos más violentos de la película. Tal vez sea uno de sus mejores papeles, aunque los laureles hayan sido todos para Connery. Billy Drago interpretando a Frank Nitti es un secuaz también único al que el público aprende a odiar con ganas. Si algo no les falta a Los intocables son sus grandes momentos catárticos. Una experiencia cinematográfica muy intensa que se graba en la memoria del espectador como ocurre con esos títulos destinados a convertirse en clásicos. Se cumplen treinta y cinco años de su estreno y sigue siendo perfecta.
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