Hay diferentes tipos de historias de ciencia ficción. Hay aventuras, fantasías, acción e incluso comedia, pero el esplendor que logró el género en el siglo pasado tuvo que ver con el planteo de un futuro distópico, claustrofóbico y sin libertad individual. El cine supo reflejar muy bien eso en la década del setenta, y justamente ese cine es la inspiración para una de las grandes series de esta temporada: Severance, estrenada en Apple TV+.
En el futuro una corporación llamada Lumon Industries ha comenzado a utilizar un procedimiento que permite que sus empleados separen en su cerebro su vida laboral de su vida privada, sin que ninguno de los dos aspectos de su vida tengan recuerdos del otro. Un chip instalado en la cabeza consigue ese efecto que hace que cada empleado no lleve sus problemas de la vida cotidiana al trabajo ni que los temas laborales aparezcan en sus mentes cuando abandonan cada día la empresa. El método es tan limpio como inquietante, por lo que desde el primer episodio se adivina que todo comenzará a tornarse en algo oscuro.
El personaje principal es Mark (Adam Scott) quien al empezar la serie debe ocupar el lugar de Petey, su mejor amigo dentro de la empresa, que ha dejado su puesto. Nadie conoce el verdadero tamaño de Lumon Industries. Los empleados suben por un ascensor donde, sin explicación, su memoria de la otra vida se apaga. Luego de atravesar laberínticos pasillos, se llega a una enorme oficina donde solo hay cuatro empleados. Todo es ascético y minimalista, con predominancia del color blanco. Los cuatro empleados tienen su escritorio con computadora y trabajan con unos números cuyo significado desconocen por completo.
Junto a Mark trabajan Dylan (Zach Jerry), el veterano Irving (John Turturro) y la novata Casey (Dichen Lachman). La serie también sigue a Mark en su vida fuera de la oficina, donde él ignora todo lo que ocurre en el trabajo. Tienen supervisores amables pero a la vez estrictos que controlan que todo funcione, y con el correr de los episodios aparecen más personajes. Al final de cada capítulo ocurre una revelación que va aportando información sobre ese mundo del cual no sabemos nada y en el que todo parece estar marcado por la limpieza total que tapa una verdad monstruosa.
No solo la historia está bien: incluso la secuencia de títulos resulta sugestiva y angustiante. La serie juega en apariencia con pocos elementos pero los exprime al máximo. Tiene, aun en su oscuridad, un sentido del humor que permite liberar algo de tensión al comienzo, porque a medida que avanza la trama todo se torna más terrible.
Ningún episodio defrauda; el guión es brillante. Pero el guión solo no lograría ni por asomo lo que consigue el trabajo de puesta en escena. Cada encuadre se usa para transmitir todas las características de la serie. Su productor, y director de varios episodios, es nada menos que Ben Stiller, cuya trayectoria como realizador ya está probada con creces, pero acá demuestra otra vez lo complejo y diverso de su universo artístico.
Severance recuerda a la ciencia ficción de los setenta: está construida a partir de la paranoia y la desconfianza de una sociedad que había dejado de creer en las instituciones. Le debe mucho a la literatura —George Orwell, Philip K. Dick, Aldous Huxley y Ray Bradbury—, esa que se plasmó en películas como THX 1138, The Stepford Wives e incluso la comedia de Woody Allen The Sleeper. A la vez, en su crítica al mundo laboral es una lejana heredera de Metrópolis y Tiempos modernos.
Severance logra ser la suma de muchas cosas y al mismo tiempo verse original y novedosa en cada momento. Es una de las series del año, no hay duda.
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