Es una verdad de Perogrullo que todo director de cine debe ser, por principios, reglamento y mandato del ser, un cinéfilo. No se podría concebir, claro, que un realizador (uno de esos hombres o mujeres que, según la definición de Andrei Tarkovski, se dedican a “esculpir en el tiempo” –y cuya principal herramienta es la luz–) esté desprovisto de imágenes de películas que lo marcaron, influenciaron o que odió como para filmar en contra de ellas. Ahora bien: no todo cinéfilo es un director de cine (otra verdad obvia, pero nunca está demás caer en obviedades, al menos en honor a las familias, ya que pasa en las mejores de ellas).
Pero los cinéfilos pueden convertirse en cineastas: recuerden el caso de Francois Truffaut o Jean-Luc Godard y otros miembros de la revista Cahiers du Cinema que luego de plantear en sus páginas sus posiciones estéticas sobre el cine más contemporáneo, exhibir sus preferencias por el cine, por ejemplo, de Alfred Hitchcock o el hollywoodense mismo, no tuvieron más remedio que actuar y filmar y de allí obras maestras como Los 400 golpes o Sin aliento y cambiar así nomás el cine de una vez y para siempre. ¿O aquel empleado de un videoclub que miraba todo el catálogo de la tienda una y otra vez y se llevaba los VHS para verlos una vez más en su casa y que un día filmó Tiempos violentos y del mostrador desde donde atendía a los clientes se puso al frente de las cámaras y le regaló al público y a la eternidad Pulp fiction, dios la tenga en la santa gloria restaurada?
Con esta introducción hemos llegado al meollo del asunto, señoras y señores, ya que se han terminado de dar cita las palabras “cineasta”, “cinéfilo”, “Truffaut”, “películas”, “restauradas”, ¿y ya se dijo “Truffaut”? Es que existe un señor, legendario desde ya, que conjuga todo esto: Martin Scorsese. Amén.
Seguramente lo recuerdan de películas como Taxi Driver, Toro salvaje, La última tentación de Cristo, Buenos muchachos, Casino, Pandillas de Nueva York, El lobo de Wall Street, El irlandés, entre otras gemas de la cinematografía mundial. Bien, Marty (como le decimos sus amigos) además de seguir filmando hace varios años decidió organizar una fundación que se ocupara de rescatar y restaurar copias de films añejos, perdidos o insólitos que, de otra manera, se habrían perdido para siempre. Tan solo un dato: más de la mitad de las copias en 35 mm de películas realizadas antes de 1950 en los Estados Unidos se perdieron. Es una cifra monstruosa acerca de cómo un legado cultural histórico puede deshacerse como el polvo entre los dedos. The Film Foundation, iniciada por Scorsese en 1990 y a cuya mesa directiva se sumaron cineastas de los más diversos orígenes como Steven Spielberg, Woody Allen, Robert Redford y luego Peter Jackson, Wes Anderson y Christopher Nolan, entre muchísimos otros, se ocupa de restaurar films, conservar esas copias para la posteridad y recaudar los fondos necesarios para la tarea. Que recientemente abrió una nueva dimensión.
Si la mitad de las películas estadounidenses originales anteriores a 1950 ya no existen, mejor no hablar de los países de la periferia capitalista, el así llamado Tercer mundo. En la Argentina, por ejemplo, existen coleccionistas y especialistas que se dedican a rescatar esas copias de los estragos del tiempo y el olvido. Y así suele suceder en cada otra nación periférica, pero esos destinos están librados a la iniciativa, por lo general, de estas personas obstinadas y maravillosas que, encima, carecen de los fondos que se requieren para llevar a buen puerto esos fines.
Ahora, el World Cinema Project, impulsado por The Film Foundation, definió como su objetivo rescatar y restaurar estos films de orígenes nacionales variopintos. Y para ello se asoció con MUBI, una plataforma de películas en streaming, para realizarlo. Para quienes no conozcan MUBI, es necesario señalar que se trata de una plataforma a la que toda la cinefilia debería suscribirse sin ataduras. Originalmente, MUBI se llamaba Les Auteurs (Los autores), lo cual da una impronta a sus fines fundacionales. Que siguen en pie hoy, pero desarrollados de un modo mucho mejor, en cuanto a estética y funcionamiento. El cine de autor, cinema qualité o como quiera llamarse se da cita de un modo abrumador en la plataforma con films clásicos en blanco y negro a películas de la más actual contemporaneidad. Como ejemplo, la japonesa Drive my car, que se exhibió unos días solamente en la pantalla grande de la sala Leopoldo Lugones, se puede ver ahora con gran calidad en MUBI. Entonces, Marty y MUBI. Un M&M, golosina para cinéfilos.
Recientemente anunciaron de manera conjunta la exhibición de las primeras dieciocho películas restauradas que serán subidas de manera progresiva a MUBI.
Ya se encuentran para placer de la audiencia:
Muna moto (The child of another), una película camerunense de 1975 en la que la cámara en blanco y negro se detiene en primeros planos faciales de una gran belleza, con un uso estético de la imagen sobrecogedor que cuenta un drama enorme que sucede cuando una pareja de jovencitos debe enfrentar a la sociedad y el mandato familiar cuando ella queda embarazada, todo regado con muchos tambores y percusión. Se trata de un film muy hermoso del que nada sabríamos de no ser por esta iniciativa, muy probablemente.
Pixote. Esta película es más conocida para los argentinos ya que, a pesar de haber sido rodada en Brasil y recrear la barbarie y criminalidad a la que son llevados los más jóvenes desde los espacios en que reina la pobreza y la desigualdad, fue dirigida por el argentino Héctor Babenco (quien más tarde filmaría El beso de la mujer araña en Hollywood). La calidad que recuperan las imágenes posibilita mirar de manera nueva una película que se conseguía en VHS o DVD con una eficacia estética disminuida. Como todo sigue igual, ver el drama de Pixote hoy tiene la misma actualidad que hace cuarenta años, cuando se filmó.
La iraní Ajedrez del viento es la última colgada hasta hoy en MUBI. La restauración de este film de 1976 recupera una estética dramática y exquisita que Peter Greenaway podría haber envidiado. La trama transcurre en una mansión en la que una herencia está en disputa entre varios aspirantes a ella y que se mueven fríos entre ambientes iluminados de manera teatral (hasta la silla de ruedas de la protagonista posee un diseño de gran potencia).
Películas coreanas, sirias, de Bangladesh, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, africanas de diversas naciones compondrán los orígenes de los films que se podrán ver gradualmente en la plataforma. Bien, no será en pantalla grande, pero sí en streaming y se puede saber, con certeza, que la restauración y preservación de las cintas permitirá, cuando sea posible o necesario, su proyección en salas. Y ya que los films provienen de tantos lugares distintos y extraños a la hora de visitar cinematografías, no es imposible que el famoso refrán “El cine es más grande que la vida misma” pase a ser “El cine es más grande que el universo mismo”, con el perdón respectivo que los astrofísicos deberían otorgar a los audaces que planteen esta premisa.
SEGUIR LEYENDO