El año 2022 arranca bien arriba en Netflix con otra serie coreana que dará que hablar. Y si no da que hablar, al menos ya merece figurar entre lo más destacado que ha dado ese país en este período de esplendor mundial que ha conseguido. Estamos muertos no solo es un perfecto ejemplo del talento coreano para el cine y las series: también es un exponente brillante del género de zombis o muertos vivientes. Parece sencillo encarar un tema tan conocido, pero es doblemente difícil pasar un espacio muy recorrido y lograr algo que sorprenda como esta serie de 12 episodios.
Estamos muertos se basa en el webtoon Now at Our School, creado por Joo Dong-geun. Un webtoon es un formato de historieta digital creado en Corea del Sur; el caso que acá mencionamos se publicó entre 2009 y 2011. La historia tiene en su centro a un grupo de estudiantes de escuela secundaria que son testigos del primer caso de un virus que convierte a las personas en zombis. La propagación es veloz, y los que no se convierten rápidamente en víctimas deberán encontrar la manera de sobrevivir.
La serie cumple con una estructura clásica de presentación de los personajes, y lo hace con inspirada economía de recursos, sin exagerar ni estirar las escenas iniciales. Pronto se desata la locura y esa información, breve pero muy clara, ayudará a identificarnos y comprender las decisiones de cada uno de ellos frente a la terrible realidad que se les presenta. Varios temas vinculados con las angustias adolescentes son el corazón dramático de la trama. En el fondo, eso es lo que marca la diferencia en Estamos muertos.
Los primeros dos episodios son particularmente memorables. No faltan series de zombis y uno podría preguntarse cómo algo así pueden enganchar hoy en día. No hay misterio: engancha porque está filmada de una manera que atrapa.
No suelta al espectador nunca, y justifica que nos quedemos pegados a la pantalla. No solo la trama está bien armada: también está filmada con una sofisticación muy por encima del promedio. Es sin duda de lo mejor que se ha hecho en materia de series. Además, a diferencia de lo que habitualmente ocurre, no obliga al espectador a tener paciencia, sino que le entrega el gran espectáculo desde el arranque. Ya era hora de que alguien fuera así de generoso.
Para lograr esta potencia la serie evita el uso de los flashbacks como una herramienta de relleno. Más allá de algunas imágenes que surgen cuando los personajes recuerdan, la historia no se va al pasado y se instala allí para contar el origen de los personajes. No conocemos toda la vida de cada uno de ellos, sólo sus conflictos previos a que se desate el apocalipsis zombi. No retrocedemos para entender a cada uno de los personajes. Un par de minutos en el episodio inicial alcanza para explicar; el resto son las decisiones en tiempo presente y el aprendizaje de cada uno de ellos frente a un panorama extremo que siempre los pone al límite ético al mismo tiempo que luchan por sobrevivir.
Nada de la trama debe ser anticipado porque hay buenos giros y —por supuesto— se suman personajes. Un par de ideas originales consiguen reanimar al género e intrigar al espectador con respecto a cómo sigue la trama. Lo que queda claro es que sorprende, porque no se puede adivinar hacia dónde se dirige la historia. El trabajo para prolongar la claustrofobia está logrando con creces. Pero tampoco se resigna a un solo truco, y abre el juego justo a tiempo.
Muchas veces cuando vemos una serie de género nos sentimos decepcionados sin saber bien el motivo. En Estamos muertos tenemos la respuesta: finalmente alguna narración logra dejarnos satisfechos con un tópico que todos creíamos conocer de memoria. En el fondo lo que narra es la angustia de un grupo de personajes adolescentes, los verdaderos protagonistas de la historia. Ellos también consiguen poner en palabras y acciones el vacío que los rodea y la necesidad de conocerse finalmente a sí mismos. Sí, Estamos muertos es de lo más divertido y original que se puede ver hoy día, pero también contiene una profunda mirada sobre la adolescencia.
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