Las telenovelas pasaron por todos las etapas. Fueron menospreciadas, luego reivindicadas y hoy han logrado meterse en el streaming con la misma fuerza que lo hacían en la televisión de los setenta y los ochenta. Pálpito es una producción colombiana escrita por Leonardo Padrón, experimentado autor venezolano de telenovelas, que se estrena en Netflix con un formato de temporada corta, otra novedad para este género que está funcionando muy bien en la actualidad.
Simón Duque (el argentino Michel Brown) es un hombre feliz, casado con Valeria (Margarita Muñoz) una joven amante de la música y excelente maratonista aficionada. Tiene dos niños y la vida por delante. Camila Duarte (Ana Lucía Domínguez) es una mujer de clase alta que se dedica a la fotografía y está a punto de casarse con Zacarías Cienfuegos (Sebastián Martínez) un exitoso asesor político y consultor de imagen, jefe de campaña de Braulio Cárdenas (Mauricio Cujar).
En un maratón, Camila les saca una foto a Valeria sin saber que será la última imagen de ella. La joven será asesinada para quitarle el corazón que Camila está esperando. Entonces Simón buscará venganza sin saber quién es el responsable ni a dónde ha ido a parar el corazón robado.
Hay en Pálpito una historia de amor (o varias), hay una trama política vinculada con las campañas presidenciales, pero por encima de todo eso hay una supuesta denuncia sobre el tráfico de órganos. Decimos supuesta porque la idea básica es crear una ficción disparatada a partir de los mitos urbanos, llevándolos a su modalidad más extrema.
No pasa nada, para algo se inventaron los melodramas y las telenovelas. Pero de ahí a que esa trama funcione hay un largo camino, claro está.
Los ingredientes están todos a la vista: es tomarlo o dejarlo. O tal vez soñar con ficciones un poco menos forzadas, puestos a elegir. Ni la maratonista parece corredora capaz de ganar maratones, ni la fotógrafa parece saber de fotografía. Aunque la serie se vea clase A, mantiene los vicios perezosos la telenovela. Aun así, los primeros dos episodios son los más interesantes, porque incluyen además la presencia de Carlos Vives haciendo de sí mismo.
Pálpito puede verse como una telenovela comprimida, donde los excesos del género se suceden sin ningún pudor. Esto es bueno y es malo, porque se mueve entre la velocidad y el ridículo, imponiéndose esto último. Los primeros episodios son divertidos y graciosos, pero luego la producción se va hundiendo en sus propias reglas y toda la parte policial es más bien tonta.
A Latinoamérica le sigue saliendo mejor el drama que la acción, y Pálpito lo confirma. Lo que también se corrobora con su éxito es la tendencia de los espectadores latinos de Netflix por este género. Sin importar la calidad de las propuestas, cada uno de estos productos tiene buena respuesta. En sus 14 capítulos iniciales, los de su primera temporada, Pálpito agota sus ideas, aunque promete seguir adelante. Deja suficientes puertas abiertas para la continuidad, aunque pocos elementos conservan interés.
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