Si acaso existe una escala de prestigio en el mundo del cine a la que en el 2021 todavía haya que prestarle atención, los especialistas en cine de terror y cine fantástico fueron siempre históricamente a la retaguardia. Aunque hace años que muchos han demostrado que sus films son tan buenos como el resto, estos géneros siempre han sido mirados con cierto recelo y postergados por los premios.
Pero cada nueva generación trae cambios. Si a alguien como Steven Spielberg le llevó décadas alcanzar el respeto de muchos, ¿qué queda para el resto? Guillermo del Toro, realizador nacido en Guadalajara, México, en 1964, hijos de españoles radicados allí, nunca dirigió, desde su debut en el largometraje en 1993 hasta la fecha, una película que no pertenezca al cine fantástico, es decir que tenga elementos de fantasía, vinculados con género como el terror y la ciencia ficción. Fiel a sí mismo como pocos, nunca bajó las banderas del cine que ama y con esas mismas convicciones filmó en México, España y Hollywood.
En el año 2018 se subió al escenario de los premios Oscar a recibir no uno, sino dos: al Mejor Director y a la Mejor Película por La forma del agua (The Shape of Water, 2017). Una tercera nominación, a Mejor Guión Original, suman tres; si les agregamos las dos que recibió por El laberinto del fauno (Pan’s Labyrinth, 2006), se podría decir que Del Toro es uno de los favoritos de la academia en las últimas dos décadas. Veremos si El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 2021) confirma esa tendencia. Para un fanático del cine de monstruos, es un camino bastante largo el que ha recorrido este director.
Su primer largometraje, Cronos (1993) tenía muchos de los elementos que lo acompañarían de allí en más, incluyendo a su actor favorito, el gran Ron Perlman, quien compartía cartel con el protagonista, el argentino Federico Luppi. Por esta película hecha en México Del Toro recibió una oferta para una remake, pero la rechazó y prefirió hacer un nuevo largometraje de terror, pero en Estados Unidos: Mimic (1995) protagonizado por Mira Sorvino. La experiencia de trabajar para Miramax y los hermanos Weinstein fue muy mala, y solo en 2011, cuando pudo realizarse el director’s cut, fue que Del Toro se reconcilió con el film.
Lejos de apagar su carrera, rodó su siguiente película en España: El espinazo del diablo (The Devil’s Backbone, 1996), una historia de fantasmas ambientada durante la Guerra Civil Española, protagonizada por Marisa Paredes, Eduardo Noriega y Luppi. Esta vez las cosas salieron bien y Del Toro empezó a tener un nombre.
Con ese ímpetu regresó a Hollywood y realizó dos grandes éxitos de taquilla: Blade 2 (2002), protagonizada por Wesley Snipes, y Hellboy (2004), con Perlman en el espectacular rol principal. En ambas se nota la mano de un director capaz de cumplir con la taquilla y a la vez darle un estilo personal a la historia. Desde entonces nada ni nadie podría poner en duda la solidez de su carrera.
El laberinto del fauno lo llevó nuevamente fuera de Hollywood, con un elenco de habla hispana y en una coproducción entre México y España en la cual nadie más que Del Toro decidió el corte final de un proyecto demasiado complicado para Estados Unidos. Una especie de Alicia en el País de las Maravillas ambientada en los años posteriores a la Guerra Civil Española, violenta y perturbadora, impulsó a su máxima expresión las ambiciones estéticas de su cine. Sin concesiones, sacrificando su propio salario pero logrando su objetivo, Del Toro se consagró con esta película. Ganó tres Oscars, incluyendo el de Mejor Película Extranjera. No fueron muchos los films de corte fantástico que lograron esos honores.
Hellboy 2: el ejército dorado (Hellboy II: The Golden Army, 2008) y Pacific Rim (2013) fueron sus dos nuevos films en Estados Unidos, de alto presupuesto y alta taquilla. En el medio escribió guiones y produjo para otros.
En el afán de unir lo comercial y lo personal, dirigió a grandes estrellas en La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), un film de horror gótico espectacular que no funcionó como lo había soñado, y aun así es posible que sea su mejor largometraje. Mia Wasikowska, Tom Hiddleston, Charlie Hunnam y Jessica Chastain son los protagonistas de una historia de fantasmas inolvidable.
La pasión por los grandes monstruos lo llevó a exponer en varias ciudades una muestra que reúne las referencias que han inspirado su cine, que ha reunido en diferentes objetos a lo largo de los años. Publicó un libro con todo esto, además. Una declaración de amor por el cine y la literatura de terror, una muestra de orgullo que revela su inclaudicable lealtad a uno de los géneros más profundos y complejos que existen.
Todo esto es posible porque su película más premiada, La forma del agua, logró lo que parecía imposible: llevarse los dos premios más importantes en el Oscar dentro de una larga lista de galardones. Inspirada en El monstruo de la laguna negra (1954) del maestro Jack Arnold, la película es una historia de amor entre una trabajadora de limpieza y un anfibio humanoide encerrado en un laboratorio secreto del gobierno norteamericano durante la Guerra Fría. Se notan todas la influencias que tuvo el director, así como también una minuciosa agenda ideológica para adaptar su discurso a la coyuntura política. La espectacularidad visual se confirma aquí; como un dato de interés extra está la consagración de Doug Jones, colaborador habitual de Del Toro, cuyo gran estatura y su altísima expresividad física le han permitido hacer grandes papeles aunque siempre bajo maquillajes y máscaras. Su rol protagónico en La forma del agua explota al máximo sus capacidades.
Del Toro sigue teniendo como cuenta pendiente adaptar a su autor favorito, H. P. Lovecraft, y ya completó una nueva versión de Pinocho (Pinocchio, 2022). Ahora con el estreno en todo el mundo de El callejón de las almas perdidas, se mueve un poco de sus géneros para ambientar un film noir a fines de la década de 1930 en el mundo del circo. Una vez más, el aspecto visual es arrebatador, así como algunos momentos de escalofriante violencia.
Veremos si los premios lo acompañan, aunque a esta altura el realizador mexicano ya no necesita aprobación: para él y para los amantes del cine de terror las puertas se han abierto. Esa es una gran noticia para todos, porque quien más, quien menos, todos tienen un temor inconfesable, una angustia que no tiene nombre pero que el cine, con sus personajes de fantasía, ha logrado canalizar en películas como las que Guillermo del Toro ha hecho en los últimos treinta años.
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