“A estas altura, el estado de Texas ha sufrido tantas masacres con motosierras que es asombroso que la herramienta no haya sido prohibida”, ironizó The New York Times (NYT) en su crítica poco elogiosa de La masacre de Texas (Texas Chainsaw Massacre), de David Blue Garcia (Tejano). En efecto, el clásico del terror slasher con que Tobe Hooper sacudió al mundo en 1974 ha tenido ocho secuelas o versiones, incluida una remake de 2003. Y eso sin contar el universo de comics y videojuegos.
Lo que diferenció al proyecto que Netflix acaba de estrenar es “claro como el agua”, según Roger Ebert: “Los productores de La masacre de Texas vieron el reboot de Halloween que David Gordon Green hizo en 2018 y pensaron que ellos podrían lograr el mismo tipo de regreso de Leatherface”. Otros medios, como Los Angeles Times (LAT), aludieron también a la reciente Scream, pero la idea es la misma: una continuación directa de la primera e icónica creación.
La fórmula, sin embargo, no dio buenos resultados en el pueblo texano de Harlow: “La falta de profundidad narrativa estaría bien si La masacre de Texas fuera efectiva como película de terror”, siguió el sitio de Ebert. “No lo es. El gore abunda, pero la escenificación y la ejecución de la violencia es poco inspirada”.
Según LAT, la generosidad de sangre y fragmentos humanos no llega muy lejos en la producción de Garcia, que tiene guión del director uruguayo Fede Alvarez: “La masacre de Texas nunca evoca el miedo que fue el sello del original, y se conforma apenas con el asco ante el volumen de vísceras”.
Variety coincidió: “The Texas Chain Saw Massacre —tal el título de la película de 1974— se convirtió en una leyenda por no ser realmente muy gore: como la escena de la ducha en Psicosis —Psycho, la película de Alfred Hitchcock— era sobre todo sugerencia poética. Pero luego de 50 años de desmembramientos en la pantalla, era demasiado tarde para eso”.
Así que Leatherface, que a sus casi 70 años está en una espléndida forma homicida, se ha ganado duramente el pan en esta continuación que incluye el regreso de la única sobreviviente de la matanza original, Sally Hardesty (interpretada por Olwen Fouéré, ya que la actriz de la original, Marilyn Burns, murió en 2014), que en jeans, con su pelo blanco al viento y un sombrero Stetson, se aferra a una polaroid descolorida de sus amigos muertos y busca venganza.
Si los jóvenes de ayer eran hippies, los de hoy son unos hipsters, influencers y progresistas, hijos del enclave demócrata en el estado republicano de Texas, la ciudad de Austin, que llegan a Harlow con el título de propiedad de un edificio donde comenzarán un negocio. Melody (Sarah Yarkin), su hermana adolescente, Lila (Elsie Fisher), y sus amigos Dante (Jacob Latimore) y Ruth (Neil Hudson), huelen problemas cuando ven la bandera confederada flameando sobre el lugar que han comprado en el municipio, un exorfanato.
Una mujer mayor (Alice Krige) les ofrece el sureño té dulce y les explica que ella vive allí; en un momento al tope de una escalera aparece una figura (Mark Burnham en el papel que antes realizó Gunnar Hansen), y ella les comenta: “Es el último de mis niños”.
Pero los entrepreneurs insisten, sin saber que le acaban de decir squatter a la mamá adoptiva de Norman Bates. Y finalmente la desalojan, lo que precipita la muerte de la mujer y despierta el instinto asesino del último de sus niños que, luego de una entrada en calor de un par de víctimas, toma la piel del rostro de la mujer para hacerse una máscara.
Como un activista contra la gentrificación, Leatherface sale a buscar al grupo de “misioneros yuppies”, como se burló LAT, que organizaron la llegada de otros como ellos, “inversores que convertirán los escaparates abandonados en restaurantes, galerías, tiendas de cómics”.
“¡Están poniendo su granito de arena para ayudar a Estados Unidos convirtiendo una ciudad fantasma de Texas en una próspera Villa Hipster!”, siguió el periódico de Los Angeles. “El plan es tan poco práctico y a la vez tan arrogante que uno está más que listo para verlos a todos aserrados”. El sitio de Ebert observó, sobre el transporte que lleva a los inversores invitados a Harlow: “El bus bien podría tener un cartel que dijera ‘Víctimas de la motosierra’”.
El guión no ayuda, según NYT. “‘¿Por qué es usted tan nihilista?’, pregunta un recién llegado, porque así es como la gente de la ciudad se dirige a los extraños que llevan armas. El diálogo, por fortuna, pronto queda superado por los desmembramientos”. Para el periódico de Nueva York también resultó “de mal gusto” la incorporación de otros temas contemporáneos, como las masacres en las escuelas.
En general la crítica de los medios estadounidenses encontró que, precisamente lo que La masacre de Texas tiene de bueno, que es orgía de cuerpos eviscerados y seccionados, es lo que tiene de malo: no alcanza eso para sostener una narración digna de continuar la obra de Hooper. Detalles para despertar la nostalgia, como la narración de John Larroquette, quien hizo lo mismo en la película de 1974 y en la remake, parecen agregados por la fuerza.
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