Las historias del fin del mundo son un clásico de la ciencia ficción. Pero más comunes de ver son aquellas en las cuales el mundo no llegó a su fin pero enfrentó un desastre global que dejó al mundo convertido en un páramo y a un grupo de sobrevivientes que luchan por mantenerse con vida y armar algo así como una vida nueva. El mundo postapocalíptico es el mundo más elegido por el género y ha probado ser tanto una fuente de inspiración para grandes obras como para muchas otras demasiado parecidas entre sí.
El comienzo de Station Eleven es espectacular. No hay nada como un buen primer episodio y los creadores de esta historia lo han entendido perfectamente. Durante una representación de Shakespeare en un importante teatro de Chicago, el protagonista colapsa en escena y la función debe interrumpirse. El azar cruzará entonces a Jeevan Chaudhary (Himesh Patel), un hombre que sube al escenario a ayudar, y la niña Kirsten Raymonde (Matilda Lawler), una brillante aspirante a actriz que es parte del elenco. La gripe que arrasará con la humanidad se desata de forma poco espectacular pero veloz, y antes de que Jeevan pueda llevar a Kirsten a su casa, él tendrá que adoptarla cuando todo el mundo se venga abajo.
Veinte años más tarde, Kirsten adulta (Mackenzie Davis) sigue siendo actriz y forma parte de The Traveling Symphony, una compañía itinerante que interpreta a Shakespeare en una gira por los lugares donde se han creado pequeñas comunidades de sobrevivientes. A lo largo de los diez episodios se irá completamente el rompecabezas entre lo que pasó en aquel comienzo de la pandemia y el destino que le espera a la protagonista ante el encuentro de un grupo instalado en un aeropuerto.
Station Eleven no va por el lado de las espectaculares escenas de devastación. Se ven las consecuencias del virus pero no enormes multitudes desesperadas, saqueos o descomunales escenas de caos. Simplemente los personajes se van quedando solos. Toman las decisiones adecuadas en parte por lucidez, en parte por azar, y terminan sobreviviendo sin demasiadas estridencias. La serie va por otro lado. Es el drama de los personajes lo que moviliza y transmite la desolación en la que están sumidos. Ya no volverán a saber nada de las personas que formaron parte de su vida. No hay tampoco melodramáticas separaciones, solo teléfonos que ya no contestan y ausencias que marcan a los protagonistas.
El elenco es lo que sostiene el drama. A los protagonistas se le suman actuaciones memorables, desde Gael García Bernal a Lori Petty, quienes ponen sobre sus hombros el conectar al espectador con las situaciones dramáticas que construyen la atrapante trama. Pero el que tal vez sea uno de los mayores hallazgos de Station Eleven es su uso de las locaciones y la construcción de decorados inolvidables. Cada espacio que aparece en la serie es impactante, lleno de fuerza dramática, la prueba visual del mundo que existió y en lo que se ha convertido.
El guión es impecable y vale la pena prestar atención a cada detalle, porque todo tendrá la conexión adecuada y cerrará de forma impecable. El comic que le da título a la serie es también una pieza clave, un elemento que lo une todo y se vuelve un objeto que enfrenta diferentes visiones del mundo. La belleza de las imágenes, aun en el abandono, y la fuerza de las actuaciones convierten a Station Eleven en la primera gran recomendación del 2022.
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