Una semana antes de que Nadie (Nobody), de Illya Naishuller (Hardcore Henry), se estrenara en salas de cine, Variety predijo que llegaría a los USD 5 millones en el primer fin de semana, considerando que la pandemia de COVID-19 reducía a su tercera parte la taquilla habitual. Pero la película de acción que interpreta Bob Odenkirk (el abogado impresentable de Breaking Bad, que brilló en su propia serie exitosa, Better Call Saul) abrió con una recaudación de USD 6,7 millones, y en dos semanas recuperó los USD 16 millones de su producción. Impulsada mayormente por el público varón menor de 35 años, llegó a USD 56.7 millones antes de pasar al streaming en HBO Max.
Las estadísticas demográficas de la audiencia se acoplan perfectamente a las fantasías de castración que abruman al macho moderno, sintetizadas en el protagonista de Nobody. Hutch Mansell (Odenkirk) es un hombre blanco de edad mediana que vive en los suburbios de Nueva York, corre por la mañana, toma el bus para ir al trabajo, escribe números en una planilla excel y vuelve a casa para dormir frente a la pared de almohadas que su esposa Becca (Connie Nielsen), más exitosa que él, ha erigido en medio de la cama.
Al día siguiente, exactamente lo mismo.
Y al otro. Y al otro, en un montaje de escenas sobre la desesperación que se va acumulando dentro de Hutch.
Una noche dos ladrones entran a su casa; como están armados, Hutch se concentra en reducir el daño al mínimo y los deja ir. Su hijo adolescente (Gage Munroe) lo desprecia: se había echado sobre uno, sólo era cuestión de que Hutch le rompiera la cabeza al otro con un palo de golf. “¡Ah, ojalá hubieran entrado a mi casa!”, le dice su vecino, mientras golpea al aire para mostrarle cómo los habría reducido. Luego se marcha en su auto deportivo de colección, un Dodge Charger de 1972 capaz de pasar de 0 a 80 kilómetros por hora en la primera aceleración.
Sólo la hija pequeña de Hutch (Paisley Cadorath) parece respetarlo: “¿Te asustaste?”, le pregunta él, luego del incidente. “No, ¿por qué? Tú estás aquí”. Por eso en la mañana, cuando la niña le dice que los asaltantes se han llevado su brazalete de gatitos, estalla.
El brazalete de gatitos ha sido la gota que colmó el vaso.
Él ha tratado de ser un hombre bueno, un esposo que asume su parte de las tareas del hogar y un padre amoroso, y ¿para qué? ¿Para que no pueda siquiera proteger a su hija de los ladrones de brazaletes de gatitos?
El don nadie de Nobody sale entonces en busca de revancha, según un guión de Derek Kolstad, quien escribió los tres capítulos de John Wick. Algo que se nota.
Para realizar las escenas de violencia sangrienta, abundante y gratuita, Odenkirk entrenó durante dos años y medio en el mismo lugar donde se preparó, precisamente, Keanu Reeves, el club 87Eleven de Los Angeles. También aprendió a usar armas de fuego en Taran Tactical.
El esfuerzo le sirvió para una impactante, hilarante presentación del lado oculto de Hutch, un pasado como sicario (”auditor”, dice con modestia) de “las tres agencias”. Tras descubrir que los ladrones tienen una vida aun más penosa que la de él mismo, regresa a casa en bus recordándole a Dios que lo suyo es apretar pero no ahorcar, y sus plegarias son atendidas: una banda de chicos malos se le presenta en bandeja de plata.
—Los voy a hacer mierda —les promete, y en una coreografía extensa, precisa, exuberante y sin sentido les cumple, con gran mérito del director de fotografía, Pawel Pogorzelski.
La pelea se desarrolla dentro, fuera y a lo largo del bus, al ritmo de “I’ve Gotta Be Me” en la voz de Steve Lawrence. No se ve la escena de sexo al regresar a casa, pero el director subraya el cambio de actitud de Becca. Hecho lo cual, el personaje femenino servirá para bien poco.
En cambio, entra en escena YULIAN, así, con mayúscula, por todo lo alto, un perfecto ejemplar de la mafia rusa que se abre paso en su night club como un león en la selva, sólo que con vodka, cocaína y karaoke. Yulian Kuznetsov (Aleksey Serebryakov), responsable del obtshak, el fondo comunal de sus compañeros de oficio, quiere vengarse de Hutch porque uno de los chicos malos del bus es su hermano menor y está en estado crítico.
Entonces sí la historia acelera con la potencia del Charger: el enfrentamiento entre el bien y el mal, la demostración del tremendo alguien que en realidad dormía reprimido dentro del aparente Nadie. El padre de Hutch (Christopher Lloyd) y su hermano (RZA) cobran protagonismo porque la acción, las armas y el secreto son el negocio de la familia. “¿Recuerdas quiénes éramos, Hutchie?”, le pregunta el padre. “Yo sí”.
Buena parte de los 92 minutos de Nobody se desarrollan entre la sangre, las armas y el fuego, entre varones que se comunican entre ellos mediante la violencia y, a menudo, pudorosamente, la comedia. La expresión impávida de Odenkirk es sólo uno de los elementos con que su actuación puede atrapar al público, a quien Naishuller le pide mucha, mucha suspension of disbelief.
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