A dos semanas de su estreno, El violín de mi padre (My Father’s Violin/Babamin Kemani) ha acumulado 12,4 millones de horas de visualización en Netflix, lo cual la consolidó como la película internacional favorita de los suscriptores. Con actuaciones muy elogiadas, este drama turco explora dos temas tan fuertes como misteriosos: por qué los seres humanos necesitan el amor y qué les provoca la música.
Es muy difícil imaginar que Mehmet (Engin Altan Düzyatan) y Ali Riza (Selim Erdogan) hayan sido pares alguna vez: uno es un brillante violinista de fama mundial —”un virtuoso”, como se define sin modestia— y el otro toca el violín en las calles de Estambul junto con sus amigos músicos, tan desharrapados como él, mientras su pequeña hija, Özlem (Gülizar Nisa Uray) baila y les ordena a los turistas: “¡Aplaudan a los músicos! ¡Pónganles propina en este sombrero!”. Pero Mehmet y Ali Riza son hermanos, y un episodio del pasado los separó y los llevó por caminos divergentes.
Mehmet le guarda rencor a su hermano por lo sucedido; Ali Riza guarda el secreto de que en realidad se sacrificó por él. Por eso cuando comprende que una enfermedad lo consume, sale en busca del gran artista.
Tiene un solo objetivo: pedirle que se quede con su hija. Özlem ha perdido ya a su madre. A su muerte, no tendrá a nadie en el mundo, salvo la banda de músicos amigos, a los que la policía suele perseguir: difícilmente los servicios sociales les permitan cuidar a la menor, que ni siquiera va a la escuela.
—¿Luego de 32 años me hablas de tu hija como si nada hubiera sucedido? —lo rechaza Mehmet—. No te acerques tanto tiempo después para hablarme de la familia.
—Me estoy muriendo —le dice su hermano.
Pero el artista no cambia de opinión. Su carrera exige una dedicación constante. Ya bastantes tensiones tiene con su esposa Suna (Belcim Bilgin) por eso. Si hubiera querido hijos, los habría tenido. Y además pronto tiene que dar un concierto importante.
Suna se conmueve por la situación de la niña, que poco después está tocando una melodía triste sobre la tumba recién cavada de su padre. “En el mundo hay cosas más importantes que tú y tu música”, le recuerda, sin hacer mella en el narcisismo del artista.
Si los recorridos por Estambul de la banda ambulante seguían el manual del turismo, el despliegue musical de El violín de mi padre es más ambicioso, y las composiciones clásicas circulan como personajes mientras Mehmet piensa si pide la tenencia de Özlem. La música es, además, el único idioma que comparten tío y sobrina, ya que Ali Riza había comenzado a enseñarle la técnica del violín a la niña.
También le había transmitido otro saber: “Todo el mundo es una melodía. Sólo tienes que saber cómo escucharla”. Y Özlem parece tener buen oído, al punto que en idas y vueltas a los servicios sociales percibe con tristeza que su tío no la quiere con él.
Las extrañas formas en que el amor se construye, sobre todo en una familia, son el otro eje temático de esta película basada en una obra de teatro de Yilmaz Erdogan y dirigida por Andaç Haznedaroglu. El pasado de Ali Reza, los músicos callejeros, Mehmet, el orfanato y Suna se suceden en la exploración de esta línea, mientras Özlem intenta aprender a tocar el violín de su padre y descifrar las diferentes notas que se organizan en la composición de una familia.
SEGUIR LEYENDO: